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Ben Bova: Los fabricantes del tiempo

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— Me temo que los visitantes tengan prohibido bajar a las bodegas — dijo el regordete teniente que nos dio la bienvenida a su navío. Mientras abandonábamos la zona de aterrizaje del helicóptero, en popa, dirigiéndonos al puente, añadió: Este cascarón es una estación de sonar flotante. Todo lo que hay bajo cubierta está clasificado, excepto los calabozos y la cocina y en ese último lugar el cocinero ni siquiera me permite la entrada a mí.

Rió su propio chiste. Era un americano de rostro agradable, casi de nuestra edad, barbilla cuadrada, recia construcción, de los de la especie que se queda toda la vida en la Marina.

Subimos por la escalerilla hasta el puente.

— Estamos aquí anclados dijo el teniente -, con un equipo especial en el fondo y cables de arresto, así que el puente se usa menos para navegación que para comunicaciones.

Mirando a nuestro alrededor, pudimos comprender lo que quería decir. Uno de los tabiques del puente estaba literalmente cubierto de pantallas visoras, de autotrazadores de rumbo y de controles electrónicos.

— Creo que podrán seguir el rastro de su huracán sin mucha dificultad — señaló orgulloso hacia el equipo de comunicaciones.

— Si no podemos — contestó Ted -, no será culpa suya.

El teniente nos presentó a su jefe técnico de comunicaciones, un marinerito quisquilloso que acababa de recibir su diploma de ingeniería y se había alistado por dos años en la Marina. A los pocos minutos hablábamos con Tuli, que se encontraba en el cuartel general de THUNDER.

— La humedad parece haber disminuido un poquito dijo Tuli, su rostro impasible enmarcado en la pantalla -. Se encuentra a mitad de camino entre la posición vuestra y Puerto Rico.

— Recuperando fuerzas — murmuró Ted.

Ted suministré la información de los computadores de THUNDER al autorrastreador del destacamento y pronto tuvimos una versión en miniatura del mapa gigante de Ted en una de las pantallas del puente.

Ted estudió el mapa, murmurando:

— Si pudiésemos proporcionarle algo de agua caliente… dándole un atajo hasta la rama exterior de la Corriente del Golfo… entonces quizá pasase rozando la costa.

El teniente nos estaba mirando desde uno de los taburetes que se plegaban incorporándose a la pared del puente cuando no se les utilizaba.

— Son sólo deseos míos — continuó murmurando Ted -. El modo más rápido de moverlo sería colocar una célula de baja presión en el norte… para que se dirigiera hacia septentrión…

Habló de eso con Tuli durante casi una hora, encaramado en un taburete giratorio instalado en la cubierta cerca de la mesa de mapas. El cocinero asomó por la escotilla de estribor del puente y entró con una bandeja de bocadillos y café. Ted, distraído, tomó un tazón y un bocadillo, todavía enzarzado en su charla con Tuli.

Por último, dijo a la pantalla visora:

— Está bien, profundizaremos ese agujero lejos de Long Island y trataremos de convertirlo en una verdadera célula de tormentas.

Tul asintió, pero se le veía evidentemente poco satisfecho.

— Que Barney repase en el computador todos los datos tan de prisa como pueda, pero será mejor que prepares los planes ahora mismo. No esperes a que termine el computador. Hay que atacar mientras aún está quieto el huracán. De otro modo… — su voz quedó cortada.

— De acuerdo — repuso Tuli -. Pero daremos palos de ciego.

— Lo sé. ¿Tienes alguna idea mejor?

Tuli se encogió de hombros.

— Entonces que despeguen los aviones. — Se volvió a mí -. Jerry, tenemos elaborado un plan de batalla. Tuli te dará los detalles.

Me puse en pie en la resbaladiza cubierta del navío. El barco volvió a estremecerse y giró en redondo. Una ola nos dio por el otro costado y recorrió la cubierta, metiéndonos en agua espumosa hasta la rodilla y, por fin, la cubierta, volvió a ascender y quedó despejada temporalmente de olas.

-¡Omega ha ganado! — rugió Ted en mi oído, por encima del bramar del viento -. ¡Estamos atrapados!

Permanecimos allí, agarrados a los asideros. El mar era imposible de describir… Una mezcla confusa de olas sin sentido ni sistema, sus cumbres desgarradas por el viento, la espuma mezclándose con la lluvia cegadora.

El teniente pasó junto a nosotros, agarrándose mano tras mano en la cuerda que corría a lo largo de superestructura.

— ¿Se encuentran los dos bien?

— ¡No hay huesos rotos!

— ¡Será mejor que suban al puente! — gritó. Estábamos cara a cara, casi tocándose nuestras narices; sin embargo, apenas podíamos oírle. ¡He dado órdenes de levar todas las anclas y de aumentar la presión de las calderas! ¡Tenemos que intentar salir de este azote mediante toda la potencia del barco! ¡Sí nos quedamos aquí, nos hundiremos!

Ahora me tocaba el turno. Pasé la mayor parte de la tarde consiguiendo que los aviones adecuados con la carga justa fuesen a los sitios exactos en donde era preciso realizar el trabajo. Durante toda esta operación me llamaba a mí mismo idiota por haber aceptado este exilio en el centro del océano. Necesité el doble de tiempo para enviar las órdenes que si hubiera estado en el cuartel general.

— No te molestes en decirlo — afirmó Ted cuando terminé -. Fue una estupidez venir aquí, de acuerdo. Pero es que tenía que alejarme de aquel lugar antes de remontar la cumbre de la colina.

— ¿Pero qué de bueno haces aquí? -pregunté.

Se aferró a la barandilla del puente y miró más allá de la proa del navío, hacia el horizonte.

— Podemos dirigir el espectáculo también desde aquí… quizá sea un poco más difícil que en Miami, pero se puede hacer. Si todo resulta, nos rozará el borde de la tormenta. Me gustaría verlo. Quiero notarla, ver lo que es capaz de hacer. Jamás vi un huracán desde tan cerca. Y es mejor estar aquí sentado, que en aquel cascarón sin ventanas del cuartel general.

— ¿Y si las cosas no van bien? — pregunté -. ¿Y si la tempestad no se mueve del modo en que tú quieres?

Dio media vuelta.

Probablemente no se moverá.

— Entonces podíamos perdernos todo el espectáculo.

— Quizás. O también podría descender hacia aquí y soplarnos en el cuello.

— Omega podría… ¿podría pillarnos en su centro?

— Existe tal posibilidad — dijo tranquilamente -. Será mejor que durmamos un poco ahora que se puede. Más tarde estaremos muy atareados.

El oficial ejecutivo nos acomodó en un pequeño camarote con dos literas. Parte de la tripulación del destacamento estaba de permiso en tierra y tenían un compartimento que nos pudieron destinar. Traté de dormir pero pasé la mayor parte de las últimas horas de la tarde agitándome incómodo. Al oscurecer, Ted se levantó y fue al puente. Le seguí.

— ¿Ve esas nubes, bien en el horizonte sur? decía al teniente. Se trata del huracán. Sus bordes externos.

Lo comprobé con el cuartel general de THUNDER. Los aviones habían sembrado el agujero de baja presión lejos de Long Island, sin incidentes. Las estaciones meteorológicas a lo largo de la costa y el equipo automático en satélites y aviones, informaban del desarrollo de una pequeña célula tempestuosa.

El rostro de Barney asomó a la pantalla. Parecía muy preocupada.

— ¿Está Ted?

— Aquí mismo — se colocó a la vista.

— El trabajo del computador ha terminado — dijo, apartándose un mechón de la frente -. Omega seguirá hasta el norte pero sólo temporalmente. Volverá a encabezarse tierra adentro a primeras horas de mañana. Dentro de dos días atacará la costa entre Cabo Hatteras y Washington.

Ted emitió un bajo silbido.

— Pero eso no es todo — continuó El rumbo de la tormenta cruza por encima del navío en que estáis ahora. ¡Os veréis en el centro de todo el huracán

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