Cuando llegó al área indicada por Ambrose, descubrió que Felleth y varios otros avernianos ya estaban presentes, visibles de la cintura para arriba por encima del suelo de la roca, y elevándose ostensiblemente a cada segundo mientras fruncían e hinchaban las bocas desmesuradas. Las figuras azuladas y traslúcidas se mezclaban con lo que parecían máquinas y estructuras altas y rectangulares.
Ninguno de los avernianos reaccionó ante su llegada, y Snook recordó que en esta ocasión no estaba iluminado por el equipo de Ambrose. Fijó los ojos en Felleth — y con una parte de la mente se preguntó cómo había logrado identificarle— y avanzó. Felleth se llevó de pronto las manos transparentes a la cabeza, y Snook vio cómo el destello de la pared verde y viviente se le superponía en la visión. Inclinó la cabeza hacia la de Felleth, viendo una vez más cómo los estanques de bruma de los ojos se dilataban hasta inundarle la mente.
Paz profunda de la corriente ondulatoria.
Te comprendo, Igual Gil. Puedes venir.
Paz profunda de la corriente ondulatoria.
Snook se encontró de rodillas en la piedra húmeda e irregular del túnel. Los Amplite le mostraban, al margen de una imagen normal de cuanto le rodeaba, sólo un resplandor vago y generalizado. Eso significaba que la superficie de Averno ya se había elevado por encima de su cabeza, recordó. Alzó los ojos hacia el techo curvo y pulido mientras se preguntaba cuánto tiempo le quedaba. Si quería tener la oportunidad de sobrevivir debía encontrarse con Felleth y Ambrose en un punto directamente encima de su ubicación actual. Felleth ya ascendía a través de estratos geológicos que para él no existían, pero para Snook no había más opción que volver sobre sus propios pasos.
Se puso en pie, trató de sobreponerse a la languidez ya familiar que seguía a la unión telepática, y corrió hacia el ascensor. Al llegar a la galería trepó a una jaula ascendente y se aferró del alambre tejido hasta llegar a la superficie. Agachó la cabeza y corrió hacia la plataforma, sin fijarse ahora si alguien se le interponía. Las lámparas portátiles que rodeaban la plataforma se destacaron en la negrura sin estrellas, y cuando las vio volvió a comprender que era necesario evitar un tropiezo con posibles enemigos. Avanzó más despacio, se agazapó y se abrió paso sigilosamente hasta la base de la plataforma. Ambrose y Helig le estaban esperando al pie de la escalerilla.
— Me he comunicado con Felleth — barbotó Snook, luchando por controlar la respiración—. Ha accedido.
— Buen trabajo — dijo Ambrose—. Mejor que subamos y empecemos. No nos queda mucho tiempo.
Treparon por la escalerilla y encontraron a Prudence y los otros tres hombres de pie y en silencio. Snook tuvo la impresión de que estaban sosteniendo una conversación entre cuchicheos y se habían interrumpido al verle llegar. La situación era intensamente embarazosa y nadie se atrevía a mirarle de frente; Snook supo que se habían creado las mismas barreras que cuando en una familia o grupo se sabe que alguien está a punto de morir. Por mucho que lo intenten, comprendió, quienes saben que tienen un futuro por delante no pueden evitar cierta extrañeza ante el aura que rodea a una persona que se está preparando para morir. Teóricamente, la vida de Snook sería salvada mediante magia nuclear, pero su trayectoria por este mundo concluiría de forma tan definitiva como si fuera a la tumba, y todos los presentes debían saberlo subconscientemente.
— Esto no lo necesitamos — dijo Ambrose, empujando a un lado la tienda de plástico para el hidrógeno, y en ese lugar puso una pequeña caja de madera, boca abajo—. Será mejor que se siente aquí, Gil.
— Bien — Snook trató de aparentar estolidez e impasibilidad, pero un frío mortal le traspasaba, y las rodillas se le aflojaron cuando cruzó la plataforma y estrechó las manos de Helig, Culver y Quig. No atinaba a comprender por qué de repente esa formalidad se le imponía como necesaria. Prudence le tomó la mano entre las suyas, pero cuando le dio un beso, muy ligero y muy fugaz, tenía el rostro como una máscara de sacerdotisa. Cuando él se volvía, Prudence le llamó por su nombre.
— ¿Qué, Prudence? — dijo él, con la imprecisa esperanza de que ella le diera algo, un regalo de palabras, para llevar a otro mundo.
— Yo… Lamento haberme reído de su nombre.
Él asintió extrañamente gratificado e incapaz de hablar, y luego fue a sentarse en la caja. La única ocasión en que Prudence se había divertido a costa de su nombre había sido en el primer encuentro, y en su estado de abyecta ansiedad por un consuelo humano le pareció que esa extraña disculpa había sido para Prudence una manera de borrar toda la secuela de hechos subsiguientes. «Es todo lo que lograrás con ella — pensó—. Tal vez fue más de lo que esperabas, dadas las circunstancias.» Miró a su alrededor, concentrado en la imagen que, salvo algún desenlace tan grotesco como inesperado, sería lo último que vería en la Tierra.
Las cinco personas de la plataforma le devolvieron la mirada, pero las lentes azules de las gafas, que les permitían ver en la oscuridad, les daban aspecto de ciegos. Alrededor del tosco escenario de madera el telón de la noche empezaba a descorrerse ligeramente, y Snook supo que llegaba el alba. Sólo la gruesa capa de nubes, similar a la de Averno, mantenía tan baja la visibilidad. Ambrose se había ubicado detrás de la máquina Moncaster y estaba ajustando los controles cuando la voz de Freeborn estalló en la negrura.
— Los quince minutos ya se han acabado, doctor, y ya estoy cansado de esperar.
— Aún no hemos terminado de discutir — gritó Ambrose sin dejar de mover las manos.
— ¿Qué tienen que discutir?
— Debe usted comprender que exigirnos que le entreguemos un hombre sin tener pruebas de su delito es pedirnos demasiado.
— Usted ha estado jugando conmigo, doctor — la amplificación y los ecos hacían que la voz de Freeborn viniera de todas partes al mismo tiempo—. Lo va a lamentar. Si Snook no se entrega de inmediato, iré en su busca.
Esas palabras hicieron entender a Snook que al margen de cuanto hubiera podido esperarle, era todavía un habitante de la Tierra y conservaba todas sus responsabilidades.
— Tengo que bajar, Boyce — dijo—. Ya no queda tiempo.
— Quédese donde está — ordenó Ambrose—. Apaga las luces, Des.
Quig se agachó y tiró de un cable. La luz tenue que apuntaba hacia arriba desde el círculo de lámparas se disipó abruptamente.
— ¿De qué servirá? — Snook estuvo a punto de levantarse, pero luego volvió a desplomarse en el asiento improvisado. Con el advenimiento de la oscuridad, dedos espectrales y azules se veían más allá del borde de la plataforma. Los habitantes de Averno, callados, traslúcidos y espantosos, se movían entre y a través de las pilas de desechos, volviendo los ojos sin ver, moviendo las bocas sin hablar. En pocos segundos se oyeron alaridos de pavor. Un arma disparó repetidas veces, pero los disparos no iban dirigidos a blancos humanos, y eventualmente se hizo de nuevo el silencio. Los avernianos seguían paseándose sin advertir nada que estuviera fuera del propio universo.
— Estaba seguro de que así ganaríamos tiempo — dijo Ambrose, firme en su papel de hechicero jefe, mientras los tenues perfiles de un edificio se hacían visibles alrededor de él—. Bien, Gil. Ya está. Felleth llegará a nuestro nivel dentro de un par de minutos, y tengo que prepararle a usted para el viaje.
Con la desaparición del peligro, los temores previos volvieron a Snook y de nuevo buscó consuelo en las palabras.
— ¿Qué me va a hacer, Boyce? — algo instintivo le urgió a sacarse la automática del bolsillo y deslizaría por el áspero suelo de madera.
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