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Connie Willis: El Libro del Día del Juicio Final

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Connie Willis El Libro del Día del Juicio Final

El Libro del Día del Juicio Final: краткое содержание, описание и аннотация

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A mediados del siglo XXI, Kivrin, una audaz estudiante de historia, decide viajar en el tiempo para estudiar `in situ` una de las eras más mortíferas y peligrosas de la historia humana: la Edad Media asolada por la Peste Negra. Pero una crisis que enlaza extrañamente pasado, presente y futuro atrapa a Kivrin en uno de los años más peligrosos de la Edad Media, mientras sus compañeros de Oxford en el año 2054, atacados de repente por una enfermedad desconocida, intentan infructuosamente rescatarla. Perdida en una época de superstición y de miedo, Kivrin descubre que se ha convertido en un improbable Angel de Esperanza durante una de las horas más oscuras de la historia. Un tour de force narrativo, una novela que explorará el miedo atemporal de la enfermedad, el sufrimiento y la indomable voluntad del espíritu humano. Con diferencia, la mejor novela de ciencia ficción de 1992 con la que Connie Willis ha obtenido los más importantes premios del género: Nebula, Hugo y Locus `Sin ser doctrinario, éste es el libro de inspiración religiosa tan apasionado con su humanismo como Un cántico por Leibowitz de Walter M. Miller. Una historia mucho mas sencilla que su trama, mucho más vasta que el número de sus paginas. El libro del Día del Juicio Final impresiona con la fuerza de una verdad profundamente sentida` John Kessel, Science Fiction Age

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Badri miró la pantalla con el ceño fruncido, sacó un medidor de su bolsillo y se dirigió a la carreta.

– ¡Badri! -llamó Dunworthy.

Badri no dio muestra alguna de haberle oído. Rodeó el perímetro de las cajas y cofres, mirando el medidor. Desplazó una de las cajas ligeramente a la izquierda.

– No te oye -dijo Mary.

– ¡Badri! -gritó él-. Necesito hablar contigo.

Mary se levantó.

– No te oye, James. La mampara es a prueba de sonidos.

Badri dijo algo a Latimer, quien todavía sostenía el cofre con cierres de metal. Parecía asombrado. Badri le quitó el cofre y lo colocó sobre la marca de tiza.

Dunworthy buscó un micrófono. No vio ninguno.

– ¿Cómo oíste el discurso de Gilchrist? -preguntó a Mary.

– Gilchrist pulsó un botón ahí dentro -dijo ella, señalando un panel junto a la red.

Badri había vuelto a sentarse ante la consola y hablaba a su oído. Los escudos de la red empezaron a descender. Badri dijo algo más, y volvieron a donde estaban antes.

– Le pedí a Badri que volviera a comprobarlo todo: la red, los cálculos del aprendiz, todo -dijo Dunworthy-. Y que abortara inmediatamente el lanzamiento si detectaba algún error, a pesar de lo que dijera Gilchrist.

– Pero supongo que Gilchrist no pondrá en peligro la seguridad de Kivrin -protestó Mary-. Me dijo que había tomado todas las precauciones…

– ¡Todas las precauciones! No ha realizado pruebas de reconocimiento ni comprobaciones de parámetros. Hicimos dos años de lanzamientos no tripulados al siglo XX antes de enviar a nadie. Él no ha hecho ninguno. Badri le dijo que debería retrasar el lanzamiento hasta que pudiera hacer al menos uno, y en vez de eso lo adelantó dos días. Ese tipo es un incompetente total.

– Pero explicó por qué el lanzamiento tenía que ser hoy -alegó Mary-. Dijo que los habitantes del siglo XIV no prestaban atención a las fechas, excepto a las siembras y las cosechas y los días festivos de la Iglesia. Dijo que la concentración de días sagrados era mayor en Navidad, y por eso Medieval ha decidido enviar a Kivrin ahora, para que pueda utilizar los días de Adviento para determinar su localización temporal y asegurarse de estar en el lugar de recogida el veintiocho de diciembre.

– Enviarla ahora no tiene nada que ver con el Adviento ni las festividades -protestó él, observando a Badri. Volvía a pulsar una tecla cada vez, con el ceño fruncido-. Podría enviarla la semana que viene y usar la Epifanía para la cita de encuentro. Podría hacer lanzamientos no tripulados durante seis meses y luego enviarla haciendo un bucle. Gilchrist la envía ahora porque Basingame está de vacaciones y no se encuentra aquí para detenerlo.

– Oh, cielos -suspiró Mary-. Ya me parecía a mí demasiada prisa. Cuando le pregunté cuánto tiempo tendría que estar Kivrin en el hospital, intentó convencerme de que no sería necesario internarla. Tuve que explicarle que las vacunas necesitaban un tiempo para hacer efecto.

– Un encuentro el veintiocho de diciembre -dijo Dunworthy con amargura-. ¿Te das cuenta de qué festividad es? La celebración de la matanza de los Santos Inocentes. Cosa que, dada la manera en que se está dirigiendo este lanzamiento, puede ser completamente apropiada.

– ¿Por qué no lo detienes? -dijo Mary-. Puedes prohibir a Kivrin que vaya, ¿no? Eres su tutor.

– No. No lo soy. Ella es estudiante en Brasenose. Su tutor es Latimer -señaló en dirección a Latimer, quien había vuelto a coger el cofre y lo contemplaba, ausente-. Vino a Balliol y me pidió que fuera su tutor extraoficialmente.

Se volvió y observó el finocristal, sin verlo.

– Entonces le dije que no podía ir.

Kivrin había ido a verle cuando era estudiante de primer curso.

– Quiero viajar a la Edad Media -le había dicho. Ni siquiera llegaba al metro y medio de altura, y llevaba el cabello rubio recogido en trenzas. No parecía tener edad suficiente para cruzar la calle sola.

– No puedes -le dijo él, su primer error. Tendría que haberla enviado de vuelta a Medieval, decirle que tratara el tema con su tutor-. La Edad Media está cerrada. Tiene un baremo de diez.

– Un diez prohibitivo que según el señor Gilchrist no se merece -replicó Kivrin-. Dice que ese baremo no se aguantaría con un análisis año por año. Se basa en la tasa de mortalidad de los contemporáneos, que se debía sobre todo a la mala nutrición y a la falta de apoyo médico. Ese baremo no sería tan alto para un historiador que hubiera sido vacunado contra las enfermedades. El señor Gilchrist piensa pedir a la Facultad de Historia que vuelva a evaluar el baremo y abran parte del siglo XIV.

– No puedo concebir que la Facultad de Historia abra un siglo que no sólo tenía la peste negra y el cólera, sino la Guerra de los Cien Años también -dijo Dunworthy.

– Pero podrían hacerlo, y en ese caso, quiero ir.

– Imposible -dijo él-. Aunque se abra, Medieval no enviaría a una mujer. Una mujer sola era algo inaudito en el siglo XIV. Sólo las mujeres de las clases inferiores iban sin compañía, y eran presa fácil para cualquier hombre o bestia que se encontraran en el camino. Las mujeres de la nobleza e incluso de la emergente clase media iban constantemente en compañía de sus padres, maridos o criados, normalmente los tres a la vez. Además, aunque no fueras mujer, todavía no te has graduado. El siglo XIV es demasiado peligroso para que Medieval considere enviar a un estudiante. Enviarían a un historiador experimentado.

– No es más peligroso que el siglo XX -objetó Kivrin-. Gas mostaza, accidentes de coche y otras minucias. Al menos no me tirarán una bomba encima. ¿Y quién tiene experiencia en historia medieval? Nadie tiene experiencia de campo, y sus historiadores del siglo XX aquí en Balliol no saben nada acerca de la Edad Media. Nadie sabe nada. Apenas hay archivos, excepto de los registros de las parroquias y las listas de impuestos, y nadie sabe cómo se vivía. Por eso quiero ir. Quiero averiguar datos acerca de ellos: cómo vivían, cómo eran. ¿No querrá ayudarme, por favor?

– Me temo que tendrás que hablar con Medieval -dijo él por fin, pero ya era demasiado tarde.

– Ya he hablado con ellos. Tampoco saben nada sobre la Edad Media. Quiero decir nada práctico. El señor Latimer me está enseñando inglés medieval, pero todo se reduce a inflexiones pronominales y cambios vocálicos. No me ha enseñado a decir nada.

Se inclinó sobre la mesa de Dunworthy.

– Necesito aprender el idioma y las costumbres, y el dinero y los modales en la mesa y todas esas cosas. ¿Sabe que no usaban platos? Usaban obleas de pan planas llamadas manchets , y cuando terminaban la comida, las rompían en pedacitos y se las comían. Necesito que alguien me enseñe cosas como ésas, para no cometer errores.

– Soy historiador del siglo XX, no medieval. Hace cuarenta años que no estudio la Edad Media.

– Pero sabe el tipo de cosas que necesito. Puedo estudiarlas y aprenderlas, si me dice cuáles son.

– ¿Qué hay de Gilchrist? -apuntó él, aunque consideraba a Gilchrist un idiota presuntuoso.

– Está trabajando en la reevaluación del baremo y no tiene tiempo.

¿Y de qué le servirá la reevaluación si no tiene historiadores que enviar?, pensó Dunworthy.

– ¿Y la profesora visitante americana, Montoya? Está trabajando en la excavación medieval cerca de Witney, ¿no? Debe de saber algo acerca de las costumbres de la época.

– La señora Montoya tampoco tiene tiempo, está demasiado ocupada tratando de reclutar gente para trabajar en la excavación de Skendgate. ¿No lo comprende? Todos son inútiles. Usted es el único que puede ayudarme.

Dunworthy tendría que haber dicho que todos eran miembros de la facultad de Brasenose y él no, pero en cambio se sintió maliciosamente halagado al oírle decir lo que siempre había pensado, que Latimer era un viejo chocho y Montoya una arqueóloga frustrada, que Gilchrist era incapaz de formar historiadores. Estaba ansioso por utilizarla para demostrar a Medieval cómo había que hacer las cosas.

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