Simon Hawke - El Nómada

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Empuñando a
, la legendaria espada de los reyes elfos, Sorak se ha abierto paso a través de las inhóspitas tierras de Athas. Ahora, junto con su compañera villichi, Ryana, se acerca al objetivo de su misión: un avangion a punto de nacer, que guarda el secreto del pasado de Sorak y la promesa del futuro de Athas. Pero Sorak no es el único que busca al Sabio; el rey-hechicero de Nibenay está decidido a destruir al avangion antes de que se haya formado por completo... y aunque todavía no ha conseguido localizarlo, sabe que Sorak puede y conducirle directamente hasta él.

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Despertó mucho más tarde, con el sol ya muy alto en el cielo. Estaba tumbado en el suelo junto a la orilla del lago, aunque no recordaba haber salido del agua, y se sorprendió de seguir vivo. Entonces vio a la joven elfa.

Se había vestido y había vendado la herida del halfling con tiras de tela desgarradas de sus ropas. Cuando se agachó para observarlo, su mirada era curiosa y franca, y él se dijo que tenía los ojos más bonitos que jamás había visto. Ella se inclinó sobre él, bajando los ojos, y él la contempló con admiración. Muy despacio, extendió la mano para tocarla, porque deseaba palpar su piel, que parecía casi transparente, pero vaciló al darse cuenta de lo que estaba haciendo, y su mano se quedó inmóvil a medio camino.

La muchacha extendió su mano y rozó con ella las puntas de los dedos del joven, acariciándolas; luego alzó la otra mano y sujetó la de él entre las suyas. Sonrió, y poco a poco tiró de su mano hacia ella, y la guió hasta la suavidad de su mejilla, y él se sintió maravillado ante el tacto de aquella piel. Y entonces ella la hizo descender hasta su pecho sin dejar de mirarlo fijamente a los ojos.

Eran dos desconocidos, miembros de tribus diferentes y de razas distintas, que ni siquiera podían comprender el idioma del otro; aunque enemigos naturales, tal vez eran demasiado jóvenes o estaban demasiado atrapados en la magia del momento para preocuparse por prejuicios u odios. Ninguno de los dos comprendía realmente qué era lo que los había unido, pero desde el instante en que sus ojos se encontraron, algo sucedió, saltó una chispa, se forjó un vínculo, y dejaron de ser un halfling y una elfa para convertirse tan sólo en dos seres, un hombre y una mujer, cada uno respondiendo a algo en el otro que era reflejo de su propio espíritu.

—Ha llegado el momento de que nos abandone, Myra —dijo su madre.

Se encontraban ante la entrada de la tienda mientras el oscuro sol se hundía en el horizonte contemplando a Ogar, que permanecía solo junto al fuego y observaba con fijeza las llamas.

—¡No! —exclamó Myra volviéndose para mirar alarmada a su madre—. ¿Cómo puedes decir eso?

—Por que es cierto, hija mía.

—¡Pero él es uno de nosotros ahora!

—No —respondió Garda—, no es realmente uno de nosotros y nunca lo podrá ser.

—¡Pero es mi esposo, y el padre de nuestro hijo!

—El niño es lo bastante mayor para crecer sin problemas —replicó su madre—. Y es hora de que Ogar se reúna con los suyos.

—¿Lo echas, sólo porque es un halfling?

–No. Nosotros no actuamos así, Myra, y tú lo sabes. Kether nos ha mostrado lo sensato que es abandonar los viejos odios. Pero han transcurrido ya cinco años, y Ogar suspira por su tribu y su tierra natal. Los halflings están fuertemente unidos a sus raíces. Si permanece con nosotros mucho más tiempo, morirá.

—En ese caso, debo regresar con él —repuso ella.

—No puedes —replicó su madre—. No te aceptarían, y jamás aceptarían a vuestro hijo. Él sería anatema para ellos, y no permitirían que viviera. Si regresaras con Ogar, significaría la muerte para todos vosotros.

—¿Qué debo hacer, entonces? —inquirió Myra, exasperada.

—Debes aceptar las cosas como son. Igual que yo las acepté cuando tu padre nos dejó. Tienes al pequeño Alaron. Quiérelo, del mismo modo que yo te he querido a ti, y da gracias por el amor que le dio la vida.

Myra y Ogar conversaron hasta bien entrada la noche. Durante los cinco años que habían pasado juntos, habían aprendido cada uno el idioma del otro, y habían llegado a estar tan unidos que cada uno se había convertido en parte del otro. Myra se había prometido no llorar; no quería hacer más difícil aún la partida para Ogar de lo que ya lo era. Hicieron el amor por última vez, y él le entregó uno de los brazaletes que adornaban su brazo, un aro de bronce en el que estaba grabado el nombre y el símbolo de su clan. Por su parte, Myra le dio un sencillo collar de cuentas de cerámica rojas y verdes que ella misma había confeccionado y llevado. Por la mañana, cuando despertó, Ogar ya no estaba. Y fue entonces cuando lloró.

Ogar tardó mucho tiempo en llegar junto a los suyos, y en tanto que su corazón se animaba con cada nuevo paso que le acercaba más a su patria y a su tribu, también aumentaba en la misma proporción la pena que sentía por haber abandonado a Myra y a su hijo, Alaron. Le habían enseñado que los elfos eran enemigos jurados de los halflings, y, sin embargo, ya desde el mismo instante en que la había visto, le había sido imposible contemplar a Myra como a su enemigo; tampoco la tribu de la muchacha lo había tratado como un adversario odiado. Lo habían acogido y cuidado hasta que recuperó la salud, y nadie había estado más pendiente de sus necesidades que Myra, que había permanecido a su lado hasta que recuperó las fuerzas. Para entonces, él sabía que la amaba, y también sabía que ella le correspondía.

Cuando Myra solicitó el consentimiento de Kether para tomarlo como esposo, el caudillo sólo le preguntó si realmente lo amaba, y sabía que él la amaba a ella. Nadie había hecho mención a su raza, y nadie había tratado a Alaron de un modo diferente a los otros niños de la tribu cuando el pequeño nació. ¿Cómo podían aquellas personas ser sus enemigos?

Ogar había decidido que contaría a su padre todo lo sucedido en cuanto regresara. Su padre se sentiría satisfecho y orgulloso, lo sabía; su hijo no estaba muerto, como la tribu debía de creer ya después de tanto tiempo. Y Ogar no sólo estaba vivo, sino que regresaba triunfante, tras matar no a uno sino a tres humanos... Myra había eliminado al cuarto. Había cumplido su Ritual de la Promesa.

Pero, lo que era aún más importante, llevaría la noticia de que no todos los elfos eran enemigos de los halflings. Solicitaría permiso a su padre para regresar y traer de vuelta con él a su esposa e hijo, de modo que la tribu se diera cuenta de que elfos y halflings podían vivir juntos e, incluso, quererse.

La tribu le dio la bienvenida a su regreso, y tuvo lugar una gran fiesta para celebrarlo. Su padre se mostró muy orgulloso, sentado en su puesto de caudillo, mientras él relataba cómo había matado al gato montés en combate cuerpo a cuerpo y cómo luego había eliminado a los humanos; pero cuando les habló de Myra, todo cambió.

—¿Por qué no mataste también a la elfa? —inquirió su padre con expresión sombría.

—Padre, ella me salvó la vida —protestó Ogar.

—Salvó su propia vida, querrás decir —replicó el padre, ceñudo—. Los humanos la habían atacado, y se limitó a utilizarte como distracción para atacar. Así es como actúan siempre los elfos; son falsos.

–Padre, eso no es cierto —dijo el joven con energía—. El cuarto humano me habría matado de no haber venido ella en mi ayuda. Me había herido gravemente, y ella podría muy bien haberme dejado allí para que muriera. Por el contrario, me sacó del agua y me tumbó en la orilla para ocuparse de mis heridas. Y más tarde me condujo hasta su tribu, y ellos me dieron cobijo hasta que estuve recuperado. Podrían fácilmente haberme matado, padre, pero me aceptaron en su grupo.

—¿Te uniste a una tribu elfa? —preguntó su padre, horrorizado.

—Se llaman los Corredores de la Luna, padre —respondió Ogar—, y no responden en absoluto a tal y como se nos ha enseñado que son los elfos. Me trataron con amabilidad, y a ninguno le importó que yo fuera halfling. Viví como uno de ellos.

—¡Como su esclavo, quieres decir! —exclamó enfurecido su padre.

—¡No! ¿Permitirían ellos que un esclavo se casara con una elfa?

—¿Qué? —gritó el caudillo poniéndose en pie de un salto.

—Myra es mi esposa, padre —dijo Ogar—. Tenemos un hijo. Tienes un nieto. Si los conocieras, sé que te...

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