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Robert Heinlein: Estrella doble

Здесь есть возможность читать онлайн «Robert Heinlein: Estrella doble» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию). В некоторых случаях присутствует краткое содержание. Город: Barcelona, год выпуска: 1987, ISBN: 84-270-1169-5, издательство: Martínez Roca, категория: Фантастика и фэнтези / на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале. Библиотека «Либ Кат» — LibCat.ru создана для любителей полистать хорошую книжку и предлагает широкий выбор жанров:

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Robert Heinlein Estrella doble

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También publicado como “Intriga estelar”. ¿Podría un miserable actor sustituir al político más famoso del imperio? Lorenzo Smith sintió un hormigueo en su cuerpo cuando le propusieron el trabajo, ya que Bonforte era el político más reputado en la Galaxia. Sería un gran desafío dar vida a este personaje, por supuesto. Pero cuando estudió el papel vio muy claro que se encontraba ante una peligrosa misión de cuyo resultado dependía el destino del Sistema Solar…

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Roger levantó la vista, me miró y luego se dirigió a Bonforte:

—El continente está dividido. Las Américas están probando el agua con un pie antes de decidirse a colocarse a nuestro lado. La única pregunta es ¿cuándo se lanzarán de cabeza?

—¿No puede hacer una estimación, Roger?

—Todavía no ¡oh! Contamos con el voto popular, pero en la Asamblea la cosa puede decidirse por cuestión de media docena de puestos —se puso en pie—. Creo que voy a marcharme a ver cómo van las cosas por la ciudad.

En realidad, yo era el que debía ir, como Bonforte. El Jefe del Partido debe aparecer en la Central del Partido durante la noche de las elecciones. Pero yo nunca había estado en la Central, ya que se trataba de un lugar donde mi suplantación podía fácilmente ser descubierta. Mi “enfermedad” me había excusado de ello durante la campaña; aquella noche ya no valía el posible riesgo, de manera que Roger iría en mi lugar para estrechar la mano de los presentes y dejar que las cansadas muchachas que habían realizado el duro e interminable trabajo de papeleo de echasen los brazos al cuello llorando de emoción.

—Volveré dentro de una hora.

Inclusive nuestra pequeña reunión debía de haberse realizado en las oficinas inferiores, incluyendo todo el personal al servicio de Bonforte, especialmente Jimmy Washington. Pero aquello no era posible, a menos que dejásemos al enfermo solo y sin compañía en aquella noche. Ellos celebraban también su propia reunión, desde luego. Me puse en pie.

—Roger, yo iré con usted para decirles buenas noches al harén de Jimmy.

—¿Eh? No es preciso que lo haga, ya sabe.

—Pero sería correcto, ¿no le parece? Y en realidad no hay ningún peligro en ello —me volví hacia Bonforte—. ¿Qué le parece?

—Se lo agradezco mucho.

Bajamos por el ascensor particular y atravesamos las silenciosas habitaciones particulares, luego mi propio despacho y el de Penny. Detrás de su puesta parecía un manicomio. Un receptor de estéreo, colocado en medio de la oficina, gritaba a todo volumen, el suelo estaba sembrado de papeles y todo el mundo bebía o fumaba o las dos cosas a la vez. Hasta el propio Jimmy Washington tenía un vaso en la mano mientras escuchaba los resultados. No había bebido nada; era un hombre que no bebía ni fumaba. Sin duda alguien le había dado aquel vaso y lo seguía manteniendo en la mano. Jimmy tenía un exacto sentido de la etiqueta en cada caso.

Me acerqué a todos los grupos, con Roger a mi lado y di las gracias a Jimmy con toda sinceridad y me excusé debido a sentirme cansado.

—Me voy arriba para tender los huesos en la cama, Jimmy. ¿Querrá despedirme de todos?

—Sí, señor. Necesita cuidarse, señor Ministro.

Yo regresé al ascensor mientras Roger salía a los túneles públicos.

Penny se llevó un dedo a los labios cuando entré en el salón superior. Bonforte parecía haberse quedado dormido y el receptor murmuraba en voz baja algo incomprensible. Dak seguía sentado delante del aparato, llenando la hoja de números mientras esperaba el regreso de Roger. Capek no se había movido de su asiento. Me hizo un saludo con la cabeza y alzó su vaso.

Dejé que Penny me preparase un whisky con agua y luego salí al balcón, protegido por la burbuja de plástico. Era de noche, tanto según el reloj como por las estrellas, y la Tierra lucía llena, deslumbrante, en medio de un manto de terciopelo cuajado de brillantes puntos de luz. Busqué a Norteamérica con la mirada y traté de localizar el pequeño punto que había abandonado hacía unas cuantas semanas y me sentí lleno de una extraña emoción.

Después de unos minutos, volví a entrar; la noche en la Luna es algo impresionante. Roger regresó al cabo de un rato y se sentó delante de sus números sin pronunciar palabra. Me fijé en que Bonforte se había despertado.

Ahora llegaban los resultados de los puntos críticos y todo el mundo se calló, dejando que Roger con su lápiz y Dak con su regla de cálculo pudiesen trabajar con calma. Por fin, después de una espera interminable Roger echó su silla para atrás y dijo:

—Ya está, Jefe —dijo sin mirar a nadie—. Hemos ganado. Tenemos una mayoría de no menos de siete puestos, probables diecinueve, posibles más de treinta.

Después de una pausa Bonforte dijo en voz baja:

—¿Estás seguro?

—Positivo. Penny, ponga otra estación y veamos lo que dicen.

Me acerqué a Bonforte y me senté a su lado; no podía hablar. Él estiró el brazo y me golpeó la mano de un modo paternal y los dos miramos hacia la pantalla. La primera estación que conectó Penny decía:

“… duda sobre ello, amigos. Ocho de los cerebros robóticos dicen que sí, Curiac anuncia que quizá. El Partido Expansionista ha ganado una decisiva …”

Penny cambió de estación.

“… confirma su puesto temporal por otros cinco años. No ha sido posible conseguir una declaración del señor Quiroga, pero su director de la campaña electoral en New Chicago admite que la situación actual no puede ser …”

Roger se levantó y se acercó al teléfono; Penny cortó el sonido hasta que no se oyó nada. El locutor siguió moviendo los labios en silencio; no hacía más que repetir con palabras distintas lo que ya conocíamos.

Roger regresó; Penny volvió a elevar el volumen. El locutor continuó por un instante, luego se detuvo, leyó algo que le dieron y se volvió a la pantalla con una amplia sonrisa.

—¡Amigos y conciudadanos, ahora escucharán las manifestaciones del Ministro Supremo!

La pantalla cambió a mi discurso de victoria.

Me quedé sentado disfrutando de aquel momento, con mis emociones tan confusas como se quiera, pero todas agradables, dolorosamente agradables. Había hecho un buen trabajo en aquel discurso y yo lo sabía; aparecía cansado, sudoroso y tranquilo, pero triunfante. Parecía algo improvisado.

Acababa de llegar a la frase: “Marchemos ahora juntos hacia adelante, con libertad para todos…”, cuando escuché un ruido a mi lado.

—¡Señor Bonforte! —exclamé—. ¡Doctor! ¡Doctor! ¡Venga en seguida!

El señor Bonforte hacía gestos confusos con su mano derecha y parecía ansioso por decirme algo. Pero no le fue posible. Su pobre boca no le obedecía y su poderosa e indomable voluntad no pudo hacer que la débil carne le obedeciera.

Le levanté en mis brazos… le hicimos la respiración artificial y luego llegó el fin rápidamente.

Se llevaron el cuerpo abajo con el ascensor, Dak y Roger juntos; yo no podía prestarles ninguna ayuda. Roger volvió a subir y me pasó el brazo por los hombros; luego se apartó a un lado. Penny había seguido a los otros abajo. Yo salí al balcón. Necesitaba aire fresco; aunque allí había el mismo aire acondicionado que en el salón, parecía más fresco.

Lo habían matado. Sus enemigos lo habían asesinado con tanta certeza como si le hubieran clavado un cuchillo en la espalda. A pesar de todo lo que habíamos hecho, los riesgos que habíamos corrido juntos, al final habían acabado con él. ¡Un asesinato!

Me sentí morir en mi interior, insensible por la emoción. Me había visto morir a mí mismo, había vuelto a presenciar la muerte de mi padre. Comprendía ahora por qué casi nunca pueden salvar a uno de un par de gemelos siameses. Me sentía vacío.

No sé por cuanto tiempo permanecí allí. Al cabo de una eternidad escuché la voz de Roger a mis espaldas:

—¿Jefe?

Me volví.

—Roger —dije con dolor—, no me llame así. Se lo ruego.

—Jefe —insistió—, ¿sabe lo que tiene que hacer ahora? ¿Lo sabe?

Me sentía mareado y su rostro era casi invisible. No sabía de lo que me hablaba… No quería saber de lo que me estaba hablando.

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