Jean Rabe - El Dragón Azul

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Los grandes dragones amenazan con esclavizar Krynn.
Han alterado la tierra por medios mágicos, esculpiendo sus dominios de acuerdo con sus viles inclinaciones, y ahora comienzan a reunir ejércitos de dragones, humanoides y criaturas, fruto de su propia creación. Incluso los antaño orgullosos Caballeros de Takhisis se han unido a sus filas y preparan el ataque contra los ciudadanos de Ansalon. Ésta es la hora más negra para Krynn. Sin embargo, un puñado de humanos no quiere rendirse. Incitados por el famoso hechicero Palin Majere y armados con una antigua Dragonlance, osan desafiar a los dragones en lo que quizá sea su último acto de valentía.

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Regresó lentamente hasta la escama y bebió un poco de agua; luego se sentó contra una pared a esperar al dragón. La espera no fue larga. Centella entró en la cueva rápida y silenciosamente, a pesar de su gran tamaño. Abrió la boca y escupió tres peces grandes que se sacudieron en el suelo de la cueva. Dhamon se apresuró a coger uno y le golpeó la cabeza contra el muro para matarlo. Rasgó su vientre con el filo del borde de la escama, con cuidado de que las vísceras no cayeran en el agua. Abrió el pez, separó la carne y comenzó a comer.

—¿Te encuentras mejor? —preguntó la hembra de Bronce una vez que Dhamon hubo dado cuenta de los tres peces.

—Sí, gracias.

—Entonces me gustaría saber de ti. Cómo te llamas y a qué te dedicas. Luego decidiré qué hacer contigo.

Dhamon frunció el entrecejo. No había pensado en la posibilidad de que el dragón no lo dejara marchar. Los Dragones de Bronce se aliaban con las fuerzas de la Luz y en el pasado habían ayudado a los humanos y semihumanos de Krynn. Pero corrían otros tiempos. Desnudo y desarmado, el joven no tenía ninguna posibilidad de ganar si se enfrentaba a Centella. Estaba a su merced. Dhamon respiró hondo y miró a los ojos esmeralda del dragón.

Le hizo un resumen de su juventud, de cómo se había unido a los Caballeros de Takhisis, animado por fantasías de honor y valentía y por su admiración hacia los caballeros de su ciudad natal. Se había destacado en una batalla tras otra, pero finalmente había caído en las garras de Ciclón, un Dragón Azul.

Dhamon estaba lejos de Ciclón cuando se había topado en el bosque con el Caballero de Solamnia, sir Geoffrey Quick. El solámnico había llevado al joven herido a su casa y lo había atendido durante meses, hasta su total recuperación. Durante esa temporada, las palabras del solámnico habían alejado a Dhamon de los Caballeros de Takhisis, haciéndole comprender que la Orden ya no tenía nada que ver con la hidalguía y el honor. Se había convertido en una organización de matones armados, sedientos de poder, que luchaban con fines perversos.

Tras separarse del Caballero de Solamnia, Dhamon había enterrado su armadura negra y su espada con el rubí en la empuñadura y había resuelto purificar su espíritu.

—No estoy orgulloso de lo que era —concluyó Dhamon—, pero ahora soy un hombre nuevo. Estaba en deuda con el solámnico por haberme salvado la vida y ahora también estoy en deuda contigo. Pero no intentes retenerme aquí.

La hembra de Bronce escrutó el atezado rostro de Dhamon.

—No. No creo que vayas a revelar el secreto de mi guarida. Puedes irte.

Dhamon guardó silencio. Había pasado por lo menos un mes. Rig, Feril y los demás ya no estarían en Palanthas. En alguna ocasión habían considerado la posibilidad de viajar a Ergoth del Sur, en busca del Blanco. Quizá los encontrara allí. O tal vez estuvieran de camino a Schallsea. Ansiaba volver a ver a Feril, hablarle de su pasado. Pero para llegar a la isla de Schallsea, necesitaría ropas y un arma.

—Únete a nosotros, Centella —se limitó a decir Dhamon—. Luchamos contra los señores supremos y nos vendría bien tu ayuda. Si los Dragones del Bien se aliaran con nosotros para combatir a los del Mal, nosotros...

El dragón negó enfáticamente con la cabeza.

—Casi todos mis hermanos están escondidos. Ahora hay más Dragones del Mal que del Bien, y ellos son muy crueles. Es imposible salvar a toda la población de los señores supremos. Si lo intentáramos, si lucháramos por vosotros, en lugar de salvaros moriríamos con vosotros. Cuando llegue el momento, elegiremos nuestras propias batallas. —El dragón miró hacia la zona más oscura de la cueva—. He invertido demasiada energía en ti para verte morir ahogado. Puedes ir a donde quieras.

—Un arma —dijo Dhamon después de unos segundos—. Aquí tienes muchas. ¿Te importaría darme una?

Centella entornó los ojos.

—Puedes quedarte con la alabarda. Está en la cámara del tesoro. Pero no cojas nada más.

Dhamon echó a andar por el pasadizo. No tenía intención de coger nada más del tesoro del dragón ni de arriesgarse a una muerte segura por una parte del botín, aunque un par de monedas le habrían servido para comprarse ropa. El espadón resplandecía contra el muro del fondo. Dhamon se abrió paso entre montañas de monedas y piedras preciosas. La hoja curva del espadón brillaba a la luz de los líquenes. Tenía una empuñadura larga, de casi un metro y medio de longitud, grabada con imágenes de aves de presa en vuelo, y la hoja era curva, semejante a un hacha, y acababa en una punta de lanza. El arma era ligera y equilibrada y el metal de color azul plateado.

Dhamon regresó junto a Centella y se atrevió a pedirle otro favor.

—Tardaré mucho en llegar a cualquier parte. ¿No podrías llevarme a la isla de Schallsea, junto a la sacerdotisa Goldmoon?

Oyó un suave retumbo: la risa del dragón.

—Pides demasiado. Eso está cerca del reino de Sable.

—Sí.

—No. Piensa en otro lugar.

Dhamon reflexionó un momento y mencionó otra posibilidad. El dragón asintió. Sus ojos verde esmeralda sondearon los del joven, ocupando todo su campo de visión. La cueva pareció derretirse a su alrededor, y los grises y marrones de la roca se fundieron con el verde, arremolinándose como hojas arrastradas por el viento. Luego el suelo de piedra se esfumó bajo sus pies.

14

Una reunión peligrosa

Gilthanas quitó el cordón del cuello de su túnica azul índigo, lo usó para recogerse el cabello y se metió los mechones sueltos detrás de sus prominentes orejas de elfo. Luego, sin aflojar el paso, se alisó la túnica y tiró de un par de hilos sueltos. Era una de las prendas que Rig había comprado para él hacía menos de una semana en Gander, donde habían dejado a la mayoría de los refugiados de los Eriales del Septentrión. Afortunadamente, a partir de ese momento el barco había quedado menos atestado.

El marinero había comprado ropas coloridas para todos y había entregado un saquito de monedas de acero a cada pasajero. Gilthanas recordó que la generosidad de Rig había sorprendido gratamente a Feril, aunque esa buena obra no había salvado al marinero de las reprimendas de la kalanesti.

Gilthanas apuró un poco el paso para ablandar sus nuevas botas de cuero. Feril caminaba a su derecha, y ambos se habían rezagado un poco con la intención de conversar. El elfo había llegado a la conclusión de que la kalanesti era una persona temible, y se alegraba de haberle caído bien. Le convenía mantener su amistad con ella. Acarició la empuñadura de su alfanje prestado y advirtió que Feril lo miraba. La elfa tragó saliva y desvió la vista.

—¿No te gustan mis orejas? —bromeó él—. Porque a mí no me molestan las tuyas. Aunque en realidad es imposible verlas debajo de todos esos rizos.

Feril negó con la cabeza. El hombre se refería a que ella era una kalanesti y él un qualinesti, bastante más alto y de piel más clara, un aristócrata comparado con los Elfos Salvajes. En el pasado, las distintas razas de elfos no se llevaban muy bien, aunque bajo la tiranía de los señores supremos habían comenzado a limar sus diferencias. En algunos territorios, los qualinestis, los kalanestis y los silvanestis habían unido sus fuerzas. Una de dichas colonias residía en la costa meridional de Ergoth del Sur.

—¿Tus orejas? —repitió ella con una risita—. No; no es eso. —Hizo una pequeña pausa—. Dhamon tenía el cabello rubio y solía recogérselo igual que tú.

Gilthanas la miró con expresión compasiva.

—En el barco me han hablado mucho de él. Tengo entendido que era un buen hombre, a pesar de que en el pasado formó parte de la Orden de los Caballeros de Takhisis. Parece que estabais muy unidos.

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