Gilthanas acarició la empuñadura de su espada.
—Entonces Silvara y yo iniciaremos la batalla. —En voz mucho más baja, añadió:— Y nos reuniremos con el espíritu de Goldmoon mucho antes de lo que habíamos planeado. —Hechicero y elfo se estrecharon la mano. Minutos después, Silvara y Gilthanas habían desaparecido.
El pequeño grupo inició el recorrido de un sendero que atravesaba las estribaciones y conducía a la meseta situada en lo alto de la montaña. Ampolla empezó a mostrarse nerviosa a medida que se acercaban al lugar.
—Los Caballeros de Takhisis —masculló—. Un mar de color negro. Me provocan comezón en los dedos. Aún no veo goblins, ni hobgoblins, ni ogros o draconianos como los que descubrieron Silvara y Gilthanas cuando exploraban. ¿Y quién sabe qué otra cosa hay también ahí? ¿Cómo vamos a pasar junto a ellos? ¿Andando?
—Desde luego —replicó Palin. Su pulgar jugueteó con el anillo de Dalamar.
En cuestión de segundos, todos ellos adoptaron el aspecto de Caballeros de Takhisis. Todos altos y humanos, incluso Furia; aunque este caballero en concreto no podía evitar andar un poco raro y olfatear el aire, iba cubierto también con una armadura negra. La única forma de conocer quién era quién estaba en el color de los cabellos que sobresalían de debajo de los yelmos.
—Esto me pone la carne de gallina —dijo Rig a Fiona, mientras bajaba la mirada hacia el emblema de la calavera de su peto negro. Recorrió con los dedos el dibujo, y ladeó la cabeza en dirección a Palin. No había notado el contacto con el metal, sino la suave piel de su pecho y las dagas sujetas a éste.
—Es un camuflaje —dijo el hechicero a modo de explicación—. Uno muy complicado, que será mejor que recemos para que esos ejércitos no puedan penetrar.
—¡Vaya! —chilló Ampolla, que estaba admirando su reluciente armadura y guanteletes—. ¡Tengo un aspecto fantástico! —Pero inmediatamente frunció el entrecejo. El hechizo desde luego le daba un aire imponente, pero su voz sonaba igual.
—El disfraz es sólo para cubrir las apariencias —explicó Palin—. Ten cuidado de no hablar. Eso nos delataría.
Ampolla asintió. El caballero de cabellos rojos gruñó por lo bajo y dejó de escarbar el suelo.
Dhamon encabezó la marcha a través del primer campamento. Varias docenas de caballeros estaban estacionados en el perímetro exterior, pero ninguno prestó atención al enmascarado grupo, pues se hallaban ocupados en el banquete que se preparaba. Varios cerdos de gran tamaño se estaban asando ensartados en espetones, y bárbaros procedentes de algunos de los poblados cercanos de Khur se dedicaban a repartir pan y queso.
No fue más que el primero de varios campamentos que atravesaron, cada uno aproximadamente del mismo tamaño y todos caracterizados por la misma atmósfera de fiesta. No obstante, no había ni cerveza ni aguamiel, observó Dhamon, nada que pudiera embotar los sentidos de los caballeros.
Los ejércitos de goblins era otra cuestión. Los tambores retumbaban con un ritmo desigual, y los guerreros goblins más jóvenes danzaban alrededor de mesas cargadas de comida. Barriles de algo acre y fermentado resultaban bien visibles. Dhamon escogió los senderos menos concurridos para atravesar estos campamentos y apresuró el paso en dirección a la cima, seguido por los otros. No quería arriesgarse a que un goblin borracho tropezara con Ampolla o Jaspe y viera a través del camuflaje creado por Palin. Esquivó también los campamentos de ogros y draconianos que descubrieron.
Los hobgoblins y los bárbaros parecían ser los más disciplinados del grupo, y no había sustancias embriagantes en estos campamentos. Sin embargo, el aire estaba inundado de gritos de guerra y discursos victoriosos, en los que sargentos y capitanes fanfarrones se jactaban de cómo su suerte en esta vida mejoraría cuando la diosa dragón regresara a Ansalon.
En la base de la meseta, un grupo de élite de los caballeros de la Reina de la Oscuridad se encontraba acampado a la sombra de cuatro Dragones Rojos, un pequeño Negro y un pequeño Verde.
Dhamon reconoció a Jalan Telith-Moor, y rápidamente hizo girar a sus acompañantes por el sendero más largo que rodeaba el campamento para esquivarlo. La comandante tal vez estaba ciega, pero Dhamon lo dudaba. Sabía que la mujer tenía acceso a un grupo de Caballeros de la Calavera que probablemente sabían cómo curar su dolencia. Por el rabillo del ojo distinguió a varios hombres y mujeres con túnicas negras: miembros de la Orden de la Espina. Tampoco quiso arriesgarse a que unos hechiceros penetraran su disfraz.
—Por aquí —indicó, mientras dejaba atrás a un par de oficiales e iniciaba el ascenso por un sendero sinuoso.
—Hay tantos —musitó Usha a Palin—. Muchos más tal vez que los que había en el Abismo.
—Fue más fácil llegar aquí que al Abismo —respondió él.
—¡Deteneos! —Un comandante de los caballeros apareció ante Dhamon, en un punto donde el sendero giraba alrededor de un saliente rocoso y ascendía una ladera más empinada aun. Sólo Dhamon, Rig y Feril habían doblado la esquina. Los restantes no podían ver al hombre que los había detenido. El hombre volvió a hablar:— ¡Malystryx la Roja no permite que nadie se acerque! Regresad a vuestros puestos inmediatamente.
—Las órdenes de Malystryx fueron que me dirigiera a la cima —replicó Dhamon irguiendo los hombros—. Debía llevar a estos hombres hasta ella.
El comandante estrechó los ojos.
—Dudo que el dragón haya...
—¿Dudáis del dragón, señor? Tengo a Palin Majere conmigo, un prisionero al que quiere. Tal vez piensa ofrecérselo a Takhisis. —Los ojos de Dhamon no parpadearon.
—Deja que vea a este Palin Majere.
Palin no podía ver al hombre, pero escuchó la tensa conversación entre él y Dhamon. Sintió cómo los dedos de Usha acariciaban nerviosamente los suyos.
—Todo irá bien —musitó—. Dhamon sabe lo que hace. —Dobló la esquina, abriéndose paso entre Rig y Fiona, al tiempo que cancelaba el hechizo que lo ocultaba.
El caballero contempló con atención al hechicero, y sus ojos examinaron las quemaduras y cicatrices de su rostro, cabeza y manos.
—Herirlo fue inevitable —dijo Dhamon, señalando a Palin y golpeando impaciente el suelo con el pie—. Si no permitís que escolte a Palin Majere y a estos hombres hasta lo alto de la meseta, entonces deberéis explicarle a ella vuestras razones. Espero que el Dragón Rojo sea comprensivo.
Los ojos del comandante se entrecerraron, pero sus labios temblaron de forma casi imperceptible.
—¡Id! —bramó, haciendo un gesto a Dhamon para que pasara—. Llevadle al hechicero. Sin duda resultará un bocado apetitoso para la Reina de la Oscuridad.
Dhamon asintió y empezó a avanzar.
—¡Funcionó! —se escuchó chillar a una infantil vocecita femenina—. ¿Lo ves, Jaspe? Ya te dije que esa lección sobre cómo mentir que le di a Dhamon hace muchísimos meses acabaría siendo útil.
Dhamon se encontraba junto al comandante cuando escuchó el siseo del acero al ser desenvainado. Se llevó la mano a su propia espada y giró velozmente, justo para ver cómo el comandante era abatido. El hombre cayó al suelo en medio de un charco de sangre.
Rig contempló la alabarda que empuñaba y silbó por lo bajo.
—¡Alguien podría encontrarlo! —advirtió Dhamon al marinero.
Palin cerró los ojos y pasó el pulgar por el metal del anillo de Dalamar. Fiona apoyó al hombre contra la pared de la montaña; entre ella y Rig colocaron el cuerpo de forma que no se doblara al frente.
—Si estuviera vivo, nosotros no seguiríamos respirando por mucho tiempo —masculló Rig.
—Me parece que verán toda esta sangre, y que le han cortado en dos la armadura —manifestó la kender—. Resulta bastante difícil no darse cuenta.
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