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Terry Pratchett: Pirómides

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Terry Pratchett Pirómides
  • Название:
    Pirómides
  • Автор:
  • Издательство:
    Martínez Roca
  • Жанр:
  • Год:
    1992
  • Город:
    Madrid
  • Язык:
    Испанский
  • ISBN:
    84-270-1680-8
  • Рейтинг книги:
    5 / 5
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Pirómides: краткое содержание, описание и аннотация

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Quien pretenda lo contrario miente miserablemente: ser un faraón adolescente no es ningún trabajo fácil. De entrada, a tu padre se le puede ocurrir la brillante idea de enviarte a estudiar al extranjero; nada menos que a la Escuela de Asesinos de Ankh-Morpork. Luego hay ese tipo de pequeños y molestos detalles como no poder llevar dinero encima, tener que aguantar la presencia de jovencitas deshinibidas que se empeñan en pelar las uvas por ti, o al sumo sacerdote, siempre a mano para interpretar la voluntad de los dioses en cualquier cosa que se te ocurra decir. No basta con tenérselas que ver con filósofos, esfinges empeñadas en que resuelvas un acertijo, caballos de madera enormes, pirómides —perdón, pirámides— con síntomas de inestabilidad paracósmica, dioses, cocodrilos sagrados con problemas de nutrición, reuniones de ancestros momificados…, no. Por si fuera poco, la hierba se empeña en crecer donde quiera que pises, no paras de soñar con siete vacas flacas y siete vacas gordas (una de ellas tocando el trombón) y, para colmo, eres el responsable de lograr que el sol salga todas las mañanas…

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El verano estaba siendo bastante duro con Ankh-Morpork. Hacía mucho, mucho calor. Las ciudades no sudan, pero Ankh-Morpork no es una ciudad cualquiera y apestaba.

El gran río había quedado reducido a un rezumar de algo parecido a la lava que iba desde Ankh, la parte más elegante y con mejor reputación de la ciudad, hasta Morpork, la parte de la ciudad que se encontraba en la orilla opuesta. Morpork no era elegante y no tenía prácticamente ninguna reputación. Morpork parecía un cruce entre una ciudad y un pozo de brea, y no había mucho que se pudiera hacer para empeorarla. Un impacto directo de meteorito, por ejemplo, habría sido considerado como un enérgico y astuto intento de mejora urbana.

La mayor parte del río se había convertido en una corteza de barro agrietado. El sol parecía un gigantesco gong de cobre clavado en el cielo. El calor que había secado el río freía a la ciudad durante el día y la horneaba durante la noche. Los viejos maderos se retorcían, y la red de ciénagas tradicionalmente usada como calles se resecaba dejando escapar nubes asfixiantes de polvo color ocre.

No era el clima más adecuado para Ankh-Morpork, una ciudad de temperamento algo sombrío que se sentía mucho más a gusto rodeada de neblinas, goteras, ráfagas de aire frío y sigilosos deslizamientos en la oscuridad. Ankh-Morpork jadeaba en el centro del tostadero formado por las llanuras consumiéndose como un sapo colocado encima de un ladrillo que llevara horas calentándose al fuego. El calor resultaba asfixiante incluso cuando faltaba poco para la medianoche —como ahora—, y el manto de terciopelo chamuscado del verano flotaba sobre las calles agarrando a la atmósfera por la garganta y estrujándola hasta dejarla sin aliento.

Una ventana se abrió en la fachada norte de la Casa del Gremio de los Asesinos girando sobre sus bisagras con un chasquido casi imperceptible.

Teppic —quien se había librado de algunas de sus armas más pesadas, cosa que hizo con considerable reluctancia— tragó una honda bocanada de aquel aire abrasador y estancado.

Por fin…

Ésta era la gran noche.

Todos decían que tenías una posibilidad entre dos… a menos que te tocara examinarte con Mericet, en cuyo caso sería mejor que te rajaras la garganta antes de empezar.

Teppic tenía clase de Estrategia y Teoría de los Venenos con Mericet cada jueves por la tarde, y no se llevaba demasiado bien con él. Los dormitorios de la Escuela de Asesinos eran un hervidero de rumores que giraban alrededor de Mericet. El número de asesinatos, el asombroso despliegue de técnicas distintas… En su época Mericet había roto todos los records. Decían que incluso había liquidado al Patricio de Ankh-Morpork… no al actual, naturalmente, sino a uno de los que estaban muertos.

Quizá le tocaría examinarse con Nivor, un hombrecillo gordo y jovial al que le encantaba comer y que daba clase de Trampas y Argucias Letales los martes. Teppic tenía un talento natural para tender trampas, y se llevaba muy bien con el profesor. O quizá le tocaría examinarse con le Kompte de Yoyo, quien tenía a su cargo la enseñanza de Idiomas Modernos y Música… A Teppic no se le daban muy bien ninguna de las dos asignaturas, pero le Kompte era un entusiasta de la escalada urbana y tenía debilidad por los chicos que compartían su afición a balancearse muy por encima de las calles de la ciudad sosteniéndose con una sola mano.

Teppic pasó una pierna por encima del alféizar y desenrolló la cuerda de seda. Enganchó el garfio en un desagüe situado dos pisos por encima de su cabeza y saltó por el hueco de la ventana.

Un asesino jamás utiliza la escalera.

Si queremos establecer cierta continuidad con los acontecimientos posteriores, quizá haya llegado el momento de explicar que el matemático más genial de toda la historia del Mundodisco estaba acostado y cenaba apaciblemente.

Resulta interesante observar que debido a la constitución propia de su especie la cena de dicho matemático consistía en su almuerzo.

Teppic dejó atrás el parapeto adornado con multitud de tallas que se alzaba cuatro pisos por encima de la Calle de la Filigrana cuando los gongs empezaban a resonar por toda Ankh-Morpork anunciando la llegada de la medianoche. Su corazón latía a gran velocidad.

Había una silueta delineada contra el telón de fondo de los últimos residuos de claridad dejados por el ocaso. Teppic se quedó inmóvil junto a una gárgola particularmente repulsiva para hacer un rápido examen de sus opciones.

Los rumores más sólidos que circulaban entre los estudiantes afirmaban que inhumar al examinador antes de que empezara el examen equivalía a obtener un aprobado automático. Teppic sacó un cuchillo Número Tres de su vaina y lo sopesó con expresión pensativa. Naturalmente, cualquier intentona o movimiento cuya intención declarada fuese la eliminación del examinador provocaría un suspenso igualmente automático y la pérdida de todos los privilegios docentes. [2] El de respirar el primero.

La silueta no podía estar más inmóvil. Los ojos de Teppic se desplazaron hacia el laberinto de chimeneas, gárgolas, conductos de ventilación, puentes y escaleras que componían el decorado de los tejados de AnkhMorpork.

«Claro —pensó—. Es un muñeco. Se supone que lo atacaré y eso quiere decir que él me está observando desde algún sitio… ¿Podré localizarle? No. Por otra parte, quizá se supone que pensaré que es un muñeco, a menos que él ya haya pensado que yo pensaré que…»

Descubrió que sus dedos habían empezado a tamborilear sobre la gárgola y se apresuró a ordenarles que se estuvieran quietos. ¿Cuál era el curso de acción más prudente en su situación actual?

Un grupo de juerguistas atravesó con paso tambaleante un charco de luz en la calle, cuatro pisos por debajo de donde estaba Teppic.

Teppic guardó el cuchillo en la vaina y se irguió.

—Señor… —dijo—. Estoy aquí.

—Muy bien —murmuró secamente una voz junto a su oreja.

Teppic pensó que la voz sonaba un poco extraña, pero siguió mirando hacia adelante. Mericet surgió de la nada delante de él y se quitó la capa de polvo gris que cubría sus huesudas facciones. Extrajo un trozo de tubería de su boca, lo arrojó a un lado, metió una mano dentro de su jubón y sacó una tablilla de anotaciones. Iba tan abrigado como si estuvieran en pleno invierno. Mericet era de la clase de personas que es capaz de congelarse incluso estando en el interior de un volcán.

—Ah… —dijo, y su voz goteaba desaprobación—. El señor Teppic, ¿eh? Bien, bien.

—Hace una noche excelente, señor —dijo Teppic. El examinador replicó con una mirada gélida que parecía sugerir que cualquier tipo de observación sobre el clima sería recompensada automáticamente sustrayendo un punto de la calificación e hizo una anotación en su tablilla.

—Empezaremos con unas cuantas preguntas —dijo.

—Como desee, señor.

—¿Cuál es la longitud máxima permitida en un cuchillo de lanzamiento? —preguntó Mericet.

Teppic cerró los ojos. Durante la última semana no había leído nada que no fuese el Vertebrato. Podía ver la página ahora mismo flotando delante de la parte interior de sus párpados, pero las líneas borrosas del texto parecían burlarse de él. Los compañeros de clase que se las daban de enterados le habían asegurado que los examinadores jamás hacían preguntas sobre longitudes y pesos. «Suponen que te aprenderás de memoria las longitudes, los pesos y las distancias de lanzamiento, pero nunca…»

El terror le atravesó el cerebro como si fuese un alambre al rojo vivo y pateó despiadadamente su memoria haciendo que se pusiera en funcionamiento. Teppic vio la página con toda claridad.

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