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Robert Heinlein: Estrella doble

Здесь есть возможность читать онлайн «Robert Heinlein: Estrella doble» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию). В некоторых случаях присутствует краткое содержание. Город: Barcelona, год выпуска: 1987, ISBN: 84-270-1169-5, издательство: Martínez Roca, категория: Фантастика и фэнтези / на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале. Библиотека «Либ Кат» — LibCat.ru создана для любителей полистать хорошую книжку и предлагает широкий выбор жанров:

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Robert Heinlein Estrella doble

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También publicado como “Intriga estelar”. ¿Podría un miserable actor sustituir al político más famoso del imperio? Lorenzo Smith sintió un hormigueo en su cuerpo cuando le propusieron el trabajo, ya que Bonforte era el político más reputado en la Galaxia. Sería un gran desafío dar vida a este personaje, por supuesto. Pero cuando estudió el papel vio muy claro que se encontraba ante una peligrosa misión de cuyo resultado dependía el destino del Sistema Solar…

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—¿Qué le ha sucedido a Jock?

Dak surgió de la escotilla detrás de mí, como impulsado por un cañón.

—No tenemos tiempo para explicaciones —dijo cortante—. ¿Habéis tenido en cuenta el compensar su masa?

—Red, ¿tenemos ya la órbita de lanzamiento? ¿Estás en contacto con la torre de control?

El hombre de la litera contestó tranquilamente:

—He estado calculando la órbita cada dos minutos. Tenemos el permiso de la torre. Menos cuarenta… y siete segundos.

—¡Sal de la litera! ¡Fuera de aquí! Voy a salir en esa órbita.

El llamado Red salió sin prisas de la litera, mientras Dak se instalaba en su lugar. El otro hombre me obligó a tenderme en la litera del copiloto y me ató un cinturón de seguridad por encima del pecho; a continuación dio media vuelta y se dejó caer por la escotilla. Red le siguió, y luego se detuvo con la cabeza y los hombros al nivel del suelo.

—Los billetes, por favor —dijo alegremente.

—¡Oh, caramba!

Dak se aflojó el cinturón de seguridad, buscó en uno de sus bolsillos, sacó los pases que había usado para meternos a los dos de contrabando en aquella nave y se los tiró a Red.

—Gracias —dijo éste—. Ya les veré el domingo después de misa. ¡Buen despegue y todo lo demás!

Su cabeza desapareció por la escotilla un instante después. Oí como se cerraba la compuerta hermética y noté la familiar opresión en los oídos, producida por el aumento de presión. Dak no contestó a la despedida de su compañero, tenía los ojos fijos en los instrumentos de vuelo y estaba haciendo algunas rectificaciones de última hora.

—Veintiún segundos —dijo dirigiéndose a mí—. Despegaremos con la máxima aceleración. Asegúrese de que tiene los brazos sobre la litera y relaje los músculos. El primer salto será desagradable.

Hice lo que me decía y esperé durante horas con la misma tensión que experimentaba siempre antes de levantarse el telón. Por fin, dije:

—¿Dak?

—¡Cállese!

—Sólo una pregunta: ¿adónde vamos?

—A Marte.

Vi como su pulgar apretaba un botón rojo, y me desmayé.

2

¿Qué hay de gracioso en un hombre que se marea en el vacío? A esos imbéciles con un estómago a prueba de bombas siempre les causa risa… Estoy seguro de que les divertiría lo mismo que su abuela se rompiese las dos piernas.

Huelga decir que sufrí un mareo espacial así que la nave se puso a navegar en caída libre. No tardé en recuperarme, ya que tenía el estómago casi vacío: no había ingerido alimento alguno desde el desayuno. No obstante, seguí encontrándome mal durante el resto de aquel maldito viaje, que se me hizo eterno. Tardamos una hora y cuarenta y tres minutos en llegar al punto de reunión, lo cual, para un topo terrestre como yo, equivalía a mil años en el purgatorio.

Pese a todo, debo decir algo en defensa de Dak: no se burló de mi debilidad. Dak era un profesional, y consideró normal mi reacción, haciendo gala de la cortesía habitual en una azafata; no como esos cretinos de cabeza vacía y voz estridente que uno encuentra en las listas de pasajeros de los correos a la Luna. Si yo mandase, haría que todos esos estúpidos fueran olvidados en una lejana órbita hasta que se murieran de risa en medio del vacío.

A pesar de los agitados pensamientos que bullían en mi cabeza y de las miles de preguntas que deseaba formular, llegamos al punto de reunión con la gran nave interplanetaria, que nos esperaba en órbita alrededor de la Tierra, antes de que yo fuera capaz de sentir interés por nada. Creo que si alguien se acercase a una víctima del mareo espacial y le comunicase que iba a ser fusilado al amanecer, la única respuesta sería: “¿De veras? ¿Quiere alcanzarme esa bolsa, por favor?”.

Al fin empecé a recuperarme; al menos ya no deseaba morirme cuanto antes, sino que empezaba a sentir un leve deseo de seguir viviendo. Dak se mantuvo ocupado con la radio la mayor parte del tiempo, al parecer comunicando con algún punto que se hallaba en movimiento, ya que pude observar que sus manos manipulaban sin cesar el control direccional de la radio, como un artillero que tuviera muchas dificultades para apuntar su arma. No pude oír lo que decía, ni siquiera leer el movimiento de sus labios, porque mantuvo la cabeza pegada al micrófono durante toda la conversación. Presumí que hablaba con la gran nave estelar con la que teníamos que encontrarnos.

Pero cuando apartó el micro a un lado y encendió un cigarrillo, hice un esfuerzo para reprimir las náuseas que la simple vista del humo me producía y le pregunté:

—Dak, ¿no cree que ha llegado el momento de que me lo cuente todo?

—Tendremos mucho tiempo para ello durante el viaje a Marte.

—Vaya, siempre esquivando la cuestión —protesté débilmente—. Yo no quiero ir a Marte. Nunca habría aceptado su absurda oferta si me hubiera dicho que tendría que ir a Marte.

—Como guste. No necesita ir, si no quiere.

—¿Cómo?

—La compuerta neumática está detrás de usted. Salga y empiece a andar. No se olvide de cerrar la puerta tras de sí.

Preferí no contestar a aquella ridícula sugerencia. Dak continuó:

—Pero si, como imagino, no puede respirar en el vacío, lo mejor que puede hacer es venir conmigo a Marte… Yo me cuidaré de que regrese a la Tierra. El Can Do … esta nave… está a punto de entrar en contacto con el Go For Broke , una nave espacial a reacción de alta aceleración. Unos diecisiete segundos después de que establezcamos contacto, el Go For Broke se dirigirá a Marte… Tenemos que estar allí el próximo miércoles.

Yo le contesté con la obstinación propia de un enfermo.

—No quiero ir a Marte. Me quedaré en esta nave. Alguien tendrá que devolverla a la Tierra. No podrán engañarme.

—Es cierto —admitió Dak—. Pero usted no se quedará aquí. Los tres individuos que se supone que tripulan esta nave, de acuerdo con los registros del Espaciopuerto Jefferson, se encuentran ahora en el Go For Broke . Ya habrá observado que ésta es una nave para tres tripulantes. Me temo que ninguno estará dispuesto a cederle su sitio. Además, ¿cómo pasaría por Inmigración cuando llegase al campo?

—¡No me importa! Al menos volveré a estar en tierra firme.

—Y también en la cárcel, acusado de cualquier crimen, además de entrada ilegal en el territorio y asalto a mano armada en una nave espacial. Como mínimo creerían que pretende entrar en el país ilegalmente, y se lo llevarían a algún lugar tranquilo donde pudieran clavarle una aguja detrás del globo ocular para hacerle decir la verdad. Ellos sabrían las preguntas que debían hacerle y usted no podría evitar contestarles. Pero no podría complicarme a mí, porque el bueno de Dak Broadbent no ha regresado a la Tierra desde hace mucho tiempo, y tiene excelentes testigos para probarlo.

Reflexioné sobre sus palabras, sintiéndome mareado de nuevo, tanto por los efectos del miedo como por la sensación de flotar en el vacío.

—¿De modo que me denunciaría a la policía? Sucio y escurridizo…

Me interrumpí, por falta de un insulto adecuado.

—¡Oh, no! Mire, hijo, yo puedo meterle el miedo en el cuerpo y hacerle creer que le entregaré a la policía… pero la verdad es que no soy capaz de ello. Sin embargo, Rrringlath, el hermano acoplado de Rrringriil, sabe con certeza que éste entró por aquella puerta y no volvió a salir. Denunciará el caso a la policía. Los hermanos acoplados constituyen un parentesco tan íntimo que nunca podremos comprenderlo, ya que nosotros no nos reproducimos por escisión.

A mí no me importaba que los marcianos se reprodujeran como los conejos o que la cigüeña los trajera en un pañuelo colgado del pico. A juzgar por las palabras de Dak, no me cabía la menor duda de que nunca podría regresar a la Tierra, y así se lo dije. Dak meneó la cabeza.

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