La sentaron con brutalidad en un sillón de metal, alrededor de sus muñecas y tobillos se cerraron dolorosamente unas frías y apretadas abrazaderas. Antes de que las mandíbulas de hierro de un torno le apretaran la sien y le inmovilizaran la cabeza, le dio tiempo a mirar a lo largo de la amplia y brillante sala. Vio otro sillón, una extraña construcción de acero sobre un pedestal de piedra.
– Ciertamente -escuchó la voz de Vilgefortz, quien estaba detrás de ella-. Este sillón es para tu Ciri. Espera desde hace mucho tiempo, ya no aguanta la espera. Yo tampoco.
Le escuchaba muy cerca de ella, hasta sentía su aliento. Le clavaba agujas en la piel de la cabeza, le aferró algo a los lóbulos de las orejas. Luego se puso de pie delante de ella y se quitó la máscara. Yennefer lanzó un suspiro sin quererlo.
– Esto es obra de tu Ciri, precisamente -dijo, mientras señalaba lo que antaño habían sido unos rasgos de belleza clásica, ahora terriblemente destrozados, atravesados por unos enganches y grapas de oro que sujetaban un cristal multifacetado en la órbita izquierda-. Intenté cogerla cuando entraba en el telepuerto de la Torre de la Gaviota -explicó con serenidad el hechicero-. Quería salvar su vida, estaba seguro de que el teleporte la iba a matar. ¡Ingenuo! Lo atravesó tan sencillamente, con tanta fuerza, que el portal estalló, me explotó en la propia cara. Perdí un ojo y la mejilla izquierda, también bastante piel en el rostro, el cuello y el pecho. Muy triste, muy doloroso y muy capaz de complicar la vida. Y muy feo, ¿no es cierto? Ja, tendrías que haberme visto antes de que comenzara a regenerarlo mágicamente.
»Si creyera en tales cosas -continuó, al tiempo que le introducía en la nariz un tubito de cobre- pensaría que es una venganza de Lydia van Bredevoort. Desde la tumba. Estoy regenerándolo, pero muy despacio, lenta y penosamente. La reconstrucción de los globos oculares, sobre todo, presenta muchas dificultades… El cristal que tengo en la órbita del ojo cumple estupendamente su función, veo en tres dimensiones, pero de todos modos es un cuerpo extraño, la falta de un globo ocular propio me conduce a veces a verdaderos estallidos. Entonces, embargado por una rabia ciertamente irracional, me juro a mí mismo que si agarro a Ciri, nada más cogerla le ordenaré a Rience que le saque uno de esos grandes ojos verdes. Con los dedos. Con estos dedos, como acostumbra a decir. ¿Guardas silencio, Yennefer? ¿Sabes que tengo ganas de sacarte un ojo a ti también? ¿O los dos?
Le estaba clavando gruesas agujas en las venas del dorso de la mano. A veces no acertaba, le traspasaba hasta el hueso. Yennefer apretó los dientes.
– Me has causado problemas. Me has obligado a alejarme de mi trabajo. Me has expuesto a riesgos. Metiéndote con ese barco en el Abismo de Sedna, en mi Absorbedor… El eco de nuestro pequeño duelo fue muy fuerte y alcanzó lejos, pudo haber llegado a oídos curiosos y no permitidos. Pero no fui capaz de contenerme. La idea de que te iba a poder tener aquí, de que te iba a poder conectar a mi escáner, era demasiado atractiva.
«Porque seguro que no creerás -le clavó otra aguja- que me dejé engatusar por tu provocación. Que me tragué el anzuelo. No, Yennefer, si piensas así, confundes el cielo con las estrellas que se reflejan por la noche en la superficie de un estanque. Tú me perseguías y al mismo tiempo yo te perseguía a ti. Al cruzar el Abismo, simplemente me facilitaste la tarea. Porque yo, como ves, no puedo escanear a Ciri, ni siquiera con ayuda de esta herramienta que no tiene igual. La muchacha tiene un poderoso mecanismo defensivo de nacimiento, una poderosa aura antimágica y supresora propia: al fin y al cabo es de la Vieja Sangre… Pero aun así mi superescáner debiera poder encontrarla. Y no la encuentra.
Yennefer ya estaba completamente cubierta por una red alambres de plata y cobre, entibada por un andamiaje de tubitos de plata y porcelana. En unos soportes pegados al sillón se agitaban unos recipientes de cristal que contenían unos líquidos incoloros.
– Así que pensé -Vilgefortz le introdujo otro tubito en la nariz, esta vez de cristal- que la única forma de escanear a Ciri era una sonda empática. Sin embargo, para ello me era necesaria una persona que tuviera con la muchacha un contacto emocional lo suficientemente fuerte y que trabajara con una matriz empática, un especie de, por usar un neologismo, algoritmo de los sentimientos y simpatías mutuas. Pensé en el brujo, pero el brujo había desaparecido, aparte de ello los brujos son malos médiums. Tenía intenciones de ordenar que raptaran a Triss Merigold, nuestra Decimocuarta del Monte. Le di vueltas a la idea de traer a Nenneke de Ellander… Pero cuando resultó que tú, Yennefer de Vengeberg, por tu propia voluntad, te ponías en mis manos… De verdad, no podía haber contado con nada mejor… Te conectaré al aparato y me escanearás a Ciri. La tarea precisa de cooperación por tu parte, es verdad… Pero, como sabes, hay métodos para obligarte a cooperar.
«Por supuesto -siguió, mientras se frotaba las manos-, habría que aclararte unas cuantas cosas. Por ejemplo, cómo y de qué forma me enteré de esto de la Vieja Sangre. ¿Y de la herencia de Lara Dorren? ¿Qué es en realidad ese gen? ¿Cómo se llegó a que Ciri lo tuviera? ¿Quién se lo transmitió? ¿De qué forma se lo voy a quitar a ella y para qué lo voy a utilizar? ¿Cómo funciona el Absorbedor del Abismo, a quién absorbí con él, qué es lo que hice con los absorbidos y por qué? ¿Verdad que son muchas preguntas? Hasta me da pena que no haya tiempo para contártelo todo, de aclarártelo todo. Buf, y de asombrarte, porque estoy seguro de que algunos hechos te asombrarían, Yennefer… Pero, como se ha dicho, no hay tiempo. Los elixires comienzan a funcionar, es hora de que comiences a concentrarte.
La hechicera apretó los dientes, ahogando un profundo gemido que le desgarraba las entrañas.
– Lo sé. -Vilgefortz asintió con la cabeza, al tiempo que acercaba un enorme megascopio profesional, una pantalla y una gran bola de cristal sustentada en un trípode y que estaba cubierta por una red de alambres de plata-. Lo sé, es muy molesto. Y duele mucho. Cuanto antes te pongas a escanear, menos durará. Venga, Yennefer. Quiero ver a Ciri aquí, en esta pantalla. Dónde está, con quién, qué hace, con quién duerme y dónde.
Yennefer lanzó un grito penetrante, salvaje, desesperado.
– Duele -se imaginó Vilgefortz, clavando en ella su ojo vivo y el cristal muerto-. Por supuesto que duele. Escanea, Yennefer. No te resistas. No te hagas la heroína. Sabes bien que no puedes resistirlo. Las consecuencias de tu oposición pueden ser lamentables, puedes sufrir un derrame, sufrir paraplejia o convertirte en un vegetal. ¡Escanea!
Ella apretó las mandíbulas hasta que le temblaron los dientes.
– Venga, Yennefer -dijo el hechicero con voz suave-. ¡Aunque sólo sea por curiosidad! Seguro que sientes curiosidad por saber cómo se las apaña tu pupila. ¿Y no la amenazará algún peligro? ¿Puede que se halle en necesidad? Sabes de sobra cuántas personas le desean el mal a Ciri y anhelan su perdición. Escanea. Cuando averigüe dónde está la muchacha la traeré aquí. Aquí estará segura… Aquí no la encontrará nadie. Nadie.
Su voz era aterciopelada y cálida.
– Escanea, Yennefer. Escanea. Te lo pido. Te doy mi palabra: tomaré de Ciri lo que necesito. Y luego os devolveré a las dos la libertad. Lo juro.
Yennefer apretó todavía más los dientes. Un hilillo de sangre le corrió por la barbilla. Vilgefortz se levantó bruscamente, agitó una mano.
– ¡Rience!
Yennefer sintió cómo le apretaban algún instrumento a sus manos y dedos.
– A veces -dijo Vilgefortz, mientras se inclinaba sobre ella-, allí donde fallan la magia, los elixires y narcóticos, tiene éxito con los que se resisten el viejo y buen dolor, el dolor clásico, común y corriente. No me obligues a ello. Escanea.
Читать дальше