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Ursula Le Guin: La mano izquierda de la oscuridad

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Ursula Le Guin La mano izquierda de la oscuridad

La mano izquierda de la oscuridad: краткое содержание, описание и аннотация

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La trama gira en torno a la estancia de Genly Ai, un enviado terrestre del Ekumen, al planeta Gueden, también conocido como Invierno por atravesar una edad glaciar. El Ekumen podría definirse como una liga interplanetaria compuesta por los “mundos inhabitados” (es decir, por aquellos que no son ni los planetas conocidos ni sus colonias) cuyo propósito, en este caso, es que Gueden se una a la alianza. Por ello, Genly Ai lleva dos años en Karhide (uno de los dos reinos más importantes de Gueden) esperando una audiencia con el rey. Cuando llega el momento, todo apunta a que el rey no goza de un juicio sano, ve al Enviado como una amenaza y a su primer ministro, Estraven, como ejemplo de traición. En un intento por conseguir en otra ciudad lo que ha resultado imposible en Karhide, Genly Ai viaja a Orgoreyn, donde Estraven cumple su exilio. El rechazo de los orgotas hacia Genly provoca el reencuentro entre éste y Estraven que, a partir de este punto, deberán convivir en duras condiciones.

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—¿Qué lugar es este? —preguntó Guederen.

—Es el corazón de la tormenta. Quienes se suicidan viven aquí. Aquí tú y yo mantendremos nuestro voto.

Guederen estaba asustado y dijo: —No me quedaré. Si hubieses ido conmigo a las tierras del Sur podíamos haber estado juntos y guardar el voto hasta el último día, ya que nadie sabría de nuestra transgresión. Pero quebraste el voto, abandonándolo junto con la vida. Y ahora no puedes pronunciar mi nombre.

Era cierto. Hode movió los labios blanquecinos, pero no pudo pronunciar el nombre del hermano.

Se acercó rápidamente a Guederen, extendiendo los brazos, y tomándolo por la mano izquierda. Guederen se libró, y escapó corriendo, corrió hacia el sur, y vio mientras corría que allí delante se alzaba un muro blanco de nieve que venía de lo alto, y cuando entró en el muro cayó otra vez de rodillas y ya no pudo caminar, y tuvo que arrastrarse.

En el noveno día de marchar otra vez sobre el hielo, fue encontrado por gente del hogar de Orhoch, que se extendía al norte de Shad. No sabían de dónde venía, ni quién era; lo encontraron arrastrándose por la nieve, hambriento, ciego, la cara ennegrecida por el sol y la escarcha. Al principio no podía hablar. No había sufrido ningún daño grave, sin embargo, excepto en la mano izquierda, que se le había congelado, y tuvo que ser amputada. Algunos dijeron que era Guederen de Shad, de quien habían oído hablar; otros opinaron que esto no era posible, pues aquel Guederen se había internado en los hielos en las primeras borrascas del otoño, y tenía que haber muerto. El mismo negó que se llamara Guederen. Cuando se sintió mejor dejó Orhoch y la frontera de Tormentas y fue hacia las tierras del sur, haciéndose llamar Ennoch.

Cuando Ennoch era un anciano que vivía en los llanos del Rer se encontró con un hombre de su propia región y le preguntó: —¿Cómo está todo en el dominio de Shad? —El otro le dijo que Shad era un dominio enfermo. Nada prosperaba allí, ni en el hogar ni en los cultivos, todo estaba atacado por la peste. Las semillas de primavera se helaban en los campos y el grano maduro se echaba a perder, y así había sido durante muchos años. Entonces Ennoch le dijo: —Soy Guederen de Shad —y le dijo cómo había marchado por los hielos, y lo que allí había encontrado. Llegó al fin de la historia y dijo: Di en Shad que tomo de vuelta mi nombre y mi sombra. —No muchos días después Guederen enfermó y murió. El viajero llevó las palabras de Guederen a Shad, y dicen que desde ese entonces el dominio prosperó de nuevo, y todo anduvo como se esperaba en los cultivos y la casa y el hogar.

3. El rey loco

Dormí hasta tarde y pasé el resto de la mañana leyendo mis propios comentarios sobre el ceremonial palaciego y las notas de los investigadores que me habían precedido. No prestaba atención a lo que leía, pero no importaba, ya que conocía los textos de memoria y estaba leyéndolos sólo para acallar esa voz interior que me decía una y otra vez: todo ha salido mal. Cuando no conseguía acallarla, yo me decía una vez y otra que podría arreglármelas muy bien sin Estraven, quizá mejor que con él. Al fin y al cabo, mi trabajo aquí era estrictamente personal. Hay sólo un primer móvil. Las noticias de los ecúmenos en cualquiera de los mundos se tienen siempre al principio de labios de un único testigo, un hombre presente allí en carne y hueso, presente y solo. Pueden matarlo, como le ocurrió a Pellelge en Tauro Cuatro, o pueden encerrarlo junto con los locos, como al primer móvil en Gao y luego al segundo y al tercero; no obstante, la costumbre se mantiene, pues es práctica. Una voz que dice la verdad es más poderosa que las flotas y los ejércitos, si se le da tiempo, mucho tiempo; y tiempo es lo que les sobra a los ecúmenos… No, decía la voz interior, pero yo la hacía callar, razonando, y así, tranquilo y resuelto, llegué al palacio a la segunda hora. Antes que el rey me recibiera esa voz ya había enmudecido del todo.

Los guardias y asistentes del palacio me habían llevado a la antesala atravesando los largos pasillos y corredores de la Casa del Rey. Un ayudante me dijo que esperase y me dejó solo en un cuarto alto y sin aberturas. Allí me quedé, todo engalanado para una audiencia con el monarca. Yo había vendido mi cuarto rubí (según el informe de los investigadores los guedenianos valoraban las joyas de carbono, tanto como los terrestres, y llegué a Invierno con un puñado de gemas, que pagarían mis gastos) y había gastado un tercio del dinero en ropas para el desfile del día anterior y la audiencia de hoy: todo nuevo, muy pesado y trabajado como es siempre la ropa en Karhide: una camisa blanca de piel, pantalones grises, una túnica larga algo semejante a un tabardo, un hieb de cuero azul verdoso, gorra nueva, guantes nuevos sujetos en el ángulo adecuado al cinturón suelto del hieb, botas nuevas… La seguridad de estar bien vestido me hizo sentir todavía más cómodo y decidido. Miré tranquilamente a mi alrededor; como todas las habitaciones de la Casa del Rey, esta era alta, roja, vieja, desnuda, y de un ámbito frío y mohoso, como si las corrientes de aire vinieran no de otros cuartos sino de otros siglos. Un fuego bramaba en la chimenea, pero no servía de mucho. Los fuegos de Karhide son para calentar el espíritu, no la carne. La Edad de los Inventos industriales y mecánicos se inició en Karhide hace tres mil años, y durante todo ese tiempo se desarrollaron allí excelentes, y económicos sistemas de calefacción central, de vapor, eléctricos, y otros, pero nunca se los instaló en las casas. Quizá temían perder la resistencia fisiológica a las inclemencias del tiempo, como esos pájaros árticos que se conservan en ambientes caldeados, y a quienes se les hielan las patas cuando se los suelta al frío. Yo, no obstante, un ave tropical, siempre sentía frío: un cierto frío al aire libre y otro dentro de las casas, un frío continuo que me calaba hasta los huesos. Caminé a lo largo del cuarto tratando de calentarme. Había pocas cosas en esa alargada salita: un taburete y una mesa con un tazón de dedales de piedra y un viejo aparato de radio de madera labrada, con aplicaciones de plata y hueso; un noble producto artesano. El aparato susurraba algo, y cuando aumenté el volumen oí que el canturreo se interrumpía y era reemplazado por las noticias de Palacio. Los karhideros no son muy aficionados a la lectura, y prefieren oír —y no leer —cuentos y noticias. Los libros y los aparatos de televisión son menos comunes que las radios, y no hay periódicos impresos. Yo me había perdido las noticias de la mañana en el aparato de mi habitación, y oía ahora a medias, pensando en alguna otra cosa, hasta que la repetición del nombre me llamó la atención, y dejé de pasearme. ¿Qué decían de Estraven? Leían una proclama.

—Derem Har rem ir Estraven, Señor de Estre en Kerm, pierde por esta orden el titulo real y el sitio que ocupaba en la Asamblea del Reino y se lo conmina a abandonar el reino y todos los dominios de Karhide. Si no sale del reino y los dominios en un plazo de tres días, o si retorna alguna vez al reino, podrá ser ejecutado por cualquier ciudadano, sin necesidad de otro juicio. Ningún habitante de Karhide hablará o dará asilo a Har rem ir Estraven en casas o tierras, o será castigado con prisión, y no le prestará dinero o bienes, ni tomará sobre él ninguna deuda de Har rem ir Estraven, o será castigado con prisión y multa. Que todos los ciudadanos de Karhide sepan y digan que el crimen por el que se destierra a Har rem ir Estraven es el crimen de traición, habiendo insinuado privada y públicamente, en la Asamblea y el Palacio, y excusándose en la pretensión de leales servicios al rey, la conveniencia de que la nación—dominio de Karhide ceda su soberanía y rinda su poder pasando a ser una nación sojuzgada y débil, dentro de una cierta inexistente Unión de Pueblos, la que es sólo una excusa y una ficción inventada por conspiradores traidores para debilitar la autoridad del rey, y beneficiar así a los verdaderos enemigos del país. Odguirni tuva, hora octava, en el Palacio de Erhenrang: Argaven Harge.

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