Richelle Mead - Succubus

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Súcubo (n.): Demonio seductor, capaz de cambiar de forma, que tienta y proporciona placeres a los mortales de sexo masculino.
Georgina Kincaid es un súcubo y la protagonista de esta historia. En apariencia es una joven veinteañera de estatura media y cabello largo, pero lleva mucho más tiempo en el mundo gracias a la inmortalidad de los seres de su condición. Un súcubo vive gracias a los años de vida que va robando a los hombres con los que se acuesta. Su misión es propagar el mal a través de la tentación carnal, pero Georgina intenta llevar una vida normal y sólo hace sus tareas de súcubo con hombres que no se verán perjudicados por ello. En otras palabras, Georgina no es feliz con su condición de súcubo y por eso trata de llevar una vida humana, con su trabajo en una librería y sus amigos humanos.

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– En serio, tienes que mejorar tus dotes de anfitriona.

– Peter…

– A ver, no dejo de oír historias sobre esa otra súcubo… la de Missoula. ¿Cómo se llamaba?

– Donna -le recordó Hugh.

– Eso, Donna. Organiza unas fiestas geniales, por lo que cuentan. Con catering. Invita a todo el mundo.

– Si lo que queréis es iros de juerga con los diez habitantes de Montana, podéis mudaros allí. Deja ya de perder el tiempo.

Ignorándome, Peter echó un vistazo a los claveles rojos que había comprado la otra noche. Los había puesto en un jarrón junto al fregadero de la cocina.

– ¿Quién te ha enviado flores?

– Nadie.

– ¿Te envías flores a ti misma? -preguntó Cody, con un timbre de comprensión en la voz.

– No, sencillamente las compré. No es lo mismo. No… Mirad. ¿Qué hacemos hablando de esto cuando supuestamente hay un cazador de vampiros suelto por ahí? ¿No estáis en peligro?

Peter optó finalmente por agua, pero lanzó sendas cervezas a Hugh y Cody.

– Nop.

– ¿No? -Cody parecía sorprendido de oírlo. Sus escasos años como vampiro hacían de él prácticamente un bebé en comparación con el resto de nosotros. Peter estaba enseñándole «el oficio», por así decirlo.

– Los cazadores de vampiros no son más que mortales especiales, nacidos con la habilidad de infligir daño real a los vampiros. Los mortales en general no pueden tocarnos, naturalmente. No me preguntéis cómo ni por qué funciona todo esto; no hay ninguna regla, que yo sepa. La mayoría de los denominados caza vampiros van por la vida sin saber siquiera que tienen este talento. Los que sí lo saben a veces deciden ganarse la vida con ello. Surgen sin más de vez en cuando, cargándose algún vampiro que otro, convirtiéndose en una molestia hasta que algún vampiro o demonio emprendedor los elimina.

– ¿«Una molestia»? -Preguntó Cody, incrédulo-. ¿Después de lo de Duane? ¿No te preocupa ni un poco que esta persona vaya detrás de ti? ¿De nosotros?

– No -dijo Peter-. Ni un poco. Yo compartía la confusión de Cody.

– ¿Por qué no?

– Porque esta persona, quienquiera que sea, es un completo aficionado. -Peter nos miró a Hugh y a mí de soslayo-. ¿Qué dijo Jerome sobre la muerte de Duane?

Tras decidir que yo también necesitaba un trago, saqueé el mueble bar de la cocina y me preparé un vodka con lima.

– Quería saber si fui yo.

Peter descartó esa idea con un ademán.

– No, sobre cómo murió.

Hugh arrugó la frente, aparentemente intentando adivinar por dónde iban los tiros.

– Dijo que habían encontrado a Duane muerto… con una estaca clavada en el corazón.

– Ahí. ¿Ves?

Peter nos dirigió una mirada de expectación, a la que todos respondimos con idéntico desconcierto.

– No lo pillo -reconocí finalmente.

Peter exhaló un suspiro, al parecer molesto de nuevo.

– Si eres un mortal con la capacidad semidivina de matar a un vampiro, importa tres cojones cómo lo hagas. Puedes usar una pistola, un cuchillo, una vela, o lo que sea. Lo de la estaca en el corazón son cuentos de viejas. Si un mortal normal se lo hace a un vampiro, sólo conseguirá cabrearlo de verdad. Únicamente lo oímos cuando lo hace un caza vampiros, por eso entraña cierto atractivo especial, supersticioso, cuando en realidad es igual que lo de los huevos y el equinoccio.

– ¿Qué? -preguntó Hugh, completamente fuera de juego. Me froté los ojos.

– Lo cierto es que sé a qué se refiere, aunque me avergüence admitirlo. Se trata de una leyenda urbana según la cual los huevos pueden mantenerse erguidos sobre un extremo durante los equinoccios. A veces funciona, a veces no, pero lo cierto es que el mismo resultado se puede conseguir en cualquier fecha del año. La gente sólo lo intenta en los equinoccios, sin embargo, y eso es en lo único que se fijan. -Miré a Peter de reojo-. Lo que quieres decir es que un caza vampiros podría matar a un vampiro de muchas maneras, pero como es la estaca lo que más llama la atención, se ha convertido en el método aceptado de… «Revocación de la inmortalidad».

– En la imaginación de la gente -me corrigió-. En realidad, traspasarle el corazón a alguien con una estaca es un grano en el culo. Es mucho más fácil pegarles un tiro.

– Así que piensas que este cazador es un aficionado porque… -Cody dejó la frase inacabada, evidentemente poco convencido por la analogía con los huevos.

– Porque cualquier cazador de vampiros que se precie lo sabe y nunca usaría una estaca. Esta persona es un novato acabado.

– Para empezar -le aconsejó Peter-, no digas «que se precie». Esa expresión está pasada de moda y te hace parecer anticuado. Segundo, a lo mejor este caza vampiros sólo intenta parecer de la vieja escuela o algo así. Y aunque sea un «novato», ¿importa eso realmente después de que consiguiera liquidar a Duane? Peter se encogió de hombros.

– Era un capullo arrogante. Los vampiros pueden sentir la proximidad de los caza vampiros. Eso, combinado con la inexperiencia de éste, debería haber impedido que Duane sucumbiera. Era un estúpido.

Abrí la boca para rebatir su observación. Yo sería la primera en reconocer que Duane había sido sin duda un capullo arrogante, pero no tenía un pelo de estúpido. Los inmortales no podían vivir tanto tiempo ni ver tantas cosas sin adquirir algunos conocimientos y aprender a desenvolverse en las calles. Aprendíamos rápido, por así decirlo.

Otra pregunta pasó a ocupar el primer puesto en mi razonamiento.

– ¿Estos cazadores pueden hacer daño a otros inmortales? ¿O sólo a los vampiros?

– Sólo a los vampiros, que yo sepa.

Aquí había algo que no encajaba entre los comentarios de Peter y los de Jerome. Puesto que no lograba identificar qué era exactamente lo que me preocupaba, me guardé mis dudas mientras los demás seguían charlando. El tema de los caza vampiros pronto quedó desfasado, una vez decidieron (algo decepcionados) que yo no había contratado a nadie. Cody y Hugh también parecían conformarse con tragarse la teoría de Peter, según la cual un cazador aficionado no suponía ninguna amenaza real.

– Andaos con cuidado, vosotros dos -les advertí a los vampiros cuando se disponían a irse-. Novato o no, Duane sigue estando muerto.

– Sí, mamá -respondió desinteresadamente Peter mientras se ponía el abrigo.

Miré fijamente a Cody, que se encogió un poco. Era más fácil de manipular que su mentor.

– Tendré cuidado, Georgina. -Avisadme si pasa algo raro.

Asintió con la cabeza, ganándose un gesto de exasperación por parte de Peter.

– Vamos -dijo el más veterano de los vampiros-. Busquemos algo para cenar.

Eso me hizo sonreír. Si bien unos vampiros saliendo a cenar podrían haber asustado a la mayoría de la gente, no era mi caso. Tanto Peter como Cody detestaban cazar víctimas humanas. Lo hacían en ocasiones, pero rara vez mataban en el proceso. La mayor parte de su sustento provenía de carnicerías especializadas en pedidos poco corrientes. Al igual que yo, se tomaban sus trabajos infernales muy poco en serio.

– Hugh -dije bruscamente cuando estaba a punto de salir detrás de los vampiros-. Espera un momento, por favor.

Los vampiros dirigieron miradas de conmiseración a Hugh antes de irse. El diablillo hizo una mueca, cerró la puerta y se giró hacia mí.

– Hugh, te di esa llave en caso de emergencia…

– ¿El asesinato de un vampiro no constituye una emergencia?

– ¡Hablo en serio! Bastante malo es ya que Jerome y Cárter puedan entrar aquí teletransportándose sin que tú decidas abrirles mi casa a Dios y al mundo entero.

– Creo que Dios no estaba invitado esta noche.

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