– Badri chocó con ella cuando volvía a la red -declaró Dunworthy.
– ¿Estás absolutamente seguro? -le preguntó Mary.
Él señaló a la amiga de la mujer, que se había sentado y rellenaba los impresos.
– Reconozco el paraguas.
– ¿A qué hora fue eso?
– No estoy seguro. ¿La una y media?
– ¿Qué tipo de contacto fue? ¿La tocó?
– Chocó con ella -dijo él, tratando de recordar la escena-. Chocó con el paraguas, y luego le pidió disculpas, y ella le gritó. Badri recogió el paraguas y se lo entregó.
– ¿Tosió o estornudó?
– No lo recuerdo.
La mujer fue conducida a Admisiones. Mary se levantó.
– Quiero que la pongan en Aislamiento -ordenó, y los siguió.
La amiga de la mujer se levantó, apretando torpemente los impresos contra su pecho. Uno se le cayó.
– ¿Aislamiento? -dijo, asustada-. ¿Qué le pasa?
– Venga conmigo, por favor -indicó Mary, y la condujo a alguna parte para que le hicieran un análisis de sangre y rociaran con desinfectante el paraguas de su amiga antes de que Dunworthy pudiera preguntarle si quería que la esperara.
Fue a preguntárselo a la celadora y entonces se sentó cansinamente en una de las sillas. Había un folleto educativo junto a él. El título rezaba: «La importancia de dormir bien de noche.»
Le dolía el cuello por haber dormido en el taburete, y los ojos volvían a escocerle. Supuso que debería volver a la habitación de Badri, pero no estaba seguro de tener ánimos para colocarse otra RPE. Y tampoco creía ser capaz de despertar a Badri y preguntarle quién más iba a ingresar pronto con una temperatura de treinta y nueve coma cinco.
En cualquier caso, Kivrin no sería uno de ellos. Eran las cuatro y media. Badri había chocado con la mujer del paraguas lavanda a la una y media. Eso significaba una incubación de quince horas, y quince horas atrás Kivrin estaba plenamente protegida.
Mary volvió, sin la gorra y con la mascarilla colgándole del cuello. Tenía el cabello despeinado, y parecía tan cansada como el propio Dunworthy.
– Voy a dar de alta a la señora Gaddson -le dijo a la celadora-. Tiene que volver a las siete para un análisis de sangre -se acercó a Dunworthy-. Me había olvidado de ella -sonrió-. Estaba bastante molesta. Amenazó con demandarme por retención ilegal.
– Se llevará bien con mis campaneras. Amenazan con ir a los tribunales por incumplimiento de contrato.
Mary se pasó la mano por el pelo.
– Tenemos un informe del World Influenza Centre sobre el virus de la influenza-se levantó como si hubiera recibido una súbita inyección de energía-. Me vendría bien una taza de té. Acompáñame.
Dunworthy miró a la celadora, que los observaba atentamente, y se levantó.
– Estaré en la sala de espera de cirugía -le dijo Mary.
– Sí, doctora. Sin querer oí su conversación… -dijo la celadora, vacilante.
Mary se envaró.
– Ha comentado usted que iba a dar de alta a la señora Gaddson, y luego le oí mencionar el nombre de William, y me preguntaba si por casualidad la señora Gaddson es la madre de William Gaddson.
– Sí -contestó Mary, sorprendida.
– ¿Es amiga suya? -intervino Dunworthy, preguntándose si se ruborizaría como la estudiante de enfermería rubia.
Lo hizo.
– He llegado a conocerlo bastante bien durante estas vacaciones. Se ha quedado para estudiar a Petrarca.
– Entre otras cosas -masculló Dunworthy. Dejó a la celadora todavía ruborizada y condujo a Mary tras el cartel de «prohibido el paso: zona de aislamiento» y pasillo abajo.
– ¿Qué diantres pasa aquí? -preguntó ella.
– El enfermizo William tiene muchos más recursos de lo que suponíamos en un principio -rió él, y abrió la puerta de la sala de espera.
Mary encendió la luz y se dirigió al carrito del té. Agitó la tetera eléctrica y desapareció con el aparato en el cuarto de baño. Él se sentó. Alguien se había llevado la bandeja con el equipo para tomar muestras de sangre y devuelto la mesa a su sitio, pero la bolsa de las compras de Mary estaba todavía en mitad del suelo. Se inclinó hacia delante y la acercó a las sillas.
Mary volvió a aparecer con la tetera. Se inclinó y la enchufó.
– ¿Has tenido suerte con los contactos de Badri?
– Si quieres llamarlo así… Fue a un baile de Navidad en Headington anoche. Cogió el metro las dos veces. ¿Cómo está la situación?
Mary abrió dos bolsas de té y las esparció sobre las tazas.
– Me temo que sólo hay leche en polvo. ¿Sabes si ha tenido contacto recientemente con alguien de Estados Unidos?
– No. ¿Por qué?
– ¿Tomas azúcar?
– ¿Cómo está la situación?
Ella sirvió leche en polvo en las tazas.
– La mala noticia es que Badri está muy enfermo -añadió azúcar-. Recibió las vacunas estacionales a través de la Universidad, que exige más protección de amplio espectro que el ministerio. Debería estar completamente protegido contra un cambio de cinco puntos, y parcialmente resistente a uno de diez. Sin embargo, muestra síntomas absolutos de influenza, lo cual indica una mutación importante.
La tetera silbó.
– Eso significa una epidemia.
– Sí.
– ¿Una pandemia?
– Posiblemente. Si el WIC no puede secuenciar el virus rápidamente, o el personal cae fulminado. O si no se mantiene la cuarentena.
Desenchufó la tetera y sirvió agua caliente en las tazas.
– La buena noticia es que el WIC opina que es una influenza que se originó en Carolina del Sur -le tendió una taza a Dunworthy-. En ese caso, ya ha sido secuenciada y se ha creado una vacuna y un análogo, responde bien a las antimicrobiales y al tratamiento sintomático, y no es mortal.
– ¿De cuánto es el período de incubación?
– Entre doce y cuarenta y ocho horas -se apoyó contra el carrito y tomó un sorbo de té-. El WIC va a enviar muestras de sangre al CDC de Atlanta para compararlas, y ellos nos mandarán las recomendaciones para el tratamiento.
– ¿A qué hora ingresó Kivrin en enfermería el lunes para recibir las antivirales?
– A las tres. Estuvo aquí hasta las nueve de la mañana. Le pedí que se quedara para asegurarme de que dormía bien.
– Badri dice que no la vio ayer, pero podía haber contactado con ella el lunes antes de que viniera.
– Tendría que haber quedado expuesta antes de su vacuna antiviral, y el virus disponer de una oportunidad de replicarse para que ella corra peligro, James. Aunque viera a Badri el lunes o el martes, tiene menos peligro de desarrollar los síntomas que tú -lo miró gravemente por encima de la taza de té-. Todavía estás preocupado por el ajuste, ¿verdad?
Él apenas sacudió la cabeza.
– Badri dice que comprobó las coordenadas del estudiante y que eran correctas, y que ya había dicho a Gilchrist que el deslizamiento era mínimo -dijo, deseando que Badri le hubiera contestado cuando le preguntó por el deslizamiento.
– ¿Qué más pudo haber salido mal?
– No lo sé. Nada. Excepto que ella está sola en la Edad Media.
Mary depositó su taza de té en el carrito.
– Es posible que esté más segura allí que aquí. Vamos a tener un montón de pacientes enfermos. La influenza se extiende como el fuego, y la cuarentena sólo la empeorará. El personal médico es siempre el primero en quedar expuesto. Si la contraen, o si el suministro de antimicrobiales se agota, este siglo podría ser el que tenga un diez.
Se pasó la mano por la cabeza, agotada.
– Lo siento, es el cansancio el que habla. Esto no es la Edad Media, después de todo. Ni siquiera es el siglo XX. Tenemos metabolizadores y adjutores, y si es el virus de Carolina del Sur, también disponemos de un análogo y una vacuna. Pero me alegro de que Colin y Kivrin estén a salvo de todo esto.
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