— Le estoy rodeando con un flujo de neutrones, eso es todo — le dijo Ambrose con calma—. Le estoy volviendo rico en neutrones.
Snook descubrió, incrédulo, que aún podía pensar.
— Pero ciertas partes de una planta nuclear son bombardeadas durante años con neutrones, y permanecen tal como están, ¿no es cierto?
— No es lo mismo, Gil. En una planta energética los neutrones no duran mucho tiempo, o bien se manifiestan en otras reacciones — Ambrose siguió hablando con la misma voz tranquilizadora y monótona mientras las figuras de Felleth, de otros avernianos y del instrumental de ellos se elevaba a su alrededor—. Aquí la estrella espectáculo será Felleth, desde luego… A él le corresponde la tarea de sintetizar el cuerpo de usted con los elementos de su mundo. Todo cuanto sabemos es que los neutrones libres en que usted será convertido se reducirán a protones, electrones y antineutrones. Y Felleth se encargará de que se preserven los antineutrinos…
Snook dejó de escuchar la fórmula del encantamiento cuando la estructura insustancial de un gabinete le fue colocada alrededor por avernianos que teman estanques de bruma luminiscentes en vez de ojos. Buscó a Prudence, pero ella se había tapado la cara con las manos. Apenas tuvo tiempo para desear que ella estuviera llorando de tristeza… Luego viajó más allá de las estrellas.
La habitación era de unos diez metros cuadrados, pero parecía más pequeña a causa de la cantidad de instrumental que contenía, y también… de la presencia de los avernianos.
Snook les miró en silencio, tratando de no moverse, mientras su cuerpo se recobraba de la sensación de haber sido sacudido. Respiraba normalmente, y las funciones físicas parecía que continuaban como siempre, pero los nervios le vibraban como después de un shock paralizante, como túneles en los que aún resonaran los ecos de un alarido.
Los avernianos le miraban a su vez con cavilosa concentración, también en silencio, los ojos vigilantes. Snook descubrió que su progresiva familiaridad con el aspecto de aquellas criaturas tal como se las veía desde la Tierra — esbozos en una bruma radiante—, no le había preparado para aquella realidad sólida y tridimensional. En los encuentros anteriores le había impresionado la similitud de ellos con los seres humanos, y ahora que compartía con ellos esa habitación y respiraba el mismo aire, le abrumaba una sensación de extrañeza.
En parte se sentía vagamente agradecido por el hecho de conservar la vida, pero con cada segundo que pasaba esa consideración parecía menos importante, o relevante siquiera. La única verdad que conservaba alguna significación era que estaba solo en un mundo poblado por seres desconocidos e incognoscibles cuyos ojos y narices estaban apiñados cerca del extremo superior de la cabeza, y cuyas bocas se torcían y fruncían y ondulaban con espantosa movilidad. La piel de los avernianos iba del amarillo pálido que les rodeaba los ojos y las bocas, al pardo cobrizo de las manos y los pies, y parecía una pátina cerúlea. Les rodeaba un olor incalificable que evocaba al formaldehído, y tal vez al cardamomo, lo que contribuía a enrarecerles, y que provocó un tirón en los músculos estomacales de Snook.
«Han pasado ya cinco segundos… y faltan treinta años — pensó, y con ese pensamiento lo invadió un pánico claustrofóbico—. ¿Por qué Felleth no habla? ¿Por qué no me ayuda?»
— Te he estado hablando…, Igual Gil — dijo Felleth con una voz laboriosa y susurrante—. Estamos en una situación infortunada… Tenemos acceso a tu mente… pero la tuya nos rechaza… Y no deseas que yo… me acerque más.
— ¡No! — Snook se incorporó de un brinco y se tambaleó. Golpeó con el hombro un gabinete abierto que le rodeaba por tres lados y lo hizo rodar hacia atrás. Miró hacia abajo y vio que la caja de madera donde se había sentado descansaba sobre un fragmento irregular de madera húmeda que contrastaba con el lustroso suelo blanco de la habitación. Las palabras CERVEZAS JENNINGS, impresas en el costado de la caja, podrían haber sido elegidas por ese aire doméstico que a él le recordaba que todo cuanto conocía había quedado al otro lado del infinito.
— Tengo que volver — dijo—. Envíame de vuelta, Felleth. A cualquier parte de la Tierra.
— No es posible… Las relaciones energéticas no son propicias. No tienes centro de recepción — Felleth jadeaba, al parecer por el esfuerzo de reproducir el lenguaje humano—. Necesitamos tiempo… para ajustar.
— No puedo esperar… Tú no sabes…
— Sí sabemos. Tenemos acceso… Sabemos que nosotros somos… repelentes para ti.
— No puedo evitarlo.
— Trata de recordar… Es mayor el esfuerzo que nos impones… Tenemos acceso… y tú has matado.
Snook miró las figuras con túnicas de los avernianos, y atinó a vislumbrar el hecho de que ellos habían necesitado valor para permanecer en el mismo cuarto que él. Los avernianos eran una raza amable y pacífica, recordó. Y aquel grupo en particular debía tener la impresión de que había transferido a un peligroso primitivo. Se miró instintivamente la mano derecha y vio que aún la tenía manchada por la sangre de George Murphy.
Una sensación de vergüenza empezó a desplazar a la xenofobia.
— Lo lamento — dijo.
— Creo que es importante que descanses… para recobrarte de los efectos mentales y físicos de la… transferencia — el aliento silbaba y resollaba en la garganta de Felleth mientras vocalizaba las palabras que tomaba de la mente de Snook—. Esto no es un habitáculo, pero hemos preparado una cama en la sala… contigua. Sígueme — Felleth se dirigió, con movimientos majestuosos y gráciles, hasta una abertura sin puertas que era más estrecha en el extremo superior que en el nivel del suelo.
Snook le siguió unos segundos con la mirada, sin levantarse. La idea de dormir era ridícula, pero luego comprendió que le daban la oportunidad de estar solo. Siguió a Felleth, luego volvió, recogió la caja de cerveza y la llevó consigo. Felleth le condujo a lo largo de un corto pasillo. En el extremo había una ventana que daba a un paisaje de cielo gris y océano gris que se aclaraba con el alba. Snook siguió a su guía hasta un reducido cuarto que sólo tenía un catre pequeño. El cuarto tenía una sola ventana y las paredes estaban decoradas con franjas horizontales de color neutro, en un diseño aparentemente hecho al azar.
— Nos volveremos a ver — dijo Felleth—. Y te sentirás mejor.
Snook asintió, sin soltar la caja, y esperó a que Felleth se retirara. La entrada tenía la misma forma trapezoidal que la primera, pero las hojas verticales se deslizaron desde una ranura de la pared para sellarla. Snook fue hasta la ventana y contempló el mundo que sería su hogar. Tenía ante sí una ladera de techos de tejas pardas, donde de vez en cuando asomaban callejas y plazas donde se veía al Pueblo dedicado sin prisas a sus enigmáticos asuntos. La gente vestía ropas ondeantes y drapeadas, blancas o azules, y desde lejos parecía que fueran ciudadanos de la antigua Grecia. No había vehículos a la vista, ni iluminación ni postes telefónicos ni antenas.
Ninguna franja de tierra separaba el límite de los edificios del océano, que se extendía hasta el horizonte salpicado por un centenar de islas parecidas a barcos anclados. Casi todas las islas se elevaban hacia picos bajos y centrales, creando con sus reflejos formas diamantinas y alargadas, pero a cierta distancia había un par unido por un puente macizo doble. Snook lo había visto antes, en una visión implantada por Felleth.
Se apartó de la ventana, la mente saturada de extrañeza, y se dirigió al catre. Se puso al lado de la caja de madera color naranja, luego se quitó el reloj de pulsera y lo colocó encima, estableciendo su pequeña isla de cotidianeidad. Luego se quitó el impermeable azul, todavía salpicado por la humedad de la Tierra, lo enrolló y lo puso al lado de la caja. Cuando se acostó descubrió que una fatiga indescriptible le hormigueaba en el cuerpo, pero tardó bastante en encontrar refugio en el sueño.
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