Varios se volvieron hacia él, enfadados, pero tuvieron que cerrar la boca y tragarse el enfado al ver los destellos dorados del medallón. Con expresión huraña, los peregrinos oscuros se apartaron para dejar paso a Raistlin, que llegó al principio de la cola a base de empellones.
Raistlin se tapaba el rostro con la capucha. Llevaba guantes negros de cuero para ocultar su piel dorada y también la daga. Caminaba cojeando, para poder explicar la presencia del bastón. Y a pesar de que el Bastón de Mago se ganó algunas miradas curiosas, tenía el aspecto anodino que las circunstancias requerían.
Al llegar a la entrada del templo, Raistlin presentó su salvoconducto, que también le había conseguido su hermana, y aguardó con impaciencia mal disimulada mientras el guardia draconiano lo estudiaba. Por fin, el draconiano le hizo un gesto con la garra.
—Tienes permiso para entrar, Espiritual.
Raistlin se disponía a cruzar la puerta de doble hoja ricamente decorada, en la que se veían representaciones de Takhisis en forma del dragón de las cinco cabezas, cuando lo detuvo otro guardia, esta vez humano.
—Quiero verte la cara. Quítate la capucha.
—Tengo un motivo para cubrirme con la capucha —contestó Raistlin.
—Y tendrás un motivo para quitártela —contestó el guardia, y alargó la mano hacia él.
—Está bien —aceptó Raistlin—. Pero estás advertido. Soy seguidor de Morgion.
Echó la capucha hacia atrás.
El guardia puso una mueca de miedo y asco. Se frotó la mano en el uniforme para eliminar cualquier posibilidad de contagio. Varios clérigos que esperaban su turno detrás de Raistlin se empujaron para alejarse lo máximo posible de él. De todos los dioses oscuros, Morgion, el dios de la enfermedad y la putrefacción, era el más abominado.
—¿Querrías ver también mis manos? —preguntó Raistlin, y empezó a quitarse los guantes negros.
El guardia murmuró algo inteligible y señaló la puerta con el pulgar. Raistlin volvió a echarse la capucha sobre la cabeza y nadie más lo detuvo. Mientras entraba en el templo, oyó comentarios sorprendidos a sus espaldas.
—Tiras de carne desprendiéndose...
—...¡Tiene los labios comidos! Se veían los tendones y el hueso...
—...un cadáver viviente...
Raistlin se sentía orgulloso. Su hechizo había funcionado. Pensó en mantener la ilusión óptica, pero acabaría agotado si tenía que alimentar el hechizo durante todo el día. Sencillamente no se quitaría la capucha.
Raistlin se unió a un numeroso grupo de clérigos que se agolpaba alrededor de la entrada. Preguntó a uno de ellos cómo podía encontrar la sala del consejo.
—Vengo del este. Ésta es la primera vez que visito el templo de Su Oscura Majestad —dijo como por explicación Raistlin—. No conozco el camino.
La peregrina oscura se sintió halagada por haber sido escogida por un clérigo de rango tan alto y se ofreció a acompañar personalmente al Espiritual. Mientras lo guiaba por los enrevesados pasillos que llevaban al salón del consejo, le fue contando los pasos planeados para el consejo de guerra, o el Gran Consejo, como Ariakas lo llamaba.
—La reunión de los Señores de los Dragones comenzará con la puesta del sol. Una hora más tarde —la voz de la peregrina se ahuecó por la admiración—, nuestra Reina Oscura, Takhisis, se unirá a los Señores de los Dragones para anunciar la victoria en la guerra.
«Un poquito prematuro», pensó Raistlin.
—¿Qué sucede durante el Gran Consejo? —preguntó a la peregrina.
—Primero ocuparán su lugar las tropas del emperador, a los pies de su trono. Después entrarán las tropas de los Señores de los Dragones y, por último, los Señores de los Dragones en persona. El último en aparecer será el emperador. Cuando todos estén reunidos, los Señores de los Dragones jurarán lealtad al emperador y a Su Oscura Majestad. Los Señores de los Dragones presentarán al emperador sus ofrendas para la diosa, como prueba de su devoción.
»Hemos oído —añadió la peregrina oscura en un tono confidencial— que una de las ofrendas será la elfa conocida como Áureo General. La sacrificarán en honor a Takhisis durante los rituales de la Vigilia Oscura. Espero que podáis asistir, Espiritual. Nos honraría mucho vuestra presencia.
Raistlin repuso que estaría encantado.
»Esta es la sala del consejo —anunció la peregrina, llevándolo hasta la puerta principal—. No se nos permite entrar, pero podéis echar un vistazo desde fuera. ¡Es impresionante!
Como todas las salas del templo, el salón circular del consejo existía entre el plano etéreo y el mundo real, y estaba diseñado para inquietar a aquel que lo mirara. Todo era como parecía ser y nada era lo que parecía. El suelo de granito negro se movía bajo los pies. Las paredes eran del mismo granito negro y daban la sensación de que se elevaban como una ola, a punto de tragarse el mundo.
Raistlin levantó la vista hacia el cielo abovedado y se quedó atónito al ver varios dragones sobre los aleros. Estaba mirando a los dragones y preguntándose cómo influirían en sus planes, cuando de repente tuvo la impresión de que el cielo se desplomaba sobre él. Sin querer, se encogió y oyó que la peregrina oscura dejaba escapar una risita seca. Raistlin clavó la mirada en el techo hasta que dejó de sentir el vacío en la boca del estómago que uno suele sentir cuando cae desde cierta altura.
—En esas cuatro plataformas están los tronos sagrados de los Señores de los Dragones —explicó su guía, señalando las tribunas—. La blanca es para lord Toede, la verde para Salah-Kahn, la negra para Lucien de Takar y la azul para la Dama Azul, Kitiara uth Matar.
—Las plataformas son bastante ridículas —comentó Raistlin.
La guía se puso tiesa, ofendida.
—Resultan imponentes.
—Ruego que me perdones —dijo Raistlin—. Lo que quería decir es que las plataformas no son lo suficientemente grandes para albergar a los Señores de los Dragones y a todos sus guardias. ¿No tenéis miedo de los asesinos?
—Ah, ya entiendo lo que queréis decir —repuso la guía con sequedad—. Sólo se permite acceder a las plataformas a los Señores de los Dragones. Los guardias se quedan en la escalera que lleva a la tribuna y rodean la plataforma. Es imposible que llegue hasta allí ningún asesino.
—Supongo que el trono grande y decorado con todas esas piedras preciosas en la parte de delante del salón es el del emperador, ¿verdad?
—Sí, ahí es donde se sentará Su Majestad Imperial. ¿Y veis el balcón oscuro sobre el trono?
A Raistlin le resultaba difícil mirar a ningún otro sitio. Sus ojos siempre acababan atraídos hacia esa zona en sombra, y ya sabía a qué estaba dedicado el balcón antes de que su guía se lo dijera.
—Ése es el lugar por el que nuestra reina hará su entrada triunfal en el mundo. Sois afortunado, Espiritual. Estaréis allí con ella.
—¿Estaré allí? —preguntó Raistlin, sorprendido.
—El emperador tiene su trono por debajo. Nuestro Señor de la Noche se quedará cerca de Su Oscura Majestad y los dignatarios como vos, Espiritual, estaréis de pie a su lado.
La peregrina suspiró con envidia.
»Sois muy afortunados de estar tan cerca de Su oscura Majestad.
—Ciertamente —contestó Raistlin.
Había planeado con su hermana que se uniría a ella en su plataforma. Desde allí podría utilizar su magia. Aquel plan no carecía de riesgos. Quedaría a la vista de todos los asistentes al consejo, incluido Ariakas. Y aunque Raistlin iba vestido como un clérigo, en cuando empezara a conjurar su hechizo, todos sabrían que era un hechicero. Cuanto más pensaba en ello, más cuenta se daba de que le iría mucho mejor la plataforma del Señor de la Noche.
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