Margaret Weis - El nombre del Único

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El fuego de la guerra devora Ansalon. El ejército de espíritus marcha hacia la conquista conducido por la mística guerrera Mina, que sirve al poderoso dios Único. Un pequeño grupo de héroes, obligado a adoptar medidas desesperadas, dirige la lucha contra un enemigo que posee una superioridad abrumadora.
Surgen dos protagonistas inverosímiles: una hembra de dragón que no cederá fácilmente su liderazgo, y un indomable kender que ha emprendido un extraño e increíble viaje que tendrá un final sorprendente.

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» Lo que os digo ahora es verdad. Poco después de la batalla de Silvanost, Silvanoshei fue capturado por los caballeros negros. Intentamos rescatarlo, pero desapareció durante la noche. Envié a Samar para que intentara descubrir lo que había sido de él. Samar lo encontró. Silvanoshei, nuestro rey, está retenido en Sanction.

Los elfos emitieron quedos sonidos, como si una brisa soplara entre las ramas de un sauce, pero no dijeron nada.

—Dejaré que Samar cuente lo que sabe.

Aun cuando Samar se dirigió a la gente, no dejó de estar pendiente de Alhana. Se mantuvo cerca de ella, presto para ayudarla si le fallaban las fuerzas.

—Me encontré con un Caballero de Solamnia, un hombre valeroso y honorable. —Los ojos de Samar recorrieron la multitud—. Para quienes me conocen, saben que viniendo de mí es un gran elogio decir tal cosa. Ese caballero vio a Silvanoshei en prisión y habló con él, poniendo en peligro su propia vida. El caballero llevaba consigo la capa de Silvanoshei y este anillo.

Alhana lo sostuvo en alto para que todos los vieran.

—El anillo pertenece a mi hijo. Lo conozco. Su padre se lo dio cuando era un niño. Samar también lo reconoció.

Los elfos miraron el anillo y después a Alhana con expresión preocupada. Varios oficiales que se encontraban cerca de Kiryn le dieron con el codo instándole a que se adelantara. Kiryn avanzó.

—¿Tengo permiso para hablar, majestad?

—Lo tienes, primo —contestó Alhana, que lo miró con un aire desafiante, como diciendo: «Puedes hablar, pero no prometo hacer caso».

—Perdóname, Alhana Starbreeze, por poner en duda la palabra de un gran guerrero tan renombrado como Samar —empezó respetuosamente Kiryn—, pero ¿cómo sabemos que podemos confiar en ese caballero humano? Quizá sea una trampa.

Alhana se relajó. Al parecer ésa no era la pregunta que había previsto que le hiciera.

—Que Gilthas, dirigente de Qualinesti, hijo de la Casa Solostaran, se adelante.

Preguntándose qué tenía que ver este asunto con él, Gilthas salió de entre la multitud e hizo una reverencia a Alhana. La severa mirada de Samar se posó en Gilthas, que tuvo la impresión de que lo estaba calibrando. No habría sabido juzgar si salía o no bien parado en la valoración del otro elfo.

—Majestad —dijo Samar—, cuando estabais en Qualinesti, ¿conocisteis a un solámnico llamado Gerard Uth Mondor?

—Sí, en efecto —contestó Gilthas, sobresaltado.

—¿Lo consideráis un hombre de honor, un hombre valeroso?

—Sí. Es todo eso y más. ¿Es el caballero al que os referíais?

—Sir Gerard comentó que había oído que el rey de Qualinesti y los supervivientes de esa nación iban a intentar alcanzar un refugio seguro en nuestra patria. Manifestó un profundo pesar por vuestra pérdida, pero se alegró de que estuvieseis a salvo. Me pidió que os transmitiera sus saludos.

—Conozco a ese caballero. Sé de su valor y doy fe de su probidad. Hacéis bien en confiar en su palabra. Gerard Uth Mondor llegó a Qualinesti en extrañas circunstancias, pero partió de allí como un amigo, llevando la bendición de nuestra reina madre, Lauralanthalasa. Él fue una de las últimas personas a las que mi madre se la dio.

—Si los dos, Samar y Gilthas, dan fe del honor de este caballero, entonces no tengo nada más que decir en su contra —proclamó Kiryn, que tras hacer una reverencia volvió a su sitio en el círculo.

Se habían reunido más de cien elfos, y si bien todos se mantuvieron callados, sin decir nada, intercambiaron miradas entre ellos. Su silencio era elocuente. Alhana podía continuar, y así lo hizo la reina.

—Samar ha traído otra información. Ya podemos dar un nombre a ese dios Único, la deidad que supuestamente vino a nosotros por bien de la paz y del amor, pero que resultó ser parte de su plan para esclavizarnos y destruirnos. Y ahora sabemos el porqué. El suyo es un nombre antiguo: Takhisis.

Del mismo modo que ocurre al arrojar una piedra al agua, las ondas de aquella increíble noticia se fueron propagando entre los elfos.

—No puedo explicaros cómo ha ocurrido este terrible milagro —prosiguió Alhana, cuya voz cobraba fuerza y majestuosidad a medida que hablaba. Los elfos se le habían entregado, contaba con su apoyo. Cualquier duda sobre el caballero humano quedó olvidada, eclipsada por las negras alas de una antigua adversaria—. Tampoco es preciso que lo sepamos. Por fin podemos dar un nombre a nuestro enemigo, y es una adversaria a la que podemos derrotar, pues ya la vencimos en el pasado.

—El caballero solámnico, Gerard, lleva esta información a los caballeros del Consejo —añadió Samar—. Los solámnicos están reuniendo un ejército para atacar Sanction. Nos exhorta a los elfos a ser parte de esta fuerza para rescatar a nuestro rey. ¿Qué decís?

Los elfos lanzaron un vítor que hizo que temblaran las ramas de los árboles. Al oír todo aquel jaleo, acudieron más y más elfos al lugar, y unieron sus voces a las de sus compatriotas. También llegó La Leona seguida por los Elfos Salvajes. Tenía el rostro radiante y los ojos resplandecientes.

—¿Qué es eso que me han contado? —preguntó mientras bajaba del caballo y corría hacia Gilthas—. ¿Es verdad? ¿Por fin vamos a la guerra?

Él no le respondió, pero su mujer estaba tan excitada que ni siquiera se dio cuenta. Le dio la espalda y buscó a los soldados que había entre los silvanestis. Antes de ese momento, no se habrían dignado hablar con una Elfa Salvaje, pero ahora respondieron a sus anhelantes preguntas con júbilo.

Los oficiales de Alhana se agruparon alrededor de la reina y de Samar dando sugerencias, haciendo planes, discutiendo qué rutas se tomarían, cuánto tardarían en llegar a Sanction, a quién se permitiría ir y quién se quedaría atrás.

Gilthas se encontraba aparte, en silencio, escuchando el tumulto. Cuando habló finalmente, escuchó su propia voz y el timbre humano que había en ella, más profundo y áspero que los de las voces elfos.

—Hemos de atacar —opinó—, pero nuestro objetivo no debería ser Sanction, sino Silvanost. Cuando la ciudad esté liberada y asegurado su control, entonces podremos volver los ojos hacia el norte, no antes.

Los elfos lo miraron de hito en hito, con indignada desaprobación, como si fuera un invitado a una boda que hubiera roto los regalos en un momento de locura. El único que le hizo caso fue Samar.

—Escuchemos lo que tiene que decir el rey qualinesti —ordenó, alzando la voz para hacerse oír sobre los murmullos iracundos.

—Es cierto que vencimos a Takhisis en el pasado —explicó Gilthas a su ceñuda audiencia—, pero entonces contábamos con la ayuda de Paladine, Mishakal y otros dioses de la luz. Ahora Takhisis es el dios Único y supremo. Su derrota no será fácil.

» Tendremos que recorrer cientos de kilómetros desde nuestra tierra, dejándola en manos del enemigo. Nos uniremos con humanos para atacar e intentar tomar una ciudad humana. Haremos sacrificios por los que nunca obtendremos recompensa. No digo que no debamos sumarnos a esta batalla contra Takhisis —añadió Gilthas—. Mi madre, como todos sabéis, combatió al lado de humanos. Luchó para salvar ciudades humanas y vidas humanas. Hizo sacrificios por los que jamás nadie le dio las gracias. Esta batalla contra Takhisis y sus fuerzas es una lucha que en mi opinión merece la pena disputar. Sólo aconsejo que nos aseguremos antes de tener una patria a la que regresar. Hemos perdido Qualinesti. No perdamos Silvanesti también.

Al escuchar sus palabras apasionadas, la expresión de La Leona se suavizó. La elfa se acercó para situarse junto a él.

—Mi esposo tiene razón —manifestó—. Deberíamos atacar Silvanost y asegurar su toma antes de enviar una fuerza a rescatar a vuestro rey.

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