Vladimir Obruchev - Plutonia

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— Y mientras tanto nos dedicaremos ¡a reparar las barcas, a construir una balsa y a otras labores domésticas

— propuso Makshéiev-. Las embarcaciones dejan ya entrar el agua.

Todos aprobaren la prepuesta y, a la luz de la hoguera, pusieron manos a la obra. Repararon las barcas y cortaran algunos grandes bambús que crecían cerca del campamento. Este trabaje; exigió bastante tiempo porque las viajeros disponían sólo de una pequeña sierra de mano. Luego arrancaron las ramas de los troncos que serraron en trozos del mismo largo que las lanchas, haciendo con ellos una balsa de metro y medio da ancho que debía navegar entre las dos embarcaciones. Se destinaba la balsa a transportar los objetos más voluminosos, recubiertos con pieles. Las embarcaciones y la balsa formaban un conjunto sólido, ligero y bastante fácil de manejar.

Estos trabajos ocuparan la jornada entera. Las obserbaciones hechas entre tanto demostraron que el número y las dimensiones de las manchas oscuras del disco de Plutón no habían disminuido, pero tampoco habían aumentado. Los exploradores se acostaron temprano. Una pequeña hoguera quedó encendida junto.a la tienda. General estaba tendido a la entrada de la tienda y los cuatro hombres tenían el propósito de dormir apaciblemente, levantándose sólo de vez en cuando pana alimentar el fuego.

Sin embarga, estas esperanzas quedaron frustradas. En cuanto se estableció el silencia dentro de la tienda se empezaron a escuchar roces en la espesura que les rodeaba. Alerta, General gruñía. Los roces cesaban y el perro se tranquilizaba. Otra vez,se escucharon los roces como si algún animal rondase por los matorrales alrededor del campamento, acechando una presa pero sin atreverse a salir. Para no estar todos alerta, decidieron montar la guardia por turna, y fué Pápochkin quien primero se sentó junta ala hoguera, con una escopeta. Los roces se acercaban unas veces y se alejaban otras, y el zoólogo se habituó tanto a ellos que se quedó profundamente dormido.

El fuego iba extinguiédose y la hoguera quedó convertida en un montón de brasas.

Súbitamente, el perro se puso a ladrar frenético. Pápochkin se despertó y vió, al borde del calvero, un,animal grande semejante a un león aunque con la melena más corta. De sus fauces entreabiertas asomaban colmillos perecidos a los del tigre macairodo El,animal, inmóvil, parecía indeciso y, General ladrando frenéticamente, se replegaba con el rabo entre las piernas detrás de la hoguera, hacia la tienda.

El zoólogo se rehizo en seguida, levantó lea escopeta y disparó contra el animal que se encontraba a unos. veinte pasos. La bala le pegó en el pecho, pero la fiera tuvo todavía fuerzas para saltar. Cayó entre las brasas, se quemó el vientre y rodó hacia la tienda. Pegó con una.de las patas traseras contra la loma, que desgarró de arriba abajo, y enganchó las botas de Makshéiev, colocadas a su cabecera. Una pata de delante, contraída convulsivamente, estuvo a punta de pegarle a Kashtánov en la cara, rompió el reloj de bolsillo colocado en el gorro sobre el suelo y redujo el gorro a pedazos. General, encogido ala entrada de la tienda, fué lanzado al interior de otro zarpazo que le costó unas cuantos arañazos y cayó pesadamente sobre Gromeko, que dormía con sueño apacible en el fondo de la tienda.

Fué una barahunda indescriptible. Junto.a la tienda, en lea penumbra, un cuerpo enorme se estremecía y rugía y bajo sus golpes quedaba hecha jirones la tela de la tienda. Al fondo.de la tienda Gromeko luchaba can General, que intentaba ocultarse detrás de él y al que el botánico había confundido con alguna fiera. Kashtánov buscaba inútilmente las cerillas, que había dejado en el gorro con el reloj, y no encontraba el gorro. Desde fuera, Pápochkin gritaba:

— Salgan pronto por la parte trasera. Es un león, y no pueda rematarlo por miedo a herirles a ustedes.

El animal se inmovilizó al fin con un última estremecimiento de las patas; Makshéiev encontró una caja de cerillas y encendió una vela; Gromeko soltó a General y los tres, medio desnudos y asustados, salieron ¡a rastras levantando la parte trasera de la tienda y miraron a su alrededor. Empezaron las explicaciones junto.al fuego apagada. Pápochkin hube de confesar que se había quedado dormido, dejando morir la hoguera, lo que había permitido,acercarse a la fiera.

El animal muerto era un león macairodo, aunque por su constitución se pareciese también a un oso. Unicamente la forma.de la cabeza y de las garras traicionaban su pertenencia a los félidos. La corta melena era casi negra, el pelo, amarillo pardusco y la cola, sin borla. Las gorras de las patas poderosas correspondían a los terribles colmillos de la mandíbula superior. La tienda exigía serías reparaciones, lo mismo que las botas de Makshéiev. Sólo sal cabo de largas búsquedas se encontró en un rincón de la tienda el reloj de Kiashtánov hecho una oblea y, con él, el gorro en jirones y el cerillera aplastado.

Gromeko hizo salir a General, todavía tembloroso, y le examinó y se lavó las heridas. Luego apartaron el cadáver del león hacia un lado y decidieron continuar el sueña interrumpida. Makshéiev se quedó de guardia, y el resto de la noche transcurrió sin novedad. A le mañana siguiente, las tinieblas parecían memos profundas y las manchas del disco de Platón habían disminuido en número y en tamaño. Los viajeros optaron por esperar todavía un poco, y se pusieron a reparar la tienda, a medir al león muerta y a desollarlo. El tiempo había esclarecido ¡a la hora de lea comida y, algo más tarde, como si hubiera recobrada fuerzas, devoró la mayoría de las manchas que cubrían su disco y lanzó una luz que pareció muy brillante después de cuarenta horas de tinieblas.

Los exploradores recogieron rápidamente sus afectas, que cargaron en las lanchas y la balsa, y reanudaron El viaje, aunque más despacio, porque la embarcación no era bastante ágil y exigía remar con energía. El relieve empezó a cambiar hacia el final de aquella jornada: las colinas de las orillas fueron perdiendo altura, hasta desaparecer enteramente El bosque y la espesura impenetrable habían dejado sitio a una vasta estepa salpicada de sotos donde dominaba el baobab gigante. Sólo las orillas estaban bordeadas de una estrecha franja de exuberante vegetación compuesta de palmeras, bambús y lianas donde se veían aves y grandes monos de diferentes especies. Rebaños de antílopes variados, de mastodontes, de rinocerontes, de jirafas-camellos, de jirafas sin cuernos y de caballos primitivas pacían en la estepa. Cerca del río, en la espesura, había tigres, hipopótamos y ciervos.

Capítulo XXIV

REPTILES MONSTRUOSOS Y PÁJAROS DENTADOS

Los viajeros desembarcaron para descansar en una vasta isla, casi toda ella de carácter estepario; sólo las márgenes estaban bordeadas en algunos sitios de arbustos y juncos. Montaron la tienda en el extremo septentrional de la isla, desde donde se veía el río, dividido en dos brazos de lo menos cien metros de ancho cada uno.

Después de la cena rompieron la calma unos ruidos que llegaban desde la margen opuesta del río: largos gritos que recordaban el rumor de una multitud humana y a veces eran cubiertos por ladridos entrecortados y aullidos.

De la espesura desembocó, rompiendo los juncos y apianando los arbustos, un pequeño rebaño de cuadrúpedos con pelaje rojizo salpicado de blanco, que se lanzaron al agua y nadaron hacia la isla. Tras ellos salió una jauría de animales abigarrados. Entre aullidos y ladridos, también se metieron en el agua, tratando de dar alcance a uno de los primeros que, sin duda extenuado, se que daba atrás.

A los pocos minutos, los animales perseguidos llegaron a la isla y desfilaron al galope cerca de la tienda. Parecían caballos, aunque no tenían apenas crines.

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