Wilson Tucker - El año del sol tranquilo

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El año del sol tranquilo: краткое содержание, описание и аннотация

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Esta novela narra el desarrollo y la posterior realización de un proyecto oficial del gobierno de los Estados Unidos para estudiar el futuro.
Ha sido considerada por la crítica como una obra excelente, quizás un poco amarga pero profundamente crítica respecto al futuro de nuestra sociedad occidental.

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Ramjets.

Moresby apartó su mirada para estudiar el terreno.

El suelo descendía en una suave pendiente desde su posición y más allá de la verja protectora, hasta nivelarse a unos doscientos metros en una zona cultivable. El terreno plano del fondo parecía haber sido labrado en primavera, pero en él no crecía ninguna planta. Una valla publicitaria se erguía aún en la base de la ladera, mirando hacia la línea férrea de la Chicago and Mobile Southern Railroad, a otros quinientos metros más allá de la zona labrada. Treinta metros al norte de la valla publicitaria y cinco metros más arriba en la ladera había un montón de siete u ocho tocones que habían sido desenraizados y yacían de lado fuera del camino; el campesino había limpiado su campo, pero aún no había quemado los molestos tocones. Las huellas de los neumáticos de un camión de los invasores se veían claramente marcadas en el campo.

Moresby estudió la valla publicitaria y luego los tocones. Si él estuviera dirigiendo el asalto habría situado un mortero tras cada uno de ellos; eran la única cobertura disponible.

Moviéndose con cautela, alzó el rifle y disparó dos veces rápidamente contra la valla publicitaria, cerca de su fondo. Siguieron otros dos disparos, esta vez apuntando a las altas hierbas y maleza que había inmediatamente debajo de la valla. Oyó un grito, un aullido de repentino dolor, y vio a un hombre saltar de entre la maleza y correr hacia los tocones. El bandido cojeaba al correr, sujetándose dolorosamente el muslo.

Era un blanco fácil. Moresby aguardó, siguiendo su carrera.

Cuando el hombre estaba a medio camino entre la valla publicitaria y los cercanos tocones, disparó una sola vez…, alto, apuntando al pecho. El cuerpo saltó hacia delante lanzado por su propio impulso y se estrelló contra el suelo a poca distancia de los tocones.

El jadeo del mortero fue un grotesco eco.

Moresby aguardó un segundo —no más— y hundió su rostro en el suelo. Había habido un furtivo movimiento tras los tocones. El proyectil estalló a sus espaldas, arrojándole metal en vez de polvo, y giró sobre su vientre para ver desintegrarse el coche eléctrico. Un blanco directo. Los fragmentos llovieron sobre él, y se protegió la cabeza y el cuello con las manos. Sintió como aguijonazos en los dedos.

La lluvia cesó. Moresby se sentó y lanzó una furiosa ráfaga hacia los tocones, esperando transmitirle el temor de Dios al hombre del mortero. Volvió a tenderse rápidamente para aguardar el jadeo del segundo mortero. No llegó. Todo estaba en calma, excepto el sonido del viento y el lejano crepitar de disparos esporádicos en la verja principal. Moresby sintió una repentina exaltación: el mortero de apoyo había quedado fuera de combate. Uno menos. Sentándose deliberadamente, apuntando deliberadamente, vació el rifle contra los amenazadores tocones. No hubo fuego de respuesta, pese al blanco que ofrecía. No había habido más que un mortero contra quien luchar…, un mortero manejado por un civil. Un pobre y asqueroso civil.

Moresby descubrió que manaba sangre de sus dedos, y sintió la ardiente exaltación de la batalla. Lanzó un grito para testimoniar su jubiloso descubrimiento. Se dejó caer nuevamente al suelo para recargar su arma y gritó otra vez, aullando una burla al enemigo.

Exploró la zona tras la verja en busca de los defensores, el grupo del cabo al que había captado por la radio. Deberían haberle apoyado cuando abrió fuego ladera abajo. Su inquisitiva mirada descubrió a tres hombres en ese lado de la verja, cerca del camión incendiado, pero ellos no hubieran podido apoyarle. Los zapatos vacíos y el gorro de revestimiento del casco de un cuarto hombre yacían en el torturado suelo diez metros más allá. Captó un destello de movimiento en el agujero de un proyectil —quizá no fuera más que el parpadear de unos ojos o el estremecimiento de unos labios resecos—, y descubrió al único superviviente. Un rostro exangüe lo miró desde el borde del agujero.

Moresby se arrastró por la expuesta ladera y se dejó caer en el hoyo junto al soldado.

El hombre llevaba los galones de cabo en su único brazo, y aferraba una correa a la que en un tiempo había estado unida una radio; de ambas cosas no quedaba ya casi nada. No se movió cuando Moresby aterrizó junto a él y se acurrucó en el ensangrentado agujero. El cabo seguía mirando desesperanzadamente hacia el lugar donde había estado Moresby, hacia la hirviente columna de aceitoso humo que brotaba del camión, hacia el sol a punto de amanecer, hacia el cielo. No volvió la cabeza. Moresby echó a un lado su inútil paquete de raciones y acercó la cantimplora a la boca del cabo. Un poco de agua se deslizó por entre sus labios, pero la mayor parte resbaló por el mentón y se habría perdido si Moresby no la hubiera recogido en su mano y hubiera frotado con ella los labios del hombre. Intentó hacerle tragar un poco más.

El cabo movió la cabeza en una débil negativa y Moresby se detuvo, dándose cuenta de que el agua lo ahogaba; en vez de ello, echó un poco más en la palma de su mano y mojó con ella el rostro del cabo, cerrando al mismo tiempo sus ojos muy abiertos con un húmedo y acariciante movimiento de sus dedos. El brillante y doloroso cielo se cerró.

El viento rugía ladera abajo y a través del campo roturado de abajo, barriéndolo todo en dirección al lago.

Moresby alzó los ojos para estudiar la ladera y el campo. Un pie imprudentemente expuesto y un tobillo eran visibles tras uno de los tocones. Calmadamente —sin el apresuramiento que podía hacer fallar su puntería— alzó su rifle y clavó una única bala en aquel tobillo. Oyó un aullante grito de dolor, y una maldición dirigida a él. El blanco desapareció de su vista. La mirada de Moresby regresó a los zapatos vacíos y al gorro de revestimiento del casco más allá del agujero del proyectil. Decidió moverse… Sabía que tenía que moverse para impedir que el mortero lo alcanzara.

Disparó de nuevo hacia los tocones a fin de mantener al hombre del mortero oculto, luego echó a correr hacia el agujero en la verja donde estaban los cuerpos de los dos agresores. Se dejó caer de bruces al suelo, disparó otra ráfaga y luego saltó de cuatro patas contra el cuerpo más cercano, acurrucándose tras él para que lo protegiera del hombre del mortero. El viento rugía a su alrededor.

Moresby tiró de la camisa del bandido, arrancándole el brazalete y acercándolo a sus ojos para examinarlo más atentamente.

No era más que una banda de tela de algodón amarilla cortada directamente de la pieza, con una tosca cruz negra pintada con tinta china. No había ninguna palabra, ni eslogan, ni otra identificación que pudiera establecer su filiación. Una cruz negra sobre un campo amarillo. Moresby rebuscó en su memoria, intentando encajar ese símbolo en algún trasfondo civil familiar. Tenía que encajar en algún sitio. Su ordenada mente tomó y dio vueltas al término desconocido: ramjet.

Nada. Ni el símbolo ni el nombre eran conocidos antes de su partida, antes de 1978.

Hizo rodar el cuerpo ya rígido para volverlo de espaldas y poder ver mejor su rostro, y sintió un desagradable shock. El negro y ensangrentado rostro estaba aún crispado por la agonía de la muerte. Dos o más impactos le habían desgarrado el abdomen, mientras que otro había rasgado su garganta y le había rociado el rostro con su propia sangre; no había muerto instantáneamente. Había muerto gritando su dolor al hombre que estaba junto a él, intentando vanamente cruzar la verja y encargarse de los defensores situados arriba en la ladera.

El mayor Moresby estaba acostumbrado a ver la muerte en el campo de batalla; la forma en que había muerto aquel hombre no lo alteró en lo más mínimo…, pero el detenido escrutinio de su enemigo lo alteró como nada lo había alterado antes. Repentinamente comprendió la tosca cruz negra pintada sobre el fondo amarillo, aunque nunca la hubiera visto antes. Aquello era una rebelión civil, una insurrección organizada.

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