Jean Rabe - Conjuro de dragones

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Conjuro de dragones: краткое содержание, описание и аннотация

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Malystryx y Khellendros, los más poderosos de entre los dragones, se desviven cada uno a su manera por obtener el control definitivo sobre Ansalon. El Dragón Azul conspira contra Malys, en un intento de obtener el suficiente poder para acceder a El Griseo y la furia de la hembra Roja ante esa traición resulta gigantesca y abrasadora. La Roja pretende convertirse en diosa agrupando todos los objetos mágicos y sustituir a la Reina Oscura. La pugna ente los malignos dragones y el intento por instaurar el Bien por parte de la nueva generación de héroes configuran el desenlace de la primera trilogía épica sobre la quinta Era.

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Groller gimió. El líquido le quemaba ojos y pulmones, provocaba un fuerte escozor en su piel y confundía sus sentidos. Furia lo golpeó en el costado. El pelaje del animal estaba cubierto con aquel líquido, pero ello no parecía afectarlo. Impelido por el lobo, Groller siguió avanzando hacia el dragón.

Beryl los olió en cuanto estuvieron más cerca. Notó cómo la espada del hombre la golpeaba y sintió los mordiscos del lobo en sus garras. No podían hacerle daño; no eran dignos de su atención.

Así pues, la Verde se dedicó a observar a Malys, y vio que la Roja relucía. ¡Algo estaba pasando! ¡La ceremonia funcionaba! El cántico de Beryl surgió más sonoro y veloz.

—¡Malystryx, mi reina! —aulló Gellidus el Blanco.

Las llamas de Palin habían fundido algunas escamas del cuerpo del dragón. Y ahora una mujer de cabellos llameantes y un hombre de piel oscura, Fiona y Rig, atacaban al Dragón Blanco. La espada de la mujer consiguió herirlo, al dirigir sus ataques a las zonas donde las llamas habían derretido las escamas. Entretanto, el marinero se ocupaba del costado del blanco reptil, la alabarda ligera entre sus manos. Balanceó el arma y contempló sorprendido cómo se abría paso a través de las escamas de la criatura y dejaba una roja herida.

—¡Malystryx! —volvió a llamar el dragón. El hombre le hacía daño. ¡Un humano le provocaba dolor! El Blanco volvió la cabeza, y los ojos azul hielo se clavaron en Rig.

Escarcha aspiró con fuerza, introduciendo el odioso aire caliente en sus pulmones, para expulsarlo acto seguido y proyectar una violenta ráfaga helada, una tormenta invernal.

Fiona estaba familiarizada con las tácticas de su adversario, de modo que arremetió contra el marinero y lo derribó fuera del alcance de la principal andanada de afiladas agujas de hielo.

Rig apretó los dientes y notó cómo las piernas tiritaban bajo el intenso frío. Cayó al suelo, húmedo ahora por los trozos de hielo fundido. Brazos y pecho sangraban a causa de las innumerables heridas producidas por los cristales de hielo afilados como cuchillas, y comprendió que éstos lo habrían matado si Fiona no lo hubiera tirado al suelo.

Sus manos permanecieron firmemente cerradas alrededor del mango de la alabarda, y sin saber cómo encontró las fuerzas para incorporarse y volver a blandir el arma.

—¡Rig! —llamó Fiona. Se incorporó con dificultad, y observó que su compañero estaba malherido. También ella tiritaba—. ¡Acércate más, donde su aliento no pueda alcanzarte! ¡Deprisa!

El marinero obedeció, apretándose contra la parte inferior del vientre de Gellidus. Asestó un golpe con la alabarda a las gruesas placas que protegían a la criatura.

Fiona acuchilló la herida abierta del dragón, moviendo el brazo con rapidez cuando escuchó cómo el monstruo volvía a tomar aire. Se aplastó contra el costado del Blanco y sintió una intensa oleada de frío en la espalda. Apenas si se encontraba fuera del alcance de los helados proyectiles.

Malys observó que Gellidus volvía a lanzar hielo por la boca, y sus ojos se clavaron en la alabarda que el hombre empuñaba contra el señor supremo Blanco. Era el arma que ella había codiciado y había deseado para alimentar su ceremonia. El hombre estaba herido de gravedad, pero era tozudo y se aferraba a la vida y al arma, mientras seguía atacando.

Malystryx sintió cómo el poder fluía desde los tesoros apilados hasta ella... para penetrar en sus zarpas, subir por sus patas y ascender hasta su corazón, que ardía como un horno. ¡La ceremonia funcionaba! El mundo ante ella permaneció completamente inmóvil durante un único, delicioso, insoportable instante, y en ese momento supo que era una diosa.

Mataría a Dhamon Fierolobo y luego al hombre que manejaba la alabarda. Se apoderaría de la alabarda y la ocultaría a todos los hombres. Ella era Takhisis, la Absoluta. Echó la testa hacia atrás y proyectó una llamarada al cielo. El fuego volvió a caer sobre ella, y disfrutó con aquella sensación.

Dhamon sintió que el fuego caía sobre sus hombros y lo laceraba. No era tan doloroso como había sido el contacto con la alabarda después de matar a Goldmoon, se dijo, no era tan doloroso como encontrarse bajo el dominio de la señora suprema Roja.

—¡Malys! —rugió.

Feril levantó la vista hacia la enorme barbilla del Dragón Rojo, sintió que el aire se enfriaba a su alrededor merced a la acumulación de agua, y notó cómo la corona vibraba sobre su cabeza. Se concentró en el antiguo objeto y en el dragón, y sintió cómo la energía se agolpaba. Un chorro de agua brotó de la corona, un surtidor espeso y erguido como una lanza. El agua alcanzó a Malys, a la que hizo perder el equilibrio, apartándola del montón de objetos mágicos. Una nube de vapor blanquecino se elevó por los aires envolviendo al dragón.

—¿Cómo te atreves? —fue el rugido que salió del interior de la nube.

Dhamon se alejó a toda velocidad de la Roja y saltó por encima de los tesoros en dirección a Feril. Se arrojó sobre ella y la derribó contra el suelo justo cuando una bola de fuego salía disparada de entre el vapor. Las llamas chisporrotearon por encima de sus cuerpos y, por una circunstancia fortuita, fueron a dar contra el pecho de Gellidus.

—¡Mi reina! —tronó éste.

Fiona cayó contra el costado del Dragón Blanco, y tan sólo recibió el calor indirecto de la mal dirigida bola de fuego de Malys. Pero fue suficiente para cubrirla de ampollas y enviar una oleada de dolor por todo su cuerpo. A pesar de su adiestramiento, la joven Dama de Solamnia chilló. La aspada le quemó la mano, la hoja chocó contra el suelo, y Fiona se dobló sobre sí misma.

También Rig consiguió esquivar, aunque por muy poco, la abrasadora andanada, protegido por el vientre de Gellidus. Vio caer a Fiona y sintió que las lágrimas afloraban a sus ojos.

—Shaon —musitó, temiendo que su compañera sucumbiera a un dragón como le había sucedido a Shaon. Sin embargo, no se precipitó hacia ella. En lugar de ello, volvió a levantar la alabarda y asestó una cuchillada al Blanco que atravesó la carne del reptil y alcanzó el hueso que había debajo.

Gellidus aulló y, batiendo las alas, se alzó por los aires, lejos de la nube de Dragones Negros, Verdes, Azules y Plateados que había sobre sus cabezas. No quería saber nada más de luchas. Sabía que la nueva diosa dragón de Krynn podía condenarlo, pero Gellidus, que odiaba el dolor y el calor, volvió la enorme testa hacia el oeste y con un penoso batir de alas inició el regreso al bendito frío de Ergoth del Sur.

—¡Palin! —chilló Usha—. Uno de ellos se va: el Blanco. ¡Creo que Rig lo hizo huir! —Contempló cómo el marinero corría al lado de Fiona, y lanzó un suspiro de alivio cuando Rig puso en pie a la solámnica y ambos se encaminaron hacia Onysablet—. Palin, tal vez podamos triunfar realmente.

—No podemos vencerlos —respondió él, sacudiendo la cabeza—. No podemos matarlos, a ninguno de ellos. Carecemos de ese poder. Pero podemos desbaratar lo que Malys ha planeado. Eso sería una victoria en cierto modo.

—No hables de ese modo, Palin. Tal vez podamos...

Las palabras murieron en su garganta. Rodeando el montón de objetos mágicos acababan de aparecer los lugartenientes Azul y Rojo, Ciclón y Hollintress. Khellendros había enviado a su lugarteniente de confianza a ocuparse de Palin Majere, el odiado hechicero que creía haber matado meses atrás en la isla de Schallsea.

—Acaba con él —siseó Tormenta—. Acaba con Palin Majere por Kitiara.

—Palin...

—Los veo, Usha. —El hechicero alzó el anillo de Dalamar.

Khellendros dedicó una última mirada a su enemigo y avanzó en dirección al tesoro y al altar. Al señor supremo Azul le interesaba muy poco lo que aquellos intrusos intentaban. Ahora pensaba sólo en Kitiara, la reina de su corazón.

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