Jean Rabe - Conjuro de dragones

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Conjuro de dragones: краткое содержание, описание и аннотация

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Malystryx y Khellendros, los más poderosos de entre los dragones, se desviven cada uno a su manera por obtener el control definitivo sobre Ansalon. El Dragón Azul conspira contra Malys, en un intento de obtener el suficiente poder para acceder a El Griseo y la furia de la hembra Roja ante esa traición resulta gigantesca y abrasadora. La Roja pretende convertirse en diosa agrupando todos los objetos mágicos y sustituir a la Reina Oscura. La pugna ente los malignos dragones y el intento por instaurar el Bien por parte de la nueva generación de héroes configuran el desenlace de la primera trilogía épica sobre la quinta Era.

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—¡Khellendros! —rugió Malystryx—. ¡Apártate del tesoro! ¡La ceremonia es mía! ¡Mía!

Tormenta sobre Krynn dedicó una última mirada a la tumultuosa escena que tenía lugar ante él; y entonces el Dragón Azul distinguió, sentada con tranquilidad en un pico lejano, la forma oscura de otro reptil. No era negro; más bien parecía envuelto en sombras. Mientras lo observaba, Khellendros sintió, por un brevísimo instante, un atisbo de duda, como si tuviera ante sus ojos un poder inmenso y terrible, oculto bajo una máscara fría e inescrutable.

—Kitiara —repitió Tormenta para sí.

El instante de debilidad desapareció, y el camino que debía seguir apareció claramente ante él. Situado justo detrás del altar ahora, Khellendros sintió cómo la tierra temblaba bajo el montón de objetos mágicos, cómo la energía fluía al interior de sus garras, ascendía por sus patas, penetraba en su vientre y le recorría el lomo. Echó la testa hacia atrás y disparó un grueso rayo hacia el cielo; innumerables rayos diminutos descendieron veloces para acariciarlo, para aumentar su poder. La ceremonia producía en su cuerpo los mágicos resultados esperados.

—¡No! —bramó Malystryx—. ¡Soy yo quien debe ascender! ¡Yo soy la escogida!

La hermosa visión que había dominado la mente de la señora suprema Roja se hizo añicos, como un cristal destrozado. El mundo a su alrededor se descompuso en fuego, hielo y vapor. Malys notó que su mente se desangraba y revoloteaba por la meseta en una serie infinita de sombras; no obstante, una parte siguió dentro del dragón y lanzó una mirada ominosa a los humanos que la habían atacado.

Las patas de Khellendros vibraban repletas de energía arcana. De sus cuernos saltaban chispas de poder.

—Por lo más sagrado —dijo Palin. Él y Usha miraban de hito en hito la escena. Las escamas del Dragón Azul brillaban con tanta fuerza como el sol, y sus ojos relucían como piedras preciosas.

La luz que se desprendía en forma de cascada de Tormenta sobre Krynn iluminaba la Ventana a las Estrellas y proyectaba un resplador deslumbrante sobre los dragones. El enorme señor supremo se alzó sobre las patas traseras y se irguió igual que lo haría un hombre, las alas extendidas a los costados, sujetando todavía en su garra la Dragonlance. El arma ya no le quemaba. Alrededor de sus dientes y ojos parpadeaban una serie de relámpagos que, al rebotar en las zarpas, arrancaban un brillo cegador de la lanza.

El oscuro huldre situado junto a Khellendros entrecerró los ojos y miró a lo alto, incrédulo.

—¿Tormenta? —susurró Fisura.

Beryl interrumpió su ataque al semiogro para inclinar la testa en señal de deferencia al Azul.

Onysablet dedicaba ahora toda su atención a Khellendros, sin importarle que Goldmoon se llevara el cuerpo del enano tirando de él en dirección a la desvanecida mujer de piel azulada.

—¡Khellendros! —exclamó Sable sorprendida.

Hollintress y Ciclón se volvieron hacia el Dragón Azul. Hollintress se dio cuenta del poder que emanaba ahora de éste, en tanto que Ciclón sólo comprendió que una energía mágica recubría al señor supremo y provocaba que la meseta se estremeciera violentamente.

—¡No! —gimió Malystryx—. ¡Debía ser yo! ¡Yo! —Puso los ojos en blanco, y abrió profundos surcos en el suelo ante ella con las garras. Lanzó una venenosa mirada a Dhamon Fierolobo—. ¡Humano! —escupió—. ¡Tú has provocado esto! ¡Me distrajiste! ¡Lo pagarás!

—¡Dhamon Fierolobo! —vociferó Tormenta sobre Krynn—. ¿Quieres a Malystryx, Dhamon Fierolobo?

Dhamon asintió, guiñando los ojos para ver por entre la brillante luz y los relámpagos, y vio que algo reluciente caía hacia él.

—¿Quieres a la Roja? —repitió la atronadora voz. Las palabras sonaban tan fuertes que hirieron sus oídos.

El caballero extendió las manos y agarró la Dragonlance. Giró en redondo al mismo tiempo que Malystryx se abatía sobre él, y, trepando torpemente por encima de los últimos restos del tesoro, corrió al frente acortando la distancia.

La lanza perforó la carne de Malys y penetró con fuerza en su pecho, y el dragón profirió un alarido desgarrador que sacudió el cielo. Dhamon intentó liberar la lanza, pero estaba demasiado hundida; el mango le escaldó las manos cuando la llameante sangre del dragón inundó el arma. Soltó la lanza y retrocedió, contemplando cómo la criatura se retorcía. La garra de Khellendros salió disparada contra la señora suprema, a la que asestó tal golpe que lanzó a la enorme hembra Roja por los aires, muy lejos de allí.

Malystryx salió volando de la meseta, con la Dragonlance clavada en el cuerpo y chorros de fuego brotando por sus fauces.

—¡Khellendros! —llamó Onysablet—. ¡Khellendros! —La Negra inclinó la cabeza respetuosa.

Beryl, la señora suprema Verde, gruñó, pero hizo lo mismo.

—¡Khellendros! —exclamó.

El grito fue recogido por Hollintress y Ciclón, y repetido por los dragones situados al pie de la montaña.

—¡Escuchadme! —tronó el Azul, y sus palabras sacudieron con violencia la montaña—. ¡Yo soy Khellendros, la Tormenta sobre Krynn! ¡Khellendros, el Señor del Portal! ¡Khellendros, aquel a quien Kitiara llamaba Skie!

El gigantesco Dragón Azul señaló en dirección a la formación de rocas que circundaba la meseta. El resplandor que emanaba de él se extendió hasta bañar las piedras, que absorbieron la luz y empezaron a retumbar con un fuerte zumbido que inundó el cielo.

En lo alto, donde Dragones Negros, Verdes y Azules y Plateados, Dorados, de Latón, de Cobre y de Bronce se enfrentaban, el zumbido también se escuchó; y las criaturas hicieron una pausa en su aéreo combate. Los Caballeros de Solamnia que montaban a los Plateados miraron hacia el suelo, forzando los ojos para intentar ver qué sucedía.

Khellendros absorbió los restos de energía mágica que quedaban en los tesoros y en Fisura; el huldre, tan débil que no podía mantenerse en pie, se desplomó al suelo.

Entonces la mente del Azul se proyectó hacia las piedras, solicitando acceso a El Gríseo. El megalito refulgió, el aire humeante situado entre las dos columnas gemelas de piedra chisporroteó, y luego se dividió. Por la abertura brillaron las estrellas. Estrellas y volutas grisáceas.

—Mi hogar —musitó el huldre. Intentó arrastrarse hasta el megalito, pero la garra de Ciclón lo mantuvo inmovilizado—. El Gríseo.

Las piedras zumbaron con más fuerza, en tanto que Palin y los otros se tapaban los oídos.

—¡Palin Majere! —gritó Khellendros—. Te concedo la vida y la de tus amigos en este día. Te doy mi palabra de que los dragones aquí reunidos no os harán daño. Ni tampoco los ejércitos de ahí abajo. Podéis marcharos. ¡Pero sólo hoy! —Su voz se apagó—. ¡Marchaos ahora! —continuó—. La próxima vez que nos encontremos, Palin Majere, no seré tan generoso.

Se dio impulso con las patas y dio un salto que sacudió la montaña e hizo caer de rodillas a Palin y a los otros.

El dragón voló hacia el megalito, a la vez que extendía una garra enorme en dirección a una hembra Azul, el recipiente elegido por Khellendros para contener a Kitiara. La hembra se echó hacia atrás instintivamente, y por un instante Tormenta vaciló en su vuelo. Mientras lo hacía, la superficie de El Gríseo pareció ondular y vibrar. Hilillos de neblina surgieron de su interior y envolvieron al Dragón Azul; acariciaron y abrazaron su gigantesco cuerpo, dando la impresión de que se lo llevaban hacia la oscura cúpula del firmamento.

—¡Kitiara —exclamó Khellendros—, finalmente voy a reunirme contigo!

La superficie del Portal se estremeció; mientras Palin la contemplaba con fijeza, le pareció ver durante un único y eterno instante un rostro moreno de una inmensa belleza desgarradora. Luego el cuerpo del Azul se alargó hasta extremos imposibles y penetró por entre las piedras. Un trueno resquebrajó las montañas, y a lo lejos, sin que nadie lo advirtiera, el Dragón de las Tinieblas desplegó las alas y se introdujo silenciosamente en una nube.

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