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Ursula Le Guin: La mano izquierda de la oscuridad

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Ursula Le Guin La mano izquierda de la oscuridad

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La trama gira en torno a la estancia de Genly Ai, un enviado terrestre del Ekumen, al planeta Gueden, también conocido como Invierno por atravesar una edad glaciar. El Ekumen podría definirse como una liga interplanetaria compuesta por los “mundos inhabitados” (es decir, por aquellos que no son ni los planetas conocidos ni sus colonias) cuyo propósito, en este caso, es que Gueden se una a la alianza. Por ello, Genly Ai lleva dos años en Karhide (uno de los dos reinos más importantes de Gueden) esperando una audiencia con el rey. Cuando llega el momento, todo apunta a que el rey no goza de un juicio sano, ve al Enviado como una amenaza y a su primer ministro, Estraven, como ejemplo de traición. En un intento por conseguir en otra ciudad lo que ha resultado imposible en Karhide, Genly Ai viaja a Orgoreyn, donde Estraven cumple su exilio. El rechazo de los orgotas hacia Genly provoca el reencuentro entre éste y Estraven que, a partir de este punto, deberán convivir en duras condiciones.

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—Yo le creo a usted —me dijo Estraven, el extranjero, el extraño que estaba a solas conmigo; y yo había estado tan absorto en mis preocupaciones que alcé sorprendido los ojos —. Temo que Argaven también le crea. Pero no confía en usted. En parte porque ya no confía en mí. He cometido errores, me mostré descuidado. Ni siquiera puedo pedirle a usted que me tenga confianza, pues lo he puesto en peligro. Olvidé lo que es un rey, olvidé que el rey se siente Karhide, olvidé el patriotismo, y que el rey es por necesidad el perfecto patriota. Permítame una pregunta, señor Ai: ¿Sabe usted por propia experiencia, lo que es el patriotismo?

—No —dije, —sacudido por la fuerza de esa intensa personalidad que ahora se volcaba enteramente sobre mi —. No me parece. Si por patriotismo no entiende usted el amor al sitio natal, pues eso sí lo conozco.

—No, no hablo del amor, cuando me refiero al patriotismo. Hablo del miedo. El miedo del otro. Y las expresiones de ese miedo son políticas, no poéticas: odio, rivalidad, agresión. Crece en nosotros, ese miedo, crece en nosotros año a año. Nuestro camino nos llevó demasiado lejos. Y usted, que procede de un mundo donde las naciones desaparecieron hace siglos, que apenas entiende de qué hablo, que nos ha mostrado el nuevo camino… —Estraven calló, un rato, y luego continuó diciendo, dueño otra vez de si mismo, tranquilo y cortés: —Es ese miedo lo que ahora me impide apoyarlo a usted en la corte. Pero no miedo por mi, señor Ai. No estoy actuando patrióticamente. Al fin y al cabo hay otras naciones en Gueden.

Yo no entendía a dónde iba Estraven, pero estaba seguro de que no decía lo que parecía decir. De todas las almas enigmáticas, obstructivas, oscuras que yo había encontrado en esta ciudad helada, esta era la más oscura. Yo no entraría en esa partida laberíntica. No respondí. Un momento después Estraven continuó, con cierta cautela: —Si lo he entendido bien, los ecúmenos se interesan sobre todo en el bienestar de la humanidad. Los orgotas, por ejemplo, saben ya cómo subordinar los intereses locales al interés general, y de esto no hay experiencia en Karhide. Y los comensales de Orgoreyn son casi todos gente cuerda, aunque poco inteligente, mientras que el rey de Karhide no sólo es loco, sino también estúpido.

Era evidente que Estraven no conocía la lealtad. Le dije, algo disgustado: —Entonces, estar al servicio del rey ha de ser una tarea difícil.

—No sé si he estado alguna vez al servicio del rey —dijo el primer ministro del rey —. O si lo he intentado. No soy el sirviente de nadie. Un hombre no ha de tener otra sombra que la propia…

Los gongs de la torre Remni estaban dando la hora sexta, medianoche, y aproveché para irme. Me estaba poniendo el abrigo junto a la puerta cuando Estraven me dijo: —He perdido mi oportunidad, ya que usted, supongo, dejará Erhenrang —¿por qué lo suponía? —pero llegará un día en que podremos hablar de nuevo. Hay tantas cosas que quiero saber. Acerca de cómo piensan las mentes de ustedes en particular. Apenas empezó usted a explicármelo.

La curiosidad de Estraven parecía de veras genuina. Tenía la desfachatez de los poderosos. Las promesas de ayuda también habían parecido genuinas. Le dije si, por supuesto, cuando él quisiera, y eso fue el fin de la velada. Estraven me acompañó a cruzar el jardín, cubierto por una delgada capa de nieve a la luz de la luna de Gueden, grande, opaca, bermeja. Sentí un escalofrío cuando salimos, pues la temperatura había descendido a bajo cero, y Estraven me dijo en un tono de sorpresa cortés: —¿Tiene usted frío? —Para el, por supuesto, era una tibia noche de primavera.

Yo estaba cansado y abatido. —He tenido frío desde que llegué a este mundo —dije.

—¿Cómo llama usted a este mundo?

—Gueden.

—¿Nunca lo llamaron con un nombre de ustedes?

—Si, los primeros exploradores. Lo llamaron Invierno.

Nos habíamos detenido en las puertas del jardín amurallado. Afuera, los muros y techos del palacio se alzaban confusamente como cimas nevadas y oscuras, iluminadas aquí y allá por el débil resplandor amarillo de las ventanas. Alcé los ojos, de pie bajo el techo abovedado, y me pregunté si la clave del arco estaría también cimentada con sangre y huesos. Estraven se volvió, abandonándome. Nunca se entretenía mucho en recibimientos y despedidas. Salí atravesando los patios y callejones silenciosos del palacio y las calles bajas de la ciudad. La nieve iluminada por la luna crujía bajo mis botas. Me sentía helado, desanimado, obsesionado por la perfidia, y la soledad, y el miedo.

2. En el corazón de la tormenta

De una colección de cuentos populares de Karhide del Norte, grabada en cinta durante el reino de Argaven VIII; conservada en los archivos del Colegio de Historiadores de Erhenrang; narrador desconocido.

Alrededor de doscientos años atrás, en el hogar de Shad en la frontera de la Tormenta, vivían dos hermanos que se habían prometido kémmer mutuo. En aquellos días, como ahora, se permitía el kémmer a los hermanos de sangre hasta que uno de ellos concebía un niño; luego estaban obligados a separarse; de modo que no se les permitía prometerse kémmer por toda la vida. No obstante, estos hermanos así se lo habían prometido. Cuando una criatura fue concebida, el Señor de Shad les ordenó quebrar el voto y no juntarse nunca más en kémmer. Uno de los hermanos, el que llevaba el niño, se sintió desesperado, no atendió a consejos ni a palabras de consuelo, y se suicidó envenenándose. La gente del hogar se alzó entonces contra el otro hermano, expulsándolo del hogar y del dominio, y haciendo recaer sobre él la venganza del crimen. Y como había sido exiliado por su propio Señor, y la historia se difundió en seguida, nadie quería darle albergue, y luego de aceptarlo como huésped los tres días de costumbre, todos lo ponían a la puerta, como a un proscrito. Así fue de sitio en sitio hasta comprobar que no había compasión para él en su propia tierra, y que su crimen no sería olvidado. No había querido creer que fuera así, pues era todavía joven y sensible. Cuando comprendió la verdad, regresó a las tierras de Shad, y se detuvo como un exiliado en el umbral del hogar exterior. Así les habló a los compañeros que estaban allí: —No tengo cara entre los hombres. No me ven. Hablo y no me oyen. Llego y no me saludan. No hay para mi sitio junto al fuego, ni comida en la mesa, ni cama donde pueda descansar. Sin embargo, conservo mi nombre: me llamo Guederen. Dejo este nombre como una maldición sobre el hogar, y también mi vergüenza. Quedan a vuestro cuidado. Ahora, sin nombre, me iré y encontraré mi muerte. Algunos de los hombres del hogar saltaron entonces gritando, en tumulto, con la intención de matar a Guederen, pues el asesinato es una sombra menos pesada que el suicidio. Guederen escapó y corrió en dirección norte, hacia el hielo, más rápido que todos sus perseguidores. La gente volvió a Shad alicaída. Pero Guederen continuó andando y al cabo de dos días llegó al Hielo de Perin. Durante dos días caminó por el Hielo hacia el norte. No llevaba comida, ni tenía otro abrigo que una chaqueta. Nadie vive en el Hielo, y tampoco hay animales. Era el mes de susmi, y en esos días y noches caían las primeras grandes nevadas. Guederen caminaba solo en la tormenta. Al segundo día notó que estaba debilitándose. A la segunda noche tuvo que acostarse y dormir un poco. Al despertar la tercera mañana descubrió que se le habían escarchado las manos, y también los pies, aunque no podía sacarse las botas y mirarlos, pues tenía las manos inutilizadas. Continuó la marcha a rastras apoyándose en codos y rodillas. No había motivo, pues no importaba mucho que muriera en un sitio o en otro, pero sentía que tenía que ir hacia el norte.

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