Simon Hawke - El desterrado

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Sorak es un mestizo, abandonado en el desierto, que es rescatado por una druida errante y educado después en la Disciplina del Druida y La Senda del Protector. Busca sus orígenes y al misterioso hechicero conocido como "El Sabio", cuya vida corre peligro. En esta aventura épica será acompañado por Ryana, la hermosa sacerdotisa villichi que ha quebrantado sus votos para acompañarlo, y por la encantadora y mimada hija de un rey-hechicero. Juntos desafiarán los peligros del desolador desierto arthesiano, en el mundo del Sol Oscuro. Por primera vez, en un solo volumen, la trilogía "La Tribu de Uno", de Simon Hawke, que en su día se publicó en tres libros: "El Desterrado", "El Peregrino" y "El Nómada".

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Varias personas levantaron la vista para mirarlo cuando pasó al interior. Sorak se detuvo y miró a su alrededor, luego se llevó la mano a la boca, como si se frotara la barbilla pensativo. Si alguien reconoció la señal, nadie lo demostró. El joven se encaminó a la barra.

– ¿Qué será, forastero? -preguntó el camarero con indiferencia al tiempo que limpiaba el trozo de barra situado frente a él con un trapo mugriento.

– ¿Podría tomar un poco de agua, por favor?

– ¿Agua? -exclamó el camarero, enarcando las pobladas cejas-. Esto es una vinatería, amigo. Si quieres agua, ve a beber de un pozo. Yo tengo un negocio que atender aquí.

– Muy bien -concedió Sorak-. Tomaré vino, entonces.

El encargado elevó los ojos al cielo, y luego indicó las estanterías llenas de botellas que tenía a la espalda.

– Tengo toda clase de vino -dijo-. ¿Cuál te gustaría?

– Cualquier clase.

– ¿No tienes ninguna preferencia?

– Da lo mismo -repuso el joven.

– Bien -suspiró exasperado el camarero-, ¿quieres un vino barato, un vino de precio asequible o un vino caro?

– Lo que pueda pagar con esto -indicó Sorak, depositando un par de monedas de plata.

– Eso puede pagar casi todo lo que quieras de aquí -afirmó el otro, recogiendo las monedas con un movimiento rápido y experimentado. Colocó una copa frente a Sorak y luego tomó un pequeño escabel, dio unos pasos barra abajo, y se subió a él para alcanzar una de las botellas del estante superior. Sopló la capa de polvo que cubría la botella, la abrió, y la puso ante el joven.

– ¿Era eso suficiente para una botella? -preguntó Sorak.

El camarero lanzó una risita divertida.

– Amigo, con eso mucha gente podría beber aquí toda la noche y aún más. No sé de dó o nde eres, y no es que me importe, pero desde luego eres nuevo aquí en la ciudad. Acepta un consejo de amigo: entérate mejor de lo

que cuestan las cosas. Podría haberte estafado con facilidad hace un instante.

– Es bueno encontrar a un hombre honrado.

– Sí, pero eso no me h k a hecho más rico -se quejó él.

– ¿Quieres beber conmigo?

– No tengo ningún inconveniente. -El encargado se hizo con una copa y llenó la suya y la de Sorak-. ¿Por qué bebemos?

Sorak se pasó la mano por la parte inferior del rostro.

– ¿Qué tal por nuevas alianzas?

Mientras lo decía, Sorak se replegó al interior y la Guar – diana tomó el control.

– Me gusta -dijo el hombre; hizo chocar su copa con la de Sorak y bebió-. Me llamo Trag.

– Sorak -repuso la Guardiana. Luego, hablando interiormente a Sorak y a los otros, siguió:

Conoce la señal, pero se muestra cauteloso.

Trag vio que Sorak volvía a dejar la copa sin haber bebido y frunció el entrecejo.

– ¿Propones un brindis y luego no bebes?

– No me gusta el vino.

– Rayos y truenos, entonces ¿por qué has pagado una de mis botellas más caras? -exclamó, poniendo los ojos en blanco.

– Porque no tenías agua y, como dijiste, tienes un negocio que atender.

– Eres un tipo raro, amigo -comentó Trag con una carcajada-. Vienes a una taberna, pero no quieres vino. Compras mi cosecha más cara, pero ni siquiera te dignas probarla. De todos modos, a los clientes que pagan tan bien como tú se les puede permitir que sean excéntricos.

La Guardiana sondeó su mente mientras hablaba. Conocía la existencia de la Alianza del Velo, y había captado el apenas disimulado comentario, pero no formaba parte del grupo clandestino y no tenía más relación con él que saber que su taberna era un frecuente punto de contacto para ellos. Interiormente, simpatizaba con los objetivos de la Alianza, pero ellos lo habían mantenido ignorante de sus asuntos adrede para que no pudiera delatarlos a los templarios si era arrestado e interrogado.

Este hombre no puede ayudarnos, dijo Eyron. Malgastamos el tiempo con él.

El tiempo jamás se malgasta, replicó Sorak. Simplemente transcurre. Trag reconoció la señal, y alguien más puede haberla reconocido también.

– Parece que tienes unos parroquianos muy interesantes -observó la Guardiana.

– Abro tarde y cierro tarde -respondió Trag con un encogimiento de hombros-. Eso atrae a los habitantes de la noche.

– ¿Los habitantes de la noche?

– Aquellos que duermen de día y permanecen despiertos toda la noche -explicó Trag, y añadió con una sonrisa-: Ya veo que no te has criado en una ciudad. En las provincias, la gente se levanta con el sol y se acuesta cuando se pone; en una ciudad, las cosas son diferentes. Una ciudad nunca duerme. A mí también me gusta la noche; es más fresca, y la oscuridad le va mejor a mi temperamento, y los que viven de noche suelen ser más interesantes. Aquí vienen gentes de todo tipo.

– ¿A qué tipo de gentes te refieres?

– Oh, pues casi de cualquier clase que te puedas imaginar -respondió Trag-, excepto la gente supuestamente de la mejor clase: vagabundos, ladrones, mercaderes sin suerte, simples peones, bardos… Una taberna pequeña como ésta no puede esperar competir con lugares como La Araña de Cristal. En un lugar como éste no encontrarás bailarinas ni juegos con apuestas elevadas, puesto que la mayoría de mis clientes apenas si pueden pagarse un vaso de vino para mantenerse calientes. Los mendigos a menudo entran para huir del helado aire nocturno. A mí no me importa, siempre y cuando se gasten una pieza o dos de cerámica. Algunos pagan una copa de vino barato y hacen que dure todo lo posible; otros se gastan todas las piezas que han conseguido mendigando durante el día y beben hasta quedar inconscientes. Corren malos tiempos en Tyr estos días, y, cuando los tiempos son malos, a la gente le gusta beber. -Hizo un gesto de indiferencia-. Claro que, si se piensa bien, a la gente siempre le gusta beber. Hace que el mundo parezca menos agobiante durante un rato. Aunque tú eres la excepción, por lo que parece. No entraste aquí para beber, así que ¿cuál es tu motivo?

– No hay un motivo concreto -respondió la Guardiana-. Soy nuevo en la ciudad, y oí que éste podía ser un buen lugar para hacer contactos interesantes.

– ¿De verdad? ¿A quién se lo oíste?

Desconfí í a, advirtió la Guardiana. Cree que podemos ser un agente de los templarios.

Pero si no sabe nada, ¿qué motivos puede tener para preocuparse?, inquirió Eyron.

Empiezo a aburrirme, interpuso Kivara.

Cállate, Kivara, ordenó Sorak, irritado. Lo único que le faltaba era tener que enfrentarse a la impaciencia infantil de la entidad en un momento como éste.

– Pues, lo oí decir en alguna parte -contestó la Guardiana en voz alta.

– ¿Y dónde fue eso? -insistió Trag en tono indiferente, tomando otro trago.

Recela porque nosotros no bebemos, y porque alguien más ha estado aquí no hace mucho, preguntando por la Alianza del Velo, informó la Guardiana, captando de improvis siv o aquel pensamiento en la mente de Trag. La persona llamaba la atención y era bastante torpe… Espera. Veo su imagen mientras piensa en ella… ¡Era el bandido!

¿Digon?

– En el mercado, creo -dijo la Guardiana, respondiendo a la pregunta de Trag-. Sí, debió de ser uno de los vendedores del mercado.

Trag no pareció reconocer mi nombre, comentó Sorak interiormente.

No, respondió la Guardiana. No lo ha oído antes.

Entonces es que Digon no lo mencionó cuando vino aquí a indagar, repuso el joven. Pero al menos hizo lo que le ordené.

Si llamó la atención y se mostró torpe, no te hizo ningún favor, intervino Eyron. No hay duda de que este Trag está en guardia.

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