Wilson Tucker - El año del sol tranquilo

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El año del sol tranquilo: краткое содержание, описание и аннотация

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Esta novela narra el desarrollo y la posterior realización de un proyecto oficial del gobierno de los Estados Unidos para estudiar el futuro.
Ha sido considerada por la crítica como una obra excelente, quizás un poco amarga pero profundamente crítica respecto al futuro de nuestra sociedad occidental.

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»Todo lo que oigan antes de mi "Final" es el informe de William. No volvió para terminarlo, y no fue hasta Chicago o algún otro lugar cerca de aquí, pueden estar seguros de ello. —Abandonó el tono intrascendente—. Está fuera.

Arthur Saltus empezó a enumerar detenidamente todo lo que había encontrado. Señaló los artículos que faltaban de las estanterías, el número de :cajas vacías apiladas en un montón junto a la pared, los contenedores de agua usados, las dos linternas que tan poco habían servido —William debía de haber probado la que había sobre el banco—, los restos esparcidos por el suelo, las insignias, y la peculiaridad de que la cinta hubiese recorrido más de lo grabado por Moresby. Invitó a sus oyentes a efectuar la misma comprobación que había hecho él y ofrecer luego una mejor explicación si se veían capaces de ello.

—Y cuando venga usted aquí, civil —dijo—, haga una doble comprobación del almacén; cuente de nuevo lo que hay vacío para ver si nuestro visitante ha regresado. Y… ármese bien, amigo. Será mejor que, si tiene que disparar, dispare directamente a matar. Recuerde algo de lo que le hemos enseñado.

Saltus desconectó el aparato para evitar que la cinta registrara el nuevo sorbo que dio a la botella —por poco identificable que pudiera ser— y luego lo conectó de nuevo.

—Voy a ir arriba a buscar a William. Voy a intentar seguir sus pasos. Sólo el Señor sabe lo que voy a encontrar después de dieciséis meses, pero voy a intentarlo. Probablemente hizo una de estas dos cosas: o fue a Joliet para intentar descubrir todo lo que pudiera acerca del asunto de Chicago, o se metió en la contienda si tuvo ocasión para ello.

»Si la lucha se estaba produciendo aquí, en la estación, supongo que echó a correr hacia el ángulo noroeste para ayudar al cabo; tenía que meterse en la pelea. —Una corta pausa—. Voy a ir arriba para echarle un vistazo a ese ángulo noroeste, pero si no encuentro nada seguiré hasta Joliet. Ahora estoy en el mismo barco que el viejo William; yo también quiero saber qué le pasó a Chicago. —Miró solemnemente el espacio vacío en su botella y añadió—: Katrina, eso seguramente va a enviar al infierno toda su investigación. Todos estos estudios para nada.

Saltus dejó de hablar pero dejó que la cinta siguiera pasando.

Tomó una radio y conectó la antena exterior. Tras un tiempo de probar todas las frecuencias, regresó junto a la grabadora.

—Radio negativa. Nada absolutamente en las frecuencias oficiales. —Otro barrido de las frecuencias—. Es realmente extraño, ¿no? Nadie poniendo en antena los diez éxitos del año.

Saltus cambió a las longitudes de onda comerciales y las comprobó cuidadosamente.

—Las bandas de cuarenta y ocho metros dan también resultado negativo. Todo el mundo mantiene la boca cerrada. ¿De qué suponen que pueden tener miedo?

Regresó a una frecuencia militar y aumentó el volumen al máximo, sin oír nada excepto un rumor de fondo. La ausencia de comunicaciones lo irritaba.

Pulsó el botón de emisión.

—Campo de entrenamiento de la Marina, adelante. Adelante, campo de entrenamiento, ustedes me conocen…; fui caddie del almirante en Shoreacres. Saltus llamando al campo de entrenamiento de la Marina. Cambio.

Lo repitió dos o tres veces en diferentes frecuencias.

La radio chasqueó en medio de la estática con una orden repentina:

—¡Salga del aire, idiota! ¡Van a localizarlo!

Luego silencio.

Saltus se quedó tan sorprendido que desconectó la radio.

A la grabadora:

—Chaney, ¿ha oído eso? ¡Hay alguien ahí fuera! No pueden hacer mucho…, la energía es débil o están lejos, pero hay alguien ahí fuera. Tremendamente asustado también. Los ramjets deben de estar pisándoles los talones. —Se detuvo a considerar aquello—. Katrina, intente averiguar lo que es un ramjet. Nuestros amigos chinos no pueden estar ahí; no tienen los transportes necesarios, y no podrían atravesar el Pacífico, lleno de minas como está, aunque los tuvieran. Y mantenga eso guardado debajo de su sombrero, civil; es alto secreto.

Arthur Saltus se equipó para su exploración, sin dejar de mantener un ojo fijo en la puerta.

Se enfundó en una parka y se echó la capucha sobre la cabeza; se quitó los zapatos ligeros que había llevado el verano de su partida y encontró un par de botas de excursionista del tamaño adecuado. Se metió unos guantes en el bolsillo. Luego se colgó una cantimplora de agua al hombro y un paquete de raciones en bandolera. Tomó un rifle, lo cargó y vació dos cajas de cartuchos en sus bolsillos. El mapa no le resultaba de ningún interés; conocía el camino a Joliet, había estado allí apenas el jueves pasado para averiguar un asuntillo que le interesaba al Presidente. El Presidente le había dado las gracias por ello. Cargó una cámara de filmar y encontró sitio para guardar un repuesto de película de nailon virgen.

Saltus decidió no llevarse ni radio ni grabadora, pues no deseaba ir sobrecargado; ya lo iba bastante, y todo indicaba claramente que su exploración iba a ser un completo fracaso. Chicago estaba perdido, prohibido, y Joliet podía ser un problema. Pero había algo que podía hacer con la grabadora y el breve mensaje de William, algo para asegurar su retorno a la base de origen. Un último examen de la habitación le indicó que no había ninguna otra cosa que creyera que podía necesitar. Apagó las luces.

Saltus tomó un largo trago de su menguante reserva de bourbon y abandonó el refugio. El corredor estaba polvoriento y vacío, e imaginó que podía ver las huellas de sus propios pasos.

Llevó la grabadora con su cable colgando hasta la sala de operaciones, donde aguardaba el vehículo en su tanque de poliagua. Un examen detenido de la habitación le reveló la ausencia de tomas de corriente; incluso la electricidad necesaria para el reloj y el calendario procedía del otro lado de la pared tras los instrumentos encajados, quedando completamente oculta.

—¡Maldita sea! —Saltus giró en redondo para mirar a los dos ojos de cristal—. ¿Acaso no pueden hacer nada a derechas? Incluso su asqueroso giroscopio a protones es…, ¡es sheeg\

Salió violentamente de la habitación, cruzó el polvoriento corredor hacia la puerta del laboratorio y le dio una resonante patada para advertir a los otros de su irritación. Eso debería sacudir un poco a los malditos ingenieros.

Su mandíbula colgó cuando la puerta se abrió lentamente ante su patada. Nadie la cerró de golpe de nuevo. Saltus se acercó y miró dentro. Nadie lo echó hacia atrás. El laboratorio estaba vacío. Penetró en él y miró a su alrededor; aquélla fue su primera visión del lado técnico del proyecto, y la impresión fue más bien pobre.

También allí algunas de las luces del techo estaban fundidas, sin que nadie las hubiera reemplazado. Tres pantallas monitoras alineadas ocupaban un panel de la pared a su mano izquierda; una de ellas estaba en blanco, pero las otras dos le mostraron una imagen confusa y poco satisfactoria de la habitación que acababa de abandonar. El vehículo era reconocible tan sólo por su forma y su tanque de apoyo. A las dos imágenes les faltaba definición, como si los tubos de las pantallas estuvieran gastados más allá de su vida normal. Giró lentamente sobre la punta de sus pies y escrutó la habitación, sin encontrar nada que sugiriera una reciente ocupación. Los instrumentos y el equipo estaban allí —y seguían funcionando—, pero el personal del laboratorio se había desvanecido, no dejando nada excepto polvo y señales en el polvo. El amarillo ojo del panel de una computadora le miraba fijamente como a un intruso.

Saltus apoyó la grabadora en una mesa y la conectó a un enchufe.

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