David Brin - Navegante Solar

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— ¡Estás herido! —silbó Fagin. Sus ramas se agitaron—.

Será mejor que lleves a tu compatriota arriba y que os atiendan vuestras heridas.

—Supongo que sí —asintió Jacob de mala gana. No quería dejar a Fagin solo—. Tengo que hacer algunas preguntas importantes a la doctora Martine mientras nos atiende.

El kantén dejó escapar un largo suspiro sibilante.

—Jacob, no debes molestar a la doctora Martine bajo ninguna circunstancia! Está en contacto con los solarianos. ¡Es nuestra única oportunidad!

—¿Está qué?

—Los atrajo el destello del Láser Paramétrico. ¡Cuando llegaron, se puso su casco psi e inició las comunicaciones! ¡Colocaron varios de sus magnetóvoros bajo nosotros y han detenido sustancialmente nuestra caída!

El corazón de Jacob dio un brinco. Parecía un alivio. Entonces frunció el ceño.

—¿Sustancialmente? ¿Entonces no estamos subiendo?

—Por desgracia no. Caemos muy despacio. Y no sabemos cuánto tiempo podrán sostenernos los toroides.

Jacob sintió una distante brizna de asombro por el logro de Martine. ¡Había contactado con los solarianos! Era uno de los acontecimientos históricos de todos los tiempos, y sin embargo estaban condenados.

—Fagin —dijo cuidadosamente—. Volveré en cuanto pueda. Mientras tanto, ¿puedes falsificar mi voz como para engañar a Culla?

—Creo que sí. Puedo intentarlo.

—Entonces habla con él. Lanza tu voz. Usa todos los trucos para mantenerle ocupado e inseguro. ¡No podemos permitir que esté más tiempo en el acceso del ordenador!

Fagin silbó para mostrar su acuerdo. Jacob se volvió, del brazo de Hughes, y empezó a girar el bucle de gravedad.

El bucle parecía extraño, como si los campos gravitatorios hubieran empezado a fluctuar levemente. Mientras ayudaba a Hughes a atravesar el corto arco, notó que el sentido del equilibrio le molestaba como nunca lo había hecho antes, y tuvo que concentrarse para seguir andando.

La zona superior de la nave estaba todavía roja, el rojo de la cromosfera. Pero los fluctuantes solarianos verdeazulados danzaban en el exterior, más cerca de lo que Jacob los había visto jamás. Sus alas de mariposa eran casi tan anchas como la misma nave.

Rastros azules del láser-P también brillaban en el polvo. Cerca del borde de la cubierta, el propio láser zumbaba dentro de su carcasa.

Esquivaron varios rayos finos.

Ojalá tuviéramos herramientas para soltar esa cosa de su asidero, pensó Jacob. Bueno, no era momento de deseos inútiles. Agarró con fuerza a su compañero hasta que consiguió llevarlo a uno de los asientos. Lo ató allí y fue a buscar el botiquín.

Lo encontró junto a la Cámara del Piloto. Puesto que no había visto a Martine, estaba claro que había elegido otro cuadrante de la cubierta, apartada de los demás, para comunicarse con los solarianos. Cerca de la Cámara del Piloto yacían, firmemente atados, LaRoque, Donaldson, y el cadáver de Dubrowsky. La cara de Donaldson estaba medio cubierta de espuma-piel medicinal.

Helene deSilva y su otro tripulante estaban atentos a sus instrumentos. La comandante alzó la cabeza cuando Jacob se acercó.

—Jacob! ¿Qué ha pasado?

Él mantuvo las manos a la espalda, para no distraerla. No obstante le resultaba difícil mantenerse en pie. Tendría que hacer algo pronto.

—No funcionó. Pero le hicimos hablar.

—Sí, lo hemos oído todo desde aquí, y luego mucho ruido. Traté de avisaros antes de impactar con los toroides. Esperaba que pudieras aprovechar la ocasión.

—El impacto ayudó, desde luego. Nos sacudió, pero nos salvó la vida.

—¿Y Culla?

Jacob se encogió de hombros.

—Todavía está abajo. Creo que se está quedando sin baterías. Durante nuestra pelea aquí arriba quemó la mitad de la cara de Donaldson de un disparo. Allí abajo estuvo más comedido, haciendo agujeritos en lugares estratégicos.

Le contó el ataque de Culla con las mandíbulas.

—No creo que vaya a quedarse sin energía muy pronto. Si tuviéramos muchos hombres, podríamos ir lanzándoselos hasta que se quedara seco. Pero no los tenemos. Hughes está dispuesto, pero ya no puede luchar. Supongo que vosotros dos no podéis abandonar vuestros puestos.

Helene se volvió para responder a una alarma que sonaba en su mesa de control. Dio un golpe a un interruptor y la cortó. Luego se volvió, con gesto de disculpa.

—Lo siento, Jacob. Pero aquí tenemos trabajo de sobra. Intentamos llegar al ordenador activando los sensores de la nave con ritmos en código. Es un trabajo lento, y tenemos que atender a las emergencias. Me temo que seguimos cayendo. Los controles se deterioran. —Se volvió para responder a otra señal.

Jacob se retiró. Lo último que quería era distraerla.

—¿Puedo ayudar?

Fierre LaRoque le miró desde un asiento situado a varios metros de distancia. El hombrecito estaba comprimido, el cinturón de su asiento fuera del alcance. Jacob se había olvidado de él.

Vaciló. La conducta de LaRoque justo antes de la pelea en la zona superior no le había inspirado confianza. Helene y Martine le habían atado para que no molestara a nadie.

Pero Jacob necesitaba las manos de alguien para operar el botiquín. Recordó el intento de huida de LaRoque en Mercurio. El hombre no era de fiar, pero tenía talento cuando decidía usarlo.

LaRoque parecía coherente y sincero en este momento. Jacob le pidió permiso a Helene para liberarlo. Ella le miró y se encogió de hombros.

—Muy bien. Pero si se acerca a los instrumentos, lo mataré. Díselo.

No hubo necesidad. LaRoque asintió. Jacob se inclinó y manejó los garfios del cinturón con los dedos sanos de su mano derecha.

— ¡Jacob, tus manos! —exclamó Helene tras él.

La expresión de preocupación de su rostro animó a Jacob.

Pero cuando empezó a levantarse, ya no pudo permitírselo. Ahora su trabajo era más importante que él. Lo sabía. Interpretó el hecho de que estaba preocupada como una gran muestra de afecto. Ella sonrió para animarle y luego se dispuso a atender a media docena de alarmas que empezaron a sonar al mismo tiempo.

LaRoque se levantó, frotándose los hombros, y luego cogió el botiquín y se acercó a Jacob. Su sonrisa era irónica.

—¿A quién atendemos primero? —dijo—. ¿A usted, al otro hombre, o a Culla?

EXCITACIÓN

Helene tenía que encontrar tiempo para pensar. Tenía que haber algo que pudiera hacer. Lentamente, los sistemas basados en la ciencia galáctica se estropeaban. Hasta ahora habían sido la tempo-compresión y el impulso gravitatorio, más varios mecanismos periféricos. Si el control de gravedad interna se estropeaba, estarían indefensos ante las sacudidas de las tormentas de la cromosfera, aplastados dentro de su propio casco.

No es que importara. Los toroides que sujetaban la nave contra el tirón del sol estaban cansándose. El altímetro caía. El resto del rebaño estaba ya muy por encima, casi perdido en la bruma rosada de la cromosfera superior. No tardarían mucho.

Destelló una luz de alarma.

Había un feedback positivo en el campo de gravedad interna. Helene hizo un rápido cálculo mental, y luego fijó una serie de parámetros para controlarlo.

Pobre Jacob, lo había intentado. Tenía el cansancio escrito en la cara. Ella se sintió avergonzada por no haber compartido la lucha en la zona invertida, aunque, por supuesto, no era probable que hubiera conseguido apartar a Culla del ordenador.

Ahora le tocaba el turno. ¿Pero cómo, con todos los malditos componentes haciéndose pedazos?

No todos. A excepción del enlace máser con Mercurio, el equipo derivado de la tecnología terrestre todavía funcionaba a la perfección. Culla no se había molestado con él. La refrigeración todavía funcionaba. Los campos E.M. alrededor del duro casco de la nave aún se mantenían, aunque habían perdido la habilidad para dejar entrar selectivamente más luz en la zona invertida. Naturalmente.

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