Cassandra Clare - Ciudad de los ángeles caídos

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Ciudad de los ángeles caídos: краткое содержание, описание и аннотация

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Este libro, escrito por Cassandra Clare, es el cuarto de la colección de Los Instrumentos Mortales. Es mucho más detallista que los anteriores y el final es espectacular pese a que hace visible que no es el último libro de la colección. Tiene de todo y te engancha desde el principio hasta el final, y es segun mi punto de vista incluso mejor que los anteriores. Contiene mucho misterio, acción, emoción y sentimiento, y está escrito de una manera que mezcla en uno la curiosidad y el sentimiento. Te hace sentir las cosas como si fueses uno de los protagonistas.
Jace y Clary sin duda vuelven a acaparar la atención del lector, pero en ningun momento el libro se hace cansino o soso. Si os habeis leido los libros anteriores descubrireis que este es mucho mejor, y si os gusta os recomiendo que os leais "Shadow Web" de N.M. Browne. Son los dos libros escritos, sobre todo, para chicas jóvenes y recomiendo fuertemente que sean leidos en su idioma original: el ingles. El título original de "Ciudad de Ángeles Caidos" es "City of Fallen Angels" y merece la pena leerlo (es uno de los mejores libros de su estilo), sobre todo en ingles aunque en español no le falta la emoción, etc, del original; pero en España saldrá dentro de, más o menos, un año. Espero que os guste ya que a mi me ha encantado.

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– Yo no quería aquel trato. -Clary intentó, sin conseguirlo, que su voz no sonara cortante-. La gente no puede hacer siempre lo que vos queráis.

– No pretendas echarme un sermón, niña. -La reina siguió con la mirada a Jace, que deambulaba bajo los árboles, teléfono en mano-. Es bello -dijo-. Entiendo por qué lo amas. Pero ¿te has preguntado alguna vez qué es lo que le atrae a él de ti?

Clary no respondió; le pareció que no tenía nada que decir.

– Os une la sangre del Cielo -dijo la reina-. La sangre llama a la sangre, y eso corre por debajo de la piel. Pero amor y sangre no son la misma cosa.

– Acertijos -dijo Clary enfadada-. ¿De verdad queréis decir alguna cosa cuando habláis así?

– Él está unido a ti -dijo la reina-. Pero ¿te ama?

Clary notó que se le retorcían las manos. Deseaba poder probar con la reina alguno de los nuevos golpes de ataque que había aprendido, pero sabía que no era en absoluto una buena idea.

– Sí.

– ¿Y te desea? Porque amor y deseo no siempre van unidos.

– Eso no es de vuestra incumbencia -replicó Clary escuetamente, pero se dio cuenta de que la reina le clavaba los ojos como si fueran agujas.

– Tú lo quieres como nunca has querido a nadie. Pero ¿siente él lo mismo? -La suave voz de la reina era inexorable-. Él podría tener todo aquello o a todo aquel que le plazca. ¿No te preguntas por qué te ha elegido a ti? ¿No te preguntas si se arrepiente de ello? ¿Ha cambiado con respecto a ti?

Clary notó las lágrimas escociéndole en los ojos.

– No, no ha cambiado. -Pero pensó en la cara de Jace en el ascensor la otra noche, y en cómo le había dicho que se marchara a su casa cuando ella le ofreció quedarse.

– Me dijiste que no deseabas llegar a un pacto conmigo, porque nada había que yo pudiera aportarte. Dijiste que no había nada en este mundo que quisieras. -La reina tenía los ojos brillantes-. ¿Sigues pensando lo mismo cuando te imaginas la vida sin él?

«¿Por qué me hacéis esto?», deseaba gritar Clary, pero no dijo nada porque vio que la reina de las hadas miraba más allá de donde ella estaba, y acto seguido sonrió y dijo:

– Sécate las lágrimas porque ya vuelve. No le hará ningún bien verte llorar.

Clary se frotó apresuradamente los ojos con el dorso de la mano y se volvió. Jace se acercaba a ellas, con mala cara.

– Maryse y Robert ya van hacia los Tribunales -dijo-. ¿Dónde está la reina?

Clary se quedó mirándolo, sorprendida.

– Está aquí… -empezó a decir, pero al volverse se interrumpió. Jace tenía razón. La reina se había ido y únicamente un remolino de hojas a los pies de Clary indicaba el lugar donde se había posado.

Simon, con su chaqueta acolchada bajo la cabeza a modo de almohada, estaba acostado contemplando el tejado plagado de agujeros del garaje de Eric, embargado por una sensación de nefasta fatalidad. Tenía a sus pies el macuto, el teléfono pegado a la oreja. En aquel momento, la familiaridad de la voz de Clary en el otro lado de la línea era lo único que le impedía derrumbarse por completo.

– Lo siento mucho, Simon. -Adivinó que estaba en algún lugar de la ciudad por el sonido del tráfico amortiguando su voz-. ¿De verdad estás en el garaje de Eric? ¿Lo sabe él?

– No -respondió Simon-. En este momento no hay nadie en casa y yo tenía la llave del garaje. Me ha parecido un buen lugar. ¿Y tú dónde estás, por cierto?

– En la ciudad. -Para los habitantes de Brooklyn, Manhattan sería siempre «la ciudad». No existía otra metrópolis-. Estaba entrenando con Jace, pero él ha tenido que volver al Instituto para no sé qué asunto de la Clave. Voy de camino a casa de Luke. -Se oyó el bocinazo de un coche-. ¿Quieres venir a casa? Podrías dormir en el sofá de Luke.

Simon dudó. Tenía buenos recuerdos de la casa de Luke. Desde que conocía a Clary, Luke siempre había vivido en una vivienda destartalada pero simpática que ocupaba el piso superior de la librería. Clary tenía una llave, y ella y Simon habían pasado allí horas agradables leyendo los libros que «cogían prestados» de la tienda o viendo películas antiguas en la tele.

Pero las cosas habían cambiado mucho.

– A lo mejor mi madre podría hablar con tu madre -dijo Clary, preocupada por el silencio de Simon-. Hacerle comprender.

– ¿Hacerle comprender que soy un vampiro? Clary, creo que ya lo entiende, de un modo siniestro. Pero eso no significa que vaya a aceptarlo o que esté de acuerdo con ello.

– Pero tampoco puedes seguir haciendo que lo olvide, Simon -dijo Clary-. Esa solución no te funcionará eternamente.

– ¿Por qué no? -Sabía que estaba mostrándose irrazonable, pero acostado en el duro suelo, rodeado de olor a gasolina y del susurro de las arañas paseándose por sus telas en los rincones del garaje, sintiéndose más solo que nunca, la razón le parecía algo tremendamente remoto.

– Porque de lo contrario tu relación con ella no sería más que una mentira. Nunca podrías volver a casa…

– ¿Por qué no? -preguntó, interrumpiéndola con severidad-. Forma parte de la maldición, ¿verdad? «Fugitivo y errante serás.»

A pesar de los ruidos del tráfico y del sonido de las conversaciones de la gente que tenía a su alrededor, Simon oyó que Clary respiraba hondo.

– ¿Piensas que eso tendría que contárselo también? -dijo-. ¿Que me señalaste con la Marca de Caín? ¿Que soy, básicamente, una maldición andante? ¿Crees que va a querer eso en su casa?

Los sonidos de fondo se acallaron; Clary debía de haberse refugiado en el umbral de una casa. Se dio cuenta de que contenía las lágrimas cuando le dijo:

– Lo siento mucho, Simon. Sabes que lo siento…

– No es culpa tuya. -De repente se sentía extremadamente agotado. «Estupendo, primero aterrorizas a tu madre y luego haces llorar a tu mejor amiga. Un día de bandera para ti, Simon.»-. Mira, es evidente que en estos momentos no debería andar mezclándome con gente. Voy a quedarme aquí y ya me encontraré con Eric cuando vuelva a su casa.

Clary emitió un sonido parecido a una risa entre tantas lágrimas.

– ¿Acaso Eric no cuenta como gente?

– Te mantendré informada -dijo Simon, dudoso-. Te llamo mañana, ¿de acuerdo?

– Nos vemos mañana. Prometiste acompañarme a probarme vestidos, ¿lo recuerdas?

– Caray -dijo-, eso es que debo de quererte de verdad.

– Lo sé -dijo ella-. Y yo también te quiero.

Simon apagó el teléfono y se recostó en el suelo, con el aparato pegado a su pecho. Resultaba gracioso, pensó. Ahora podía decirle a Clary «Te quiero» después de haber estado años luchando por pronunciar esas palabras y ser incapaz de que salieran de su boca. Y ahora que ya no tenían la misma intención, resultaba fácil.

A veces se preguntaba qué habría ocurrido de no haber existido nunca un Jace Wayland. Si Clary nunca hubiera descubierto que era una cazadora de sombras. Pero alejó aquel pensamiento de su cabeza, no tenía sentido continuar por aquel camino. El pasado no podía cambiarse. Sólo le quedaba seguir adelante. Aunque no tenía ni idea de qué implicaba seguir adelante. No podía quedarse para siempre en el garaje de Eric. Incluso con su actual estado de humor, reconocía que aquél era un lugar miserable. No tenía frío -de hecho, ya no sentía ni el frío ni el calor-, pero el suelo estaba duro y estaba costándole conciliar el sueño. Ojalá pudiera embotar sus sentidos. El sonido del tráfico le impedía descansar, igual que el desagradable tufo a gasolina. Pero lo que más le corroía era la preocupación por lo que hacer a continuación.

Había tirado la mayor parte de sus reservas de sangre y llevaba el resto en su mochila; tenía suficiente para unos cuantos días más, pero después tendría problemas. Eric, dondequiera que estuviera, dejaría a Simon quedarse en su casa, pero aquella solución acabaría con una llamada de los padres de Eric a la madre de Simon. Y teniendo en cuenta que su madre lo creía con su hermana, aquello no le haría ningún bien.

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