– No mucho -respondí. Miré al otro lado de la barra y le hice una seña a Laurel para que me trajera un poco de lo que hubiera en los fogones.
– ¿Te interesa la opinión de una dama? -preguntó Fela con dulzura.
– Me conformaría con la tuya.
Simmon soltó una carcajada y Fela hizo una mueca.
– No te lo tendré en cuenta -dijo-. Venga, cuéntaselo todo a tía Fela.
Le hice un resumen. Describí la situación lo mejor que pude, pero lo fundamental parecía resistirse a una explicación. Cuando intentaba expresarlo con palabras, parecía estúpido.
– Y eso es todo -dije tras varios minutos de abordar torpemente el tema-. O es todo de lo que quiero hablar. Denna me desconcierta como nada en el mundo. -Arranqué una astilla del tablero de la mesa con un dedo-. Odio no entender una cosa.
Laurel me trajo pan caliente y un cuenco de sopa de patata.
– ¿Algo más? -me preguntó.
– No, gracias. -Le sonreí, y luego, cuando se dio la vuelta y volvió a la barra, observé su vista trasera.
– Muy bien -dijo Fela poniéndose seria-. Empecemos por tus puntos a favor. Eres encantador, guapo y muy cortés con las mujeres.
– Pero ¿no has visto cómo miraba a Lauren hace un momento? -terció Sim riendo-. Es un libidinoso de miedo. Mira a más mujeres de las que yo podría mirar si tuviera dos cabezas sobre un cuello giratorio como el de un búho.
– Es verdad -admití.
– Hay maneras y maneras de mirar -le dijo Fela a Simmon-. Hay hombres que te repasan con una mirada grasienta. Te dan ganas de darte un baño. Otros lo hacen con una mirada agradable que te ayuda a saber que eres hermosa. -Se pasó una mano por el pelo distraídamente.
– Tú no necesitas que te lo recuerden -dijo Simmon.
– Todos necesitamos que nos lo recuerden -lo contradijo ella-. Pero Kvothe es diferente. Él lo hace con mucha seriedad. Cuando te mira, notas que toda su atención está centrada en ti. -Se rió de mi expresión de bochorno-. Esa fue una de las cosas que me gustó de ti cuando nos conocimos.
El rostro de Simmon se ensombreció, y traté de adoptar un aire absolutamente inofensivo.
– Pero desde que has vuelto, se ha convertido en algo casi físico -continuó Fela-. Ahora, cuando me miras, ocurre algo detrás de tus ojos. Algo con reminiscencias de fruta dulce, sombras y luz de lámparas. Algo salvaje de lo que las doncellas feéricas huyen bajo un cielo violeta. Es algo terrible. Me gusta. -Se rebulló un poco en el asiento, y aprecié en sus ojos un brillo travieso.
Aquello fue demasiado para Simmon. Apartó su silla de la mesa y fue a levantarse mientras hacía gestos imprecisos.
– Bueno, pues… Yo… Bueno…
– No, corazón -dijo Fela, y le puso una mano sobre el brazo-. Calla. No tiene nada que ver con eso.
– No me digas que me calle -le espetó Sim, pero se quedó sentado.
Fela le acarició la nuca.
– No es nada de lo que tengas que preocuparte. -Rió, como si esa idea le pareciera ridícula-. Me tienes fuertemente atada a ti, más de lo que imaginas. Pero eso no significa que de vez en cuando no pueda disfrutar con un pequeño cumplido.
Sim tenía el ceño fruncido.
– ¿Qué quieres? ¿Que me enclaustre? -preguntó Fela. Su voz tenía un deje de irritación, entreverado en la ligera cadencia de su acento modegano-. ¿Cómo te sientes cuando Mola se dedica a coquetear contigo? -Simmon abrió la boca y pareció que intentara palidecer y sonrojarse al mismo tiempo. Fela se rió de su desconcierto-. Dioses minúsculos, Sim. ¿Acaso crees que estoy ciega? Es algo inofensivo, y te hace sentirte bien. ¿Qué mal hay en eso?
– Ninguno, supongo -concedió Sim tras una pausa. Levantó la cabeza, me miró con una sonrisa temblorosa en los labios y se apartó el pelo de los ojos-. Pero no se te ocurra mirarme de esa forma que ha mencionado Fela, ¿de acuerdo? -Su sonrisa se ensanchó, ya más sincera-. No sé si podría soportarlo.
Le devolví la sonrisa sin pensarlo. Sim tenía el don de hacerme sonreír.
– Además -le dijo Fela-, eres perfecto tal como eres. -Lo besó en una oreja como si quisiera recompensarlo por su cambio de actitud, y luego me miró a mí-. Contigo, en cambio, no me enredaría ni por todo el oro del mundo -dijo rotundamente.
– ¿Qué quieres decir con eso? -pregunté-. ¿Y mi mirada? ¿Y mi nosequé misterioso y feérico?
– Ah, sí, eres fascinante. Pero una chica busca algo más que eso. Busca a un hombre que tenga devoción por ella.
Negué con la cabeza.
– Me niego a arrojarme a sus pies como todos los hombres que ha conocido. Lo odia. He visto lo que pasa con mis propios ojos.
– ¿Nunca se te ha ocurrido pensar que quizá ella sienta lo mismo? -me preguntó Fela-. Te recuerdo que gozas de cierta reputación entre las mujeres.
– ¿Qué quieres que haga? ¿Que me enclaustre? -dije repitiendo lo que Fela le había dicho a Sim, aunque con más brusquedad de la que pretendía-. ¡Por el carbonizado cuerpo de Dios, la he visto en los brazos de diez docenas de hombres! ¿Y ahora ella se ofende si llevo a otra mujer a ver una obra de teatro?
Fela me miró con franqueza.
– Has hecho algo más que ir a dar paseos en coche. Las mujeres hablan.
– Maravilloso. Y ¿qué dicen? -pregunté con amargura, bajando la vista hacia mi sopa.
– Que eres encantador -respondió Fela-. Y educado. Y que no se te escapan las manos, lo cual en algunos casos, por lo visto, es motivo de frustración. -Esbozó una pequeña sonrisa.
Levanté la cabeza, intrigado.
– ¿Quién?
Fela titubeó.
– Meradin -confesó-. Pero yo no te lo he dicho.
– No me dijo ni veinte palabras durante la cena -dije meneando la cabeza-. ¿Y después se queja de que no le metiera mano? Creía que me odiaba.
– Estamos muy lejos de Modeg -dijo Fela-. En esta parte del mundo, la gente no es muy razonable respecto al sexo. Hay mujeres que no saben cómo tratar a un hombre que no hace insinuaciones audaces.
– Muy bien -dije-. Y ¿qué más dicen?
– Nada excesivamente sorprendente. No eres abusón, pero tampoco es muy difícil activarte. Eres generoso, ingenioso y… -Dejó la frase sin terminar, como si se sintiera incómoda.
– Adelante -la animé.
Fela suspiró y añadió:
– Distante.
No era el duro golpe que yo esperaba.
– ¿Distante?
– A veces, lo único que quieres es cenar -dijo Fela-. O tener compañía. O conversación. O que alguien te dé un tiento cariñoso. Pero básicamente, lo que quieres es que un hombre… -Frunció el ceño y volvió a empezar-. Cuando estás con un hombre… -Volvió a dejar la frase colgada.
– Di lo que quieres decir -la exhorté inclinándome hacia delante.
Fela encogió los hombros y miró hacia otro lado.
– Si tú y yo estuviéramos juntos, algo en mí me diría que ibas a abandonarme. No enseguida. No con malicia, ni por crueldad. Pero sabría que ibas a abandonarme. No pareces la clase de hombre que sienta la cabeza y se queda con una chica para siempre. Al final, encontrarías algo más importante que yo y me dejarías.
Empujé con la cuchara un trozo de patata de mi cuenco de sopa, sin saber qué pensar.
– Tiene que haber algo más que solo devoción -terció Sim-. Kvothe lo pondría todo patas arriba por su chica. Supongo que de eso te das cuenta, ¿no?
– Supongo que sí -dijo Fela en voz baja, mirándome largamente.
– Pues si tú te das cuenta, Denna también debe de darse cuenta -señaló Simmon con tino.
Fela sacudió la cabeza.
– Para mí es fácil verlo porque estoy lejos.
– ¿El amor es ciego? -dijo Sim riendo-. ¿Ese es el único consejo que piensas darle? -Miró al techo-. ¡Por favor!
– Yo nunca he dicho que esté enamorado -intervine-. Nunca lo he dicho. Denna me desconcierta, y le tengo cariño. Pero no hay nada más. ¿Cómo iba a haber algo más? No la conozco lo suficiente para aspirar a amarla. ¿Cómo voy a amar algo que no comprendo?
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