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Robert Sawyer: Hibridos

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Robert Sawyer Hibridos

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Un experimento científico hace posible la inesperada interacción entre dos universos paralelos, con la salvedad de que, en uno de ellos, la especie humana que ha predominado son los Neanderthales y no los Cromagnones, como ha ocurrido en nuestro mundo. Ponter Boddit y su hombre-compañero Adikor Huld, físicos neanderthales, han abierto un puente entre dos universos dando lugar a una sorprendente comparación entre culturas radicalmente distintas. Una de esas diferencias es la percepción del hecho religioso, del todo ausente en los neanderthales. En Híbridos, unos científicos de nuestro mundo especulan con la idea de que la propensión a tener creencias y experiencias religiosas podría provenir de una mutación genética que no se había producido en los neanderthales, pero sí en los cromagnones. El neanderthal Ponter Boddit y su amada Homo Sapiens, Mary Vaughan, desean tener una hija; la moderna tecnología neanderthal de reproducción asistida se lo permite, pero hay que tomar una importante decisión: ¿qué será mejor para su hija, tener creencias religiosas o no tenerlas?

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Mary le dio una palmadita en la rodilla.

—Y por eso te quiero. Porque lo comprendes.

—Pero ya no estaremos las dos solas —dijo Bandra, sonriendo ahora—. Ha pasado mucho tiempo desde la última vez que conviví con un bebé.

—Espero que me ayudes.

—Por supuesto. ¡Sé lo que es dar de comer nueve diadécimos!

—Oh, no me refiero a eso … ¡aunque sin duda lo agradeceré!

No, lo que quiero decir es que espero que me ayudes a educar a Ponter y a mi hija. Quiero que ella conozca y aprecie ambas culturas, gliksin y barast.

—Verdadera sinergia —dijo Bandra, sonriendo ampliamente—. Dos que de verdad se convierten en Uno.

Mary le devolvió la sonrisa.

—Exactamente.

La llamada se produjo dos días después, a eso de las seis de la tarde. Mary y Bandra habían terminado su primer día de trabajo en la Laurentian y se relajaban en casa, la casa que había pertenecido a Reuben. Mary, tendida en el sofá, terminaba por fin la novela de Scott Turow que había empezado hacía siglos, antes de que el portal interuniversal se abriera por primera vez. Bandra estaba reclinada en el sofá-cama. La-Z-Boy donde Mary había dormido durante la cuarentena. Leía un libro en su base de datos neanderthal.

Cuando sonó el teléfono de dos piezas que había en la mesita, junto al sofá, Mary marcó la página del libro, se enderezó y descolgó.

—¿Diga?

—Hola, Mary —dijo una voz femenina con acento paquistaní—. Soy Qaiser Remnilla, de York.

—¡Santo cielo, hola! ¿Cómo estás?

—Estoy bien, pero … pero te llamo con una noticia triste. ¿Te acuerdas de Cornelius Ruskin?

Mary sintió que se le agarrotaba el estómago.

—Por supuesto.

—Bueno, lamento ser yo quien tenga que decírtelo, pero me temo que ha fallecido.

Mary alzó las cejas.

—¿De verdad? Pero era muy joven …

—Treinta y cinco años, según me han dicho.

—¿Qué ha pasado?

—Hubo un incendio y … —Hizo una pausa) y Mary pudo oírla tragar saliva con esfuerzo—. Y parece que no quedó gran cosa.

Mary se esforzó por encontrar una respuesta. Por fin un «Oh» escapó de sus labios.

—¿Querrías … quieres asistir al funeral? Será el viernes, aquí en Toronto.

Mary no tuvo ni que pensárselo.

—No. No, en realidad no lo conocía —dijo. «En realidad no lo conocía en absoluto.»

—Bueno, bien, comprendo —contestó Qaiser—. He creído que debía contártelo.

A Mary le hubiese gustado decirle a Qaiser que ahora podría dormir tranquila, que el hombre que la había violado (que las había violado a ambas) estaba muerto, pero …

Pero se suponía que Mary no sabía nada de la violación de Qaiser. La cabeza le daba vueltas: ya encontraría algún modo de hacérselo saber a Qaiser.

—Te agradezco que hayas llamado. lamento no poder asistir. Se despidieron, y Mary depositó el teléfono en su horquilla.

Bandra había devuelto el sofá-cama a su posición recta.

—¿Quién era?

Mary se acercó a Bandra, extendió los brazos, la ayudó a ponerse en pie y la atrajo hacia sí.

—¿Te encuentras bien? —preguntó Bandra. Mary la abrazó con fuerza.

—Me encuentro bien.

—Estás llorando —dijo Bandra. No veía la cara de Mary, apoyada en su hombro: tal vez olió la sal de las lágrimas.

—No te preocupes —susurró Mary—. Sólo abrázame. y Bandra hizo eso exactamente.

44

Compañeros seres humanos. compañeros Homo sapíens, nosotros continuaremos nuestro gran viaje, continuaremos nuestra maravillosa gesta, continuaremos siempre hacia delante. Ésa es nuestra historia, ése es nuestro futuro. No nos detendremos, no vacilaremos, no nos rendiremos hasta que hayamos alcanzado las estrellas más lejanas.

Ponter y Adikor habían pasado mucho tiempo en las Naciones Unidas, asesorando a un comité que intentaba decidir si continuar o no con la construcción del nuevo portal permanente entre la sede de la ONU y de todo, si los hombres no podían utilizarlo, argumentaban algunos, entonces todo el trabajo debía ser abandonado. Louise Benoit formaba parte del mismo comité.

En la Universidad Laurentian, naturalmente, hubo vacaciones de Navidad. Mary y Bandra estuvieron libres y decidieron volar a Nueva York y pasar la Nochevieja con Louise, Ponter y Adikor en Times Square.

—¡Es increíble! —dijo Bandra, gritando para hacerse oír por encima de la multitud—. ¿Cuánta gente hay aquí?

—Suele haber medio millón de personas —dijo Mary. Bandra miró en derredor.

—¡Medio millón! Creo que nunca ha habido medio millón de barasts juntos en un mismo sitio.

—¿Por qué celebráis el Año Nuevo en esta fecha? —preguntó Ponter—. No hay solsticio ni equinoccio.

—Bueno —dijo Louise—. La verdad es que no lo sé. ¿Mary?

Mary negó con la cabeza.

—No tengo ni idea. —Miró a Louise a los ojos, tratando de imitar su acento por encima del estrépito—. ¡Pero cualquier día es bueno para ir de fiestaaa!

Pero todavía era pronto para esperar una sonrisa por su parte.

Todo estaba bañado en un brillo de neón.

—¿Veis ese edificio de allí? —señaló Mary.

Adikor y Ponter asintieron.

—Era la redacción del New York Times … por eso este sitio se llama Times Square. ¿Y veis el asta de la bandera, allá arriba? Mide veintidós metros. Una bola enorme de quinientos kilos bajará por esa asta exactamente a las 11.59 y tardará exactamente sesenta segundos en llegar abajo. Cuando lo haga, será el principio del nuevo año y dará comienzo un gran castillo de fuegos artificiales.

Alzó una bolsa: todos habían recibido una, regalo del Distrito Comercial de Times Square.

—Ahora, cuando la bola llegue abajo … bueno, primero se supone que debéis besar a vuestros seres queridos, y gritar «Feliz Año Nuevo». Pero también hay que arrojar al aire el contenido de la bolsa. Está llena de trocitos de papel llamados confeti.

Adikor sacudió la cabeza. —Es un ritual complicado.

—¡Me parece maravilloso! —dijo Bandra—. Creo que nosotros … ¡Asombro! ¡Asombro!

—¿Qué? —dijo Mary.

Bandra señaló.

—¡Somos nosotros!

Mary se volvió. Una de las enormes pantallas de vídeo gigantes mostraba a Bandra y Mary. Mientras miraba (¡fue muy emocionante!), la imagen se movió a la izquierda, mostrando a Ponter y Adikor. Al cabo de un instante, la imagen volvió a centrarse en el alcalde de Nueva York, que saludaba a la multitud. Mary se volvió hacia los otros.

—Nuestra presencia no ha pasado desapercibida —dijo, sonriendo.

Ponter se echó a reír.

—¡Oh, estamos acostumbrados a eso!

—¿Vienes aquí cada año? —preguntó Adikor.

Caía un poco de nieve, y el aliento de Mary era visible mientras hablaba.

—¿Yo? Nunca había venido … pero lo veo por televisión todos los años, como otros trescientos millones de personas de todo el mundo. Es la tradición.

—¿Qué hora es ya? —preguntó Ponter.

Mary miró su reloj; había luz suficiente para poder ver.

—las once y media pasadas.

—¡Oooh! —dijo Bandra, señalando de nuevo—. ¡Ahora le toca el turno a Lou!

La pantalla gigante mostraba un primerísimo plano del hermoso rostro de Louise, y ella sonrió encantadora al verse. Hubo aullidos de aprecio en millares de hombres. Bueno, Pamela Anderson Lee había empezado en Jumbotron, también …

La pantalla cambió para mostrar a Dick Clark con una chaqueta de seda negra. Estaba de pie en un gran escenario, rodeado de cientos de globos rosados y transparentes.

—¡Hola, mundo! —gritó, y entonces, corrigiéndose con una enorme sonrisa perfecta, añadió—: ¡Hola, mundos!

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