Wilson Tucker - El año del sol tranquilo

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El año del sol tranquilo: краткое содержание, описание и аннотация

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Esta novela narra el desarrollo y la posterior realización de un proyecto oficial del gobierno de los Estados Unidos para estudiar el futuro.
Ha sido considerada por la crítica como una obra excelente, quizás un poco amarga pero profundamente crítica respecto al futuro de nuestra sociedad occidental.

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Un hombre barbudo saltó fuera de la garita y atravesó de un disparo la ventanilla trasera del coche.

Arthur Saltus no se tomó el tiempo de decidir si estaba sorprendido o ultrajado; el disparo lo aterró, y reaccionó automáticamente al peligro. Apretando el acelerador hasta el fondo, dio un brusco giro al volante y lanzó el coche a un derrapaje alucinante. Dio un bandazo y un giro en un ángulo vertiginoso, deteniéndose por último con su romo morro apuntando directamente a la garita. Saltus pateó de nuevo a fondo el acelerador. Las ruedas traseras giraron inútilmente en la blanda nieve, encontrando agarre tan sólo cuando el calor de la fricción la hubo derretido y llegaron al pavimento, y entonces lanzaron al coche hacia adelante en un estallido de velocidad que cogió por sorpresa a su conductor. Cruzó con violencia la puerta de entrada, avanzando medio inclinado hacia un lado, golpeó brutalmente con el morro contra la puerta de la garita, y él saltó fuera, agazapándose a un lado del vehículo.

Saltus disparó dos veces en rápida sucesión a través de la combada puerta, y fue respondido con un grito de dolor; disparó otra vez, y luego saltó por encima del coche para agazaparse de nuevo junto a la puerta de la garita. El hombre que había gritado yacía ante él en el suelo, arañándose el ensangrentado pecho. Otro hombre alto, delgado y negro, estaba apoyado contra la pared del fondo, apuntándole. Saltus disparó sin apenas alzar el rifle, y luego se volvió y disparó el tiro de gracia contra la cabeza del hombre que se retorcía en el suelo. El grito cesó.

Por un momento el mundo quedó envuelto en silencio.

Saltus dijo:

—Ahora ¿qué demonios…?

Un golpe increíblemente violento impactó por detrás contra sus ríñones, cortándole la respiración y las palabras, y oyó el ruido de un disparo procedente de una distancia inimaginable. Se tambaleó y cayó de rodillas, mientras un fuego devorador ascendía por su espina dorsal hasta su cerebro. Otro disparo lejano quebró la paz del mundo, pero esta vez no sintió nada. Saltus se volvió sobre las rodillas para enfrentarse a la amenaza.

El ramjet estaba trepando sobre el techo del coche para rematarlo.

Atrapado como un hombre que nada en lodo, Saltus alzó el rifle e intentó apuntar. El arma era casi demasiado pesada para levantarla; actuó en un lento y agonizante movimiento. El ramjet se deslizó del techo del vehículo y saltó hacia la puerta, para alcanzarle a él o a su rifle. Saltus apuntó al rostro pero sin conseguir aclarar su visión. Tras aquel rostro, alguien tan imponente como una montaña se cernió sobre él, las manos de alguien agarraron el cañón del rifle y tiraron para arrancárselo. Saltus apretó el gatillo.

El impreciso rostro cambió: se desintegró en una confusa mezcolanza de huesos, sangre y tejidos, deshaciéndose en pedazos como el coche eléctrico de William bajo el impacto del proyectil de mortero. El desenfocado rostro desapareció mientras un retumbante trueno llenaba la garita y hada retemblar la destrozada puerta. Un enorme fragmento de la montaña se derrumbó sobre él, amenazando con enterrarlo bajo su masa. Saltus intentó apartarse arrastrándose.

El cuerpo que se derrumbaba lo hizo caer y le arrancó su arma. Se hundió bajo su masa, luchando aún por mantener la respiración y rogando no ser aplastado.

Arthur Saltus abrió los ojos para descubrir que la luz del día había desaparecido. Un peso intolerable lo mantenía clavado al suelo de la garita, y un dolor insoportable atormentaba su cuerpo.

Moviéndose dolorosamente pero ganando tan sólo dos o tres centímetros cada vez, se arrastró de debajo del enorme peso e intentó rodar a un lado. Tras minutos u horas de tenaces esfuerzos consiguió ponerse de rodillas y librarse de la mochila que atormentaba su espalda; derramó tanta agua como bebió antes de que la cantimplora siguiera el mismo camino. Su rifle estaba en el suelo junto a su rodilla, pero se sorprendió al descubrir que su mano y su brazo no tenían la fuerza suficiente para alzarlo. Posiblemente transcurrió otra hora antes de que consiguiera extraer la pistola automática de reglamento de su funda y depositarla en el capó del coche.

Necesitó otro tiempo increíblemente largo para arrastrarse fuera de la garita, aferrándose a ese mismo capó. La pistola resbaló y cayó al suelo. Saltus se inclinó, la tocó, intentó agarrarla, el vértigo lo dominó, y tuvo que abandonar el arma para no derrumbarse de nuevo. Se aferró a la manecilla de la puerta y se izó penosamente hasta conseguir ponerse en pie. Tras un instante lo intentó de nuevo, y sólo consiguió agarrar el arma y erguirse de nuevo antes de que la náusea lo atacara otra vez. Su estómago se contrajo y vomitó.

Saltus subió al coche y puso la marcha atrás para apartarse de la puerta de la garita. Abriendo la ventanilla para permitir que el aire frío azotara su rostro, maniobró el selector de marchas como pudo y consiguió efectuar un sinuoso trayecto desde la puerta de entrada de la verja hasta el aparcamiento. El coche iba de un bordillo al otro, patinando en la nieve y a veces subiéndose a la acera; habría arrojado fuera a su ocupante de haber estado viajando a mayor velocidad. Saltus no se sentía con fuerzas para apretar el freno, y el cochecito sólo se detuvo cuando golpeó contra la pared de cemento del laboratorio. Fue arrojado contra el volante, y luego fuera del coche, contra la nieve. Un punteado rastro de sangre señaló su errática marcha desde el coche a la puerta con las dos cerraduras gemelas.

La puerta se abrió fácilmente…, tan fácilmente que un impreciso rincón de su obnubilada conciencia no dejaba de repetirle: ¿ había insertado las dos llaves en las cerraduras antes de que la puerta se abriera? ¿Había insertado alguna llave?

Arthur Saltus se dejó caer desde lo alto de las escaleras, porque no veía ninguna otra forma de poder bajarlas.

La pistola había desaparecido de su mano pero no podía recordar haberla perdido; su botella de bourbon del cumpleaños había desaparecido de su bolsillo, pero no podía recordar tampoco haberla vaciado o arrojado una vez vacía; las llaves de la puerta se habían perdido. Saltus permaneció tendido de espaldas sobre el polvoriento suelo de cemento, mirando a las brillantes luces y a la cerrada puerta de arriba, en las escaleras. No recordaba haber cerrado aquella puerta.

Una voz dijo:

—Cincuenta horas.

Supo que estaba perdiendo el contacto con la realidad, supo que estaba derivando de uno a otro lado entre una fría y dolorosa conciencia y oscuros períodos de fantasía febril. Deseaba echarse a dormir allí en el suelo, deseaba tenderse allí con el rostro apoyado contra el frío cemento y dejar que el fuego devorador de su espina dorsal terminara consumiéndolo enteramente. El chaleco antibalas de Katrina había salvado su vida… a duras penas. La bala —¿más de una?— estaba alojada en su espalda, pero sin el chaleco le hubiera atravesado de parte a parte y hubiera reventado su caja torácica. Gracias, Katrina.

Una voz dijo:

—Cincuenta horas.

Intentó ponerse en pie, pero cayó boca abajo. Intentó ponerse de rodillas, pero volvió a caer boca abajo. No le quedaban muchas fuerzas. Durante un tiempo que le pareció una eternidad, se arrastró como pudo hacia el VDT.

Arthur Saltus luchó durante una hora para trepar por el lado del vehículo. Su conciencia lo estaba abandonando en un mar de fantasía lleno de náuseas: tenía la sensación alucinatoria de que alguien le quitaba sus pesadas botas…, de que alguien lo ayudaba a despojarse de sus pesadas ropas de invierno e intentaba desnudarlo. Cuando finalmente cayó de cabeza por la abertura del vehículo, que alguien debía de haber abierto, tuvo la fantasía febril de que otra persona distinta a él lo había ayudado a subir al mismo.

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