Robert Jordan - Torres de medianoche

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Torres de medianoche: краткое содержание, описание и аннотация

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La Rueda del Tiempo se acerca a su culminación. Mientras el entramado de la realidad se vuelve inestable, todo indica que el Tarmon Gai'don está cerca y que Rand al’Thor tiene que enfrentarse con el Oscuro. Pero antes deberá negociar una tregua con los seanchan. Perrin, por su parte, ya ha hecho un pacto con ellos y está di spuesto a todo para salvar a su esposa de los Shaido. En Caemlyn, Elayne lucha para conseguir el Trono de León al tiemp que intenta prevenir una guerra civil, y Egwene descubre que incluso la Torre Blanca ha dejado de ser un lugar seguro.

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La zona se encontraba inundada por la lenta corriente de un río poco profundo, pero ancho. El agua había engullido las bases de muchos árboles, y las ramas de ejemplares muertos asomaban en la sucia corriente pardusca semejando brazos que se alzaban al cielo.

—Hay cadáveres, capitán general —indicó uno de los exploradores mientras señalaba río arriba—. Bajan flotando. Parecen el vestigio de alguna batalla lejana.

—¿Aparece este río en nuestros mapas? —preguntó Galad.

Los exploradores, uno tras otro, negaron con la cabeza.

—¿Y se puede vadear? —planteó Galad, prietos los dientes.

—Es somero, capitán general, pero hemos de ir con cuidado para evitar hoyas ocultas.

Galad tiró de una rama larga del árbol que tenía al lado y la madera se partió con un fuerte chasquido.

—Iré delante. Y que los hombres se quiten capas y armaduras.

Las órdenes se transmitieron a lo largo de la columna. Galad se despojó de la armadura, que envolvió en la capa, y se ató el bulto a la espalda. A continuación se recogió los pantalones todo lo posible, hecho lo cual bajó por el suave declive de la orilla y empezó a abrirse paso a través de la turbia corriente. Se puso en tensión al adentrarse en la helada escorrentía de primavera. Las botas se le hundieron varias pulgadas en el arenoso cauce, se le llenaron de agua y levantaron remolinos de barro. Detrás de él, Tenaz entró en el río con un ruidoso chapoteo.

El agua sólo le llegaba a las rodillas a Galad y vadear la corriente no era difícil, ya que se valía de la rama cortada para encontrar el mejor sitio donde pisar. Los esqueléticos árboles muertos que asomaban a la superficie resultaban inquietantes. No se apreciaban signos de podredumbre en ellos y, ahora que se encontraba más cerca, Galad alcanzó a distinguir una pelusilla gris cenicienta entre el liquen que cubría los troncos y las ramas.

El chapoteo de los Hijos que iban detrás de él se hizo más ruidoso a medida que entraban más en la ancha corriente. Cerca, unos bultos hinchados flotaban río abajo hasta atascarse en las piedras. Algunos eran cadáveres de hombres, pero muchos otros eran más grandes, y comprendió que eran mulas al fijarse en un hocico que asomaba en el agua.

«Son docenas», se dijo. Hombres y animales debían de llevar muertos cierto tiempo, a juzgar por la hinchazón.

Lo más probable era que hubiera atacado a algún pueblo situado corriente arriba para apoderarse de la comida. Aquél no era el primer grupo de cadáveres que encontraban.

Galad llegó a la otra orilla del río y subió el suave declive. Mientras se desenrollaba las perneras del pantalón y se ponía la armadura y la capa, sintió dolor en el hombro a causa de los golpes que Valda le había infligido. También notaba punzadas en el muslo.

Giró y continuó por una vereda abierta por animales de caza que llevaba hacia el norte, encabezando la marcha de los Hijos que iban llegando a la orilla. Ansiaba subir a lomos de Tenaz, pero no se atrevió. Aunque hubieran salido del río, el terreno seguía siendo blando, húmedo y accidentado, repleto de invisibles hoyos subterráneos socavados por el agua. Si montaba, no sería de extrañar que Tenaz acabara con una pata quebrada, y él con la crisma rota.

Así pues, sudorosos a causa del terrible calor, sus hombres y él reanudaron la caminata rodeados por aquellos árboles grises. Oh, qué ganas tenía de darse un buen baño.

Un rato después, Trom se acercó a él corriendo.

—Todos los hombres han cruzado sin incidentes —informó. Alzó la vista al cielo—. Malditas nubes. Así no hay forma de calcular qué hora es.

—Han pasado cuatro horas desde mediodía.

—¿Seguro? —Sí.

—¿Y no íbamos a hacer un alto a mediodía para discutir el curso de acción que seguiríamos?

Esa reunión tendría que haberse celebrado después de haber salido del pantano.

—De momento, tenemos pocas opciones. Conduciré a los hombres hacia el norte, a Andor —contestó Galad.

—Allí los Hijos hemos encontrado… hostilidad.

—Poseo unas tierras en una zona aislada, al noroeste. Allí no se me rechazará, sea quien sea la persona que ocupe el trono.

Quisiera la Luz que fuera Elayne la que ocupaba el solio. Quisiera la Luz que hubiera escapado de los enredos de las Aes Sedai, aunque Galad se temía lo peor. Había muchos que la utilizarían como rehén, al’Thor el primero. Su hermanastra era tozuda y eso hacía fácil manipularla.

—Necesitaremos provisiones. Avituallarse es difícil, y más en pueblos que están deshabitados —comentó Trom.

Galad asintió con la cabeza. Era una preocupación muy justificada.

—Pero es un buen plan —dijo Trom, que después bajó la voz para añadir—: Confieso que me preocupaba que no quisieras aceptar el liderazgo, Damodred.

—No podía negarme. Abandonar ahora a los Hijos, después de haber matado a su cabecilla, no sería justo.

—Para ti es tan sencillo como eso, ¿verdad? —dijo Trom, sonriendo.

—Debería serlo para cualquiera. —Galad se sintió en la obligación de ocupar el puesto que le había sido entregado. No tenía otra opción—. La Última Batalla está en puertas y los Hijos de la Luz lucharán. Aunque para ello tengamos que aceptar alianzas con el mismísimo Dragón Renacido, lucharemos.

Durante un tiempo, Galad no había estado seguro respecto a al’Thor. Ni que decir tiene que el Dragón Renacido habría de combatir en la Última Batalla, mas, ese hombre, al’Thor, ¿era un títere de la Torre Blanca en lugar del Dragón Renacido? El cielo estaba demasiado oscuro y la tierra demasiado quebrantada. Al’Thor tenía que ser el Dragón Renacido. Lo cual, por supuesto, no quería decir que no fuera asimismo un títere de las Aes Sedai.

Poco después de dejar atrás los esqueléticos árboles grises, llegaron a otros que eran más normales. Aun así, éstos tenían las hojas amarillentas y demasiadas ramas muertas, pero eso era mejor que la pelusilla blanca.

Alrededor de una hora más tarde, Galad vio acercarse de nuevo al Hijo Barlett. El explorador era un hombre delgado, con cicatrices en una mejilla. Galad alzó una mano cuando el hombre estuvo cerca.

—¿Qué novedades hay?

Barlett saludó llevándose la diestra al pecho.

—El pantano se seca y los árboles ralean a una milla más o menos, mi capitán general. El campo que se extiende más allá es un terreno abierto y despoblado, con el camino hacia el norte despejado.

«¡Gracias a la Luz!», pensó Galad. Hizo un gesto de asentimiento a Barlett, y el hombre se apresuró a volver sobre sus pasos entre los árboles.

Galad echó un vistazo hacia atrás, a la columna de hombres. Estaban embarrados, sudorosos y fatigados. Pese a ello, ofrecían una estampa imponente, de nuevo con las armaduras puestas, el ademán decidido. Lo habían seguido a través de ese agujero que era el pantanal. Eran buenos hombres.

—Haz correr la voz a los otros capitanes, Trom —ordenó—. Que les digan a sus tropas que habremos salido de este sitio en menos de una hora.

El hombre mayor sonrió con un gesto que denotaba tanto alivio como el que Galad sentía. Éste tuvo que apretar los dientes para aguantar el dolor de la pierna, pero continuó vereda adelante. La herida estaba bien cerrada y no había peligro de que empeorara. Era dolorosa, pero soportable.

¡Por fin libres de aquel cenagal! Tendría que planear el siguiente paso con cuidado para mantenerse lejos de ciudades, calzadas principales o predios pertenecientes a nobles influyentes. Repasó mentalmente los mapas, unos mapas que tenía aprendidos de memoria desde antes de cumplir los diez años.

Estaba sumido en esas reflexiones cuando el dosel de hojas amarillentas aclaró, dejando pasar entre las ramas un poco de luz que llegaba del cielo nublado. Enseguida vio a Barlett esperando al borde de la línea de árboles. El bosque acababa de repente, casi con tanta precisión como un trazo dibujado en un mapa.

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