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Robert Heinlein: Estrella doble

Здесь есть возможность читать онлайн «Robert Heinlein: Estrella doble» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию). В некоторых случаях присутствует краткое содержание. Город: Barcelona, год выпуска: 1987, ISBN: 84-270-1169-5, издательство: Martínez Roca, категория: Фантастика и фэнтези / на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале. Библиотека «Либ Кат» — LibCat.ru создана для любителей полистать хорошую книжку и предлагает широкий выбор жанров:

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Robert Heinlein Estrella doble

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También publicado como “Intriga estelar”. ¿Podría un miserable actor sustituir al político más famoso del imperio? Lorenzo Smith sintió un hormigueo en su cuerpo cuando le propusieron el trabajo, ya que Bonforte era el político más reputado en la Galaxia. Sería un gran desafío dar vida a este personaje, por supuesto. Pero cuando estudió el papel vio muy claro que se encontraba ante una peligrosa misión de cuyo resultado dependía el destino del Sistema Solar…

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Tomé nota mentalmente de que, durante las próximas vacaciones en el espacio, debía ayudarle a prepararse para la transición: su reaparición. No tenía duda de que Capek podía devolverle el peso perdido; de lo contrario siempre hay medios para que un hombre parezca más grueso sin que sea demasiado obvio. Yo mismo le teñiría el cabello. La noticia del ataque que había sufrido explicaría las inevitables discrepancias. Después de todo él había cambiado sólo en unas cuantas semanas; lo que necesitábamos era no llamar la atención hacia una supuesta suplantación.

Pero todos estos detalles prácticos se desarrollaban por sí solos en un rincón de mi mente; mientras tanto todo yo me sentía lleno de emoción. Aunque se le veía enfermo, aquel hombre irradiaba una fuerza a la vez espiritual y viril. Sentí la misma impresión experimentada la primera vez que contemplé la estatua de Abraham Lincoln. También me acordé de otra estatua al verle allí tendido con las piernas y su costado paralizado cubierto por una ligera manta: el herido León de Lucerna. Poseía la misma fuerza y dignidad impresionantes, aunque estaba indefenso: ¡La Guardia muere, pero no se rinde!

Me miró cuando entré, y sonrió con aquella amistosa y tolerante sonrisa que yo había aprendido a imitar perfectamente e hizo un gesto con su mano sana para que me acercase. Le sonreí con su misma sonrisa y me acerqué a su lado. Nos estrechamos las manos y observé que su apretón era firme y fuerte. Luego me dijo:

—Estoy muy satisfecho de conocerle por fin.

Sus palabras fueron ligeramente confusas, y entonces pude ver la flojedad en el otro lado de su cara.

—Es un honor y una satisfacción para mí el conocerle, señor.

Me miró con una sonrisa y dijo:

—Creo poder decir que usted me conoce bien.

Me miré a mí mismo.

—Lo he hecho lo mejor posible, señor.

—¡Lo mejor posible! Ha conseguido un éxito. Es una sensación extraña el contemplarse a sí mismo en otra persona.

Comprendí con una repentina y dolorosa simpatía que él no se daba perfecta cuenta de su aspecto actual… Mi persona era la suya… y cualquier cambio que hubiera sufrido en su propio aspecto era simplemente consecuencia de la enfermedad, algo temporal, a lo que no debía darse importancia. Bonforte siguió hablando.

—¿Le importaría caminar un poco, señor? Quiero contemplarme… quiero decir a usted… nosotros. Deseo verme por una vez como los demás me ven a mí.

Me enderecé, caminé por la habitación y hablé a Penny (la pobre muchacha nos miraba a los dos con una expresión confusa, como si estuviese deslumbrada), cogí un papel de encima de la mesa, me rasqué el cuello y me froté la barbilla, me quité la varilla marciana de debajo del brazo y jugueteé con ella por unos instantes.

El me contemplaba encantado. De manera que añadí un número extra. Me puse en medio de la sala y pronuncié uno de sus mejores discursos, no palabra por palabra, sino dejándome llevar por la emoción tal como él lo habría hecho… Y terminé con sus mismas palabras: “¡Ningún esclavo puede ser liberado, a menos que él mismo lo haga! ¡Tampoco se puede esclavizar a un hombre libre; todo lo que se puede hacer es matarle!” .

Siguió un maravilloso silencio, y luego una explosión de aplausos. Hasta el mismo Bonforte golpeaba el diván con su mano sana y gritaba:

—¡Bravo! ¡Bravo!

Fueron los únicos aplausos que escuché en aquellas largas semanas de actuación. Me parecieron suficientes.

Hizo que acercase una silla y me sentase a su lado. Observé que miraba a la varilla marciana y se la entregué.

—El seguro está puesto, señor.

—Sé cómo debe usarse.

La miró durante largo rato y luego me la devolvió. Había pensado que quizá se la quedaría. Ya que no lo hizo decidí que se la entregaría a Dak para que se la diese a su legítimo dueño. Bonforte me preguntó por mi trabajo anterior y me dijo que no recordaba haberme visto nunca en el teatro, pero que había visto a mi padre en el papel de Cyrano de Bergerac . Hacía grandes esfuerzos por controlar los músculos de su boca y sus palabras eran claras pero lentas.

Luego me preguntó qué es lo que pensaba hacer en el futuro. Le dije que aún no tenía planes definidos. Asintió y dijo:

—Ya veremos. Hay un lugar para usted aquí. Tendremos mucho trabajo.

No habló de mis honorarios, lo cual me hizo sentirme orgulloso.

Los resultados empezaban a llegar y Bonforte dedicó su atención a la pantalla de la estereovisión. Los resultados parciales habían estado llegando, desde luego, durante las últimas cuarenta y ocho horas, ya que los mundos exteriores y los grupos electorales sin distrito asignado votan antes que la Tierra e inclusive en la Tierra un día de elección dura más de treinta horas, girando con el globo. Pero ahora empezaban a llegar los resultados de las grandes masas humanas de la Tierra. Habíamos trabajado el día anterior con los resultados de los planetas y Roger me había explicado que éstos no significaban nada; los Expansionistas tenían asegurados los Mundos exteriores. Lo que pensaban los miles de millones de seres en la Tierra que nunca habían estado en el espacio y nunca lo estarían, eso era lo importante.

Pero nos eran necesarios todos los votos del exterior que pudiéramos conseguir. El Partido Agrario en Ganimedes había ganado en cinco de los seis distritos, formaban parte de nuestra coalición y el Partido Expansionista como tal no había presentado sus propios candidatos. La situación en Venus era mucho más difícil, con los venusianos divididos en docenas de facciones políticas por cuestiones de teología que resultaban imposibles de comprender para un humano. Sin embargo, teníamos confianza en el voto nativo, bien directamente o por medio de alianzas posteriores, y teníamos a nuestro lado prácticamente a todos los humanos en Venus. La Ley imperial de que los nativos debían elegir seres humanos para representarles en la Asamblea Interplanetaria era algo que Bonforte había jurado destruir; aquello nos haría ganar muchos votos en Venus, pero no sabía cuántos nos haría perder en la Tierra.

Ya que los nidos sólo enviaban observadores a la Asamblea, el único voto que nos preocupaba era el de los humanos residentes en Marte. Nosotros contábamos con el apoyo popular; nuestros enemigos disfrutaban del favor oficial. Pero con una elección honrada no había duda de que saldríamos vencedores.

Dak estaba ocupado con una regla de cálculo al lado de Roger; éste tenía una gran hoja de papel llena de fórmulas complicadas con las que seguía el progreso de la elección. Una docena o más de los gigantescos cerebros electrónicos en distintos mundos del Sistema estaban realizando el mismo trabajo, pero Roger prefería seguir sus propios cálculos. Me dijo una vez que podía atravesar un distrito, “oliendo” el aire y acertar el resultado con un dos por ciento de error. Creo que podía hacerlo.

El doctor Capek estaba cómodamente sentado en un sillón, tan tranquilo como un gato. Penny se movía sin cesar por la habitación colocando torcidas las cosas que estaban derechas y al revés. Nos servía bebidas sin que se lo pidiéramos y nunca pareció mirar directamente al rostro de Bonforte ni al mío.

Nunca había asistido a una reunión política en una noche de elecciones; no se parecen a nada en el mundo. Hay una agradable y caliente sensación de cansancio. En realidad no importa mucho lo que el pueblo pueda decidir; uno ha hecho cuanto podía, se encuentra junto a sus amigos y camaradas y durante aquellos instantes no se experimenta preocupación ni tensión a pesar de la constante excitación, como el toque final en una tarta de cumpleaños, de los resultados que llegan continuamente.

Creo que nunca pasé mejores momentos en mi vida.

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