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Margaret Weis: La segunda generación

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Margaret Weis La segunda generación

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Los héroes soñaban con encontrar un refugio seguro en ese río de rápida corriente. Pero el equilibrio del poder eterno siempre es cambiante. La Reina de la Oscuridad fue vencida, pero no destruida. Sus poderes son muchos y la gente es débil. Se olvidan las lecciones del pasado y las aguas del río se vuelven más turbulentas y peligrosas. Pero no serán los Héroes de la Lanza quienes deberán lanzarse al río revuelto de la guerra que se acerca. Ha llegado la hora para los que son más jóvenes, más fuertes. Es hora de entregar la espada, o el bastón de mago, a quienes serán los héroes de la segunda generación. O a quienes traerán la perdición para esa nueva era.

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»«No tengo joyas. Sólo mi espada. Lleva mi espada a Caramon. La reconocerá. Y dile… dile…». Kitiara miró débilmente en derredor y sus ojos se detuvieron en el bebé, que plañía desconsoladamente en una cuna junto a la chimenea.

»«Mi hermano pequeño solía llorar así», susurró. «Raistlin siempre estaba enfermo. Y cuando lloraba, Caramon intentaba entretenerlo para que se calmara. Hacía figuras de sombras, así». Levantó las manos, pobrecilla, apenas tenía fuerzas para ello, y puso los dedos de manera que formó la cabeza de un conejo, así.

»«Y Caramon le decía: Mira, Raist, conejitos».

Caramon emitió un profundo gemido y reclinó la cara en las manos. Tika lo rodeó con el brazo y le susurró algo.

—Lo siento —dijo, preocupada, Sara—. Olvidé lo terrible que esto sería para vos. No tenía intención de disgustaros, sólo quería demostrar…

—No pasa nada, milady. —Caramon alzó la cabeza. Su semblante estaba demacrado pero sereno—. Los recuerdos son duros a veces, sobre todo cuando surgen… así. Pero ahora os creo, Sara Dunstan, y siento no haberlo hecho antes. Sólo Kit o… o Raist habrían sabido ese detalle.

—No tenéis que disculparos. —Sara bebió un sorbo de té y rodeó la taza con las manos para calentárselas—. Por supuesto, Kitiara no murió. La vieja druida no podía creérselo. Decía que Kitiara debía de haber hecho un pacto con Takhisis. Posteriormente pensé en eso, cuando me enteré de que Kitiara era responsable de la muerte de tantas personas. ¿Prometería almas a la Reina Oscura a cambio de la suya? ¿Fue por eso por lo que Takhisis la soltó?

—¡Qué idea tan espantosa! —Tika se estremeció.

—No es ninguna fantasía —contestó Sara con aire apagado—. He visto, hacerlo.

Guardó silencio durante unos largos segundos mientras Caramon y Tika la contemplaban con horror. Ahora la veían como la vieron en el primero momento, llevando el yelmo del Mal y el lirio de la muerte como ornamento.

—Decís que el niño vivió —manifestó bruscamente el posadero, ceñudo—. Presumo que Kit lo dejó atrás.

—Sí. —Sara reanudó su relato—. Kitiara no tardó en encontrarse lo bastante fuerte para proseguir su viaje, pero durante su recuperación le cogió cierta simpatía al pequeño. Era un niño excelente, despierto y bien formado. «No puedo quedarme con él», me dijo. «Están a punto de ocurrir cosas trascendentales. Se están creando ejércitos en el norte, y me propongo hacer fortuna con mi espada. Encuéntrale un buen hogar. Enviaré dinero para su crianza, y cuando tenga edad suficiente para ir a la guerra conmigo, volveré a buscarlo».

»«¿Y tus hermanos?», me aventuré a sugerirle.

»Se volvió hacia mí furiosa. «¡Olvida que dije que tenía familia! ¡Olvida todo lo que te conté! ¡Y sobre todo olvida lo que dije sobre su padre!».

»Accedí, y entonces le pregunté si podía ser yo quien se quedara con el niño. —Sara tenía la vista prendida en el fuego de la chimenea; su tez se sonrojó—. Veréis, me sentía muy sola, y siempre había querido tener un hijo. Me pareció que los dioses; si es que existían, habían respondido a mis plegarias.

»A Kitiara lele encantó la idea. Había acabado confiando en mí, e incluso creo que hasta me apreciaba un poco, tanto como ella podía apreciar a otra mujer. Me prometió que enviaría dinero cuando dispusiera de él. Le dije que eso no me importaba, que podía mantenerme a mí misma y a un niño. Y le prometí que le escribiría cartas contándole cosas del pequeño. Luego, cuando se marchó, le dio un beso y me lo puso en los brazos.

»«¿Qué nombre quieres ponerle?», pregunté.

»«Llámalo Steel», respondió. Y se rió cuando lo dijo, una especie de broma, considerando el apellido de la criatura.

—Que sería Semielfo —le susurró Caramon a Tika en un aparte—. No le veo la gracia, a no ser una broma de mal gusto para el pobre Tanis. Todos estos años sin saberlo. —Sacudió la cabeza, sombrío.

—¡Chist! —instó en un susurro Tika—. Eso no lo sabes con certeza.

—¿Qué? —preguntó Sara, que había oído el intercambio—. ¿Qué decís?

—Lo siento, pero no pillo la chanza —repuso Caramon—. Por lo del apellido del bebé. «Semielfo», ¿entendéis?

—¿Semielfo? —Sara estaba perpleja.

Sonrojado, extremadamente azorado, el posadero tosió.

—Mirad, todos sabemos lo de Tanis y Kit, así que ya no tenéis que ocultarlo…

—Ah, creéis que el padre del bebé era Tanis Semielfo —dijo Sara, entendiendo de repente—. No, os equivocáis.

—¿Estáis segura? —Caramon se quedó desconcertado—. Podría haber habido alguien más, por supuesto…

—Cualquiera con pantalones —masculló Tika entre dientes.

—Pero dijisteis que el bebé nació cuatro años antes de la guerra. Kit y Tanis eran amantes, y eso tuvo que ocurrir después de que se marchara de Solace con… —El hombretón enmudeció de golpe y miró a Sara de hito en hito—. ¡Eso es imposible! —gruñó—. Kit mintió. No me lo creo.

—¿A qué te refieres? —demandó Tika—. ¡No entiendo nada! ¿De qué habláis?

—¿No recuerdas que por aquel entonces…?

—Caramon, era una cría cuando tú, Raistlin y los demás os marchasteis de Solace —lo interrumpió—. Y ninguno de vosotros mencionó nunca lo que ocurrió durante esos cinco años.

—Cierto, nunca hablamos de nuestros viajes —convino lentamente Caramon, dando voz a sus pensamientos—. Fuimos en busca de los verdaderos dioses, ésa era nuestra meta, pero, mirándolo desde la perspectiva actual, me doy cuenta de que en realidad salimos a buscarnos a nosotros mismos. ¿Cómo puede un hombre o una mujer describir ese periplo? Y así, guardamos silencio, guardamos las historias en nuestros corazones, y dejamos que los tejedores de leyendas, que sólo buscan sacar una moneda de acero, se inventaran las historias absurdas que quisieran.

Observó larga y seriamente a Sara; la mujer bajó la vista a la taza de té, que se enfriaba entre sus manos.

—Admito que no tengo pruebas. Es decir —rectificó—, tengo pruebas, pero nada que pueda presentar en este momento. —Levantó la cabeza con gesto desafiante—. Hasta ahora me habéis creído.

—Ya no sé qué creer —contestó el posadero. Se puso de pie y se acercó a la chimenea.

—¿Quiere alguien explicarme qué pasa? ¿Cuál era el nombre del bebé? —demandó, exasperada, Tika.

—Brightblade. Steel Brightblade —respondió Sara.

3

Rosa blanca, lirio negro

—¡Los dioses nos protejan! —exclamó Tika—. Pero eso significaría… ¡Qué extraño linaje! ¡Bendito sea Paladine! —Se levantó del banco y miró fijamente, horrorizada, a su marido—. ¡Ella lo mató! ¡Kitiara mató al padre de su hijo!

—No me lo creo —repitió Caramon con voz enronquecida. Tenía metidas las manos en los bolsillos del pantalón; taciturno, dio un golpe con el pie a un tronco que amenazaba con caerse de la rejilla, provocando que un montón de chispas ascendieran por el tiro de la chimenea—. Sturm Brightblade era un caballero, en espíritu, ya que no según las reglas de la Orden. Él jamás… —Caramon hizo una pausa y su rostro enrojeció—. Bueno, nunca haría algo así.

—También era un hombre. Un hombre joven —adujo suavemente Sara.

—¡Vos no lo conocíais! —Caramon se volvió hacia ella, enfadado.

—Pero lo conocí después, en cierto sentido. ¿Vais a escuchar el resto de mi historia?

Tika posó la mano en el fornido hombro de su marido.

—«Cerrar los oídos no cierra la boca a la verdad» —dijo, citando un antiguo proverbio elfo.

—No, pero acalla los chismorreos de las lenguas largas —masculló el hombretón—. Decidme: ¿ese niño aún vive?

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