Terry Goodkind - La Sangre de la Virtud. El Caminante de los Sueños
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- Название:La Sangre de la Virtud. El Caminante de los Sueños
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— ¿Entonces es a él a quien quieres? Sí, el duque. El duque es el poseído. Suéltame y te contaré todos sus crímenes.
— Al Creador no se le sirve con confesiones falsas e interesadas —repuso Brogan hablando con los dientes apretados. Sus labios dibujaron una cruel sonrisa y su mejilla tembló—. De todos modos le servirás. Servirás al Creador a través de mí; cumplirás mis órdenes.
— No pienso… —Galtero le retorció los brazos, y la mujer gritó—. Sí, sí, lo haré.
— Harás exactamente lo que te ordene —repitió Brogan entre dientes, pegando su rostro al de la duquesa. Ésta, aunque lo intentó, no pudo apartarse.
— Sí. Muy bien. Te doy mi palabra —dijo totalmente aterrorizada.
— ¿Crees que voy a confiar en la palabra de una ramera como tú, alguien capaz de vender cualquier cosa y traicionar cualquier principio? —replicó Brogan con desdén—. No. Me obedecerás porque no tendrás otro remedio.
Dio un paso atrás, le cogió un pezón entre el pulgar y el nudillo del índice y lo estiró. La mujer lanzó un gemido y abrió mucho los ojos. Brogan levantó la espada y de un solo tajo le cercenó el pezón. El chillido de la duquesa ahogó el aullido del viento.
Luego dejó el pezón en la palma que le tendía Lunetta. La hechicera lo rodeó con sus regordetes dedos, cerró los ojos y se envolvió en un velo mágico. Los suaves sonidos de un antiguo sortilegio se fundieron con el viento y los trémulos gritos de la duquesa. Galtero tenía que sostenerla mientras el viento se arremolinaba a su alrededor.
El cántico de Lunetta subió de tono al tiempo que inclinaba la cabeza hacia el negro cielo. Con ojos firmemente cerrados conjuraba el sortilegio en torno a ella y a la duquesa. Era como si el mismo viento impulsara las palabras pronunciadas en la lengua de las streganicha .
De la tierra al cielo, de las hojas a las raíces
del fuego al hielo, y los propios frutos del alma.
De la luz a la oscuridad, del viento al agua,
reclamo este espíritu y a esta hija del Creador.
Hasta que la sangre del corazón hierva o los huesos sean ceniza,
hasta que el sebo sea polvo y los dientes de los muertos rechinen,
ella será mía.
Arrojo su cuerpo a una umbría cañada,
y arranco su alma de su insondable morada.
Hasta que cumpla con su cometido y alimente a los gusanos,
hasta que la carne sea polvo y el alma haya huido,
ella será mía.
La voz de Lunetta se convirtió en un canto gutural: «Con hembra de gallo, arañas diez y bezoar, hago el estofado de esclavo. Hiel de buey, castor y placenta, hago un caldo con ella…».
Sus palabras se fueron apagando, dispersándose en el viento, pero ella continuó cantando al tiempo que inclinaba su rechoncho cuerpo, agitaba la mano vacía encima de la cabeza de la duquesa y la otra, con el pezón, sobre su propio corazón.
La duquesa se estremecía a medida que a su alrededor se enroscaban tentáculos de magia que se le clavaban en la carne. Cuando le llegaron al alma, los estremecimientos eran ya convulsiones.
Galtero tenía que hacer un auténtico esfuerzo para mantenerla sujeta hasta que, por fin, se quedo inerte entre sus brazos. Pese al viento, fue como si se hiciera el silencio.
Lunetta abrió la mano.
— Ahora es mía y te cedo a ti el derecho —declaró mientras dejaba en la palma de Brogan el pezón ahora reseco—. Ahora os pertenece, lord general.
Brogan cerró los dedos en torno al encogido pedazo de carne. La duquesa, con los brazos a la espalda y el cuerpo desmadejado, tenía una mirada vidriosa. Aunque las piernas la sostenían, se estremecía por el dolor y el frío. De un pecho le manaba sangre.
— ¡Deja de temblar! —le ordenó, cerrando la mano en un puño.
La duquesa lo miró a los ojos y su mirada vidriosa desapareció. Inmediatamente se quedó quieta.
— Sí, lord general.
— Cúrala —ordenó Brogan a su hermana.
Galtero contempló con una chispa de lujuria en sus ojos oscuros cómo Lunetta posaba sus manos alrededor del sangrante seno de la mujer. Al duque Lumholtz casi se le salían los ojos de las órbitas contemplando la escena. Nuevamente Lunetta cerró los ojos para conjurar el hechizo. La sangre que le goteaba entre los dedos dejó de manar cuando la herida en el seno empezó a cerrarse.
Mientras aguardaba, Brogan pensaba en otros asuntos. Verdaderamente el Creador velaba por los suyos. El día había empezado poniéndolo al borde del mayor de los triunfos, luego se torció, pero al final había demostrado que quienes abrazaban en su corazón la causa del Creador finalmente vencían. Lord Rahl iba a enterarse qué les sucedía a quienes adoraban al Custodio, y la Orden Imperial iba a enterarse de cuán valioso era el lord general de la Sangre de la Virtud. También Galtero había demostrado una vez más su valía y se merecía una buena recompensa.
Lunetta usó el manto de la duquesa para limpiar la sangre y al retirarse dejó a la vista un seno entero y tan perfecto como el otro, excepto por la falta del pezón.
— ¿A él también, lord general? —inquirió Lunetta, señalando al duque—. ¿Me ocupo también de él, lord general?
— No —Brogan negó con un ademán—. Sólo la necesito a ella, aunque él también tiene un papel en mi plan.
»Ésta es una ciudad peligrosa —prosiguió, clavando la mirada en los aterrados ojos del duque—. Tal como lord Rahl nos ha dicho esta noche, por Aydindril rondan unos peligrosos seres que atacan a ciudadanos inocentes que no tienen ninguna oportunidad contra ellos. Espantoso. Si al menos lord Rahl estuviera aquí para proteger al duque de tales ataques…
— Me ocuparé de ello al instante, lord general —anunció Galtero.
— No, no. Ya me ocupo yo. He pensado que tal vez te gustaría «entretener» a la duquesa mientras yo me ocupo del duque.
Galtero se mordió el labio inferior con la mirada fija en la duquesa.
— Sí, lord general, me encantaría. Gracias. Tomad —dijo, lanzándole su cuchillo—, lo necesitaréis. Los soldados me han contado que esos seres destripan a sus víctimas con cuchillos de triple hoja. Así pues, tendréis que dar tres tajos para lograr el mismo efecto.
Brogan dio las gracias a su coronel. Como siempre, Galtero estaba en todo. Los ojos de la duquesa se posaban alternativamente en ellos tres, aunque guardaba silencio.
— ¿Quieres que la obligue a cooperar?
— ¿Para qué, lord general? —replicó Galtero con una truculenta sonrisa en su faz por lo general pétrea—. Es mejor que esta noche aprenda otra lección.
— Muy bien. Como prefieras. Querida —dijo a la duquesa—, no te ordeno que lo hagas. Eres libre para expresar lo que realmente sientes hacia Galtero, mi hombre.
La mujer lanzó un grito de protesta cuando Galtero la enlazó por la cintura.
— ¿Por qué no vamos hacia allí, a la oscuridad? No quisiera herir vuestros sentimientos obligándoos a contemplar lo que le ocurre a vuestro esposo.
— ¡No! —gritó. ¡Me helaré en la nieve! Debo obedecer la voluntad del lord general—. ¡Me helaré!
— Tranquila —replicó Galtero, propinándole un azote en el trasero—, no te helarás. El estiércol está calentito.
La duquesa chilló y trató de desasirse pero Galtero la tenía bien cogida. Con la otra mano la agarró por la cabellera.
— Es una mujer muy hermosa, Galtero; no la estropees. Y ve al grano; tengo planes para ella. Para empezar, deberá pintarse menos —comentó haciendo una mueca—; claro que la práctica le será útil para pintarse el pezón que le falta.
»Cuando haya acabado con el duque y tú hayas acabado con ella, Lunetta le echará otro sortilegio. Uno muy especial; un hechizo realmente extraordinario y muy poderoso.
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