La multitud vitoreó. Mary aplaudió con sus manos enguantadas.
—¡Bienvenidos al Feliz Año Nuevo con Dick Clark!
Más aplausos. Alrededor, la gente agitaba banderitas estadounidenses que habían repartido con las bolsas de confeti.
—Ha sido un año sorprendente-dijo Clark—. Un año que nos vio reuniéndonos con nuestros primos largamente perdidos, los neanderthales.
La pantalla cambió para mostrar un primer plano de Ponter, que tardó un segundo en localizar la cámara, y luego saludó suavemente, la nueva placa de Yak chispeando bajo el arco iris de neón.
La multitud empezó a entonar: —¡Pon-ter! ¡Pon-ter! ¡Pon-ter!
Mary sintió que el corazón le iba a estallar de orgullo. Pero Dick Clark continuó.
—Esta noche, además de los mejores grupos de rock del mundo, Krik Donalt va a tocar su éxito Dos que se convierten en Uno en directo, desde nuestro estudio de Hollywood. Pero, ahora mismo, vamos a … señor, señor, lo siento, pero tiene que marcharse.
Mary miró la enorme pantalla, desconcertada. Clark estaba solo en el escenario.
—Lo siento, señor, pero estamos en el aire —le decía Clark al vacío. Se dio la vuelta y gritó—: Matt, ¿podemos sacar de aquí a este payaso?
Hubo murmullos entre la multitud. Lo que Clark intentaba no funcionaba. De hecho, Bandra se inclinó hacia Mary y susurró:
—Está estropeando …
De repente, un hombre que les daba la espalda se volvió (una hazaña difícil, ya que estaban apretujados como sardinas) y, mirando directamente a Ponter, dijo:
—¡Dios mío, eres tú! ¡Eres tú!
Ponter sonrió amablemente.
—Sí, yo …
Pero el hombre, con los ojos muy abiertos, apartó a Ponter, y repitió:
—¡Eres tú! ¡Eres tú!
Parecía decidido a abrirse paso entre la multitud, y ésta, en su mayor parte, se apartaba para permitírselo.
—¡Jesús! —gritó una mujer junto a Bandra, pero Mary no vio qué la había molestado. Se volvió para mirar al hombre que había empujado a Ponter y, para su sorpresa, lo vio arrodillarse.
La voz de Dick Clark volvió a sonar por los altavoces, llena de pánico.
—¡No puedo hacer esto con él aquí!
Mary sintió que se le secaba la garganta. Extendió la mano izquierda, con intención de sujetarse. Bandra la agarró por el brazo.
—Mare, ¿estás bien?
Mary consiguió asentir.
—¡Jesús! —gritó de nuevo la mujer. Pero Mary negó con la cabeza.
No, no era Jesús.
¡Era la bendita Virgen María!
—Ponter —dijo Mary, la voz temblando—. Ponter, ¿la ves?
¿La ves?
—¿A quién?
A ella, está aquí —dijo Mary, señalando, y entonces, casi de inmediato, alzó las manos para persignarse—. ¡Está aquí mismo! —Mare, hay medio millón de personas …
—Pero ella brilla —dijo Mary en voz baja.
Ponter se volvió hacia Louise, y Mary se obligó a mirar en esa dirección durante un segundo. Los ojos marrones de Louise estaban muy abiertos y susurraba una y otra vez, demasiado bajo para que Mary la oyera, pero podía leerle los labios:
—Mon Dieu, mon Dieu, mon Dieu …
—¡Ves! —exclamó Mary—. ¡ Louise la ve también!
Pero incluso mientras lo decía, Mary tuvo sus dudas: la Virgen era santa, pero no se la saludaba diciendo «Dios mío, Dios mío, Dios mío».
La mirada de Mary fue atraída de nuevo hacia la perfecta forma iluminada que tenía delante, flanqueada por altos edificios.
Bandra todavía la sujetaba por el brazo. La mujer, al otro lado de Bandra, se había puesto de rodillas.
—¡María! —exclamó—. ¡Bendita Virgen María!
Pero estaba mirando en dirección completamente opuesta …
—Miren —gritó una voz, una de las miles que gritaban ahora pero que Mary pudo captar—. i La santa Madre!
Mary alzó la cabeza. Los reflectores surcaban el cielo, negro y vacío.
—¡Mare! —.Era la voz de Ponter—. Mare, ¿estás bien? ¿Qué está pasando?
Un hombre de delante de Mary se había dado la vuelta y rebuscaba en su abrigo. Durante medio segundo Mary pensó que iba a sacar una pistola, pero lo que sacó fue una gruesa cartera repleta de billetes. La abrió.
—¡Tome! —dijo, arrojando algunos billetes a Mary—. ¡Tome, cójalos!
Se volvió hacia Ponter y le dio dinero también.
—¡Cójalo! ¡Cójalo! Tengo demasiado…
De detrás de Mary llegó un fuerte grito:
—¡Alá akhbar! ¡Alá akhbar!
Y de delante:
—El Mesías. Por fin.
Y a la izquierda:
—¡Sí, sí! ¡Tómame, Señor!
Y a su derecha, alguien cantaba: —¡Aleluya!
Mary deseó tener su rosario. La Virgen estaba allí, ¡allí mismo!, llamándola.
—¡Mare! —gritó Ponter—. ¡Mare!
Detrás de Mary, alguien lloraba. Delante, alguien reía de manera incontrolable. Había quienes se cubrían la cara con las manos, o aplaudían, o alzaban las mallas al cielo.
Un hombre gritaba:
—¿Quién es ése? ¿Quién anda ahí? Y una mujer chillaba: —¡Márchate! ¡Márchate!
Y otra persona gritaba: —¡Bienvenidos al planeta Tierra!
A unos pocos metros de distancia, Mary vio a un hombre desmayarse, pero la multitud estaba demasiado apretujada para que cayera al suelo.
—¡Es el día del Juicio Final! —gritó una voz.
—¡Es el primer contacto! —gritó otra.
—¡Mahdi! ¡Mahdi! —gritó una tercera.
Cerca, una mujer entonaba:
—Padre Nuestro que estás en el cielo, santificado sea tu nombre …
Y junto a ella, un hombre decía: —Lo siento, lo siento, lo siento …
Y alguien gritaba con mucho énfasis:
—¡Esto no puede estar sucediendo! ¡Esto no puede ser real!
—¡Mare! —gritó Ponter, agarrándola por los hombros y obligándola a darse la vuelta, apartándola de la Virgen María—. ¡Mare!
—No —consiguió decir Mary—. No, suéltame. Ella está aquí…
—Mare, la multitud está enloqueciendo. ¡Tenemos que salir de aquí!
Mary se retorció, encontrando fuerzas que no sabía que tenía.
Estaba dispuesta a hacer cualquier cosa por estar con la Virgen … —¡Adikor, Bandra, rápido! —La voz de Ponter, traducida, estalló en su cerebro, ahogando las palabras de Nuestro Señor.
Mary extendió ambas manos, convirtiendo los dedos en garras, intentando arrancar los implantes.
—¡Tenemos que sacar de aquí a Mare y a Lou!
La luz blanca (la perfecta luz blanca) temblaba ahora, con titilaciones en forma de prisma en sus bordes. Mary sintió que su corazón se expandía, que su alma volaba, que …
«¡Disparos!»
Mary miró a la derecha. Un hombre blanco de unos cuarenta años tenía una pistola y le disparaba a algún demonio invisible, la cara deformada por el terror. Ante él, la gente moría, pero Times Square estaba demasiado abarrotada para que cayera. Mary vio el rostro de una persona, luego de otra, mientras las balas los alcanzaban.
Los chillidos de terror rivalizaron con los gritos de embeleso.
—Bandra —aulló Ponter—. ¡Abre paso! Yo sujeto a Marc. ¡Adikor, sujeta a Lou!
Mary sintió el sudor resbalando por su cara a pesar del frío.
Ponter iba a intentar arrancarla de …
«No —dijo la parte racional de Mary, luchando para abrirse paso en su conciencia—. La Virgen no está aquí.»
«¡Sí! —gritó otra parte—. ¡Sí que está!»
«No … no. ¡No hay ninguna Virgen! No hay ninguna … »
Pero la había, tenía que haberla, pues Mary notó de pronto que se elevaba del suelo, que se alzaba …
Porque Ponter la llevaba en brazos, cada vez más alto hasta que se la echó al hombro. Bandra, delante de ellos, apartaba a las personas como si fueran bolos, dividiendo las olas del mar, forzando una abertura en la multitud. Ponter cargó hacia delante, ocupando el espacio que l3andra despejaba antes de que se llenara de nuevo de aplastante humanidad. Todavía había unas cuantas zonas menos densas (lo que quedaba de los carriles reservados originalmente para los vehículos de emergencia), y Bandra se dirigía hacia una de ellas.
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