Arkadi Strugatsky - Ciudad condenada

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Ciudad condenada: краткое содержание, описание и аннотация

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El mundo de «Ciudad condenada» es un mundo sobrenatural al que son transportados los protagonistas tras su muerte para formar parte de un enigmático Experimento: en él, todos hablan una lengua común que cada uno identifica como propia. «El Experimento es el Experimento», el leitmotiv que se repite a lo largo de la novela.
El escenario está inspirado en la ciudad de un lóbrego cuadro de Nicholas Roerich cuya topografía es completamente fantástica: una pequeña franja de tierra habitable, limitada al oeste por un abismo por el que los objetos que caen vuelven a aparecer tras un tiempo: al este, un muro inaccesible en cuya base aparecen esporádicamente restos humanos destrozados: al sur, extensas marismas cuyos habitantes ganan lo justo para vivir una vida bañada en alcohol: y en el norte, páramos y ciudades en ruinas donde, más allá, se supone que se encuentra la Anticiudad. El sol se enciende y se apaga a voluntad. Además, existe un Edificio Rojo que aparece en diferentes lugares, que es descrito por diversos testigos pero que siempre se desvanece antes de que las autoridades puedan investigarlo: la gente que cruza su umbral desaparece.

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—¿Y de dónde has sacado que los Preceptores son continuadores de la causa de Stalin? —de repente le llegó la voz de Izya, y Andrei se dio cuenta de que llevaba un rato hablando en voz alta.

—¿Y qué otra causa pueden defender? —se asombró—. Solo existe una causa sobre la tierra a la que valga la pena entregarse: ¡la construcción del comunismo! Esa es la causa de Stalin.

—De acuerdo con los Fundamentos [3] Se refiere a la asignatura Fundamentos del marxismo-leninismo, obligatoria a partir de secundaria y cuyo primer manual se dice fue escrito por el propio Stalin en los años treinta. (N. del T.) , estás suspendido —respondió Izya—. La causa de Stalin es la construcción del comunismo en un país, la lucha consecuente contra el imperialismo y la expansión del campo socialista a todos los confines del mundo. No veo de qué manera puedes llevar a cabo todo eso aquí.

—¡Qué aburrimiento! —gimió Selma—. ¡Quiero música! ¡Quiero bailar!

—¡Eres un dogmático! —gritó Andrei, que ya no era capaz de ver ni de oír nada—. ¡Solo sabes rezar y recitar el Talmud! Y, en general, eres metafísico. No ves otra cosa que no sea la forma. ¿Tiene alguna importancia la forma que adopte el Experimento? Su contenido solo puede ser uno, y el resultado final será el establecimiento de la dictadura del proletariado, en coalición con los granjeros trabajadores…

—¡Y con la intelectualidad trabajadora! —intervino Izya.

—Con esos intelectuales… Buena mierda, los intelectuales.

—Sí, es verdad —dijo Izya—. Eso es de otra época.

—¡En general, la intelectualidad es impotente! —proclamó Andrei con ferocidad—. Es un estrato de lacayos. Sirven al que está en el poder.

—¡Panda de miserables! —estalló Fritz—. ¡Miserables, charlatanes, siempre creando el desorden y la desorganización!

—¡Exactamente! —Andrei hubiera preferido que la ayuda le llegara del tío Yura, por ejemplo, pero en el apoyo de Fritz había algunas facetas útiles—. Tenemos, por ejemplo, a Geiger: en general, es un enemigo de clase, pero su posición coincide plenamente con la nuestra. Entonces resulta que, desde el punto de vista de cualquier clase, la intelectualidad es una mierda. —Hizo rechinar los dientes—. Los odio. Aborrezco a esos cuatroojos impotentes, a esos miserables gorrones. No tienen fuerza interior, ni fe, ni moral…

—¡Cuando oigo la palabra «cultura», echo mano a mi pistola! —citó Fritz con voz metálica.

—¡Oh, no! —dijo Andrei—. Aquí seguimos caminos divergentes. ¡De eso nada! La cultura es un grandioso patrimonio del pueblo liberado. Dialécticamente, en ese sentido hay que…

Junto a ellos sonaba muy alto el gramófono. Otto, trastabillando, bailaba con Selma, totalmente borracha, pero eso a Andrei no le interesaba. Comenzaba lo mejor, aquello que hacía que esas reuniones le gustaran tanto. El debate.

—¡Abajo la cultura! —aullaba Izya, saltando de un asiento libre a otro, para sentarse lo más cerca posible de Andrei—. No guarda relación alguna con nuestro Experimento. ¿Cuál es el objetivo del Experimento? Ahí tienes la pregunta. Dime cuál es, anda.

—Ya lo he dicho: ¡crear el modelo de sociedad comunista!

—¿Y dime para qué demonios necesitan los Preceptores un modelo de sociedad comunista? Piensa un poco, cabeza de chorlito.

—¿Y por qué no?

—De todos modos —dijo el tío Yura—, considero que los Preceptores no son personas de verdad. Son, por así decirlo, de otra raza… Nos han metido en un acuario… o en algo así como un parque zoológico… para ver qué sale de ahí.

—¿Esa idea es suya. Yuri Konstantinovich? —Izya se volvió hacia él y lo miró con enorme interés.

—Nació de los debates —dijo el tío Yura sin precisar, mientras se palpaba el pómulo derecho.

—¡Es asombroso! —dijo Izya, muy entusiasmado, pegando una palmada en la mesa—. ¿Por qué? ¿Cómo es posible? Gente tan diferente, que como promedio tienen un pensamiento conformista, ¿por qué llegan a plantearse el origen extraterrestre de los Preceptores? Según esa concepción, el Experimento lo llevan a cabo fuerzas superiores.

—Por ejemplo —intervino Kensi—, yo le pregunté directamente: «¿Vienen ustedes de otro planeta?». El Preceptor eludió la respuesta, pero de hecho, no lo negó.

—A mí me dijeron que eran individuos procedentes de otra dimensión —dijo Andrei. Le resultaba difícil hablar de los Preceptores, era como tratar un asunto de familia delante de extraños—. Pero no estoy seguro de haberlo entendido correctamente. Quizá se trataba de una metáfora…

—¡No quiero eso! —estalló de repente Fritz—. No soy un insecto. Soy un ser libre. ¡Ah! —Hizo un ademán desesperado—. No hubiera venido aquí, de no ser porque era un prisionero.

—Pero ¿por qué? —dijo Izya—. ¿Por qué? Yo mismo percibo constantemente cierta protesta interior y no entiendo de qué se trata. Quizá, a fin de cuentas, su objetivo se aproxime a los nuestros…

—¿Y qué te estoy diciendo? —exclamó Andrei con alegría.

—No va por ahí —lo rechazó Izya con impaciencia—. Eso no es como te imaginas, no hay una relación directa. Ellos intentan comprender a la humanidad, ¿te das cuenta? ¡Comprenderla! Pero, para nosotros, el problema número uno es idéntico: comprender a la humanidad, entendernos a nosotros mismos. Y es posible que si logran comprender algo, nos ayuden a que nosotros mismos nos entendamos, ¿no crees?

—¡De eso nada, amigos! —dijo Kensi, negando con la cabeza—. No os consoléis con eso. Están preparando la colonización de la Tierra, y estudian en nosotros la psicología de sus futuros esclavos.

—¿Por qué, Kensi? —pronunció Andrei con desencanto—. ¿Por qué esas suposiciones tan terribles? Creo que es deshonesto pensar eso de ellos.

—Sí, creo que no es eso lo que yo pienso de ellos —respondió Kensi—. Se trata de que tengo un extraño presentimiento… Todos esos babuinos, las transformaciones del agua, el caos generalizado de día en día… Una buena mañana nos harán confundir las lenguas… Es como si nos prepararan sistemáticamente para un mundo insensato en el que vamos a vivir desde ahora y para siempre, por los siglos de los siglos. Es como en Okinawa. En aquella época, yo era un niño, estábamos en guerra, y en nuestra escuela a los chicos de Okinawa se les prohibía hablar en su idioma. Solo permitían hablar en japonés. Y cuando pescaban a algún chaval, le colgaban del cuello un letrero donde decía: «Yo no sé hablar correctamente». Yo llevé muchas veces ese letrero.

—Sí, sí, lo entiendo —masculló Izya con una sonrisa congelada en el rostro, mientras se pellizcaba una verruga en el cuello.

—Pero yo no lo entiendo —explicó Andrei—. Todas esas interpretaciones son incorrectas, distorsionadas… El Experimento es el Experimento. Por supuesto, no entendemos nada. ¡Pero no se supone que debamos entender! ¡Esa es la condición principal! Si entendemos la razón por la que están aquí los babuinos, o por qué cambiamos de profesión, eso condicionará de inmediato nuestro comportamiento. El Experimento perderá su pureza y fracasará. ¡Es algo totalmente claro! ¿Eso es lo que consideras, Fritz?

—No sé —dijo el aludido con un gesto de negación de su cabeza rubia—. No me interesa. A mí no me interesa lo que ellos quieran. Me interesa lo que yo quiero. Y yo quiero poner orden en esta perrera. Uno de nosotros, no recuerdo quién, dijo que posiblemente el objetivo global del Experimento consiste en seleccionar a los más enérgicos, los más diligentes, los más duros… No para que le den a la lengua, se desparramen como unas natillas ni se dediquen a difundir su filosofía, sino para que sean firmes continuadores de su línea. Elegirán a gente así, como yo, digamos, o como tú, Andrei, y nos llevarán de vuelta a la Tierra. Porque si no temblamos aquí, allá no lo haremos.

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