Dunworthy reflexionó sobre aquel comentario durante varias manzanas.
El carillón estaba masacrando In the Bleak Midwinter , cosa que también parecía adecuada, y las calles seguían desiertas, pero cuando salieron a Broad, una figura conocida corrió hacia ellos, encogida contra la lluvia.
– Ahí viene el señor Finch -anunció Colin.
– Vaya por Dios. ¿Qué se nos habrá acabado ahora?
– Espero que sean las coles de Bruselas.
Finch alzó la cabeza al oír sus voces.
– Por fin le encuentro, señor Dunworthy. Gracias a Dios. Le he estado buscando por todas partes.
– ¿Qué pasa? Le dije a la señora Taylor que me encargaría de su sala de ensayos.
– No es eso, señor. Son los retenidos. Dos de ellos han contraído el virus.
Transcripción del Libro del Día del Juicio Final
(032631-034122)
21 de diciembre de 1320 (Calendario Antiguo). El padre Roche no sabe dónde está el lugar de recogida. Le pedí que me llevara a donde lo encontró Gawyn, pero aunque estuve en el claro no recuperé la memoria. Está claro que Gawyn no se topó con él hasta que estuvo bastante lejos del lugar, y para entonces yo deliraba por completo.
Y hoy me he dado cuenta de que nunca daré con el sitio yo sola. El bosque es demasiado grande, y está lleno de claros y robles y grupitos de sauces que parecen iguales ahora que ha nevado. Tendría que haber marcado el lugar con algo más que el cofre.
Gawyn tendrá que mostrarme dónde está el lugar, y todavía no ha vuelto. Rosemund me dijo que sólo hay medio día de viaje hasta Courcy, pero que probablemente pasará allí la noche debido a la lluvia.
Ha estado lloviendo mucho desde que regresamos, y supongo que debería alegrarme, porque eso tal vez derrita la nieve, pero me imposibilita salir y buscar el lugar, y hace mucho frío en la casa. Todo el mundo lleva la capa puesta y se acurruca junto al fuego.
¿Qué hacen los aldeanos? Sus chozas ni siquiera pueden protegerlos del viento, y en la que yo estuve no había ni mantas. Deben de estar congelándose literalmente, y según me contó Rosemund, el senescal dijo que iba a llover hasta Nochebuena.
Rosemund pidió disculpas por su mala conducta en el bosque y me dijo que estaba enfadada con su hermana.
Agnes no tenía nada que ver: sin duda lo que la irritaba era la noticia de que su prometido había sido invitado para Navidad, y cuando tuve la oportunidad de estar con ella a solas, le pregunté si le preocupaba el matrimonio.
– Mi padre lo ha dispuesto así -dijo, ensartando su aguja-. Nos prometimos en san Martín. Vamos a casarnos en Pascua.
– ¿Y tú consientes? -pregunté.
– Es una buena boda. Sir Bloet goza de muy buena situación, y tiene posesiones que se unirán a las de mi padre.
– ¿Te gusta?
Ella clavó la aguja en el lino enmarcado en madera.
– Mi padre nunca dejaría que me ocurriera nada malo -afirmó, y sacó el largo hilo.
No añadió nada más, y todo lo que pude sacarle a Agnes fue que sir Bloet es simpático y que le había regalado un penique de plata, sin duda como parte de los regalos del compromiso.
Agnes estaba demasiado preocupada por su rodilla para decirme nada más. Dejó de quejarse a medio camino de regreso a casa, y luego cojeó exageradamente cuando se bajó del caballo. Pensé que sólo intentaba llamar la atención, pero cuando le miré la rodilla, la costra había desaparecido casi por completo. La zona alrededor estaba roja e hinchada.
La lavé, la envolví en la tela más limpia que encontré (me temo que fue una de las cofias de Imeyne, la encontré en el cofre al pie de la cama), e hice que permaneciera sentada junto al fuego y jugara con su caballero, pero estoy preocupada. Si se infecta, podría ser grave. No había antimicrobiales en el siglo XIV.
Eliwys está muy preocupada también. A todas luces, esperaba que Gawyn regresara esta noche, y ha ido a asomarse a la puerta continuamente. A veces, como hoy, creo que le ama, y tiene miedo de lo que eso significa para ambos. El adulterio era un pecado mortal a los ojos de la Iglesia, y a menudo resultaba peligroso. Pero casi todo el tiempo pienso que el amour de él no es correspondido en lo más mínimo, que ella está tan preocupada por su marido que ni siquiera se da cuenta de su existencia.
La dama pura e inconquistable era el ideal de los amores corteses, pero está claro que él no sabe si ella le corresponde. Su rescate y su historia de los renegados en el bosque era sólo un intento de impresionarla (hubiera sido mucho más impresionante si hubiera habido veinte renegados, todos armados con espadas y mazas y hachas de batalla). Es evidente que haría cualquier cosa por conseguirla, y lady Imeyne lo sabe. Y por eso creo que lo ha enviado a Courcy.
Cuando volvieron a Balliol, otros dos retenidos habían contraído el virus. Dunworthy envió a Colin a la cama y ayudó a Finch a acostar a los retenidos y telefoneó al hospital.
– Todas nuestras ambulancias están fuera -le dijo la encargada-. Enviaremos una en cuanto nos sea posible.
Eso fue a medianoche. Dunworthy no regresó y se acostó hasta pasada la una.
Colin estaba dormido en el jergón que Finch le había preparado, con La Era de la Caballería junto a la cabeza. Dunworthy pensó en guardar el libro, pero no quería arriesgarse a despertarlo. Se metió en la cama.
Kivrin no podía estar en la peste. Badri había dicho que había un deslizamiento de cuatro horas, y la peste no alcanzó Inglaterra hasta 1348. Kivrin había sido enviada a 1320.
Se dio la vuelta y cerró los ojos. No podía estar en la peste. Badri deliraba. Había dicho todo tipo de cosas, habló de tapas, porcelana rota y ratas. Nada de aquello tenía el menor sentido. Era puro delirio. Le había dicho a Dunworthy que lo siguiera. Le había dado notas imaginarias. Nada de aquello significaba nada.
«Fueron las ratas», había dicho. Los contemporáneos no sabían que se transmitía por las pulgas de las ratas. No tenían ni idea de qué la causaba. Habían acusado a todo el mundo, a los judíos, a las brujas y a los locos. Habían murmurado conjuros y colgado a las viejas. Habían quemado a los forasteros en la hoguera.
Se levantó de la cama y se dirigió al salón. Caminó de puntillas alrededor del colchón de Colin y quitó La Era de la Caballería de debajo de su cabeza. Colin se agitó, pero no se despertó.
Dunworthy se sentó junto a la ventana y buscó la Peste Negra. Empezó en China en 1333, y se propagó al oeste en los barcos mercantes que iban a Mesina en Sicilia y de ahí pasó a Pisa. Se extendió por Italia y Francia (ochenta mil muertos en Siena, cien mil en Florencia, trescientos mil en Roma) antes de cruzar el Canal. Alcanzó Inglaterra en 1348, «un poco antes de la fiesta de San Juan», el veinticuatro de junio.
Eso significaba un deslizamiento de veintiocho años. A Badri le preocupaba que se hubiera producido mucho deslizamiento, pero se refería a semanas, no a años.
Extendió la mano hacia la estantería y cogió Pandemias , de Fitzwiller.
– ¿Qué hace? -preguntó Colin, adormilado.
– Leyendo sobre la Peste Negra -susurró él-. Duérmete.
– No la llamaban así entonces -murmuró Colin alrededor de su chicle. Se dio la vuelta, arrebujándose en las mantas-. La llamaban el mal azul.
Dunworthy se llevó los dos libros a la cama. Según Fitzwiller, la peste llegó a Inglaterra el día de san Pedro, el veintinueve de junio de 1348. Alcanzó Oxford en diciembre, Londres en octubre de 1349, y luego se movió hacia el norte y volvió a cruzar el Canal hacia los Países Bajos y Noruega. Llegó a todas partes excepto a Bohemia, y Polonia, que tenía establecida una cuarentena, y, extrañamente, tampoco alcanzó algunas zonas de Escocia.
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