Su mirada se endureció, y sacudió la cabeza.
– Hay una gran diferencia entre un obsequio hecho libremente y otro que intenta atarte a un hombre.
– Eso es verdad -admití-. El oro puede formar una cadena, igual que el hierro. Sin embargo, no se le puede reprochar nada a un hombre por querer decorarte.
– No -dijo ella con una sonrisa entre burlona y cansada-. Muchas de sus sugerencias son bastante indecorosas. -Me miró-. ¿Y tú? ¿Prefieres verme bien decorada o bien indecorosa?
– Le he estado dando unas cuantas vueltas -dije sonriendo por dentro, pensando en el anillo de Denna que tenía guardado en mi habitación de Anker's. La miré de arriba abajo con mucho detenimiento-. Ambas cosas tienen sus ventajas, pero el oro no es para ti. Tú brillas demasiado, no hace falta bruñirte.
Denna me cogió el brazo, me lo apretó y me dedicó una tierna sonrisa.
– Ay, mi Kvothe, te he echado de menos. En buena parte, la razón por la que vine a este rincón del mundo era con la esperanza de encontrarte. -Se levantó y me tendió el brazo-. Anda, salgamos y llévame lejos de aquí.
Historias de piedras
Por el largo camino de regreso a Imre, Denna y yo hablamos de un sinfín de cosas sin importancia. Ella me habló de ciudades que había conocido: Tinué, Vartheret, Andenivan. Yo le hablé de Ademre y le enseñé algunos signos de su lenguaje.
Denna se burló de mi fama cada vez mayor, y yo le conté la verdad que había detrás de las historias. Le expliqué cómo habían acabado las cosas con el maer, y ella se solidarizó conmigo y se sintió debidamente indignada.
Pero hubo muchas cosas de las que no hablamos. Ninguno de los dos mencionó cómo nos habíamos separado en Severen. Yo no sabía si Denna se había marchado airada después de nuestra discusión, o si creyó que yo la había abandonado. Me pareció arriesgado preguntar. Una conversación sobre aquello resultaría, como mínimo, incómoda. Y en el peor de los casos podría reavivar nuestra discusión anterior, y eso era algo que yo quería evitar por todos los medios.
Denna llevaba consigo su arpa, así como un gran baúl de viaje. Deduje que debía de haber acabado su canción y que debía de haber empezado a tocarla en público. Me preocupaba que la tocara en Imre, donde la oirían muchos cantantes y trovadores y la difundirían por el mundo.
Pese a todo, no dije nada. Sabía que aquella sería una conversación difícil, y necesitaba escoger cuidadosamente el momento.
Tampoco mencioné a su mecenas, aunque lo que me había dicho el Cthaeh me remordía el pensamiento. No podía dejar de pensar en ello. Soñaba sobre ello.
Tampoco hablamos de Felurian. Denna bromeó sobre el «rescate de los bandidos» y «el asesinato de las vírgenes», pero nunca mencionó a Felurian. Debía de haber oído la canción que yo había compuesto, porque se había hecho mucho más popular que las otras historias que, por lo visto, Denna conocía tan bien. Pero no la mencionó, y yo no estaba tan loco como para sacar el tema a colación.
De modo que quedaron muchas cosas sin decir. La tensión fue aumentando entre nosotros mientras nuestro carro iba dando tumbos por el camino. Había pausas y lagunas en la conversación, silencios que se prolongaban demasiado, silencios breves pero tremendamente hondos.
Estábamos atrapados en medio de uno de aquellos silencios cuando por fin llegamos a Imre. Dejé a Denna en La Cabeza de Jabalí, donde tenía intención de alquilar habitaciones. La ayudé a subir su baúl, pero allí el silencio se hizo aún más profundo. Así es que lo orillé rápidamente, me despedí con cariño y me marché sin siquiera besarle la mano.
Aquella noche se me ocurrieron diez mil cosas que habría podido decirle. Me quedé tumbado contemplando el techo y no me dormí hasta muy entrada la madrugada.
Me desperté temprano; estaba nervioso e intranquilo. Desayuné con Simmon y Fela, y luego fui a Simpatía Experta, donde Fenton me venció con facilidad en tres duelos seguidos, colocándose en el primer lugar de la clasificación por primera vez desde mi regreso a la Universidad.
No tenía más clases, así que me bañé y pasé un buen rato estudiando mis trajes antes de decidirme por una camisa sencilla y aquel chaleco verde que, según Fela, realzaba el color de mis ojos. Le di a mi shaed forma de capa corta y luego decidí no ponérmelo. No quería que Denna pensara en Felurian cuando fuera a visitarla.
Por último me puse el anillo de Denna en el bolsillo del chaleco y crucé el río en dirección a Imre.
Llegué a La Cabeza de Jabalí y apenas tuve tiempo de tocar el picaporte, porque Denna abrió la puerta y salió a la calle poniéndome en las manos un cesto de comida.
Me quedé pasmado.
– ¿Cómo sabías…?
Denna llevaba un vestido azul claro que la favorecía, y sonrió, encantadora, al enlazar su brazo con el mío.
– Intuición femenina.
– Ah -dije dándomelas de sabio y enterado. La proximidad de Denna era casi dolorosa. El calor de su mano sobre mi brazo, su olor a hojas verdes y a la atmósfera que precede a una tormenta de verano-. Y ¿también sabes adónde vamos?
– Únicamente que me vas a llevar allí. -Se volvió y me miró, y noté su aliento en el cuello-. Deposito feliz toda mi confianza en ti.
La miré con intención de decir algo ingenioso, alguna de todas aquellas frases que había pensado la noche anterior. Pero cuando vi sus ojos, las palabras me abandonaron. Me quedé maravillado, no sé cuánto rato. Durante un largo momento fui completamente suyo…
Denna rió, sacándome de un ensueño que pudo durar un instante o un minuto. Salimos de la ciudad charlando animadamente, como si entre nosotros dos nunca hubiera habido más que sol y primavera.
La llevé a un sitio que había descubierto recientemente, una pequeña hondonada oculta detrás de un bosquecillo. Un arroyo serpenteaba junto a un itinolito tumbado a lo largo en el suelo, y el sol brillaba sobre un prado de margaritas que alzaban la cara hacia el cielo.
Cuando remontamos la pendiente y vimos aquella alfombra de margaritas que se extendía ante nosotros, Denna contuvo la respiración.
– He esperado mucho tiempo para enseñarles a estas flores lo hermosa que eres -dije.
Con eso me gané un abrazo entusiasta y un beso que me dejó la mejilla ardiendo. Pero fueron ambos rapidísimos. Desconcertado y sonriente, guié a Denna por el prado de margaritas hacia el itinolito junto al arroyo.
Una vez allí, me quité los zapatos y los calcetines. Denna también se descalzó y se anudó la falda; entonces corrió hasta el centro del arroyo, hasta que el agua le llegó más arriba de las rodillas.
– Dime, ¿conoces el secreto de las piedras? -preguntó mientras metía la mano en el agua. Se le mojó el dobladillo del vestido al inclinarse, pero eso no pareció importarle.
– No. ¿Qué secreto?
Denna sacó una piedra lisa y oscura del lecho del arroyo y me la mostró.
– Ven a verlo.
Terminé de arremangarme los pantalones y fui hacia el agua. Denna sostenía la piedra mojada en alto.
– Si la sostienes en la mano y la escuchas… -Lo hizo, cerrando los ojos. Se quedó quieta un largo momento, con la cara vuelta hacia arriba, como una flor.
Estuve tentado de besarla, pero me dominé.
Por fin abrió sus oscuros ojos. Me sonreían.
– Si la escuchas bien, te contará una historia.
– ¿Qué historia te ha contado? -pregunté.
– Una vez vino un niño al agua -dijo Denna-. Esta es la historia de una niña que vino al agua con el niño. Hablaron, y el niño lanzaba las piedras como si quisiera alejarlas bien de sí. La niña no tenía piedras, y el niño le dio algunas. Entonces la niña se entregó al niño, y él la alejó de sí como habría hecho con una piedra, sin importarle lo que ella pudiera sentir al caer.
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