Robert Jordan - Torres de medianoche

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Torres de medianoche: краткое содержание, описание и аннотация

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La Rueda del Tiempo se acerca a su culminación. Mientras el entramado de la realidad se vuelve inestable, todo indica que el Tarmon Gai'don está cerca y que Rand al’Thor tiene que enfrentarse con el Oscuro. Pero antes deberá negociar una tregua con los seanchan. Perrin, por su parte, ya ha hecho un pacto con ellos y está di spuesto a todo para salvar a su esposa de los Shaido. En Caemlyn, Elayne lucha para conseguir el Trono de León al tiemp que intenta prevenir una guerra civil, y Egwene descubre que incluso la Torre Blanca ha dejado de ser un lugar seguro.

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Galad soltó un suspiro de alivio, valorando la idea de encontrarse en terreno abierto. Salió de los árboles. Y sólo en ese momento una enorme fuerza de tropas empezó a aparecer por encima de una elevación que se alzaba justo a su derecha.

Sonó el tintineo de armaduras y el relincho de caballos cuando miles de soldados se alinearon en lo alto de la cresta. Algunos eran Hijos, con sus petos, cotas y yelmos cónicos bruñidos a la perfección. Los prístinos tabardos y las capas relucían, la insignia del sol llameante brillaba en los torsos, las lanzas se alzaban en hileras. Los más numerosos eran soldados de infantería que no vestían el blanco de los Hijos, sino sencilla ropa de cuero marrón. Amadicienses proporcionados por los seanchan, casi con toda seguridad. Muchos tenían arcos.

Galad reculó a trompicones mientras llevaba la mano a la espada, pero supo de inmediato que estaba atrapado. No pocos Hijos lucían en el uniforme el rojo báculo de pastor de la Mano de la Luz: interrogadores. Si los Hijos corrientes eran una llama para destruir el mal, los interrogadores eran una hoguera rugiente.

Galad hizo un rápido cálculo. Tres o cuatro mil Hijos y, al menos, entre seis y ocho mil soldados de infantería, la mitad de ellos con arcos. Una fuerza de diez mil hombres descansados. Se le cayó el alma a los pies.

Detrás de Galad, Trom, Bornhald y Byar salieron con rapidez del bosque junto con un grupo de Hijos. Trom masculló una maldición entre dientes.

—¿Así que eres un traidor? —increpó Galad, volviéndose hacia el explorador, Barlett.

—Vos sois el traidor, Hijo Damodred —replicó el explorador con un gesto duro en el semblante.

—Sí, supongo que podría entenderse así.

La marcha a través del pantano se la habían sugerido sus exploradores. Ahora lo entendía Galad; había sido una táctica para retrasarlos, una forma de que Asunawa se le adelantara. La marcha también había dejado agotados a sus hombres, en tanto que la fuerza de Asunawa estaba descansada y lista para la batalla.

Una espada chirrió al deslizarse en la vaina. Sin volverse, Galad alzó una mano.

—Paz, Hijo Byar.

Tenía que ser él quien hubiese desenvainado el arma; para descargarla contra Barlett, casi con seguridad. Tal vez todavía podía salvarse algo en este desastre. Galad tomó una decisión con rapidez.

—Hijo Byar e Hijo Bornhald, quedaos conmigo. Trom, tú y los otros capitanes haced que los hombres salgan en filas a campo abierto.

Un grupo numeroso de hombres del frente de la fuerza de Asunawa había emprendido galope, colina abajo. Muchos lucían el báculo de pastor de los interrogadores. Podrían haber atacado en la emboscada y matar al grupo de Galad con rapidez. Sin embargo, enviaban un grupo para parlamentar. Era una buena señal.

Reprimiendo un gesto de dolor por la pierna herida, Galad montó. Byar y Bornhald hicieron lo propio y lo siguieron hacia campo abierto, con el ruido de los cascos ahogado por la espesa y amarillenta hierba. Asunawa en persona se encontraba en el grupo que se aproximaba. Tenía las cejas espesas y canosas, y estaba tan delgado que parecía un muñeco hecho con palos y tela atirantada sobre ellos para imitar piel.

Asunawa no sonreía. Rara vez lo hacía.

Galad frenó el caballo delante el Inquisidor Supremo. Asunawa se encontraba rodeado por una reducida guardia de sus interrogadores, pero también lo acompañaban cinco capitanes, con todos los cuales Galad había tenido trato o a cuyas órdenes había servido durante el corto tiempo que llevaba en la asociación de los Hijos.

Asunawa se inclinó hacia adelante en la silla de montar y entrecerró los ojos hundidos.

—Tus rebeldes forman en filas. Diles que se retiren u ordenaré a mis arqueros que disparen.

—Imagino que debes conocer las reglas de un combate formal. ¿Dispararás flechas sobre hombres mientras forman en filas? ¿Dónde dejas el honor? —instó Galad.

—Los Amigos Siniestros no merecen trato de honor. Ni piedad —barbotó el Inquisidor Supremo.

—¿Así que nos acusas de Amigos Siniestros? —preguntó Galad mientras hacía girar un poco a su montura—. ¿A la totalidad de los siete mil hombres que estaban a las órdenes de Valda? ¿Hombres junto a los que han servido, comido y combatido hombro con hombro tus soldados? ¿Hombres por los que velabas tú mismo hace menos de dos meses?

Asunawa vaciló. Tachar de Amigos Siniestros a siete mil hombres sería ridículo, significaría que, de los Hijos que quedaban, dos de cada tres se habían pasado a la Sombra.

—No. Quizá sólo los han… guiado mal. Es posible que incluso un buen hombre se desvíe a caminos tenebrosos si sus cabecillas son Amigos Siniestros.

—Yo no soy Amigo Siniestro. —Galad le sostuvo la mirada al Inquisidor Supremo.

—Sométete a mi interrogatorio y demuéstralo.

—El capitán general no se somete a nadie. En nombre de la Luz, te ordeno que capitules.

Asunawa se echó a reír.

—¡Hijo, te tenemos con un cuchillo al cuello! ¡Esta es tu oportunidad de rendirte!

—Golever —dijo Galad, dirigiéndose al capitán situado a la izquierda de Asunawa; era un hombre larguirucho, barbudo, un tipo duro donde los hubiera, pero justo—, dime, ¿los Hijos de la Luz se rinden?

—No lo hacemos —respondió el capitán al tiempo que negaba con la cabeza—. La Luz nos hará salir victoriosos.

—¿Y si nos enfrentamos a un enemigo en clara desventaja?

—Seguimos luchando.

—¿Aunque estemos cansados y doloridos?

—La Luz nos protegerá. Y, si ha llegado nuestra hora, que así sea. Llevémonos por delante a tantos enemigos como sea posible —dijo Golever.

Galad se volvió de nuevo hacia Asunawa.

Verás que me encuentro en un dilema. Luchar es permitir que nos taches de Amigos Siniestros, pero rendirnos es faltar a nuestros juramentos. Por mi honor como capitán general, me es imposible aceptar cualquiera de esas dos opciones.

La expresión del Inquisidor Supremo se tornó sombría.

—Tú no eres el capitán general. Él está muerto.

—A mis manos —ratificó Galad mientras desenvainaba la espada y la sostenía ante sí de forma que las garzas brillaron con la luz—. Y empuñó su espada. ¿Niegas que tú mismo presenciaste mi enfrentamiento con Valda en justo combate, tal como lo prescribe la ley?

—Según la ley, quizá, pero yo no llamaría a eso un combate justo. Recurriste a los poderes de la Sombra; te vi envuelto en oscuridad a pesar de que lucía el sol, y te vi marcado en la frente el Colmillo del Dragón. Valda no tenía la menor oportunidad.

—Dime, Harnesh, ¿la Sombra es más fuerte que la Luz? —preguntó Galad, que se volvió hacia el capitán situado a la derecha de Asunawa.

Era un hombre bajo y calvo al que le faltaba una oreja, perdida durante un enfrentamiento con Juramentados del Dragón.

—Por supuesto que no —respondió el hombre, que escupió hacia un lado.

—Si la causa del capitán general hubiera sido honorable, ¿habría salido derrotado por mí en un combate teniendo la Luz por testigo? Si yo fuera un Amigo Siniestro, ¿habría estado a mi alcance matar al mismísimo capitán general?

Harnesh no respondió, pero era tan evidente lo que opinaba que fue como si Galad pudiera leerle el pensamiento. La Sombra podría mostrarse fuerte en ocasiones, pero la Luz siempre ponía al descubierto sus artimañas y las destruía. Sí, era posible que todo un capitán general cayera a manos de un Amigo Siniestro; eso era factible que le ocurriera a cualquier hombre. Pero ¿en un duelo delante de otros Hijos? ¿En un duelo de honor, con la Luz como testigo?

—A veces, la Sombra despliega astucia y fuerza, y mueren hombres buenos —interrumpió Asunawa antes de que Galad tuviera ocasión de hacer más preguntas.

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