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Robert Heinlein: Estrella doble

Здесь есть возможность читать онлайн «Robert Heinlein: Estrella doble» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию). В некоторых случаях присутствует краткое содержание. Город: Barcelona, год выпуска: 1987, ISBN: 84-270-1169-5, издательство: Martínez Roca, категория: Фантастика и фэнтези / на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале. Библиотека «Либ Кат» — LibCat.ru создана для любителей полистать хорошую книжку и предлагает широкий выбор жанров:

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Robert Heinlein Estrella doble

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También publicado como “Intriga estelar”. ¿Podría un miserable actor sustituir al político más famoso del imperio? Lorenzo Smith sintió un hormigueo en su cuerpo cuando le propusieron el trabajo, ya que Bonforte era el político más reputado en la Galaxia. Sería un gran desafío dar vida a este personaje, por supuesto. Pero cuando estudió el papel vio muy claro que se encontraba ante una peligrosa misión de cuyo resultado dependía el destino del Sistema Solar…

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—Pero ¿qué? —dijo con desdén—. ¿Otra vez su maldito temperamento?

—¡No, no! Sin embargo, me ha dicho que íbamos a Marte. Dak, ¿es que tendré que realizar mi papel rodeado de marcianos?

—¿Cómo? Desde luego. ¿Qué otra cosa hay en Marte?

—Pero, Dak, ¡no puedo soportar a los marcianos! Me ponen enfermo. No quisiera… Trataré de no fracasar, pero es posible que eche a correr en cuanto los tenga a mi lado.

—¡Oh! Si es eso lo que le preocupa, ya puede olvidarlo.

—¿Eh? Pero es que no puedo olvidarlo. Es algo superior a mí. Yo…

—Le he dicho que lo olvide. Amigo, sabíamos que era un patán en estas cuestiones… lo sabemos todo respecto a usted, Lorenzo. Su miedo a los marcianos es tan irracional e infantil como el horror a las arañas y a las serpientes. Pero ya lo hemos previsto y nos ocuparemos de ello. Así que puede olvidarse del asunto.

—Bien… de acuerdo.

No me sentía muy seguro, pero Dak había pronunciado una palabra que aún me dolía, “patán” ¡Los patanes son los del público! De modo que me callé.

Dak se acercó al micro y no se molestó en procurar que yo no oyese su mensaje.

—Dandelion a Tumbleweed. Anulen el plan Inkblot. Proseguimos con el plan Mardi Gras.

—¿Dak? —dije cuando cortó.

—Luego —respondió—. Estamos a punto de unir las órbitas. El contacto puede ser un poco violento, pero no podemos perder tiempo evitando los baches. Ahora cállese y agárrese bien.

Y fue violento. Cuando me encontré dentro de la gran nave espacial me sentí satisfecho de volver a estar en caída libre; el mareo de la aceleración es aún peor que el producido por flotar simplemente en el vacío. Pero no estuvimos en caída libre durante más de cinco minutos; los tres hombres que tenían que regresar en el Can Do estaban ya en la cámara de transferencia, mientras Dak y yo flotábamos hacia el interior de la otra nave. Los momentos que siguieron me parecieron muy confusos. Supongo que en el fondo soy un topo de tierra, porque me desoriento fácilmente cuando no puedo distinguir el techo del suelo. Alguien gritó:

—¿Dónde está?

Dak replicó:

—Aquí.

La misma voz insistió:

—¿Éste? —como si no pudiera creer lo que veía.

—Sí, sí —repuso Dak—. Está maquillado. No os preocupéis, todo va bien. Ayudadme a colocarle en el prensa-uvas.

Una mano me agarró del brazo, remolcándome a lo largo de un estrecho pasillo, aún flotando, y me metió en un camarote. En uno de los extremos, y colocadas junto a la pared, había dos literas de las llamadas prensa-uvas; unos tanques de presión hidráulicos, en forma de bañera, usados en las grandes naves a reacción de alta aceleración. Nunca había visto uno, pero en la obra Ataque a la Tierra usamos unos modelos de guardarropía bastante convincentes.

En la pared, detrás de las literas, había un letrero: AVISO. No se sometan a más de tres gravedades sin un traje antipresión. Por orden de…

Giré lentamente en el aire sobre mí mismo antes de que pudiera acabar de leer el letrero, y alguien me empujó dentro de una de aquellas bañeras. Dak y el otro hombre me estaban atando a toda prisa los cinturones de seguridad cuando un altavoz colocado cerca de allí lanzó un bramido horrísono. El ruido continuó durante varios segundos, y luego se oyó una voz:

—¡Atención! ¡Dos gravedades! ¡Tres gravedades! ¡Atención! ¡Dos gravedades! ¡Tres minutos!

Y el bramido volvió a empezar.

En medio de aquel estruendo pude oír como Dak preguntaba:

—¿Tenéis el computador preparado? ¿La órbita de lanzamiento calculada?

—Desde luego.

—¿Dónde está la inyección? —Dak dio media vuelta en el aire y se dirigió a mí—: Oiga, compañero, vamos a ponerle una hipodérmica. No es nada peligroso. Está compuesta de Antigrav y un estimulante… porque tendrá que estar despierto muchas horas para estudiar su papel. Al principio notará cierto ardor en las órbitas de los ojos, y es posible que sienta algo de picazón, pero no será nada grave.

—¡Espere, Dak, yo…!

—No queda tiempo. Tengo que ir a encender los fuegos de esta caldera.

Giró en el aire y salió de la habitación antes de que yo pudiera terminar mi protesta. El otro hombre me levantó la manga del brazo izquierdo, colocó el aparato de aire comprimido contra la piel y antes de que yo pudiera pronunciar otra palabra, ya había recibido la inyección hipodérmica. El hombre salió de allí sin decir nada. El alarido del altavoz se interrumpió y una voz anunció:

—¡Atención! ¡Dos gravedades! ¡Dos minutos!

Traté de mirar a mi alrededor, pero la droga empezaba a hacer sentir sus efectos. Los ojos me ardían y tenía la boca seca, y empecé a sentir un intolerable picor a lo largo de la columna vertebral; los cinturones de seguridad me impidieron aliviar aquella tortura, y quizá también evitaron que me rompiera un brazo por la súbita aceleración. El rugido volvió a apagarse, y esta vez oí la voz firme y llena de confianza de Dak:

—¡Atención! ¡Ultimo aviso! ¡Dos gravedades! ¡Un minuto! ¡Dejen de jugar a las cartas y tírense de cabeza a las literas! ¡Vamos a encender!

El alarido del altavoz fue reemplazado esta vez por un disco del Ad Astra , de Arkezian, opus 61, en Do mayor. Se trataba de la discutida versión de la London Symphony, con su famoso ciclo de 14 notas que se metían en el tímpano. Maltrecho, confuso y seminarcotizado como me encontraba, ni siquiera aquello pareció causarme ningún efecto… no se puede mojar el mar.

En aquel momento entró una sirena por la puerta. No tenía cola escamosa, desde luego, pero se parecía mucho a mis sueños de una sirena. Cuando mis ojos consiguieron enfocar su figura, pude ver que se trataba de una joven muy bien parecida y de formas exquisitamente femeninas, vestida con una blusa ajustada y pantalones cortos, nadando en el aire con una soltura que indicaba que la caída libre en el espacio no era ninguna novedad para ella. Me lanzó una mirada seria, sin dignarse sonreír, se colocó en el otro prensa-uvas y se agarró al pasamanos colocado al lado de aquella especie de bañera… Ni siquiera se molestó en sujetarse los cinturones de seguridad. La música atacó el estruendoso final y sentí que mi peso aumentaba de un modo desmesurado.

Dos gravedades no son difíciles de soportar, especialmente cuando uno se encuentra en un lecho líquido. La membrana plástica colocada en la parte interior del prensa-uvas se elevó alrededor de mi cuerpo, soportando mi peso con firmeza; simplemente me sentí muy pesado y con cierta dificultad para respirar. A veces se oyen historias sobre pilotos que arrancan a una aceleración de diez gravedades, quedando destrozados a los pocos minutos, y no dudo que eso sea posible; pero dos gravedades en el prensa-uvas no causan otro efecto que cierta sensación de languidez y el deseo de permanecer inmóvil.

Pasó algún tiempo antes de darme cuenta de que la voz del comunicador interior se dirigía a mí.

—¡Lorenzo! ¿Cómo se encuentra, compañero?

—Muy bien —contesté; pero el esfuerzo me quitó el aliento—. ¿Cuánto tiempo tendremos que soportar esta aceleración?

—Cosa de dos días.

Debí de lanzar un gemido, porque Dak rió alegremente.

—No se queje, amigo. Mi primer viaje a Marte duró treinta y siete semanas, todas ellas en caída libre en una órbita elíptica. Usted va en un crucero de lujo: sólo dos gravedades durante dos días y una gravedad a la hora de dormir. Deberíamos cobrarle por el paseo.

Empecé a decirle lo que pensaba de sus bromas con unas cuantas frases escogidas, hasta que recordé que había una dama presente. Mi padre me enseñó que una mujer puede perdonar casi cualquier ofensa, incluso el asalto con violencia, pero se siente fácilmente insultada por las palabras groseras; la hermosa mitad de nuestra especie concede gran importancia al simbolismo, algo muy extraño, teniendo en cuenta su desarrollado sentido práctico. En todo caso, nunca permito que una palabra prohibida salga de mis labios, si es que puede ofender los oídos de una dama, desde la última vez que mi padre me golpeó en plena boca… Mi padre podía haberle enseñado un par de cosas al profesor Pavlov sobre los reflejos condicionados.

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