Vladimir Obruchev - Plutonia

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— ¡Pues vaya un Gruñón! — gritaba el zoólogo, trepando por las rocas, bajo la lluvia-. Esto es todo lo que se quiera: un Llorón, un Regador, un Llovedero.

— ¡Vamos a llamarle Aguador! — propuso Makshéíev.

Pero Pápochkin no le escuchaba ya. Había descubierto una pequeña grieta, en la que se había metido de cabeza. Como la grieta era demasiado corta, las piernas le quedaban fuera, bajo la lluvia.

De pronto, un estruendo formidable estremeció el aire. Los viajeros tuvieron la impresión de que las rocas iban a aplastarlos como ratones en una ratonera. Todos se precipitaron fuera de sus refugios.

— ¡Un terremoto! — gritó Gromeko.

— ¡El volcán ha estallado, y cae sobre nosotros! — rugió Pápochkin.

— ¿Será de verdad una nube ardiente? — murmuró Kashtánov, palideciendo.

El cendal de la lluvia y las nubes no dejaban ver nada; por eso, pasados los primeros instantes de pavor, todos se calmaron un poco. Pero en esto, una bomba del tamaño de una sandía, cubierta de surcos en espiral, se estrelló muy cerca de ellos y empezó a chisporrotear, crujir y humear bajo la lluvia. Ahora se escuchaban también a los lados, a derecha e izquierda, arriba y abajo, unos más próximos y otros más lejanos, los golpes y los crujidos de las bombas que caían.

— ¡A esconderse pronto! — gritó Makshéiev-. El Gruñón ha empezado a disparar con proyectiles de grueso calibre.

Todos volvieron presurosos a sus agujeros, desde donde observaron, sobrecogidos e interesados, la caída de las bombas. Silbaban y eran de tamaño distinto. Algunas, al estrellarse contra una roca, volaban en pedazos como granadas. En cambio, la lluvia cesó pronto. Un soplo de viento ardiente descendió rápido por la falda del volcán con un olor a azufre y a chamuscado. Las nubes empezaron a disiparse y a subir más. Dejaron de caer las piedras. Makshéiev se aventuró a salir de su cueva.

— ¡El Gruñón se ha quitado el gorro y nos enseña la lengua colorada! — gritó.

Los demás salieron también de sus refugios y levantaron la cabeza.

Arriba, entre las nubes negras, aparecía de vez en cuando la cima del volcán, que dejaba colgar por un lado una lengua corta de lava purpúrea como si se burlase de los hombres que habían osado alterar la soledad secular de la montaña.

— Sí; eso ya es lava — declaró Kashtánov.

— ¡Pues se van arreglando las cosas! — intentó bromear Gromeko-. Primero quería ahogarnos en barro, luego sumergirnos en agua, luego machacarnos con las piedras y, como de nada le ha servido, ha puesto en juego el último recurso y quiere recubrirnos de lava.

— ¡Valor, porque esta vez ha llegado su fin! — dijo

Makshéiev riendo

— ¡Váyase a paseo! — replicó el zoólogo-. Si el peligro fuera tan grande, ya se habrían largado a la misma velocidad que delante del torrente de lodo.

— De la lava podemos marcharnos sin prisa — contestó Kashtánov.

Pero no tenían adonde marcharse. Los impetuosos torrentes de barro, imposibles de atravesar, corrían. por ambos cauces. Arriba, la lengua roja se alargaba rápidamente, desapareciendo a veces en los remolinos blancos de vapor que despedía su superficie.

— El Gruñón nos ha mojado y ahora nos quiere secar. Cuando la lava esté más cerca secaremos primero la ropa y luego… — empezó Gromeko.

— Y luego volveremos a mojarla al atravesar el torrente, si es que no nos hundimos en él — terminó Pápochkin.

Pero cuando el aire quedó limpio de cenizas y de nubes reapareció Plutón y empezó a secar rápidamente las faldas del volcán. Los negros bloques de lava humeaban como calentados por un fuego subterráneo.

Los viajeros se quitaron la ropa y, después de haberla retorcido, la extendieron sobre las piedras. Gromeko se había quedado incluso completamente desnudo y, calentándose a los rayos de Plutón, aconsejaba a los demás que imitaran su ejemplo.

— ¿Y si el Gruñón nos envía una nueva porción de bombas? No iba a ser muy agradable meterse desnudos en los agujeros — observó Makshéiev.

— Cuando aparece la lava, las explosiones y la erupción de materiales blandos suele cesar — explicó Kashtánov.

— Pero si hay que escapar de la lava no tendremos tiempo de volvernos a vestir.

En ese momento, una nube blanca de vapor escapó de la cumbre del volcán y un muro de fuego apareció en el borde del cráter, descendiendo con rapidez la vertiente.

— El primer torrente de lava ha ido al valle del lago

— observó Kashtánov-. Pero ésta quizá pueda llegar hasta nosotros.

— ¿Dentro de cuánto tiempo? — preguntaron los otros con i interés.

— Es posible que dentro de una hora y es posible que más tarde. Depende de la estructura de la lava. Si es pesada y fusible, resulta líquida y fluye con rapidez; pero si la lava es ligera, viscosa, abundante en sílice, resulta refractaria y se mueve con lentitud.

— ¿Y qué género de lava nos manda el Gruñón?

— Hasta ahora, a juzgar por los antiguos torrentes, ha vomitado lava pescada. Probablemente esta vez será la misma. En general, por el carácter de todas las rocas que encontramos en Plutonia, muy pesadas, abundantes en olivina y metales, no se puede esperar que estos volcanes lancen lavas ligeras y silícicas.

— O sea, que debemos largarnos de aquí lo antes posible.

— Sí, pero tengo la esperanza de que, antes de que la lava llegue hasta nosotros, los torrentes de barro se habrán agotado y podremos fácilmente atravesar el cauce de uno u otro.

Plutón, que las nubes no ocultaban ya, y el hálito abrasador que despedía el volcán, secaron muy pronto la ropa de los viajeros. Se vistieron y, esperando el momento de poderse marchar, continuaron observando el volcán. El extremo de la larga lengua de lava había desaparecido detrás de una arista de la vertiente, descendiendo sin duda hacia el valle del antiguo lago en la base occidental del Gruñón. Otras porciones de lava surgían del cráter y se vertían en parte en la misma dirección y en parte más al Norte, formando sin duda otro torrente que bajaba por la falda septentrional o nordoccidental. Un el último caso debía fluir hacia los exploradores. Pero los bloques de lava amontonados delante de ellos les impedían ver la dirección que seguía.

La cantidad de barro líquido de los dos cauces había disminuido sensiblemente, sobre todo en el de la izquierda. No era ya un torrente impetuoso, sino un riachuelo sucio y se podía correr el riesgo de vadearlo.

Capítulo XLVII

SITUACION DESESPERADA

Así transcurrió media hora. La erupción continuaba, lenta, y las explosiones que se escuchaban en el cráter eran menos frecuentes y más débiles. Pero en esto, más arriba del sitio donde se encontraban los exploradores, se escuchó un ruido sordo y un crujido, semejantes a los que se oyen sobre un río grande cuando los hielos se ponen en marcha. En aquella parte se alzaba una cresta de enormes bloques de lava, sin duda el borde del antiguo torrente, detenido en aquel sitio.

— Me parece que ha llegado el momento de marcharnos — declaró Kashtánov levantándose-. La lava está ya cerca.

Todos descendieron la vertiente, hacia el sitio donde habían dormido al borde del arroyo, volviéndose a veces para lanzar una mirada al lugar donde el ruido se amplificaba sin cesar. Sobre la cresta del antiguo torrente asomaba ya el borde del nuevo. Sin embargo, no tenía el aspecto del muro de lava purpúrea que imaginaban los observadores, menos Kashtánov, que conocía las fases de este fenómeno. Aquel borde tenía el aspecto de un alud negro de bloques de diverso tamaño que avanzaba bajo el empuje de una fuerza misteriosa e irresistible.

Los bloques se arrastraban lentamente, se montaban los unos encima de los otros crujiendo y rechinando. Unos caían de la cresta, sustituidos inmediatamente por otros; algunos rodaban bastante lejos cuesta abajo, estrellándose y partiéndose ruidosamente contra los salientes y las rocas del antiguo torrente. Entre los bloques del alud escapaban sin cesar chorros y remolinos de vapor blanco; en algunos sitios surgían chispas azules o manchas de fuego, semejantes a las brasas de una hoguera moribunda, cubierta ya de cenizas. Pero aquella hoguera avanzaba, parecida a un monstruo gigantesco que se arrastrase bajo un caparazón movedizo de escamas negras, lanzando un hálito abrasador y vapores ponzoñosos.

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