—La biblioteca está cerrada a esta hora de la noche —señaló Brian mientras subían la escalinata.
—A mí me abrirán —aseguró Derek con frío aplomo. Llamó a la puerta con la palma de la mano y alzó la voz para que se oyera en las ventanas que había arriba—. ¡Sir Derek Crownguard! —gritó—. Me trae un asunto urgente de la caballería. Demando que se me de acceso.
Una cabeza calva se asomó a una ventana. Los novicios, contentos de hacer un alto en el trabajo, miraron abajo con curiosidad para ver a qué venía tanto alboroto.
—Te equivocas de puerta, señor caballero —dijo uno de ellos al tiempo que gesticulaba hacia un lado—. Da la vuelta por allí.
—¿Por quién me toma? ¿Por un mercader? —refunfuñó Derek, enfadado, y llamó de nuevo a la puerta de cristal y bronce, esta vez con el puño.
—Deberíamos volver por la mañana —propuso Brian—. Si la información que te ha dado esa mujer es una patraña, de todos modos ya es demasiado tarde para pillarla a estas alturas.
—No pienso esperar hasta mañana —contestó Derek, que siguió llamando a voces y dando golpes en la puerta.
—¡Ya voy, ya voy! —gritó una voz desde dentro.
A las palabras las acompañaba el chancleteo de unas sandalias y el sonido de resoplidos y jadeos. La puerta se abrió y uno de los Estetas —un hombre de mediana edad, con la cabeza afeitada y vestido con la túnica gris de la orden— se los quedó mirando.
—La biblioteca está cerrada —dijo en tono severo—. Volvemos a abrir por la mañana. Y, la próxima vez, venid por la puerta lateral. ¡Eh, un momento! No podéis entrar...
Sin hacerle caso, Derek apartó de un empujón al hombre rechoncho, que barbotaba de indignación mientras agitaba las manos hacia ellos, si bien no hizo nada más para detenerlos. Brian, avergonzado, entró con Derek y masculló una disculpa que no fue tenida en cuenta.
—Quiero ver a Astinus, hermano... —Derek esperó a que el hombre le facilitara su nombre.
—Bertrem —dijo el Esteta, que miraba a Derek con gesto indignado—. ¡Habéis venido por la puerta que no es! ¡Y no alces la voz!
—Lo siento, pero es un asunto urgente. Exijo ver a Astinus.
—Imposible —contestó Bertrem—. El Maestro no recibe a nadie.
—A mí me recibirá —respondió Derek—. Dile a Astinus que sir Derek Crownguard, Caballero de la Rosa, desea consultarle un asunto de suma importancia. No exagero si digo que el destino de la nación solámnica depende de este encuentro.
Bertrem no cedió.
»Mi amigo y yo esperaremos mientras llevas mi mensaje a Astinus. —Derek frunció el entrecejo—. ¿A qué esperas, hermano? ¿No has oído lo que he dicho? ¡Tengo que hablar con Astinus!
Bertrem los miró de arriba abajo con un gesto de clara desaprobación.
—Iré a preguntar —dijo—. ¡Quedaos aquí y no hagáis ruido!
Con el índice tieso señaló el rincón en el que estaban de pie y después se llevó el dedo a los labios. Por fin se marchó con aire de dignidad ofendida y el chancleteo de las sandalias se perdió a lo lejos.
Un silencio relajante, plácido, cayó sobre ellos. Brian se asomó a una de las grandes salas para echar una ojeada. Estaba revestida de libros del suelo al techo y llena de escritorios y sillas. Varios Estetas trabajaban aplicadamente, ya fuera estudiando o escribiendo, a la luz de las velas. Uno o dos habían alzado la vista hacia los caballeros, pero al comprobar que Bertrem parecía tener la situación bajo control, se centraron de nuevo en sus ocupaciones.
—Podrías haber sido más cortés —le susurró Brian a Derek—. Por aquello de «se atraen más moscas con miel que con hiel».
—Estamos en guerra y luchamos por la supervivencia, nada menos —replicó Derek—. ¡Aunque nadie lo diría a juzgar por este sitio! Míralos, garabateando papeles, sin duda registrando el ciclo vital de la hormiga mientras que buenos hombres combaten y mueren.
—¿Y no es por eso por lo que luchamos y morimos? —preguntó Brian—. ¿Para que estas personas inocentes puedan seguir escribiendo sobre la hormiga en lugar de verse forzadas a extraer mineral en la mina de algún campamento de esclavos?
Si Derek lo oyó, no hizo ningún caso. Empezó a pasear de aquí para allí haciendo mucho ruido con las botas en el suelo de mármol. Varios Estetas levantaron la cabeza y le dirigieron una mirada irritada.
—¡Chitón! —dijo finalmente uno de ellos.
El conocido chancleteo de unas sandalias en el suelo de mármol anunció el regreso de Bertrem, que parecía molesto.
—Lo lamento, sir Derek, pero el Maestro está ocupado y no puede recibir a nadie.
—Mi tiempo es valioso —contestó Derek, impaciente—. ¿Cuánto más habré de esperar?
Bertrem se sonrojó.
—Me disculpo, sir Derek, por no saber explicarme. No es necesario esperar más. El Maestro no te recibirá.
El semblante del caballero enrojeció, frunció las cejas y tensó la mandíbula. Estaba acostumbrado a chasquear los dedos y que la gente reaccionara con atenta prontitud, pero últimamente no hacía más que chasquear los dedos con el único resultado de que las personas le dieran la espalda.
—¿Le has dicho quién soy? —preguntó, hirviendo de cólera—. ¿Le has transmitido mi mensaje?
—No hizo falta —fue la simple respuesta del Esteta—. El Maestro te conoce y sabe por qué has venido. No te recibirá. Sin embargo, me pidió que te diera esto.
Bertrem le tendió lo que parecía un mapa dibujado toscamente en un trozo de papel.
—¿Qué es? —inquirió Derek.
Bertrem bajó la vista hacia el papel y leyó en voz alta el título que lo encabezaba.
—Mapa de la Biblioteca de Khrystann.
—¡Eso ya lo veo! A lo que me refiero es para qué demonios necesito el mapa de una maldita biblioteca —estalló Derek.
—Lo ignoro, milord —contestó Bertrem, encogido ante la furia del caballero—. El Maestro no me hizo confidencias. Sólo dijo que tenía que dártelo.
—A lo mejor es allí donde encontrarás el Orbe de los Dragones —sugirió Brian.
—¡Bah! ¿En una biblioteca? —Derek llevó la mano a la bolsa del dinero—. ¿Cuánto dinero aceptaría Astinus por recibirme?
Bertrem se irguió cuanto le fue posible, con lo que casi llegó a la altura de la barbilla del caballero. El Esteta estaba profundamente ofendido.
—Guarda tu dinero, señor caballero. El Maestro no accede a verte y no hay más que hablar.
—¡Por la Medida que no consentiré que se me trate así! —Derek avanzó un paso—. Apártate, hermano, ¡no querría tener que herirte!
El Esteta plantó firmemente los pies en el suelo. Aunque era evidente que tenía miedo, Bertrem estaba decidido a resistir valerosamente para cerrarles el paso.
Brian sintió el repentino deseo de romper a reír al ver al erudito regordete y debilucho haciéndole frente al enfurecido caballero. Contuvo la hilaridad, que habría enfurecido aún más a Derek, y posó la mano en el brazo de su amigo.
—¡Piensa lo que haces! No puedes irrumpir a la fuerza para ver a ese hombre que se niega a recibirte. Incurrirías en un agravio. Si lo que buscas es información sobre el Orbe de los Dragones, entonces es posible que este hermano pueda ayudarte.
—Sí, naturalmente, señor caballero —afirmó Bertrem a la par que se secaba el sudor de la frente—. Me encantaría ayudar en todo cuanto pueda, a pesar de que la biblioteca está cerrada y habéis venido a una hora intempestiva.
Derek soltó el brazo de un tirón. Seguía furioso, pero se controló.
—Tendrás que guardar en secreto lo que voy a decirte.
—Por supuesto, señor caballero —contestó Bertrem—. Juro por Gilean que no hablaré de lo que me cuentes en secreto.
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