– Shiyrouthamay -respondió la muchacha hoscamente.
Eliwys se levantó.
– Habla -dijo con brusquedad.
– Ocultan (algo) de mí.
No era el intérprete después de todo. Era simplemente la diferencia del inglés normando que hablaban los nobles y el dialecto aún sajón de los campesinos, ninguno de los cuales sonaba como el inglés medieval que el señor Latimer le había enseñado tan alegremente. Era sorprendente que el intérprete entendiera algo.
– Las estaba buscando cuando lady Imeyne llamó, buena señora -se justificó Maisry, y el intérprete lo captó todo, aunque tardó varios segundos. Aquello le daba un tono de estupidez a las palabras de Maisry, lo cual podía ser apropiado, o tal vez no.
– ¿Dónde las has buscado? ¿En el establo? -dijo Eliwys, y unió las dos manos a cada lado de la cabeza de Maisry como si fueran un par de címbalos. Maisry aulló y se llevó una mano sucia a la oreja izquierda. Kivrin se encogió contra las almohadas.
– Ve y trae la mostaza para lady Imeyne y encuentra a Agnes.
Maisry asintió; no parecía particularmente asustada pero todavía se sujetaba la oreja. Hizo otra torpe reverencia y salió no más rápidamente de lo que había entrado. Parecía menos trastornada por la súbita violencia que Kivrin, quien se preguntó si lady Imeyne recibiría pronto la mostaza.
Lo que la había sorprendido era la rapidez y tranquilidad de la violencia. Eliwys ni siquiera parecía furiosa, y en cuanto Maisry se fue, volvió al asiento junto a la ventana.
– La dama no podría moverse aunque viniera su familia -dijo-. Puede quedarse con nosotras hasta que regrese mi esposo. Seguro que estará aquí para Navidad.
Hubo un ruido en las escaleras. Al parecer se había equivocado, pensó Kivrin, y el tirón de orejas había servido de algo. Agnes entró corriendo, apretando algo contra el pecho.
– ¡Agnes! -dijo Eliwys-. ¿Qué haces aquí?
– He traído mi… -el intérprete no lo entendió. ¿Charette?-, para enseñárselo a la señora.
– Eres una niña mala por esconderte de Maisry y venir aquí a molestar a la señora -la regañó Imeyne-. Sufre mucho por sus heridas.
– Pero me dijo que deseaba verlo -Agnes alzó un carrito de juguete de dos ruedas, pintado de rojo y dorado.
– Dios castiga a quienes dan falso testimonio con tormentos eternos -dijo lady Imeyne, agarrando bruscamente a la niñita-. La dama no puede hablar. Lo sabes muy bien.
– Me habló -replicó Agnes, obstinada.
Bien por ti, pensó Kivrin. Tormentos eternos. Qué cosa tan horrible con la que amenazar a una niña pequeña. Pero esto era la Edad Media, cuando los sacerdotes hablaban constantemente de los últimos días y el Juicio Final, y los tormentos del infierno.
– Me dijo que deseaba ver mi carro -insistió Agnes-. Dijo que no tenía perro.
– Te estás inventando historias -la reprendió Eliwys-. La dama no puede hablar.
Tengo que detener esto, pensó Kivrin. Le darán también un tirón de orejas.
Se incorporó sobre los codos. El esfuerzo la dejó sin aliento.
– Hablé con Agnes -dijo, rezando para que el intérprete hiciera lo que se suponía que debía hacer. Si elegía apagarse de nuevo en este momento y Agnes acababa recibiendo un pescozón, sería el colmo-. Le pedí que me trajera el carro.
Las dos mujeres se volvieron y la miraron. Eliwys abrió mucho los ojos. La anciana pareció asombrada y luego furiosa, como si pensara que Kivrin las había engañado.
– ¿Lo veis? -sonrió Agnes, y se acercó a la cama con el carro.
Kivrin volvió a tenderse contra las almohadas, agotada.
– ¿Dónde estoy? -preguntó.
Eliwys tardó un instante en recuperarse.
– Descansáis a salvo en la casa de mi esposo y señor… -el intérprete tuvo problemas con el nombre. Parecía algo así como Guillaume D'Iverie o posiblemente Deveraux.
Eliwys la miraba con ansiedad.
– El valido de mi esposo os encontró en el bosque y os trajo aquí. Habéis sido asaltada y malherida. ¿Quién os atacó?
– No lo sé -respondió Kivrin.
– Me llamo Eliwys, y ésta es la madre de mi esposo, lady Imeyne. ¿Cómo os llamáis?
Y éste era el momento de contarles toda la historia cuidadosamente estudiada. Le había dicho al sacerdote que se llamaba Katherine, pero lady Imeyne ya había dejado claro que no confiaba en nada de lo que él hacía. Ni siquiera creía que supiera hablar latín. Kivrin podría decir que se había confundido, que su nombre era Isabel de Beauvrier. Podía decirles que había llamado a su madre o a su hermana en su delirio. Podía decirles que había estado rezando a Santa Catalina.
– ¿De qué familia sois? -preguntó lady Imeyne.
Era una historia muy buena. Establecería su identidad y posición en sociedad y aseguraría que no intentaran contactar con su familia. Yorkshire quedaba muy lejos, y el camino al norte era infranqueable.
– ¿Adonde os dirigíais? -terció Eliwys.
Medieval había estudiado a conciencia el clima y las condiciones de las carreteras. Había llovido durante dos semanas seguidas en diciembre, y hubo hielo en las carreteras hasta finales de enero. Pero ella había visto la carretera que conducía a Oxford. Estaba seca y despejada. Y Medieval había estudiado también a conciencia el color de su traje, y la prevalencia de las ventanas de cristal entre las clases superiores. Habían estudiado a conciencia el lenguaje.
– No recuerdo, no -dijo Kivrin.
– ¿No? -preguntó Eliwys, y se volvió hacia lady Imeyne-. No recuerda nada.
Piensan que estoy diciendo «nada» en vez de «no». En inglés medieval la pronunciación de las dos palabras no se diferenciaba. Piensan que no recuerdo nada.
– Es su herida -asintió Eliwys-. Ha aturdido su memoria.
– No… no… -dijo Kivrin. No se suponía que debiera fingir amnesia. Se suponía que era Isabel de Beauvrier, del East Riding. El hecho de que las carreteras estuvieran secas aquí no significaba que no fueran infranqueables más al norte, y Eliwys ni siquiera dejaría que Gawyn cabalgara hasta Oxford para recibir noticias de ella o a Bath para recoger a su marido. Sin duda, no lo enviaría al East Riding.
– ¿Recordáis vuestro nombre? -preguntó impaciente lady Imeyne, acercándose tanto a ella que Kivrin olió su aliento. Era muy agrio, un olor a podredumbre. Debía de tener los dientes picados también-. ¿Cómo os llamáis?
El señor Latimer había dicho que Isabel era el nombre de mujer más corriente en el siglo XIV. ¿Hasta qué punto era corriente Katherine? Y Medieval no sabía los nombres de las hijas. ¿Y si Yorkshire no estaba lo bastante lejos, después de todo, y lady Imeyne conocía a la familia? Lo tomaría como una prueba más de que era una espía. Era mejor que se ciñera al nombre corriente y les dijera que era Isabel de Beauvrier.
La anciana estaría encantada de pensar que el sacerdote había entendido mal su nombre. Sería una nueva prueba de su ignorancia, de su incompetencia, otro motivo para enviar a buscar un nuevo capellán a Bath. Pero él había sostenido la mano de Kivrin, le había dicho que no tuviera miedo.
– Me llamo Katherine -dijo.
Transcripción del Libro del Día del Juicio Final
(001300-002018)
No soy la única que tiene problemas, señor Dunworthy. Creo que los contemporáneos que me han recogido también los tienen.
El señor de la casa, lord Guillaume, no está aquí. Está en Bath, declarando en el juicio de un amigo suyo, lo que al parecer es algo peligroso. Su madre, lady Imeyne, le llamó idiota por mezclarse en ello, y lady Eliwys, su esposa, parece preocupada y nerviosa.
Han venido con prisa y sin criados. Las nobles del siglo XIV tenían al menos una dama de compañía particular, pero ni Eliwys ni Imeyne tienen ninguna, y dejaron detrás a la aya de sus hijas (las dos hijas pequeñas de Guillaume están aquí). Lady Imeyne quería traer a una nueva, y también a un capellán, pero lady Eliwys no la dejó.
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