Margaret Weis - Ámbar y Sangre

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Con este título finalizan las aventuras de la guerrera Mina.
El mundo de Krynn siempre tiene sorpresas para los incautos, pero la revelación de que una mortal, que primero dedicó su vida al Dios Único y luego a Chemosh, es a su vez una diosa, rebasa todos los límites conocidos. Para Mina, significa caer en la locura al conocer la verdad.
Los dioses de la Oscuridad y de la Luz se muestran ansiosos por tener a Mina como una de los suyos, ya que ella puede romper el equilibrio de poder en el cielo. Pero Mina tiene sus propios planes.

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—El espíritu del niño pequeño —recalcó Beleño— estaba muy, muy triste. Estaba allí sentado sobre su lápida, balanceando los pies y dándole golpes con los talones. Le pregunté cuánto tiempo llevaba muerto y me respondió que cinco años. Cuando murió tenía seis años y ahora ya había cumplido once. Eso me pareció muy raro, porque los muertos no suelen medir el tiempo. Me explicó que sabía cuántos años tenía porque su padre iba a visitarlo todos los años en el día de su cumpleaños. Parecía que eso le ponía muy triste, así que para alegrarlo un poco me ofrecí para jugar con él, pero no quería jugar. Entonces le pregunté por qué seguía aquí, entre los vivos, cuando su alma ya debería haber partido.

—No me gusta esta historia —se quejó Mina, frunciendo el entrecejo.

Beleño estaba a punto de hacer un comentario mordaz, pero vio la mirada de Rhys y se lo pensó mejor. Continuó con su relato.

—El niño pequeño dijo que quería partir. Veía un lugar maravilloso y muy bonito, pero no podía ir porque no quería abandonar a su padre. Le dije que su padre querría que siguiera su viaje y que volverían a encontrarse. El niño pequeño me respondió que ése no era el problema. Si volvía a encontrarse con su padre, ¿cómo lo reconocería su padre después de tanto tiempo?

Mina había estado moviéndose sin parar, pero se había quedado quieta. Sentada en el suelo con las piernas cruzadas, los codos apoyados en las rodillas y la barbilla en las manos, escuchaba atentamente con sus ojos ambarinos clavados en el kender.

—Le contesté que su padre lo reconocería pero el pequeño no me creyó. Así que le dije que se lo demostraría.

»Fui al zapatero y le conté que era un acechador nocturno, que había hablado con su hijo y que había un problema. Al principio el zapatero fue bastante grosero y no voy a negar que hubiera una pequeña refriega cuando intentó echarme de su tienda. Pero entonces le describí al niño pequeño y el zapatero se tranquilizó y me escuchó.

»Lo llevé al cementerio y allí estaba su hijo esperándolo. El zapatero me dijo que pensaba en su hijo todos los días y que se imaginaba cómo sería cuando creciera y dijo que por eso iba siempre a visitarlo el día de su cumpleaños. Que en su mente podía ver a su niño pequeño haciéndose mayor. Cuando el niño oyó esto, supo que no importaba cuánto cambiara, porque su padre siempre lo reconocería. El pequeño dejó de dar patadas a la lápida, dio un abrazo a su padre y partió.

»El padre no podía ver u oír a su hijito, evidentemente, pero creo que sí sintió el abrazo, porque dijo que se le había quitado un peso del corazón. Se sentía en paz por primera vez en cinco años. Así que me llevó otra vez a su tienda y me dio las botas, y dijo que yo era...

Sentándose recta, Mina preguntó de repente:

—¿Qué pasaría si el niño no hubiese muerto? ¿Qué pasaría si hubiera vivido y se hubiera convertido en un hombre y hubiera hecho cosas malas? Cosas muy, muy malas. ¿Qué habría pasado entonces?

—¿Cómo quieres que lo sepa? —le contestó Beleño de mal humor—. Eso no tiene nada que ver con mi historia. ¿Por dónde iba? Ah, sí. El zapatero me dio las botas y dijo que yo era...

—Pues te lo digo yo —dijo Mina muy seria—. El niño pequeño no tiene que crecer nunca. Así, su padre siempre lo querrá.

Beleño miró a Mina muy sorprendido.

—¿Por eso es tan...? —preguntó en un susurro, inclinándose hacia Rhys.

—Prosigue con tu historia —dijo Rhys en voz baja. Alargó la mano y acarició con ternura el cabello rojizo de Mina.

Mina esbozó una sonrisa fugaz, pero no levantó la vista. Miraba fijamente el fuego.

—Bueno, sea como sea, el zapatero me dio las botas —continuó Beleño dócilmente. Estaba allí sentado, incómodo, cuando de repente se acordó—: ¡Ah, y tengo otra cosa!

Fue a buscar una bolsa grande de tela y la dejó caer con aire triunfal.

Rhys se había fijado en el saco, pero había tenido mucho cuidado en no preguntar nada, pues no estaba muy seguro de querer saber la respuesta.

—¡Es un mapa! —anunció Beleño, mientras sacaba una hoja grande de papel de aceite enrollada—. Un mapa de Ansalon.

Extendió el mapa en el suelo y se preparó para presumir de su adquisición. Por desgracia, el mapa se empeñaba en quedarse enrollado y tuvo que sujetarlo con dos jarras de cerveza, un cuenco de sopa y la pata de un taburete.

—Beleño —dijo Rhys—, un mapa como éste cuesta un montón de dinero...

—¿Ah, sí? —Beleño arrugó la frente—. Pues no sé por qué. Yo lo veo bastante estropeado.

—Beleño...

—Vale, está bien. Si insistes, lo devolveré por la mañana.

—Esta noche —dijo Beleño.

—El capitán de los minotauros no lo va a echar de menos hasta por la mañana —le aseguró Beleño—. Y no lo cogí. Le pregunté al capitán si podía prestármelo. Eso fue justo antes de que se desmayara. Tengo el minotauro un poco olvidado, pero estoy bastante seguro de que «Ash kanazi rasckana cloppfi» [1] «¡Lárgate antes de que acabe contigo, mierda con patas!» (N. de la t.) significa «Sí, claro que puedes cogerlo, amigo mío».

—Iremos los dos a devolver el mapa esta noche —dijo Rhys.

—Bueno, si insistes. Pero ¿por qué no le echas un vistazo primero? Enseña el camino a...

—¿A Morada de los Dioses? —exclamó Mina, pegando un salto por la impaciencia.

—Bueno, no, Morada de los Dioses no sale en el mapa. Pero Neraka sí, que es un sitio cerca de donde podría estar Morada de los Dioses.

—¿Y dónde está? —preguntó Mina, agachándose junto al mapa.

Beleño buscó un rato y después puso un dedo sobre una cadena montañosa en el extremo occidental del continente.

—¿Y nosotros dónde estamos? —preguntó Mina.

Beleño señaló con el dedo un punto en el extremo oriental del continente.

—No está muy lejos —comentó Mina alegremente.

—¡No muy lejos! —repitió Beleño, exasperado—. Son cientos y cientos de kilómetros.

—¡Bah! ¡Mira! —Mina se puso sobre el mapa y a punto estuvo de pisarle los dedos a Beleño. Juntando mucho los pies, caminó de un lado al otro lado del mapa, pegando la punta de los dedos de un pie con el talón del otro—. Hasta aquí. ¿Ves? Como unos tres pasos. No es nada lejos.

Beleño la miró boquiabierto.

—Pero eso es...

—Esto es muy aburrido. Me voy a la cama. —Mina fue a donde tenía escondida su manta. La extendió y se tumbó, pero volvió a sentarse al momento—, Mañana partimos hacia Morada de los Dioses —les anunció. Después volvió a tumbarse, se acurrucó y se quedó dormida.

—Tres pasos —repitió Beleño—, Creerá que mañana por la noche ya habremos llegado.

—Ya lo sé —dijo Rhys—. Mañana hablaré con ella. —Miró el mapa con expresión lúgubre y suspiró—. Es un camino demasiado largo. No me había dado cuenta de lo lejos que habíamos viajado. Y de lo lejos que tenemos que ir.

—Podríamos comprar un pasaje en un barco —sugirió Beleño—. Podríamos encontrar alguno que admitiera a kenders...

Rhys sonrió a su amigo.

—Podríamos. Pero ¿volverías a ponerte en manos de la diosa del mar?

—No había pensado en eso —respondió Beleño, haciendo una mueca—. Supongo que caminar está bien.

Se dejó caer sobre la panza y siguió estudiando el mapa.

—No es una línea recta de aquí a aquí. ¿Cómo recordaremos la ruta?

Se tumbó de espaldas cómodamente y apoyó la cabeza sobre los brazos cruzados.

—El minotauro no echará de menos el mapa hasta mañana por la mañana. Si tuviéramos algo en lo que escribir, podría copiarlo. ¡Ya sé! ¡Podríamos cortar mi camisa vieja!

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