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Robert Silverberg: Tiempo de mutantes

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Robert Silverberg Tiempo de mutantes

Tiempo de mutantes: краткое содержание, описание и аннотация

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Cuando llega el invierno, los mutantes se reúnen… Siempre han vivido en la sombra, pero cerca de la sociedad normal. Ignorados, marginados, han sobrevivido recluidos en clanes invisibles, usando sus extraordinarias facultades psíquicas para escudarse contra la intolerancia, en fanatismo y el aborrecimiento que inspira a los normales, hasta ahora… El primer líder mutante, que ha emergido a la luz para reclamar iguales derechos que el resto de los mortales, es asesinado. Encontrar al asesino es la difícil misión de un grupo de mutantes. Entre ellos están Michael, confuso entre la lealtad al clan y su amor por una persona normal; Melanie, sola entre los mutantes y rechazada por los normales; y Jean, que usa su poder psíquico y su sexualidad de mutante para obtener todo aquello que más desea. Como sociedad deben luchar contra su entorno, ocultando sus miedos hasta encontrar un medio que proteja sus intimidades, sus amores y sus vidas.

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Melanie abrió los ojos, preguntándose cuándo se hundiría la navaja en su carne y cuánto le dolería. Quizá muriese, y entonces Tiff iría a la cárcel por el resto de su vida. Tal vez no fuera tan mala idea. El francotirador que diez años antes había matado a tres mutantes en el World Trade Center había terminado en prisión. Pero la verdad es que Melanie no quería morir.

—No lo hagas, Tiff —suplicó—. Lo lamentarás.

La puerta de los servicios se abrió de par en par, y apareció Kelly McLeod, que contempló la escena boquiabierta, agarrada a su bolso.

—Será mejor que uses otro lavabo, McLeod —le espetó Tiff en tono amenazador—. Éste está ocupado.

Sostuvo la navaja bajo la barbilla de Melanie con mano firme, pero Kelly entró en la estancia con las manos en las caderas.

—¿Qué sucede aquí?

—Sólo estamos dándole un retoque a la mutante —dijo Cilla con una risilla—. ¿Quieres ayudarnos?

—¿Estáis locas? ¿Qué os ha hecho? —preguntó Kelly, mirando a Cilla con una mueca de desagrado.

La muchacha le devolvió la mirada, frunciendo el ceño.

—¿A ti qué te importa? ¿Acaso eres una especie de amante de los mutantes? Tiff, tal vez también deberías usar la navaja con ella.

—Kelly, vete antes de que te hagan daño —susurró Melanie.

Pero Kelly no le hizo el menor caso. Por el contrario, avanzó otro paso, agarró a Cilla por los aretes de la nariz y tiró de ellos con fuerza. Cilla lanzó un chillido, tratando de golpearla con ambos puños.

—¡Suéltala! —gritó Kelly—. ¡He dicho que la sueltes!

—No te metas en esto, McLeod —la amenazó Tiff, apartándose de Melanie para apuntar la hoja vibrátil hacia Kelly.

—¡Vete a la mierda!

Tiff se abalanzó sobre ella, pero Kelly soltó a la otra chica y esquivó la acometida, haciendo que Tiff rozara el antebrazo de Cilla con la navaja. Cilla se llevó la mano a la herida y empezó a gimotear mientras la sangre manaba entre sus dedos.

—¡Cállate, Cilla! —gritó Tiff—. Tengo un poco de piel plástica en el bolso. ¡Dios, si casi no te he tocado!

Cilla cerró la boca a medio sollozo y empezó revolver en el bolso de Tiff, buscando una venda. Kelly se burló de ella:

—¿Siempre haces lo que te dice?

—¡Amante de los mutantes! —replicó Cilla.

Kelly se volvió y la golpeó con un revés que le hizo desviar la cabeza, salpicando de sangre la pared. Tiff soltó una maldición, apartó a Melanie de un empujón y se volvió en redondo, con la mano que sostenía el arma preparada para asestar un golpe a Kelly.

Melanie vio su oportunidad. Saltó sobre Tiff, agarró la mano armada y, llevándosela a la boca, hundió los dientes en la carne, justo por encima de la muñeca.

Tiff lanzó un aullido de color. Melanie apretó las mandíbulas y continuó mordiendo, mientras que su fornida adversaria trataba de desasirse. La mutante notó el sabor salado de la sangre. Con un tintineo, la navaja cayó al suelo ante sus piernas. Melanie la envió de un puntapié a un rincón, junto a la puerta, y vio a Kelly luchando con Cilla.

El servicio estaba ahora abarrotado; de pronto, se había llenado de ruido y de gente. A su alrededor resonaban unas voces estentóreas.

—¡Ay! ¡Suéltame, maldita mutante! —aulló Tiff.

«¡Vete a la mierda!», exclamó Melanie para sus adentros.

—¡Chicas! ¡Deteneos!

Jeff, el vigilante de los pasillos, se metió entre ellas moviendo su cabeza morena a uno y otro lado para esquivar los golpes. Consiguió separar a Cilla y Kelly, aunque recibió dos buenos puntapiés en el forcejeo. Su compañero, el calvo y fornido Ron, sujetó a Melanie y a Tiff.

—Suéltala, muchacha —ordenó a Melanie, sacudiéndola sin miramientos.

A regañadientes, Melanie abrió la boca para soltar la ensangrentada muñeca de Tiff.

Con una mueca de disgusto, Jeff las empujó hacia la puerta.

—Las chicas siempre son las peores —le comentó a Ron, quien asintió con aire experto.

—Sí. Son perversas —apostilló éste con aspereza.

—Escuchad —dijo Jeff en el mismo tono de acritud—. No me importa qué ha sucedido ni quién ha empezado. Ya conocéis las reglas: nada de peleas en los lavabos. Tenéis prohibida la entrada durante dos semanas. Fuera.

El local había quedado en silencio; incluso los altavoces habían enmudecido. Varias hileras de rostros observaron a Tiff y Cilla cuando cruzaron la puerta a toda prisa, entre maldiciones. A la salida del bar, Tiff hizo un alto.

—¡Ya te encontraré, mutante! —exclamó.

Melanie le respondió con un gesto obsceno. Tiff se lo devolvió y se alejó, agarrándose la muñeca herida.

Jeff mantuvo abierta la puerta.

—Fuera, señoritas. Y eso va también por vosotras dos.

Melanie buscó a Germyn entre la multitud, pero pronto se dio por vencida. Sabía que su prima se habría ido a casa al primer indicio de alboroto, y que se habría llevado el deslizador. «Da igual —pensó—. Germyn no es nunca la compañía perfecta.» Tras recoger la chaqueta anaranjada del perchero, salió al aparcamiento. Kelly la siguió en silencio. Melanie la observó por el rabillo del ojo. ¿Por qué la había ayudado? Aparte de coincidir en algunas clases, apenas se conocían.

El silencio se intensificó. Finalmente, Melanie no pudo soportarlo más y dijo:

—Gracias. No tenías por qué hacerlo, ¿sabes?

Kelly se encogió de hombros.

—No podía quedarme quieta y dejar que te rajaran, ¿no crees? Además, no soporto a ese par de taradas. Pero tienes que andarte con más cuidado, se ponen agresivas enseguida.

—Bien que lo sé —murmuró Melanie con amargura—. Pero han sido ellas quienes han empezado. Yo no me metía con nadie.

—Ya lo supongo.

Kelly dio un puntapié a una piedra suelta. Melanie se detuvo. De pronto, había caído en la cuenta de algo.

—Tú estás saliendo con mi hermano, ¿verdad?

—Sí.

Melanie estudió detenidamente a su salvadora. Para no ser mutante, Kelly era bonita. Tenía una bella melena oscura y unos grandes ojos azules, pero, aparte de esto, ¿qué más había visto Michael en ella? En su opinión, Jena era mucho más despampanante, y fantástica en ejercicios telequinésicos y gimnasia. Pero eso a Michael tal vez no le importaba.

Kelly parecía mucho más agradable que Jena. Los chicos normales de la escuela siempre andaban husmeando a su alrededor; por lo menos medio equipo de fútbol andaba tras ella, y eso que la chica no les prestaba la menor atención. Bueno, tal vez sentía una especial atracción por los mutantes. A veces sucedía. Melanie recordó al muchacho pecoso que la había perseguido durante medio año cuando estaba en primer curso. Admiradores de mutantes, los denominaba ella. Bueno, tal vez su hermano era un admirador de normales, pero le parecía una locura arriesgarse a sufrir la censura del clan por salir con una normal, aunque fuera tan agradable como Kelly McLeod.

—¿Quieres que te lleve a casa? —preguntó ésta.

—Sí. Me parece que mi prima se ha olvidado de mí —contestó Melanie—. Espero que no te importe.

—No hay problema. Vamos.

Kelly la condujo a un deslizador gris plateado.

—¡Qué bonito! —exclamó Melanie, envidiosa—. ¿Es tuyo?

—De mi madre. Entra.

Kelly abrió la portezuela y pulsó el botón de arranque; la única repuesta fue un gruñido sordo. Probó otra vez, pero el motor se negó a ponerse en marcha.

—¡Maldita sea!

Kelly abrió el capó y se apeó del deslizador. Un momento después estaba de vuelta con un puñado de cables de color naranja en la mano y un gesto ceñudo en el rostro.

—¿Qué sucede? —preguntó Melanie.

—Alguien ha cortado los cables del motor de arranque —explicó Kelly—. Apuesto a que ha sido esa zorra de Tiff. No creí que le diera tiempo a hacerlo.

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