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Orson Card: El septimo hijo

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Orson Card El septimo hijo
  • Название:
    El septimo hijo
  • Автор:
  • Издательство:
    Ediciones B
  • Жанр:
  • Год:
    1990
  • Город:
    Barcelona
  • Язык:
    Испанский
  • ISBN:
    84-406-1269-9
  • Рейтинг книги:
    4 / 5
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El septimo hijo: краткое содержание, описание и аннотация

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Inicios del siglo XIX. Un Norteamérica alternativa en la que la magia y los conjuros del folklore popular son efectivos y en la que las colonias americanas no se han independizado todavía de la corona británica gobernada todavía por el lord Protector y cuyo rey está exiliado en Carolina del Sur. Un mundo en el que los pieles rojas se encuentran con los colonos que parten hacia el oeste. En ese mundo rural, mágico y complejo, transcurren las historias de Alvin (séptimo hijo varón de un séptimo hijo varón) llamado por la magia de su prodigioso nacimiento y las circunstancias que en él concurren, a poseer un don poco corriente, el de ser un Hacedor. Ello le enfrenta, incluso sin él saberlo a los poderes aniquiladores del Deshacedor. Sólo logrará sobrevivir y cumplir su misión con el uso de su excepcional don si llega a dominar su poder y evade las fuerzas ocultas que buscan su muerte antes de llegar a la edad adulta.

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Debo detener la hemorragia, pensó Soldado de Dios. Pero primero debía quitar los vidrios. Algunos de los trozos grandes estaban incrustados en forma superficial y no le fue difícil extraerlos. Pero otros, más pequeños, estaban profundamente hundidos y sólo se les veía la punta. Todo estaba tan cubierto de sangre que no lograba cogerlos. Finalmente, con todo, sacó casi todos los vidrios que pudo hallar. Por fortuna, no había un solo lugar donde la sangre saliera a borbotones, lo cual indicó á Soldado que las venas principales no habían sido seccionadas. Se quitó la camisa y se quedó con el torso desnudo ante la fría corriente que entraba por la ventana rota, pero apenas si reparó en ello. Hizo jirones la prenda y con ellos improvisó vendajes. Fajó las heridas y contuvo la sangre. Y luego se sentó a esperar que Thrower recuperara la conciencia.

Thrower se sorprendió al descubrir que no estaba muerto. Yacía de espaldas sobre el duro suelo, cubierto de ropas gruesas. Le dolía la cabeza. Y el brazo. Recordó haber querido cortarse el brazo, y supo que debía intentarlo nuevamente, pero no podía armarse del mismo deseo de morir que había sentido antes. Aun recordaba al Visitante en su forma de lagartija inmensa, aun recordaba esos ojos huecos, pero Thrower no lograba volver a sentirse como antes. Sólo sabía que en el mundo no había sentimiento peor.

Tenía un vendaje en el brazo. ¿Quién podía habérselo hecho?

Oyó correr el agua. Luego, el golpetear de un trapo húmedo contra la madera. Bajo la penumbra del invierno que entraba por la ventana pudo distinguir a alguien que lavaba las paredes. Uno de los cristales de la ventana estaba cubierto con una tabla de madera.

—¿Quién es? —preguntó Thrower—. ¿Quién es usted?

—Soy yo.

—Soldado de Dios.

—Estoy lavando las paredes. Esto es una iglesia, no un matadero.

Desde luego. Debía de haber sangre por todas partes.

—Lo siento —dijo Thrower.

—No me molesta estar limpiando —aclaró Soldado—. Creo que le quité todos los vidrios del brazo…

—Está desnudo…

—Mi camisa está precisamente en su brazo —repuso.

—Debe de tener frío.

—Tal vez haya sido así, pero he cubierto el agujero del cristal y la estufa ya ha caldeado el lugar. Es usted quien tiene el rostro tan blanco que parece haber estado muerto una semana entera.

Thrower intentó sentarse, pero le fue imposible. Estaba demasiado débil. El brazo le dolía demasiado.

Soldado lo obligó a recostarse.

—Ahora quédese tendido, reverendo Thrower. Así, tumbado. Ha vivido toda una conmoción.

—Sí…

—Espero que no se moleste, pero cuando usted entró, yo ya estaba en la iglesia. Me había quedado dormido al lado de la estufa… Mi esposa me echó de casa. Hoy me han echado dos veces en un mismo día… —Se rió, pero sin alegría—. De modo que lo vi.

—¿Qué vio?

—Estaba teniendo una visión, ¿verdad?

—¿Lo vio a él?

—No fue mucho lo que pude ver. En realidad lo vi a usted, pero tuve algunas imágenes de algo, si sabe a qué me refiero… corriendo por las paredes.

—Lo vio… —dijo Thrower—. Oh, Soldado, fue terrible, y fue hermoso.

—¿Vio a Dios?

—¿Si vi a Dios? No, Soldado, Dios no tiene cuerpo que uno pueda ver. Vi un ángel, un ángel del castigo. Sin duda, es esto lo que debió de ver el Faraón: el ángel de la muerte que atravesó las ciudades de Egipto para llevarse a su primogénito.

—Oh… —dijo Soldado, algo intrigado—. ¿Entonces debía dejarlo morir?

—Si estaba destinado a morir, no podría haberme salvado — arguyó Thrower—. El hecho de que usted me salvara, y de que estuviera aquí en el momento de mi desesperación, es señal segura de que no debía morir. Fui castigado, pero no destruido, Soldado de Dios. Tengo otra oportunidad…

Soldado asintió, pero Thrower sintió que algo lo preocupaba.

—¿Qué le sucede? —preguntó Thrower—. ¿Qué quiere preguntarme?

Los ojos de Soldado se abrieron desorbitados.

—¿Puede leer mis pensamientos?

—Si pudiera, no se lo estaría preguntando…

Soldado sonrió.

—Me figuro que no.

—Si puedo, le diré lo que desea saber.

—Le oí rezar… —comenzó Soldado de Dios. Aguardó, como si aquello fuera la pregunta.

Como Thrower no sabía cuál era el interrogante, no estaba seguro de lo que debía responder.

—Estaba desesperado porque defraudé al Señor. Me fue dada una misión que cumplir, pero en el momento crucial mi corazón se dejó vencer por la duda. —Con su mano sana aferró a Soldado. Lo único que pudo tocar fue la tela de los pantalones del hombre, que estaba de rodillas a su lado—. Soldado de Dios —le dijo—: jamás permita que la duda se apodere de su corazón. Jamás cuestione lo que sabe que es verdad. Es el portal para que Satán tome posesión de usted.

Pero ésa no era la respuesta que Soldado esperaba.

—Diga lo que deseaba preguntar y le diré la verdad, si puedo.

—Usted hablaba de matar… —le indicó Soldado.

Thrower había pensado no decir a nadie la carga que el Señor había depositado sobre sus hombros.

No habría permitido que lo supiese el hombre que estaba en la iglesia.

—Creo —dijo Thrower— que fue el Señor quien lo envió. Soy débil, Soldado, y no pude cumplir lo que Dios esperaba de mí. Pero ahora veo que usted, un hombre de fe, ha llegado hasta mí como amigo y persona de ayuda.

—¿Qué le pidió el Señor? —quiso saber Soldado.

—No que asesinara, hermano mío. El Señor jamás me pidió que matara a un hombre. Sí me encomendó que acabara con un diablo. Un diablo vestido de hombre. Que vive en esa casa.

Soldado de Dios frunció los labios, inmerso en sus pensamientos.

—¿Lo que intenta decirme es que el niño no está poseído? ¿No es algo que usted pueda arrojar de su cuerpo?

—Lo intenté, pero se rió de las Sagradas Escrituras y se mofó de mis palabras de exorcismo. No está poseído, Soldado de Dios. Es hijo del Diablo.

Soldado sacudió la cabeza.

—Mi esposa no es ningún diablo, y es su propia hermana.

—Ha renunciado a la herejía, y por ello ha ganado la pureza —sentenció Thrower.

Soldado de Dios lanzó una risa amarga.

—Eso creía…

Ahora Thrower comprendía por qué el hombre se había refugiado en la iglesia, en la morada del Señor: su propia casa era un sitio de corrupción.

—Soldado de Dios, ¿me ayudará a purgar este país, este pueblo, esa casa, esa familia, de la influencia maligna que la ha corrompido?

—¿Eso salvará a mi esposa? —preguntó Soldado—. ¿Eso acabará con su amor por la brujería?

—Tal vez —repuso Thrower—. Acaso el Señor nos haya unido para que ambos podamos purificar nuestros hogares.

—Sea cual fuere el precio —dijo Soldado de Dios—, estoy con usted contra el demonio.

Capítulo 15

PROMESAS

El herrero escuchó a Truecacuentos hasta que terminó de leer la carta.

—¿Recuerda usted a la familia?

—Sí —dijo Pacífico Smith—. El cementerio casi se diría que comenzó con su hijo mayor. Con mis propias manos retiré de las aguas su cadáver.

—Pues bien… ¿lo tomará como aprendiz?

Un joven, acaso de unos dieciséis años, entró en la forja llevando un cubo de nieve. Miró al visitante, bajó la cabeza y caminó hacia el barril que había cerca de la solera.

—Ya ve que ya tengo un aprendiz —dijo el herrero.

—Parece ya mayorcito… —comentó Truecacuentos.

—Va bien —concedió el herrero—. ¿No es cierto, Bosey? ¿Ya estás listo para instalarte por tu cuenta?

Bosey intentó una sonrisa, se irguió y asintió.

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