«No -se dijo el templario-, aquí se dan demasiadas coincidencias. Rikus y Sadira traman algo sin duda, y este elfling es la clave de todo. Matarlo parecía algo muy fácil, pero ya se ha demostrado que no resultará tan sencillo. La fuerza bruta no servirá para este trabajo.»
Haría falta la magia.
El portero de La Araña de Cristal saludó a Sorak con una leve y respetuosa reverencia cuando éste entró. Todo el personal de la casa de juego lo conocía ya y lo trataba con amabilidad y cortesía. Sin embargo, la actitud del portero parecía diferente, más que cortés. Nunca antes le había dedicado una reverencia. Sorak se replegó al interior y dejó que la Guardiana sondeara la mente del hombre.
Está enterado, informó ésta.
Sorak hizo una mueca interiormente. Los guardas habían hablado sin duda, y eso significaba que todos los miembros del personal probablemente también lo sabían a estas alturas. Esta tontería sobre ser el heredero de Alaron porque llevaba a Galdra tenía que acabar antes de que se extendiera más. Ellos no querían un rey, y él no quería ser rey…
Hay alguien escondido entre las sombras junto a ese árbol de pagafa, advirtió la Centinela.
Sorak se detuvo. Llevaba recorrido la mitad del sendero enladrillado que atravesaba el patio en dirección a la entrada de la casa de juego. El camino describía una curva al cruzar un jardín en el que se habían plantado arbustos del desierto y flores silvestres. Un buen número de altas plantas carnosas con largas espinas se alzaban como gigantes deformes en el patio, y pequeños árboles kanna, de floración nocturna, se balanceaban dulcemente en la brisa nocturna, sus perfumadas flores blancas, cerradas durante el día, abiertas ahora para perfumar el jardín. Justo frente al elfling se encontraba un pequeño estanque artificial, atravesado por una pasarela, y a la derecha de la pasarela se alzaba un grueso árbol azul, las ramas extendidas para dar sombra al sendero. Mientras Sorak observaba, una figura encapuchada salió de detrás del tronco del árbol y se colocó en el camino frente a él.
– Saludos, Sorak -dijo el desconocido. La voz era masculina, sonora y profunda. Era una voz madura, sosegada y segura de sí misma-. Has tenido una noche muy ocupada.
– ¿Quién eres? -preguntó Sorak, sin moverse de donde estaba. Se replegó sobre sí mismo para que la Guardiana pudiera sondear al extraño.
– Me temo que eso no te servirá de nada -advirtió éste-. Estoy protegido contra sondas paranormales.
Dice la verdad, informó la Guardiana. No puedo detectar sus pensamientos.
Sorak echó una rápida ojeada a su espalda en dirección a la entrada.
– El portero no puede vernos ni oírnos -dijo el desconocido, como si leyera sus pensamientos, aunque era evidente que no hacía más que interpretar su mirada hacia atrás.
– ¿Qué le has hecho? -inquirió Sorak.
– Nada -respondió el otro-. Me he limitado a crear un velo temporal a nuestro alrededor, para que podamos hablar sin que nos molesten.
– ¿Un velo? ¿Cómo en la Alianza del Velo?
– ¿Puedo acercarme?
El joven asintió, pero mantuvo la mano cerca de la espada, por si acaso.
– No tienes nada que temer de mí -afirmó el desconocido-. A menos, claro, que vengas como enemigo de la Alianza.
– Vengo como amigo.
– Te hemos estado observando -explicó el otro, acercándose más, y Sorak vio que tenía la parte inferior del rostro, bajo la capucha, cubierta por un velo-. Pocas cosas suceden en la ciudad de las que no estemos enterados. Estabas muy deseoso de establecer contacto con la Alianza. ¿Por qué?
– Necesito hablar con sus jefes.
– ¡No me digas! -replicó el desconocido-. Hay muchos a quienes les gustaría hacerlo. ¿Qué te hace diferente de los otros?
– Me crié en un convento villichi. He jurado seguir la Disciplina del Druida y la Senda del Protector.
– Las villichis son una secta femenina. No hay hombres villichis.
– No he dicho que yo fuera villichi, sólo que he vivido entre ellas y que ellas me educaron.
– ¿Por qué tendrían que aceptar a un varón entre ellas? No es su costumbre.
– Porque poseo poderes paranormales y porque fui expulsado por mi tribu y abandonado en el desierto. Una venerable pyreen me encontró y me llevó al convento. Me aceptaron a petición suya.
– ¿Una venerable pyreen, dices? ¿Cómo se llamaba esta venerable?
– Lyra Al'Kali Al´Kali.
El desconocido asintió con la cabeza.
– Conozco el nombre. Es una de las pacificadoras más ancianas. Y los deseos de una venerable pyreen tendrían un peso considerable entre las villichis. Es posible que me estés diciendo la verdad; pero aún no me has dicho por qué deseas ver a nuestros jefes.
– Busco información que me ayude en mi búsqueda del Sabio -respondió Sorak.
– Te has impuesto toda una tarea -comentó el otro-. Son muchos los que han intentado encontrar al Sabio. Todos han fracasado. ¿Qué te hace pensar que tú tendrás éxito?
– Porque debo tenerlo.
– ¿Por qué?
– La venerable Al'Kali Al´Kali me dijo que únicamente el Sabio podría ayudarme a averiguar la verdad sobre mis orígenes. No tengo ningún recuerdo de mi primera infancia, ni de mis padres. No sé de dónde provengo o qué fue de ellos; ni siquiera sé quién soy en realidad.
– ¿Y crees que el Sabio puede ayudarte a averiguar todo eso? ¿Es eso todo lo que deseas de él?
– También quiero servirle -dijo Sorak-. Creo que, si lo hago, encontraré el propósito que hasta ahora ha faltado a mi existencia.
– Comprendo.
– ¿Puedes ayudarme?
– No; yo no tengo la información que buscas, ni tampoco te la daría por las buenas si la tuviera. No obstante, entre nosotros hay quienes podrían ayudarte, pero primero has de demostrar tu valía.
– ¿Cómo puedo hacerlo?
– Ya te lo diremos. Pensábamos que podrías ser un agente de los templarios hasta que éstos intentaron matarte esta noche.
– Así que eran los templarios.
– Los hombres que enviaron contra ti eran los mismos espías de Nibenay que denunciaste al consejo.
– ¿Los bandidos? -Frunció el entrecejo; podría haberlos reconocido por las imágenes tomadas de la mente de Digon de no haber sido porque estaba oscuro, y tampoco había quedado mucho que reconocer una vez que la Sombra se hubo ocupado de ellos.
– Uno huyó -siguió el desconocido-. Y te siguieron de regreso aquí.
– ¿Me siguieron?
– ¿No viste al mendigo que iba detrás de ti a cierta distancia?
– No -admitió el joven-. Estaba absorto en mis pensamientos.
– El mendigo era un templario -dijo su interlocutor-. Te han estado vigilando desde que te presentaste ante el consejo. Cuando los templarios te siguen la pista es aconsejable vigilar la espalda.
– Agradezco la advertencia -repuso Sorak.
– Volveremos a hablar -se despidió el desconocido, meneando la cabeza.
– ¿Cómo me pondré en contacto con vosotros?
– Cuando llegue el momento, nosotros nos pondremos en contacto contigo -respondió el encapuchado.
– ¿Por qué quieren verme muerto los templarios? -inquirió Sorak.
– No lo sé -replicó el otro-, a menos, quizás, que les hayas dicho algo de tu misión para buscar al Sabio.
– Só o lo se lo he dicho a dos personas -contestó Sorak-, a Krysta y al consejero Rikus.
– Rikus no siente el menor cariño por los templarios -aseguró el desconocido-. No tendría ningún motivo para contarles nada. Krysta mira por sus propios intereses en primer lugar y ante todo, pero es lo bastante rica como para no sentirse tentada por cualquier recompensa que los templarios pudieran ofrecer a cambio de información sobre ti. También siente una fuerte devoción por Rikus y no iría en contra de sus deseos. A menos que tú tengas motivos para pensar diferente.
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