En realidad ya había prendido el fuego más importante. O al menos había esparcido las primeras ascuas y las había soplado. Si la Luz quería, si nadie se había anticipado llevado por las ganas de actuar, si nadie se había entregado a la desesperanza por el firme dominio seanchan en Tarabon, si nadie había tropezado con las adversidades que echaban a rodar hasta los planes mejor concebidos, entonces por todo Tarabon más de veinte mil hombres habían asestado golpes como éste o lo harían antes de que el día acabara. Y mañana volverían a la carga. Ahora lo único que le restaba hacer era cruzar a la inversa más de cuatrocientas millas a través de Tarabon, dispersar Juramentados del Dragón taraboneses y reagrupar a sus propios hombres, y después volver a cruzar el llano de Almoth. Si la Luz brillaba sobre él, ese fuego quemaría a los seanchan lo suficiente para hacerlos ir en pos de él, furiosos. Muy furiosos, esperaba. De ese modo, se meterían de cabeza en la trampa que había tendido antes de que se dieran cuenta de que estaba allí. Si no lo perseguían, entonces al menos había librado a su país de taraboneses y había comprometido a los Juramentados del Dragón domani a combatir por el rey en lugar de luchar en su contra. Y si veían la trampa…
Cabalgando colina abajo, Ituralde sonrió. Si veían la trampa entonces ya tenía pensado otro plan, y otro más por si acaso. Siempre miraba adelante y siempre planeaba en previsión de cualquier eventualidad que imaginaba, como no fuera que el Dragón Renacido en persona apareciera de repente ante él. Creía que los planes que tenía bastarían de momento.
La Augusta Señora Suroth Sabelle Meldarath yacía despierta en el lecho, fija la mirada en el techo. La luna se había puesto y los ventanales de triple arco que daban al jardín de palacio estaban oscuros, pero los ojos se le habían acostumbrado a la falta de luz, de forma que distinguía al menos los ornamentos y la pintura de los relieves de escayola. Debían de faltar una o dos horas para el amanecer, pero no había dormido nada. Había permanecido despierta en la cama la mayoría de las noches desde que Tuon había desaparecido, y sólo dormía cuando el agotamiento le cerraba los ojos por mucho que intentara mantenerlos abiertos. Dormir la sumergía en pesadillas que querría olvidar. En Ebou Dar nunca llegaba a hacer frío de verdad, pero la noche traía cierto frescor, lo suficiente para mantenerla despierta y arropada únicamente con una fina sábana de seda. La cuestión que acosaba sus sueños era simple y cruda: ¿Tuon estaba viva o muerta?
La huida de las damane Atha’an Miere y el asesinato de la reina apuntaban a que Tuon había muerto. Achacar al azar que tres acontecimientos de esa magnitud tuvieran lugar la misma noche era apretar demasiado las tuercas de la casualidad, y los dos primeros eran lo bastante espeluznantes en sí mismos para sugerir lo peor para Tuon. Había alguien intentando sembrar el miedo entre los Rhyagelle , Los que Retornan al Hogar, tal vez con el propósito de interrumpir por completo el Retorno. ¿Qué mejor modo de conseguirlo que asesinando a Tuon? Lo peor era que tenía que ser uno de los suyos, porque Tuon había llegado con el rostro velado y ningún lugareño sabía quién era. A Tylin la habían matado con el Poder Único, sin lugar a dudas; una sul’dam y su damane . Suroth se había agarrado como a un clavo ardiendo a la sugerencia de que las culpables hubieran sido Aes Sedai pero, antes o después, alguien de peso preguntaría cómo era posible que una de esas mujeres hubiera podido entrar en un palacio lleno de damane , en una ciudad repleta de damane , sin que se la detectara. Por lo menos había hecho falta una sul’dam para quitar el collar a las damane de los Marinos. Y dos de sus propias sul’dam habían desaparecido casi al mismo tiempo.
Al menos su desaparición se había descubierto dos días después, además de que nadie las había visto desde la desaparición de Tuon. No creía que estuvieran involucradas, aunque habían prestado servicio en las casetas de las damane . Para empezar, no se imaginaba a Renna o a Seta quitando el collar a una damane . Tenían razones de sobra para escabullirse y buscar trabajo en un lugar lejano, a las órdenes de alguien que ignorara su asqueroso secreto, alguien como esa Egeanin Tamarath, que había robado un par de damane . Qué extraño comportamiento ése, viniendo de alguien recién ascendido a la Sangre. Extraño, pero carente de importancia; no veía nada que vinculara ese suceso con lo demás. Seguramente la presión y las complejidades de la nobleza habían sido excesivas para una simple capitana de barco. Bueno, acabarían encontrándola y arrestándola.
Lo importante, el hecho que era potencialmente letal, era que Renna y Seta no estaban y que nadie podía afirmar exactamente cuándo se habían ido. Si la persona equivocada reparaba en la cercanía de su marcha con el momento crítico y sacaba conclusiones erróneas… Se apretó los ojos con los pulpejos de las manos y soltó el aire despacio, casi como un gemido.
Aun en el caso de que saliera con bien de la sospecha de asesinar a Tuon, si la joven estaba muerta entonces se la requeriría a presentar sus disculpas ante la emperatriz, así viviera para siempre. Sus disculpas por la muerte de la reconocida heredera del Trono de Cristal serían prolongadas y tan dolorosas como humillantes; podrían finalizar con su ejecución o, peor aún, con que la pusieran en venta como propiedad. Tampoco es que las cosas fueran a llegar tan lejos, aunque sí ocurría a menudo en sus pesadillas. Deslizó la mano por debajo de las almohadas hasta tocar la daga desenvainada que guardaba allí. La hoja era poco más larga que su mano, pero afilada de sobra para cortarse las venas, con preferencia en un baño de agua caliente. Si se veía abocada a ofrecer disculpas, no pensaba llegar viva a Seandar. El deshonor para su nombre quizá disminuiría un poco si había gente suficiente que interpretara ese acto como una disculpa. Dejaría una carta explicando que era así. Eso tal vez ayudaría.
Con todo, aún quedaba una esperanza de que Tuon siguiera viva, y Suroth se aferraba a ella. Asesinarla y hacer desaparecer el cadáver podría ser una oscura maniobra orquestada desde Seanchan por una de sus hermanas supervivientes que ambicionaba el trono, aunque Tuon había organizado su propia desaparición más de una vez. Como respaldo a esta posibilidad, la der’ sul’dam de la heredera se había llevado a todas sus sul’dam y damane al campo para hacer ejercicios hacía nueve días, y no se las había visto desde entonces. No hacían falta nueve días para que las damane se ejercitaran. Y justo en este día —no, el día anterior desde hacía ya varias horas— Suroth se había enterado de que el capitán de la guardia personal de Tuon también se había ausentado de la ciudad nueve días antes con un considerable contingente de sus hombres y aún no había regresado. Demasiada coincidencia; casi llegaba a ser una prueba. Al menos, casi un rayo de esperanza.
Sin embargo, todas las desapariciones previas de Tuon habían formado parte de su campaña para ganarse la aprobación de la emperatriz, así viviera muchos años, y ser nombrada heredera. En todas y cada una de esas ocasiones había forzado a la competidora de turno entre sus hermanas a acometer alguna acción o la había envalentonado para hacer cosas que después la habían rebajado cuando Tuon reaparecía. ¿Qué necesidad tenía ahora, allí, de esas estratagemas? Por mucho que se estrujara el cerebro, Suroth no encontraba un objetivo merecedor de esa maniobra fuera de Seanchan. Se había planteado incluso la posibilidad de ser ella el blanco, pero sólo fugazmente y porque no se le ocurría nadie más. Tuon podría haberla destituido de su posición en el Retorno con unas pocas palabras. Lo único que habría tenido que hacer era despojarse del velo; allí, la Hija de las Nueve Lunas, al mando del Retorno, era la voz de la emperatriz. La simple sospecha de que Suroth fuera una Atha’an Shadar , lo que a este lado del Océano Aricio se llamaba una Amiga Siniestra, habría bastado para que Tuon la hubiese entregado a los Buscadores para ser interrogada. No, Tuon apuntaba a otra persona o a otra cosa. Si es que seguía viva. Tenía que estar viva. Ella no quería morir. Toqueteó la hoja de la daga.
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