David Brin - Navegante Solar

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LaRoque sonrió débilmente, y siguió apilando cada vez más espuma. El locuaz periodista había dicho muy poco desde que Jacob le liberó de su asiento. Sin embargo, de vez en cuando murmuraba algo, enfurecido, y escupía.

Jacob introdujo una antorcha en las llamas. Estaba hecha de un trozo de espuma-piel colocada en el extremo de un li-quitubo. El extremo empezó a desprender un denso humo negro. Era hermoso.

Pronto tuvieron varias teas. El humo inundó el aire, llenándolo de mal olor. Tuvieron que retirarse para poder respirar. Fagin se acercó al bucle de gravedad.

—Muy bien. ¡Vamos! —dijo Jacob. Saltó por la escotilla, a la izquierda, y lanzó una de las antorchas a la cubierta, hasta donde pudo. Tras él, LaRoque hacía lo mismo en la dirección opuesta.

Fagin les siguió con un pesado agitar de ramas. El kantén salió de la escotilla por el extremo opuesto de la cubierta para actuar de vigía y atraer el fuego de Culla si era posible. Había rehusado cubrirse de espuma-piel.

—Todo está despejado —silbó el kantén suavemente—. No se ve a Culla.

Eso era a la vez bueno y malo. Localizaba a Culla. También significaba que el alienígena estaba probablemente trabajando para destruir el Láser Refrigerador.

¡Empezaba a hacer frío!

Una vez comenzado, el plan de Helene tuvo un sentido perfecto para Jacob. Ya que todavía tenía control sobre las pantallas que rodeaban a la nave (la tripulación estaba viva para demostrarlo), podía dejar entrar calor del sol al ritmo que deseara. Este calor podía ser enviado directamente al Láser Refrigerador y devuelto a la cromosfera, más el calor residual de los motores de la nave. Sólo que esta vez el flujo era un torrente, y dirigido hacia abajo. El impulso había detenido su caída y habían empezado a ascender.

Manipular de aquella forma el sistema de control automático de la nave tenía que resultar forzosamente impreciso. Helene debía de haber programado el mecanismo para que errara en la dirección del frío. En esa dirección los errores se corregirían más fácilmente.

Era una idea brillante. Jacob esperaba poder decírselo. Ahora mismo, su trabajo era asegurarse de que tuviera una posibilidad de funcionar.

Avanzó por el borde de la cúpula hasta que alcanzó el punto donde la visión de Fagin quedaba interrumpida. Sin mirar alrededor, lanzó dos antorchas más a zonas diferentes de la cubierta ante él. El humo brotó de cada una de ellas.

La cámara se estaba volviendo brumosa por el humo liberado hasta ahora. El trazo del láser-P titilaba brillantemente en el aire. Algunos trazos más débiles desaparecían, atenuados por el paso acumulado a través del humo.

Jacob regresó junto a Fagin. Todavía le quedaban tres antorchas. Volvió a la cubierta y las lanzó en ángulos diferentes por encima de la cúpula central. LaRoque se unió con él y lanzó también las suyas.

Una de las teas pasó directamente por encima del centro de la cúpula. Entró en el rayo x del Láser Refrigerador y se desvaneció en una nube de vapor.

Jacob esperaba que no hubiera deflectado mucho el rayo. Los rayos x coherentes pasaban a través del casco con contaminación casi cero. Pero el rayo no estaba diseñado para encargarse de objetos sólidos.

— ¡Muy bien! —susurró.

LaRoque y él corrieron hacia la pared de la cúpula, donde estaban almacenados componentes de repuesto de los instrumentos de grabación. LaRoque abrió un archivador y subió cuanto pudo; luego le ofreció la mano.

Jacob subió tras él.

Ahora eran vulnerables. ¡Culla reaccionaría a la amenaza obvia que implicaban las antorchas! La visibilidad estaba ya por debajo de lo normal. La cámara estaba llena de mal olor y a Jacob le costaba cada vez más trabajo respirar.

LaRoque afianzó su hombro en la batiente superior del archivador, y luego ofreció sus manos a Jacob. Éste aprovechó el asidero y se subió al hombro del periodista.

La cúpula se curvaba, pero la superficie era lisa, y Jacob sólo tenía tres dedos en vez de diez. La cobertura de espuma-piel ayudaba, pero era algo pegajosa. Después de dos intentos infructuosos, Jacob se concentró y saltó desde el hombro de LaRoque, con tanta fuerza que casi derribó al otro hombre.

La superficie de la cúpula era como mercurio. Tuvo que aplastarse contra ella y moverse con rapidez para ganar cada centímetro.

Cerca de la cima tuvo que preocuparse por el Láser Refrigerador. Pudo ver el orificio mientras descansaba. A dos metros de distancia zumbaba suavemente; el aire lleno de humo titilaba y Jacob se preguntó a qué distancia de seguridad estaba de la boca letal.

Se volvió para no tener que pensarlo.

No podía silbar para indicar que lo había conseguido. Tendrían que confiar en el soberbio oído de Fagin para seguir sus movimientos, y para cronometrar la maniobra de distracción. Todavía quedaban al menos unos segundos de espera. Jacob decidió correr el riesgo. Rodó de espaldas y contempló la Gran Mancha.

El sol estaba en todas partes.

Desde su punto de vista no había ninguna nave. No había ninguna batalla. No había ningún planeta, estrella ni galaxia. El borde de las gafas incluso le impedía la visión de su propio cuerpo. La fotosfera lo era todo.

Latía. Los bosques de espículas le apuntaban como vallas ondulantes, y los rompientes se dividían justo por encima de su cabeza. El sonido se fragmentaba y giraba hacia las irrelevancias del espacio.

Rugía.

La Gran Mancha le contempló. Por un instante, la amplia extensión fue un rostro, la cara moteada y arrugada de un patriarca. Los latidos eran su respiración. El ruido era el tronar de su voz de gigante, cantando una canción de millones de años que sólo las otras estrellas podían oír o comprender.

El sol estaba vivo. Más aún, lo advertía. Le prestaba toda su atención.

Llámame dador de vida, pues soy tu sustento. Ardo, y por mi arder tú vives. Yo permanezco, y al permanecer soy tu asidero. El espacio se enrosca alrededor, mi sábana, y se pierde en el misterio de mis entrañas. El tiempo blande su guadaña en mi forja.

Ser vivo, ¿advierte la Entropía, mi tía perversa, nuestra conspiración conjunta? Creo que aún no pues eres aún demasiado pequeño. Tu débil pugna contra su marea es un aleteo en una tormenta. Y ella piensa que sigo siendo su aliado.

Llámame dador de vida, oh, ser vivo, y llora. Yo ardo interminablemente, y al arder consumo lo que no puede ser reemplazado. Mientras tú sorbes tímidamente mi torrente, la fuente se seca muy despacio. ¡Cuando se seque, otras estrellas ocuparán mi lugar, pero oh, no eternamente!

Llámame dador de vida, y riel

Según se dice, tú, ser vivo, de vez en cuando oyes la voz del auténtico Dador de vida. Él te habla a ti, pero no a nosotros, Su primer hijo.

¡Compadece a las estrellas, oh, ser vivo! Pasamos eones cantando en falsa alegría mientras trabajamos^ para Su cruel hermana, esperando el día de tu madurez, embrión diminuto, cuando Él os libere para cambiar de nuevo la forma de las cosas.

Jacob se rió en silencio. ¡Oh, vaya imaginación! En el fondo, Fagin tenía razón. Cerró los ojos, todavía atento a la señal. Habían pasado exactamente siete segundos desde que llegó a la cima del domo.

—Jake...

Era una voz de mujer. Alzó la cabeza sin abrir los ojos.

—Tania.

Se encontraba junto al pionscopio de su laboratorio, exactamente como la había visto tantas veces cuando iba a recogerla. El pelo castaño recogido en una trenza, dientes blancos levemente irregulares, sonrisa generosa, y grandes ojos chispeantes. Avanzó con gracia y seguridad y se enfrentó a él con las manos en las caderas.

— ¡Ya era hora! —dijo.

—Tania, yo... No comprendo.

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