Wilson Tucker - El año del sol tranquilo

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El año del sol tranquilo: краткое содержание, описание и аннотация

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Esta novela narra el desarrollo y la posterior realización de un proyecto oficial del gobierno de los Estados Unidos para estudiar el futuro.
Ha sido considerada por la crítica como una obra excelente, quizás un poco amarga pero profundamente crítica respecto al futuro de nuestra sociedad occidental.

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Una voz dijo:

—Empuje la barra.

Permanecía tendido boca abajo en la litera de mallas, mirando en la dirección equivocada, y recordó que los ingenieros no podrían recuperar el vehículo hasta pasado el límite de las cincuenta horas. Lo harían cuando William fracasara en su intento de retorno. Había algo debajo de él, clavándose en su cuerpo, poniendo una nueva y dolorosa presión en su caja torácica ya extremadamente sensible al dolor. Saltus extrajo el objeto de debajo de su cuerpo y descubrió que era una grabadora. La lanzó contra la barra impulsora pero falló por pocos centímetros. La alucinación cerró la escotilla.

Dijo con voz espesa:

—Chaney…, los bandidos incendiaron la cueva del tesoro…

La grabadora golpeó contra la barra impulsora.

Eran las dos y cuarenta minutos de la madrugada del 24 de noviembre del año 2000. Su cincuenta cumpleaños había pasado hada ya rato.

Brian Chaney

2000+

Los mansos, los terribles mansos,
los feroces y agonizantes mansos,
están a punto de tomar posesión de su herencia.

Charles Rann Kennedy

15

Chaney se sentía aprensivo.

La luz roja dejó de parpadear. Alzó la mano para liberar la escotilla y la abrió. La luz verde se apagó. Chaney sujetó las dos barras de apoyo y se izó hasta una posición sentada, con la cabeza y los hombros surgiendo por la abertura. Supuso que estaba solo en la habitación; el vehículo estaba a oscuras. El aire era tremendamente frío y olía a ozono. Se contorsionó fuera de la abertura y dejó colgar las piernas por el lado. Saltus le había advertido que la banqueta no estaba, así que se deslizó cautelosamente hasta el suelo, y se sujetó por un momento en el tanque de poliagua para orientarse. La oscuridad era completa a su alrededor; no oía nada, nada excepto el ronco sonido de su propia respiración.

Brian Chaney se puso de puntillas para cerrar la escotilla pero se detuvo bruscamente. El VDT era su único nexo de unión con la base de origen, y era más prudente dejar la escotilla abierta y esperándolo. Adelantó las manos para encontrar a tientas el armario; recordaba su situación aproximada, y le bastaron unos pocos pasos vacilantes en la oscuridad para chocar con él. Su traje colgaba metido en una polvorienta bolsa de papel, limpiado en la lavandería hacía quién sabe cuántos años, y sus zapatos estaban al fondo, debajo del traje. Una pistola automática —puesta allí ante la insistencia de Arthur Saltus— formaba ahora un bulto desagradable en el bolsillo de su chaqueta.

El arma no hizo sino aumentar su aprensión.

Chaney no se molestó en comprobar su reloj: no tenía esfera luminosa, y no podía verse nada en la pared. Abandonó la habitación a oscuras.

Avanzó lentamente por el corredor en un fantasmal silencio negro hasta el refugio; el polvo alzado por sus pasos le daba deseos de estornudar. Encontró al tacto la puerta del refugio y la abrió, pero las luces del techo no se encendieron en automática respuesta. Chaney buscó el interruptor manual junto a la puerta, lo accionó, pero siguió sumido en la oscuridad: la energía eléctrica había fallado, y el ingeniero que les había dado la conferencia era un mentiroso. Escuchó atentamente en la invisible habitación.

No tenía ni encendedor ni cerillas —ése es el precio que tiene que pagar un no fumador cuando necesita luz o fuego—, y se quedó inmóvil allí durante un momento de indecisión, intentando recordar dónde estaban almacenados los artículos pequeños. Creyó que estaban en unas estanterías metálicas adosadas a la pared del fondo, cerca de la ropa de invierno.

Chaney cruzó la habitación arrastrando los pies, deseando tener a su lado a aquel ingeniero tan seguro de sí mismo.

Sus pies tropezaron con una caja de cartón vacía, sobresaltándolo, y la pateó fuera de su camino; colisionó con otro objeto antes de detenerse. Saltus se había quejado de un mal mantenimiento, y Katrina había escrito un memorándum. Tras un período de cauteloso tantear, el desagradable bulto del bolsillo de su chaqueta chocó contra el borde del banco, y Chaney adelantó ambas manos para explorar la superficie del mismo. Una radio —enchufada y conectada a la antena—, una linterna, unas cuantas cajas pequeñas vacías, una grande, un cierto número de objetos metálicos que sus dedos no pudieron identificar inmediatamente, y una segunda linterna. Chaney apenas se entretuvo con aquellos objetos y prosiguió su sondeo. Sus errantes dedos hallaron una caja de cerillas; los depósitos de gasolina de ambas linternas resonaron con tranquilizadores sonidos. Encendió las dos linternas y se volvió para echar un vistazo a la habitación. A Chaney no le gustaba pensar que era un cobarde, pero su mano se mantuvo en el bolsillo donde estaba la pistola mientras se volvía y escrutaba la semipenumbra.

El incursor había vuelto a saquear el almacén.

Por el aspecto del lugar el hombre debía de haber pasado los últimos inviernos allí, o había invitado a sus amigos.

Había una tercera linterna en el suelo, cerca de la puerta, y habría tropezado con ella si se hubiera desviado hacia un lado en la oscuridad. Una caja de cerillas estaba tirada a su lado. Un número increíble de cajas de comida vacías estaban apiladas junto a una pared, mezcladas con una colección de depósitos de agua, y se preguntó por qué el hombre no habría llevado las cajas afuera y las habría quemado para librarse de todo aquel engorroso amontonamiento. Chaney contó los depósitos y cajas con creciente asombro, e intentó adivinar cuántos años separaban a Arthur Saltus de su propia llegada. Eso le recordó que debía mirar su reloj: las cinco menos nueve minutos. Tuvo la intranquilizadora sospecha de que el VDT lo había enviado de nuevo a un momento equivocado. Una bolsa de plástico había sido abierta —como había informado Saltus— y un cierto número de ropas de abrigo faltaban de los colgadores. Varios pares de botas habían desaparecido de sus estanterías. El paquete de guantes había sido abierto y uno de ellos había caído al suelo, pasando desapercibido en la oscuridad.

Pero no había comida esparcida por el suelo pese a la montaña de cajas apiladas; hasta el último ápice había sido tomado y usado. Tampoco había señales de ratas.

Se volvió hacia el armero. Cinco rifles habían desaparecido, además de un número indeterminado de pistolas automáticas de reglamento. Supuso —sin contarlo— que un número correspondiente de municiones habría desaparecido con ellos. El mayor Moresby y Saltus debían de haberse hecho cargo de dos de los rifles.

Los pequeños objetos metálicos en el banco de trabajo eran las insignias que Moresby se había quitado del uniforme, y Saltus había basado las razones de esta desposesión en los combates que se estaban librando en la zona. Las cajas vacías habían contenido cintas, películas de nailon y cartuchos; la caja grande restante era su chaleco antibalas. El mapa revelaba la habitual capa de polvo. La radio era ahora inútil, a menos que la reserva de baterías hubiera sobrevivido a los años transcurridos.

Años: tiempo.

Chaney tomó ambas linternas y regresó a la habitación que albergaba al VDT. Cruzó hasta la pared del fondo y se detuvo para leer el calendario y el reloj. Ambos se habían parado cuando falló la energía.

El reloj señalaba unos pocos minutos antes de las doce del mediodía, o de las doce de la noche. El calendario se había detenido el 4 de marzo del 2009. Sólo el termómetro ofrecía una lectura significativa: 12 °C.

Ocho años y medio después de que Arthur Saltus viviera su desastroso cincuenta cumpleaños, diez años después de que el mayor Moresby muriera en la escaramuza junto a la verja, la planta nuclear que suministraba energía al laboratorio había fallado, o las líneas habían sido destruidas. Podían haber resultado destruidas por sí mismas por falta de mantenimiento; los transformadores podían haber saltado; el combustible nuclear podía haberse agotado; podía haber ocurrido cualquiera de otras cien cosas que interrumpieran la transmisión. No había energía.

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