Simon Hawke - El desterrado

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Sorak es un mestizo, abandonado en el desierto, que es rescatado por una druida errante y educado después en la Disciplina del Druida y La Senda del Protector. Busca sus orígenes y al misterioso hechicero conocido como "El Sabio", cuya vida corre peligro. En esta aventura épica será acompañado por Ryana, la hermosa sacerdotisa villichi que ha quebrantado sus votos para acompañarlo, y por la encantadora y mimada hija de un rey-hechicero. Juntos desafiarán los peligros del desolador desierto arthesiano, en el mundo del Sol Oscuro. Por primera vez, en un solo volumen, la trilogía "La Tribu de Uno", de Simon Hawke, que en su día se publicó en tres libros: "El Desterrado", "El Peregrino" y "El Nómada".

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Se oyó el sonido de un postigo al abrirse y volver a cerrarse luego rápidamente con un portazo. Sorak alzó la vista y vio rostros que lo contemplaban desde varias ventanas con los postigos abiertos. Al ver que él levantaba la cabeza, todos desaparecieron apresuradamente dentro de sus habitaciones.

Será mejor que no nos quedemos mucho por aquí, aconsejó la Guardiana. Resultaría un poco embarazoso si nos tropezáramos con la guardia de la ciudad.

– Fue en defensa propia -protestó Sorak-. Pero tienes razón. No hay motivo para enemistarnos con el capitán Zalcor, ni con el consejo de asesores.

Empezó a andar a buen paso y con decisión por las oscuras y desiertas calles, de regreso a La Araña de Cristal. Nadie lo llamó ni intentó detenerlo. Lo cierto es que, si alguien había presenciado la rapidez con que se había deshecho de aquellos hombres, eso por sí mismo ya debía de haber sido disuasión suficiente. Pero en el mercado elfo la gente acostumbraba ocuparse de sus asuntos, por su propio bien.

Si esos hombres no pertenecían a la Alianza, entonces ¿quiénes eran y por qué nos atacaron?, preguntó Eyron.

– No lo sé. A lo mejor eran simples asesinos que buscaban nuestro dinero -sugirió Sorak.

No parecían asesinos corrientes, respondió la Guardiana. Además iban armados con espadas de hierro.

Pues, si no eran miembros de la Alianza ni asesinos, ¿qué nos queda?, insistió Eyron.

¿Soldados?, apuntó Poesía.

– ¿Soldados? -Sorak se detuvo en seco.

Los soldados van bien armados, al fin y al cabo, manifestó Poesía, y casi inmediatamente perdió todo interés por el asunto y empezó a silbar una vigorosa melodía.

Soldados, se dijo Sorak. Desde luego, aquellos hombres podían haber sido soldados disfrazados. Y eso, claro está, quería decir que los había enviado el consejo, o quizá los templarios. Pero ¿por qué habrían de querer verlo muerto?, ¿para evitar tener que pagarle una recompensa por su información? Sin duda, ésa era una razón demasiado mezquina; debía de existir otra explicación. Si es que eran auténticos soldados, pues él no tenía ninguna prueba de ello, aunque de improviso parecía ser la posibilidad más verosímil. Y ello explicaría que fueran disfrazados de mendigos. No convenía al gobierno que se viera a los soldados de la guardia de la ciudad asesinando a alguien en la calle, y Krysta ya lo había prevenido sobre los templarios. Pero ¿qué tenían que temer de él los templarios?

Los templarios fueron antes servidores del rey profanador, advirtió Eyron. Quizá no han abandonado realmente sus antiguas costumbres.

– Pero se dice que los templarios perdieron su magia cuando Kalak fue asesinado -explicó Sorak-. Y la magia profanadora está prohibida en la ciudad.

Prohibido no significa eliminado, le recordó Eyron. Con Kalak, los templarios disfrutaban de mucho más poder. Hubo un tiempo en que eran la ley en Tyr. Ahora el consejo los ha reemplazado y es probable que no estén satisfechos con su nuevo papel más reducido.

Tenía sentido, se dijo Sorak. Pero seguía sin explicar por qué los templarios lo consideraban una amenaza. A menos, claro está, que supieran que buscaba el avangion, aunque él no lo había mencionado más que a Rikus y Krysta, y sabía que ninguno de ellos habría compartido esta información con los templarios.

De alguna forma, sin pretenderlo, había ido a tropezar con una especie de intriga. El equilibrio de poder en Tyr se columpiaba muy precariamente, y, sin comprender en realidad cómo o por qué, él se encontraba en el fulcro de aquel punto de equilibrio. ¿Cuál era con exactitud la naturaleza de su implicación? La pregunta siguió corroyéndolo mientras regresaba a la casa de juego, y andaba tan absorto en sus pensamientos que no detectó al mendigo andrajoso que lo seguía a una discreta distancia.

El templario se aseguró de mantener toda la distancia posible entre él y el elfling, justo la suficiente para no perderlo de vista. Después de lo que había presenciado, no tenía intención de acercarse más. Había seguido a Rokan y a los otros, ya que era su responsabilidad informar a Timor y, a pesar de lo mucho que temía a Rokan, temía aún más al sumo templario.

Lo horrorizaba tener que regresar junto a Timor y contarle lo sucedido, pero sabía que lo haría: no tenía otra elección. Culparía a Rokan. El malhechor y sus secuaces lo habían fastidiado todo. Mientras acechaba desde las sombras en el otro extremo de la calle, el templario había visto a dos de los bandidos atacar al elfling, y había contemplado la devastadora y espantosa velocidad con que el otro se había deshecho de ellos. Había visto cómo Rokan, listo para unirse a la refriega, daba un traspié en la calle, aunque no había visto la saeta que se había clavado en el cabecilla de los bandidos, y había supuesto que el hombre había tropezado mientras intentaba detener su carrera hacia adelante al ver lo que el elfling había hecho a sus camaradas. El muy cobarde había dado media vuelta y huido, y los otros dos bandidos ni siquiera habían salido de su escondrijo en el callejón. Sin duda, pensó el templario, también habían escapado. Eso era lo que sucedía cuando se utilizaba escoria como aquélla para un trabajo así, observó para sí. Eran criminales, y no se podía confiar en criminales. Pero el elfling…

El templario se había ocultado entre las sombras cuando pasó el elfling y lo había oído hablar consigo mismo; una conversación incoherente, como si conversara con espíritus invisibles. No había oído más que la voz del joven, pero éste parecía estar hablando con alguien y dando respuestas, y el templario se había estremecido al oírlo. El elfling estaba loco o habitado por espíritus; en cualquier caso, resultaba increíblemente peligroso.

El hombre no había visto nunca a nadie moverse con tanta rapidez, y tampoco había visto nunca nada parecido al modo en que las espadas de los malhechores se habían hecho añicos al chocar con la del elfling. ¡Eran hojas de hierro! El hierro no se rompía así. ¡Y aquella espada! Incluso en la oscuridad, el templario había visto la reluciente hoja, ¡y era de acero! Con una forma que jamás había visto antes. Una espada de acero como aquélla valdría una fortuna, y no se trataba de acero corriente, además. El hierro no se partía sobre el acero corriente. El esbirro de Timor sabía reconocer la magia cuando la veía.

Siguió al elfling y lo vio regresar a la casa de juego; luego se encaminó de vuelta al barrio de los templarios. Era muy tarde, y Timor estaría sin duda dormido a estas horas. No le agradaba la idea de tener que despertar al sumo templario, pero esta nueva información no podía esperar, y Timor querría conocerla de inmediato. El templario no sabía quién era este elfling o qué proyectaba, pero desde luego se trataba de alguien muy excepcional, que además se había entrevistado en secreto con el consejero Rikus en la casa de juego.

Esto significaba problemas, problemas seguros para los templarios y para el plan de Timor. Quizás el sumo templario había subestimado a Rikus y a Sadira; principalmente, era posible que hubiera subestimado a Sadira. ¿Qué sabían ellos con exactitud sobre la hechicera? Había salido del total anonimato para convertirse en la mujer más poderosa de Tyr, y, aunque había renunciado a sus antiguas artes profanadoras, poseía una magia muy potente. ¿Qué había hecho para acumular tal poder? ¿Y con qué fuerzas había estado en contacto mientras había estado lejos de Tyr?

Se rumoreaba que había viajado con los Corredores del Sol, una de las tribus elfas más temibles. Y ahora, surgido de la nada, aparecía un elfling en la ciudad, que se hacía pasar por un simple pastor que de forma involuntaria ha descubierto un complot para infiltrar espías nibeneses en Tyr. Y este autoproclamado «pastor» celebra una reunión clandestina con el mul favorito de Sadira, Rikus, y luego de improviso empieza a trabajar en La Araña de Cristal, cuya propietaria es una semielfa. También de repente, en medio de la noche, este personaje se dirige a una taberna conocida por ser un punto de contacto para la Alianza del Velo y, cuando lo atacan, demuestra una maestría en la lucha que ninguno de los soldados de la ciudad podría igualar, y con una espada encantada, además.

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