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Ivan Efremov: La Nebulosa de Andromeda

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Ivan Efremov La Nebulosa de Andromeda
  • Название:
    La Nebulosa de Andromeda
  • Автор:
  • Издательство:
    ИЗДАТЕЛЬСТВО ЛИТЕРАТУРЫ НА ИНОСТРАННЫХ ЯЗЫКАХ
  • Жанр:
  • Год:
    1973
  • Город:
    МОСКВА
  • Язык:
    Испанский
  • Рейтинг книги:
    4 / 5
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Erg Noor frunció el entrecejo, dispuesto a replicar, pero cediendo a la caricia de las palabras y de los ojos castaños, dorados, que le miraban fieles, sonrió y salió de la estancia sin decir nada.

Niza se sentó en el sillón, abarcó los aparatos con habitual mirada y quedó muy pensativa.

Sobre ella negreaban las pantallas reflectoras que transmitían al puesto central de comando el panorama del insondable abismo circundante. Las luces multicolores de las estrellas eran como brillantes agujas que se clavaban en la retina.

La astronave iba dejando atrás a un planeta, cuya fuerza de atracción la hacía balancearse a lo largo del campo de gravitación inestable. Y las estrellas, siniestras y majestuosas, daban en las pantallas reflectoras saltos fantásticos. Los dibujos de las constelaciones cambiaban con celeridad inaudita.

El planeta K-22H — 88, frío y sin vida, alejado de su sol, era conocido como un lugar cómodo para los encuentros de las astronaves… pero aquella entrevista no se realizaba.

Daban ya la quinta vuelta… Y Niza se imaginó su nave describiendo, con velocidad aminorada, un círculo inmenso, de mil millones de kilómetros de radio, y adelantándose continuamente al planeta, que iba a paso de tortuga. Al cabo de ciento diez horas, la astronave terminaría su quinta vuelta… ¿Y qué ocurriría entonces? El gran cerebro de Erg Noor estaba en plena tensión, buscando afanoso la mejor salida. El jefe de la expedición y capitán del navío cósmico no podía equivocarse. De lo contrario, la Tantra, astronave de primera clase, cuya tripulación estaba integrada por los sabios más eminentes, ¡no volvería jamás de los espacios intersiderales! Pero Erg Noor no se equivocaría…

Niza Krit sintió de pronto un malestar angustioso, revelador de que la astronave se había desviado de su curso en una fracción minúscula de grado, desviación solamente admisible a velocidad aminorada, pues de lo contrario, la frágil carga humana habría perecido por completo. Apenas se hubo desvanecido la neblina gris que cubría sus ojos, la muchacha volvió a sentir mareo: la nave había vuelto a su ruta. Todo aquello se debía a que los detectores supersensibles habían captado allí delante, en la insondable negrura, un meteorito, el peligro mayor para las astronaves. Las máquinas electrónicas que gobernaban el navío cósmico (sólo ellas podían hacer todas las manipulaciones con la rapidez requerida, ya que los nervios humanos no estaban adaptados a las velocidades cósmicas) habían desviado la Tantra en una millonésima de segundo y, una vez pasado el peligro, la habían vuelto, con igual rapidez, a su curso anterior.

« ¿Qué habrá impedido a unas máquinas como éstas salvar al Algrab — pensaba Niza, repuesta ya de su malestar —. Seguramente ha sido averiado al chocar contra algún meteorito. Erg Noor dice que, de cada diez astronaves, una perece a causa de esas colisiones, a pesar de la invención de detectores tan sensibles como el de Voll Hod y de los revestimientos energéticos de protección que rechazan los cuerpos celestes de minúsculas dimensiones. » La catástrofe del Algrab los ponía en un trance muy peligroso, cuando parecía que todo estaba bien meditado y previsto. La muchacha empezó a evocar cuanto había ocurrido a partir del momento en que emprendieron el vuelo.

La 37ª expedición astral tenía como objetivo llegar al sistema planetario de la más cercana estrella de la constelación del Serpentario, cuyo único planeta habitado — Zirda — había estado comunicando con la Tierra y los otros mundos, durante largo tiempo, por el Gran Circuito. Pero inesperadamente había enmudecido. Hacía ya más de setenta años que no llegaba de allí noticia alguna. Era deber de la Tierra, como vecina más próxima de Zirda entre los planetas del Circuito, averiguar qué era lo que pasaba. Por ello, la nave expedicionaria tomó a bordo muchos aparatos y a varios sabios eminentes, cuyo sistema nervioso, después de numerosas pruebas, se había mostrado capaz de soportar años de reclusión en la hermética astronave. Las reservas de combustible — el anamesón, sustancia en que la ligazón intermesónica de los núcleos había sido destruida y que poseía una velocidad de eyección igual a la de la luz — eran mínimas, y no a causa del peso del anamesón, sino debido al gran espacio que ocupaban sus enormes depósitos.

Se contaba con volver a aprovisionarse de combustible en Zirda. Para el caso de que al planeta le hubiera ocurrido algo grave, el Algrab, astronave de segunda clase, debía encontrarse con la Tantra cerca de la órbita del planeta K22H-88.

El agudo oído de Niza percibió un cambio de tono en la sintonización del campo de gravitación artificial. Los discos de tres aparatos de la derecha empezaron a centellear con distinto fulgor, la sonda electrónica de babor se conectó. En la iluminada pantalla apareció un cuerpo aristado y brillante. Venía derecho como un proyectil hacia la Tantra y, por consiguiente, debía de estar aún lejos. Era un enorme trozo de materia, de los que muy raramente se encontraban en los espacios cósmicos. Niza se apresuró a determinar su volumen, masa, velocidad y dirección de vuelo. Y únicamente al oír el chasquido de la bobina automática del registro de observaciones, volvió Niza a sus recuerdos.

El más vivo era el de un sol, rojo como la sangre, que se iba agrandando en el campo visual de las pantallas durante los últimos meses del cuarto año de viaje. El cuarto para todos los habitantes de la astronave, que volaba a una velocidad de 5/6 de la unidad absoluta: la velocidad de la luz. Pero en la Tierra habían pasado ya cerca de siete años, de los llamados independientes.

Unos filtros superpuestos en las pantallas protegían los ojos humanos, atenuando el color y la intensidad de los rayos de cualquier astro, como hacía la atmósfera terrestre mediante sus capas protectoras de ozono y de vapor de agua. La luz violeta de los astros de temperaturas elevadas, una luz fantasmagórica, indescriptible, parecía azul celeste o blanca, mientras las sombrías estrellas gris-rosáceas se tornaban alegres y de un color amarillo de oro, semejante al de nuestro Sol. Allí, el astro que brillaba victorioso con claros fulgores escarlata tomaba esa intensa tonalidad de sangre en la que el observador terrestre reconoce las estrellas de la clase espectral M 5. El planeta se encontraba bastante más cerca de su sol que la Tierra del suyo. A medida que se aproximaban a Zirda, el astro de ella se iba convirtiendo en un enorme disco bermejo que lanzaba multitud de radiaciones térmicas.

Dos meses antes de llegar a Zirda, la Tantra había tratado de comunicar con la estación exterior del planeta. No había allí más que esa estación en un pequeño satélite natural, sin atmósfera, que se hallaba más cerca de Zirda que la Luna de la Tierra.

La astronave continuó llamando a Zirda cuando quedaban treinta millones de kilómetros para llegar a ella y la fantástica velocidad de la Tantra había sido reducida a tres mil kilómetros por segundo. Estaba de guardia Niza, pero toda la tripulación también permanecía en vela, sentada expectante ante las pantallas en el puesto central de comando.

Niza lanzaba las llamadas ampliando la potencia de emisión y proyectando los rayos en abanico.

Por fin, vieron el diminuto punto luminoso del satélite. La nave empezó a trazar una curva alrededor del planeta, aproximándose a él poco a poco, en espiral, y adaptando su velocidad a la del satélite. La Tantra y éste parecían unidos por un cable invisible; la astronave pendía sobre el pequeño planeta, que corría raudo por su órbita. Los estereotelescopios electrónicos del gran navío cósmico exploraban la superficie del satélite.

Y de pronto, ante la tripulación apareció un espectáculo inolvidable.

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